Los Cristeros tenían de la guerra, y de la persecución que la causó, una idea mucho más teológica que política. Conocían bien, en primer lugar, el deber moral de obedecer a las autoridades civiles, pues “toda autoridad procede de Dios”, pero también sabían que “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”, cuando éstos hacen la guerra a Dios. Veían claramente en la persecución del gobierno una acción poderosa del Maligno.
Ezequiel Mendoza, por ejemplo, consideraba a los gobernantes de su patria “endiablados callistas, masones y protestantes malos, que sólo buscan las comodidades del cuerpo y la satisfacción de sus caprichos en este mundo engañador y no creen que los espera un infierno de tormentos eternos, pobres murciélagos que se creen aves y son ratones”.
Y decía: “¡Ay de los tiranos que persiguen a Cristo Rey, bestias humanas de las que nos habla el Apocalipsis! Todos debemos tener muy presentes las bienaventuranzas de que nos habla Nuestro Señor Jesucristo: pobreza de espíritu, lágrimas de contrición, justa mansedumbre, hambre y sed de justicia, misericordiosos, de corazón limpio, pacificadores… queriendo defender la honra y gloria de Aquel que murió desnudo en la Cruz… en medio de dos ladrones… que no quiso someterse al poderoso de la tierra… de quien resucitó de los muertos el tercer día y que, porque nos ama, nos dejó por Madre a su propia Madre”.
La teología del martirio en los Cristeros no es menos rica que la de los primeros siglos, aunque muchas veