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miércoles, 27 de mayo de 2020

COMO VERDADEROS CATOLICOS DIGAMOS CON FIRMEZA: NO AL MODERNISMO, NO AL VATICANO II

No sé lo que el Señor dispondrá al respecto sobre mí, no se viviré más o menos. Pero sé que más pronto que tarde tendré que rendir cuentas al Señor. En ese instante de mi vida no sé qué responderé ante la pregunta del gran Juez Nuestro Señor cuando me pregunte con voz tremenda y acusante: ¿has contribuido a la destrucción de mi Iglesia, del sacerdocio y de la Santa Misa? ¿Me has negado ante ellos por respetos humanos, por una nada o una poquedad? ¿Has callado verdades fundamentales de mi doctrina? Y hay situaciones ante las que no podemos callar.

No podemos callar ante los errores del Concilio Vaticano II.
No podemos callar ante el error y la herejía (modernista que asola la Iglesia de Nuestro divino Redentor). No podemos callar ante quien dice que Jesús no era Dios desde que nació hasta que murió. No podemos callar ante quien dice que Jesús era un hombre y nada más, negando la divinidad de Nuestro Señor. No podemos callar ante quienes niegan la existencia del infierno o ante quienes predican que todos se salvan o que el infierno está vacío. Ante la apostasía no cabe el silencio.

No podemos callar ante quienes dice que el concepto de transubstanciación está anticuado y que hay que prescindir de él para poder llegar a la unidad con los luteranos. No podemos callar ante quienes dicen que todos pueden comulgar: protestantes, pecadores impenitentes, ateos…
No podemos callar ante quienes pretenden que la Santísima Virgen María era una mujer como cualquier otra y que mantenía relaciones sexuales como cualquiera. No podemos callar ante quienes ofenden gravemente el honor de nuestra Madre Santísima un día tras otro.
No podemos callar ante quienes afirman que puedes confesarte y comulgar, aunque vivas en adulterio: aunque te hayas divorciado y te hayas vuelto a casar civilmente.

No podemos callar ante quienes promueven el indiferentismo religioso, ante quienes dicen que lo único importante es el “amor” y afirman que Dios quiere que haya diversidad de religiones y que todas ellas conducen a la salvación igualmente.
No podemos callar ante la adoración idolátrica a la Pachamama.
No podemos callar ante quienes quieren cambiar la doctrina moral de la Iglesia, ante quienes quieren bendecir las uniones homosexuales, ante quienes quieren que veamos como buenas las uniones de hecho, ante quienes quieren tirar a la basura Humanae Vitae o Veritatis Splendor.
No podemos callar ante los modernistas que reclaman el sacerdocio femenino o la supresión del celibato obligatorio para los sacerdotes.

No podemos callar ante los escándalos sexuales protagonizados por tantos sacerdotes, religiosos, obispos y hasta cardenales. No se puede callar ante los perversos, ante los impíos ni ante los encubridores de tanta maldad.

No podemos callar ante una Iglesia juramentada que se somete al globalismo de la ONU y a todas las modas ideológicas del momento.
No podemos. Simplemente, no podemos callar. Ante el error, ante las herejías, no podemos callarnos. Tenemos que combatir el pecado siempre. Y a la vez, tenemos que preocuparnos por el pecador: tenemos que intentar que se arrepientan de sus pecados; tenemos que procurar que se conviertan. Tenemos que rezar mucho por la salvación de sus almas: esa es la verdadera caridad.

Hago mías, con toda humildad y obviamente sin pretender compararme con ella, las palabras de Santa Catalina de Siena:
"Ha llegado el momento de llorar y de lamentarse porque la Esposa de Cristo se ve perseguida por sus miembros pérfidos y corrompidos. El cuerpo místico de la santa Iglesia está rodeado por muchos enemigos. Por lo cual ves que aquellos que han sido puestos para que sean columnas y mantenedores de la santa Iglesia se han vuelto sus perseguidores con la tiniebla de la herejía. No hay pues que dormir, sino derrotarlos con la vigilia, las lágrimas, los sudores; y con dolorosos y amorosos deseos, con humilde y continua oración."

¿Por qué guardáis silencio? Este silencio es la perdición del mundo. Yo os pido que obréis de modo que el día en que la Suprema Verdad os juzgue no tenga que deciros estas duras palabras: “Maldito seas, tú que no has dicho nada”. ¡Ah, basta de silencio!, clamad con cien mil lenguas. La Esposa de Cristo ha perdido su color (Lam 4, 1), porque hay quien chupa su sangre, que es la sangre de Cristo, que, dada gratuitamente, es robada por la soberbia, negando el honor debido a Dios y dándoselo a sí mismo.

¿Por qué guardáis silencio? No se puede ni se debe guardar silencio. Yo, al menos, no puedo. Reviente vuestro corazón y vuestra alma al ver tantas ofensas a Dios. Si amaseis a Dios no temerías cobardemente, sino que con audacia y corazón valiente reprenderías los errores y no callaríais ni haríais la vista gorda. Todos tendremos que rendir cuentas de nuestras palabras, de nuestros silencios y de nuestros hechos.

Los cristeros católicos del México cristero nos dieron ejemplo en cuanto a la defensa de la Iglesia y de nuestra sacrosanta Fe dando sus vidas por Dios, la Virgen de Guadalupe y la patria regando los campos con su sangre la cual los empapo y dieron como fruto nuevas pleyades de católicos, pero no de cobardes, miedosos y cómodos.

martes, 12 de mayo de 2020

EL VALOR DEL SUFRIMIENTO



   La historia de Lourdes, donde se apareció nuestra Señora a Santa Bernardita Soubirous es rica en lecciones para nosotros. Una de las lecciones es sobre el sufrimiento. Vemos en Lourdes dos actitudes de la Divina Providencia con relación al sufrimiento humano que podrían parecer contradictorias.
   Por un lado, lo que más atrae la atención en Lourdes es que Nuestra Señora tiene compasión de los hombres, escucha sus peticiones, y obra milagros para librarlos del dolor y de las enfermedades que padecen.
   También Nuestra Señora tiene compasión de las almas y para probar que la religión Católica es la única religión verdadera, a menudo obra milagros espirituales de conversiones. Haciendo tanto milagros físicos como espirituales nos muestra que es nuestra Madre, que nos ama y que quiere aliviarnos del sufrimiento tanto aquí como en la eternidad.
   Por otro lado, vemos otra cosa en Lourdes. Un gran número de enfermos van a Lourdes y regresan sin ser curados. ¿Por qué Nuestra Señora cura a algunos y a otros no? De hecho hay una lección importante para nosotros en las curas que no da, y quizás el milagro más grande en Lourdes se encuentra en esto.
   Para la gran mayoría de las personas, el sufrimiento es indispensable para su  propia santificación. Por lo tanto, las enfermedades y dificultades que sufren les son necesarias. Quien no comprenda el papel del sufrimiento y del dolor, que conlleva  el desprendimiento, conversión y amor a Dios no comprenderá lo que en realidad es la vida espiritual.
   San Francisco de Sales solía afirmar que el sufrimiento es el Octavo Sacramento.  Es tan indispensable que él consideraba que nadie podía salvarse sin él. El Cardenal Pedro Segura, Arzobispo de Sevilla, quien fue un católico español admirable, me platicó una vez de una conversación que tuvo con el Papa Pío XI.
   El Papa Pío XI hacía alarde que él nunca había estado enfermo. El Cardenal le dijo: “Entonces Su Santidad, no tiene la señal de las almas escogidas”. El Papa se sorprendió, pero el Cardenal Segura dijo con firmeza: “No hay alma predestinada que no sufra profundamente por enfermedad al menos una vez en su vida. Si Su Santidad nunca ha tenido un problema de salud, Usted no tiene la señal de los elegidos”. Algunos días después, Pío XI tuvo un fuerte ataque al corazón. Desde su cama le escribió un mensaje al Cardenal Segura diciendo: “Su Eminencia, ahora ya tengo la señal de los elegidos”.
   Estoy de acuerdo con el Cardenal Segura que el sufrimiento, ya sea físico o moral, es la señal del alma escogida.
   Ahora, pues, Nuestra Señora obraría contra la salvación de las almas si ella curara cada enfermedad. A veces lo hace porque es para el bien último de esa persona ser aliviada del sufrimiento, pero normalmente no es oportuno. Esto es por lo que Nuestra Señora, quien es Madre de Misericordia, permite el sufrimiento para algunas almas, porque les es indispensable.
   Pero Nuestra Señora también hace algo más  que es muy hermoso, a los enfermos que no cura, les da una profunda conformidad con la voluntad de Dios y una aceptación de sus sufrimientos.  
     Nunca he escuchado de alguna persona que haya estado en Lourdes y que no haya sido curada que haya regresado enojada contra Dios. Al contrario, las personas que van regresan con una enorme resignación, felices de haber estado en Lourdes y ver que otras personas han sido curadas.
   Además, hay numerosos casos de personas que viajan largas distancias, llegan a Lourdes y se dan cuenta de que hay personas que están sufriendo mucho más que ellas y que tienen mayor necesidad de ser curadas. Viendo esto, le piden a Nuestra Señora que sane a esas personas en vez de a ellas. La persona acepta voluntariamente su sufrimiento para beneficiar a otro. En mi opinión, esto es también un milagro. Es una renuncia al amor propio por amor a Dios y al prójimo. Que una persona renuncie al egoismo humano es quizá un milagro mayor que la cura de enfermedades y de conversiones.
   El objetivo principal del amor de Nuestra Señora, quien vela por nosotros, es conducirnos a Dios y al Cielo. Esto es lo que Ella más desea.
   Por lo tanto la lección más grande de Lourdes es la aceptación del sufrimiento, ya sea una enfermedad física o un sufrimiento moral, si es necesario para  nuestra salvación. Es muy difícil cargar la cruz del sufrimiento con resignación. Sí, realmente lo es. Pero en tales casos, tenemos el ejemplo de Nuestro Señor en el Huerto de los Olivos quien rezó: “Padre, si no puede pasar este cáliz sin que lo beba, que se haga tu voluntad y no la mía”. (Lucas 22-42). Esta es la postura que debemos tomar en nuestros sufrimientos personales. Una gracia llegará para consolarnos, como el ángel que llegó para consolar y fortalecer a Nuestro Señor.
   Debemos tener una comprensión del sufrimiento, el valor, la resolución y la energía para enfrentarlo e incluso la alegría para recibirlo. Recordemos que sufrir es el  distintivo de los elegidos.
   Nuestra Señora nos ayudará a enfrentar nuestros sufrimientos así como ayuda a aquellos que se lo piden en Lourdes.
                         Prof. Plinio Corrêa de Oliveira
                      Tradition in Action

ORACIÓN POR LA HUMANIDAD (14 DE MAYO): Farsa masonica



 Queridos amigos: 

   Nunca olvidemos que Cristo es Dios y Hombre verdadero y que  fundó una única Iglesia: la Católica.
   Parecen lecciones de catecismo para niños, pero es que esto es el cimiento de nuestra Santa Religión y desafortunadamente es lo más olvidado hoy en día.
   “Amarás a Dios sobre todas las cosas” es el Mandamiento # 1, si desde ahí fallamos ya estamos perdidos.
   La Sagrada Escritura dice: “Todos los dioses de los gentiles son demonios” (Salmo 95,5).
   Eso significa que cuando un budista dice que le reza a dios, o cuando un judío dice que le reza a dios, o un hinduista, un protestante, un musulmán, NO LE ESTÁN REZANDO AL UNICO Y VERDADERO DIOS, por consiguiente, sus dioses son demonios y a él le dan culto.
   Los judíos no reconocen a Nuestro Señor Jesucristo, así que ya no están rezando a la Santísima Trinidad; los musulmanes  no reconocen tampoco a la Santísima Trinidad; los budistas solo rezan  a su ídolo Buda, los hinduistas tienen más dioses que los días del año, etc.
El dios de la masonería es cualquiera que no sea el Verdadero Dios uno y Trino.
   La Santísima Trinidad es el único Dios: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, un solo Dios Verdadero y Tres Personas distintas,  así que quien  no dirija su culto y sus ruegos a la Santísima Trinidad no está  adorando al único Dios.
   
  Es por eso que todo Católico inicia siempre su oración invocando a la Santísima Trinidad diciendo: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, Amén.
    Santa Teresa de Ávila cuenta en su autobiografía: "Estando una vez rezando  se me dio a entender la manera de cómo era un solo Dios y tres personas tan claramente, que yo me espanté y me consolé mucho. Hízome tan grandísimo provecho para conocer más la grandeza de Dios y sus maravillas..."
   Los Apóstoles fueron los primeros en preferir dar su vida por Nuestro Señor Jesucristo antes que renegar de Él.
   
  Tenemos el ejemplo de Santiago Apóstol, cuya fiesta se celebró el 11 de Mayo. Santiago  Apóstol, intimado por el Sumo Sacerdote para que renegara de Jesús, fue arrojado desde lo alto de la terraza del Templo y aplastada su cabeza con una maza.
   
  Todos los mártires prefirieron morir antes que ofrecer un granito de incienso a los ídolos, a los demonios.
   
  Así que, cuando oigan que se reúne alguien o algunos o todos a rezar en común católicos con no Católicos, estén en guardia porque eso es faltar gravemente al Primer Mandamiento de la Ley de Dios. El Católico posee la Verdad y  no reza con un pagano.

   También es importante recalcar que TODA oración que pretenda hacer la humanidad, excluyendo a la Santisima Virgen Maria, mediadora de todas las gracias para la humanidad, desagrada a Dios.
   Nuestra religión es una religión sobrenatural, fundada por Dios mismo.       

             “¡Ay de los Cristianos que soporten sin indignación que su adorable Salvador sea colocado en pie de igualdad con Buda y Mahoma, en no sé qué panteón de falsos dioses!”. 
Padre Emmanuel

jueves, 7 de mayo de 2020

SACERDOTES MERCENARIOS EN TIEMPOS DEL CORONAVIRUS



FUENTE
Sacerdotes mercenarios en tiempos del coronavirus:

Nuestro Señor es el Buen Pastor y es el modelo de sus sacerdotes que deben ser buenos pastores. Nuestro Señor muestra la diferencia entre el Buen Pastor pastor y el falso Pastor quién sólo es asalariado. Aquí están las palabras de Nuestro Señor: “Yo Soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas. Pero el asalariado, y el que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, cuando ve venir al lobo, deja a las ovejas y huye; y el lobo atrapa y esparce las ovejas; y el asalariado huye, porque es asalariado, y no le importan las ovejas.” (San Juan 10,11-13) 

Un asalariado pone su propia seguridad su propio interés antes que el bien de su rebaño. Se retira de su rebaño en tiempos de miedo y tribulación. Cuando los tiempos son fáciles y pacíficos, es difícil distinguir a los sacerdotes asalariados de los de los verdaderos sacerdotes. 

La prueba que determina si un sacerdote en particular es solamente un asalariado se descubre durante los tiempos de miedo y prueba. Así es como el Papa San Gregorio Magno, Doctor de la Iglesia, explica esta verdad: “No se puede saber realmente si él [es decir, un sacerdote] es un pastor o un asalariado a menos que surja un momento de prueba.

 Por regla general, en tiempos de paz, tanto el pastor como el asalariado permanecen vigilando a sus rebaños. Es solo cuando llega el lobo que cada uno muestra la finalidad por la cual ha estado de guardia sobre su rebaño. “ (Sermón Dom. p. 292) En cualquier tribulación, ya sea una persecución religiosa o una plaga, un sacerdote tiene el deber de continuar administrando a las almas.

 Mientras que un asalariado se retira del rebaño, un verdadero pastor continúa atendiendo al rebaño. Solo hay dos circunstancias en las que un sacerdote puede retirarse de su rebaño: a) cuando él está en un peligro especial, peligro en el cuál no están otros buenos sacerdotes que se pueden quedar para reemplazarlo y cuidar bien de ese rebaño; o b) cuando el sacerdote puede llevar a todo su rebaño con él a un lugar seguro y administrar a sus almas en ese lugar seguro.

 Así es como San Agustín, Doctor de la Iglesia, enseña esta verdad: “Que los siervos de Cristo, los ministros de su Palabra y de sus sacramentos, huyan de ciudad en ciudad cada vez que uno de ellos sea especialmente buscado por los perseguidores; pero siempre y cuando el rebaño de fieles no sea abandonada y pueda ser administrado por sacerdotes que no están siendo perseguidos. Pero cuando el peligro es común para todos, es decir, para los obispos y el clero y para los laicos, que aquellos que necesitan la ayuda de otros no sean abandonados por aquellos cuya ayuda necesitan. Por lo tanto, o the retiran todos a un lugar seguro, o se deja que aquellos que necesariamente deben permanecer no sean abandonados por aquellos a través de los cuales se debe satisfacer su necesidad de los ritos de la Iglesia.” 

“Los ministros de la Iglesia, por lo tanto, deben huir, cuando hay persecución, pero solamente cuando en aquél lugar en que se encuentra no haya personas de Cristo a quienes se deban ministrar, o cuando el ministerio necesario puede ser cumplido por otros que No tiene la misma razón para huir. Pero cuando los fieles permanecen, y los ministros emprenden la huida, y eso causa que el ministerio es retirado, ¿qué tenemos entonces sino esa condenable huida de asalariados que no se preocupan por las ovejas?”. (Sermón Segundo Dom. de Pascua) Entonces, cuando los fieles tienen que permanecer en un lugar durante cualquier tribulación, ya sea una persecución religiosa o una plaga, solo el falso pastor que sólo es asalariado es el que los abandona retirando su cuidado espiritual. 

El temor por su seguridad personal es el sello distintivo de éstos sacerdotes mercenarios, asalariados. Él cuando "ve venir al lobo, abandona las ovejas, y huye" por su propia seguridad. 
 En esta época de coronavirus, los dos temores principales de un sacerdote mercenario son: 1. Teme las amenazas del gobierno si continúa cuidando a su rebaño en lugar de estar "confinado en su casa"; y 2. Teme al coronavirus mismo. 

A continuación examinaremos cada uno de los temores de los falsos pastores asalariados. Un sacerdote que es un verdadero pastor continúa cuidando a su rebaño incluso cuando el gobierno lo amenaza si lo hace. 

Nuestros impíos gobiernos civiles han ordenado a los sacerdotes que “se encierren" y "se refugien en un lugar" y que no salgan a atender las almas de sus rebaños. Estos gobiernos impíos afirman que la religión no es un "servicio esencial" para la gente y que, para el (supuesto) "bien de la gente", los sacerdotes no deben atender a sus rebaños. 

Ha sucedido muchas veces en la historia de la Iglesia Católica que el gobierno civil ordenó a los sacerdotes que no asistieran a sus rebaños. Un verdadero pastor nunca se sometería a esos mandamientos malvados. A diferencia de los verdaderos pastores, los asalariados se someten por su propio interés. En México, a principios del siglo XX, cuando el gobierno masónico y anti católico impío ordenó a los sacerdotes que no administraran a sus rebaños, muchos sacerdotes asalariados huyeron a los Estados Unidos, siguiendo el ejemplo de sus obispos asalariados. 

Muchos de los sacerdotes restantes en México abandonaron sus rebaños, se casaron y se establecieron en las ciudades. Sin embargo, nada de esto hicieron a los buenos y verdaderos sacerdotes: Una valiente minoría de sacerdotes se negó a comprometerse. 

Se escondieron y recorrieron México por la noche, disfrazados, haciendo todo lo posible para llevar la Verdadera Fe y los Sacramentos a los fieles. Los atraparon, fueron arrestados, multados, encarcelados y, a veces, torturados y ejecutados. Tan sólo en febrero de 1915, el gobierno mexicano martirizó a 160 sacerdotes. ¡Esos eran pastores fieles! Imitaron a Nuestro Señor, el Buen Pastor, que dio su vida por sus ovejas. Esos sacerdotes rechazaron la orden del gobierno civil que les ordenaba que se retiraran de sus rebaños "por el bien de la gente". 

Los santos Juan y Pablo son modelos para nuestro tiempo, y muestran el peligro de que la autoridad civil llegue a sofocar gradualmente el ministerio de la Iglesia Católica . Los santos mártires San Juan y San Pablo (que se mencionan en el Canon de la Misa) son modelos especiales para nuestro tiempo. Fueron martirizados en el año 363 d. C., bajo el emperador Julián el Apóstata, porque no se sometieron a las restricciones que la autoridad civil les imponía con respecto a la predicación de la verdadera religión y con respecto al ministerio de la salvación de las almas. 

El emperador romano, Julián el Apóstata, intentó sofocar la religión católica al imponer restricciones a los católicos con respecto a la educación de los jóvenes. Estas restricciones fueron mucho más peligrosas para la Iglesia que las sangrientas persecuciones anteriores bajo Nerón y Diocleciano debido al peligro de que los católicos aceptaran estas restricciones por parte d Como enseña San Agustín: “[Cuando] la gente permanece [necesitada], y los ministros huyen [o se quedan en casa para “quedar confinados en su casa”], y su ministerio se retira, ¿qué tenemos entonces sino huída condenable de asalariados que no tienen cuidado por las ovejas?.

” Los buenos sacerdotes-pastores continúan administrando a sus rebaños y no los abandonan, incluso cuando el gobierno ordena un "cierre". Actúan al contrario los sacerdotes asalariados; ellos "se quedan en su casa" por temor al gobierno. Un sacerdote que es un verdadero pastor continúa cuidando a su rebaño incluso durante una plaga. Aunque los sacerdotes asalariados "se quedan en casa", los buenos sacerdotes-pastores se quedan con sus rebaños en tiempos de peste. 

Por ejemplo, cuando la plaga golpeó a Milán, San Carlos Borromeo visitó los fieles con todo y la plaga con celo incansable, los ayudó con afecto paternal y, administrándoles con sus propias manos los sacramentos de la Iglesia, los consoló singularmente. San Carlos Borromeo y San Luis Gonzaga murieron atendiendo a víctimas de la peste. Cuando la plaga estaba en su apogeo en Roma, San José Calasanz se unió a San Camilo, y no contento con cuidar con ardiente celo a los pobres enfermos, incluso llevó a los muertos a la tumba sobre sus propios hombros. 

Cuando la plaga diezmó a los habitantes de Valencia y sus alrededores en 1557, San Luis Bertrand incansablemente ministró las necesidades espirituales y físicas de los afligidos. Como la ternura y la devoción de una madre, así cuidó a los enfermos. A los muertos los preparó para el entierro y los enterró con sus propias manos. Aunque la peste se extendió violentamente en Suiza, esto no impidió que San Francisco de Sales, ni de día ni de noche, dejara de ayudar a los enfermos en sus últimos momentos; y Dios lo preservó del contagio. Y en otra plaga que se desencadenó allí, expuso diariamente su propia vida para ayudar a su rebaño. Hay muchos otros ejemplos de buenos pastores-sacerdotes que asistieron fielmente a sus rebaños durante una plaga. 

Este es su deber: ayudar siempre a su rebaño durante una plaga. La devoción desinteresada de un buen pastor-sacerdote a su rebaño obliga a la admiración incluso de los no católicos. Por ejemplo, así es como un protestante admiraba a los sacerdotes religiosos de Manila durante la plaga: “De valor inquebrantable, siempre han estado al frente cuando las calamidades amenazaban a sus rebaños. En epidemias de peste y cólera no se han consternado, ni en tales casos han abandonado nunca sus rebaños …" (Enclic. Católica) Además debemos recordar de que en tiempos de peste, las oraciones de la Iglesia Católica deben ser públicas. 

La Iglesia Católica siempre ha sabido lo que el Papa Francisco ahora niega, a saber, que las plagas son un castigo justo de Dios por el pecado. En tiempos de peste, la Iglesia Católica redobla sus oraciones públicas. Por el contrario, la iglesia conciliar y los asalariados se "encierran" y se quedan en casa. Cuando la plaga devastó Roma, esto es lo que hizo el Papa San Gregorio Magno: 

“[La] plaga continuó haciendo estragos en Roma con gran violencia; y, mientras la gente esperaba la respuesta del emperador, San Gregorio aprovechó las calamidades para exhortarlos al arrepentimiento. Habiéndolos convertido después de predicarles un patético y muy conmovedor sermón sobre ese tema, nombró una solemne letanía o procesión en siete compañías, con un sacerdote a la cabeza de cada uno, que iban a marchar desde diferentes iglesias, para finalmente todos reunirse en la Iglesia de Santa María la Mayor; cantaban el Kyrie Eleison mientras recorrían las calles. Durante esta procesión, murieron en una hora ochenta (es decir, ochenta personas) de los que asistieron. Pero San Gregorio no se abstuvo de exhortar a la gente y rezar hasta el momento en que cesó el moquillo.” (Vida de los Santos, Buttler. San Greg.) “Cuando San Gregorio cruzaba el puente de San Pedro, una visión celestial los consoló [a saber, a la gente] en medio de sus letanías. 

El arcángel Miguel fue visto sobre la tumba de Adriano, envainando su espada de fuego en señal de que la peste debía cesar. San Gregorio escuchó la Antifonal angelical de las voces celestiales - Regina Coeli, lætare, y agregó el verso final - “Ora pro nobis Deum, aleluya.” ¡Qué grande fue la fe de San Gregorio en comparación con los asalariados modernos! Basta recordar que en abril del 2020, el cardenal Cupich de Chicago se burló blasfemamente del poder de la oración como ayuda contra el coronavirus diciendo: "la religión no es mágica cuando solo decimos oraciones y pensamos que las cosas van a cambiar". 

Los asalariados, aquellos sacerdotes obedeciendo la recomendación “Quédate en casa”, no ven la importancia de la oración pública y la penitencia en el momento de la peste porque son hombres de poca fe. ¡Pero los buenos pastores hacen lo contrario! “Cuando la plaga golpeó a Milán, San Carlos Borromeo estaba en Lodi, en el funeral del obispo. De inmediato regresó e inspiró confianza en todos. Estaba convencido de que la plaga fue enviada como un castigo por el pecado ... y ordenó que se hicieran súplicas públicas, y él mismo caminó en las procesiones, con una soga alrededor del cuello, los pies descalzos y sangrando por las piedras, y llevando una cruz; y ofreciéndose así como víctima por los pecados del pueblo, se esforzó por rechazar la ira de Dios.” (Encicl. Católica) 

CONCLUSIÓN 
Los sacerdotes asalariados se esconden de miedo en casa cuando el gobierno les ordena “Quédate en casa". Los sacerdotes mercenarios huyen del coronavirus para salvar su propio pellejo. En cambio, los buenos sacerdotes son pastores que se reconocen como tales en aquellos que se quedan con sus rebaños a pesar de las persecuciones del gobierno o el peligro de enfermarse por el Covid19.
http://www.catholiccandle.org/2020/05/01/hireling-priests-in-the-time-of-coronavirus/


lunes, 4 de mayo de 2020

EL SANTO ABANDONO: (1. Naturaleza del Santo Abandono)





1. Naturaleza del Santo Abandono

1. LA VOLUNTAD DE DIOS, REGLA SUPREMA

Queremos salvar nuestra alma y tender a la perfección de la vida espiritual, es decir, purificarnos de veras, progresar en todas las virtudes, llegar a la unión de amor con Dios, y por este medio transformarnos cada vez más en El; he aquí la única obra a la que hemos consagrado nuestra vida: obra de una grandeza incomparable y de un trabajo casi sin límites; que nos proporciona la libertad, la paz, el gozo, la unción del Espíritu Santo, y exige a su vez sacrificios sin número, una paciente labor de toda la vida. Esta obra gigantesca no seria tan sólo difícil, sino absolutamente imposible si contásemos sólo con nuestras fuerzas, pues es de orden absolutamente sobrenatural.

«Todo lo puedo en Aquel que me conforta»; sin Dios sólo queda la absoluta impotencia, por nosotros nada podemos hacer: ni pensar en el bien, ni desearlo, ni cumplirlo. Y no hablemos de la enmienda de nuestros vicios, de la perfecta adquisición de las virtudes, de la vida de intimidad con Dios que representan un cúmulo enorme de impotencias humanas y de intervenciones divinas. El hombre es, pues, un organismo maravilloso, por cuanto es capaz con la ayuda de Dios de llevar a cabo las obras más santas; pero es a la vez lo más pobre y necesitado que hay, ya que sin el auxilio divino no
puede concebir siquiera el pensamiento de lo bueno. 

Por dicha nuestra, Dios ha querido salir fiador de nuestra salvación, por lo que jamás podremos bendecirle como se merece, pero no quiere salvarnos sin nosotros y, por consiguiente, debemos unir nuestra acción a la suya con celo tanto mayor cuanto sin El nada podemos.

Nuestra santificación, nuestra salvación misma es, pues, obra de entrambos: para ella se precisan necesariamente la acción de Dios y nuestra cooperación, el acuerdo incesante de la voluntad divina y de la nuestra. El que trabaja con Dios aprovecha a cada instante; quien prescinde de El cae, o se fatiga en estéril agitación. 
Es, pues, de importancia suma no obrar sino unidos con Dios y esto todos los días y a cada momento, así en nuestras menores acciones como en cualquier circunstancia. porque sin esta íntima colaboración se pierde trabajo y tiempo. ¡Cuántas obras, llenas en apariencia, quedarán vacías por sólo este motivo! Por no haberlas hecho en unión con Dios, a pesar del trabajo que nos costaron, se desvanecerán ante la luz de la eternidad como sueño que se nos va así que despertamos.

Ahora bien, si Dios trabaja con nosotros en nuestra santificación, justo es que El lleve la dirección de la obra: nada se deberá hacer que no sea conforme a sus planes, bajo sus órdenes y a impulsos de su gracia. El es el primer principio y último fin; nosotros hemos nacido para obedecer a sus determinaciones. Nos llama «a la escuela del servicio divino», para ser El nuestro maestro; nos coloca en «el taller del Monasterio», para dirigir allí nuestro trabajo; «nos alista bajo su bandera» para conducirnos El mismo al combate. Al Soberano Dueño pertenece mandar, a la suma sabiduría combinar todas las cosas; la criatura no puede colaborar sino en segundo término con su Creador.

Esta continua dependencia de Dios nos impondrá innumerables actos de abnegación, y no pocas veces tendremos que sacrificar nuestras miras limitadas y nuestros caprichosos deseos con las consiguientes quejas de la naturaleza; mas guardémonos bien de escucharla. ¿Podrá cabemos mayor fortuna que tener por guía la divina sabiduría de Dios, y por ayuda la divina omnipotencia, y ser los socios de Dios en la obra de nuestra salvación; sobre todo si se tiene en cuenta que la empresa realizada en común sólo tiende a nuestro personal provecho? 

Dios no reclama para sí sino su gloria y hacernos bien, dejándonos todo el beneficio. El perfecciona la naturaleza, nos eleva a una vida superior, nos procura la verdadera dicha de este mundo y la bienaventuranza en germen. ¡Ah, si comprendiéramos los designios de Dios y nuestros verdaderos intereses! Seguro que no tendríamos otro deseo que obedecerle con todo esmero, ni otro temor que no obedecerle lo bastante; le suplicaríamos e insistiríamos para que hiciera su voluntad y no la nuestra. Porque abandonar su sabia y poderosa mano para seguir nuestras pobres luces y vivir a merced de nuestra fantasía, es verdadera locura y supremo infortunio.

Una consideración más nos mostrará «que en temer a Dios y hacer lo que El quiere consiste todo el hombre»; y es que la voluntad divina, tomada en general, constituye la regla suprema del bien, «la única regla de lo justo y lo perfecto»; y que la medida de su cumplimiento es también la medida de
nuestro progreso.

«Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos». No basta pues, decir: ¡Señor, Señor!, para ser admitido en el reino de los cielos; es necesario hacer la voluntad de nuestro Padre que está en los cielos. «El que mantiene unida su voluntad a la de Dios, vive y se salva: el que de ella se aparta muere y se pierde». 
«Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, ven y sígueme». Es decir, haz mejor la voluntad de Dios, añade a la observancia de los preceptos la de los consejos.

Si quieres subir hasta la cumbre de la perfección, cumple la voluntad de Dios cada día más y mejor. Te irás elevando a medida que tu obediencia venga la ser más universal en su objetivo, más exacta en su ejecución, más sobrenatural en sus motivos, más perfecta en las disposiciones de tu voluntad.
Consulta los libros santos, pregunta a la vida y a la doctrina de nuestro Señor y verás que no se pide sino la fe que se afirma con las obras, el amor que guarda fielmente la palabra de Dios. Seremos perfectos en la medida que hagamos la voluntad de Dios.

Este punto es de tal importancia que nos ha parecido conveniente apoyarlo con algunas citas autorizadas.

«Toda la pretensión de quien comienza oración-y no se olvide esto, que importa mucho-, ha de ser trabajar y determinarse y disponerse con cuantas diligencias puedan hacer que su voluntad se conforme con la de Dios; y, como diré después, en esto consiste toda la mayor perfección que se puede alcanzar en el camino espiritual. No penséis que hay aquí más algarabías, ni cosas no sabidas y entendidas, que en esto consiste todo nuestro bien». La conformidad ha de entenderse aquí en su más alto sentido.

«Cada cual -explica San Francisco de Sales- se forja la perfección a su modo: unos la ponen en la austeridad de los vestidos: otros, en la de los manjares, en la limosna, en la frecuencia de los Sacramentos, en la oración, en una no sé qué contemplación pasiva y supereminente: otros, en aquéllas gracias que se llaman dones gratuitos: y se engañan tomando los efectos por la causa, lo accesorio por lo principal. y con frecuencia la sombra por el cuerpo... En cuanto a mi yo no se ni conozco otra perfección sino amar a Dios de todo corazón y al prójimo como a nosotros mismos». 

Y completa el pensamiento en otra parte, cuando dice que «la devoción (o la perfección) sólo añade al fuego de la caridad la llama que la hace pronta, activa y diligente, no sólo en la guarda de los mandamientos de Dios, sino también en la práctica de los
consejos e inspiraciones celestiales» . 

Así como el amor de Dios es la forma más elevada y más perfecta de la virtud, una sumisión perfecta a la voluntad divina es la expresión más sublime y más pura, la flor más exquisita de este amor... Por otra parte, ¿no es evidente que, no existiendo nada tan bueno y tan perfecto como la voluntad de Dios, se llegará a ser más
santo y más virtuoso, cuanto más perfectamente nos conformemos con esta voluntad?

Un discípulo de San Alfonso ha resumido su doctrina diciendo que personas que hacen consistir su santidad en practicar muchas penitencias, comuniones, oraciones vocales, viven evidentemente en la ilusión. Todas estas cosas no son buenas sino en cuanto Dios las quiere, de otra suerte, en vez de aceptarlas las detesta, pues tan sólo sirven de medios para unirnos a la voluntad divina.

Tenemos verdadera satisfacción en repetirlo: toda la perfección, toda la santidad consiste en ejecutar lo que Dios quiere de nosotros; en una palabra, la voluntad divina es regla de toda bondad y de toda virtud; por ser santa lo santifica todo. aun las acciones indiferentes, cuando se ejecutan con el fin de agradar a Dios... Si queremos santificación, debemos aplicarnos únicamente a no seguir jamás nuestra propia voluntad, sino siempre la de Dios porque todos los preceptos y todos los consejos divinos se reducen en sustancia a hacer y a sufrir cuanto Dios quiere y como Dios lo quiere. De ahí que toda la perfección se puede resumir y expresar en estos términos: «Hacer lo que Dios quiere, querer lo que Dios hace».

«Toda nuestra perfección -dice San Alfonso- consiste en el amor de nuestro Dios infinitamente amable; y toda la perfección del amor divino consiste a su vez en la unión de nuestra voluntad con la suya... Si deseamos, pues, agradar y complacer al corazón de Dios, tratemos no sólo de conformarnos en todo a su santa voluntad, sino de unificarnos con ella (si así puedo expresarme), de suerte que de dos voluntades no vengamos a formar sino una sola... Los santos jamás se han propuesto otro objeto sino hacer la voluntad de Dios, persuadidos de que en esto consiste toda la perfección de un alma.

El Señor llama a David hombre según su corazón, porque este gran rey estaba siempre dispuesto a seguir la voluntad divina; y María, la divina Madre, no ha sido la más perfecta entre todos los santos, sino por haber estado de continuo más perfectamente unida a la voluntad de Dios.» 

Y el Dios de sus amores, Jesús, el Santo por excelencia, el modelo de toda perfección, ¿ha sido jamás otra cosa que el amor y la obediencia personificados?... Por la abnegación que profesa a su Padre y a las almas, sustituye a los holocaustos estériles y se hace la Víctima universal. La voluntad de su Padre le conducirá por toda suerte de sufrimientos y humillaciones, hasta la muerte y muerte de cruz. Jesús lo sabe; pero precisamente para esto bajó del cielo, para cumplir esa voluntad, que a trueque de crucificarle, se convertiría en fuente de vida. Desde su entrada en el mundo declara al
Padre que ha puesto su voluntad en medio de su corazón para amarla, y en sus manos para ejecutarla fielmente. 

Esta amorosa obediencia será su alimento, resumirá su vida oculta, inspirará su vida pública hasta el punto de poder decir: «Yo hago siempre lo que agrada a mi Padre»; y en el momento de la muerte lanzará bien alto su triunfante «Consummatum est»: Padre mío, os he amado hasta el último límite, he terminado mi obra de la Redención, porque he hecho vuestra voluntad, sin omitir un solo ápice.

«Uniformar nuestra voluntad con la de Dios, he ahí la cumbre de la perfección -dice San Alfonso-, a eso debemos aspirar de continuo, ése debe ser el fin de nuestras obras, de todos nuestros deseos, de todas nuestras meditaciones, de nuestros ruegos.» A ejemplo de nuestro amado Jesús, no veamos sino la voluntad de su Padre en todas las cosas; que nuestra única ocupación sea cumplirla con fidelidad siempre creciente e infatigable generosidad y por motivos totalmente sobrenaturales. Este es el medio de seguir a Nuestro Señor a grandes pasos y subir junto a El en la gloria.

 «Un día fue conducida al cielo en visión la Beata Estefanía Soncino, dominica, donde vio cómo muchos que ella había conocido en vida estaban levantados a la misma jerarquía de los Serafines; y tuvo revelación de que habían sido sublimados a tan alto grado de gloria por la perfecta unión de voluntad con que anduvieron unidos a la de Dios acá en la tierra.»

El Santo Abandono
DOM VITAL LEHODEY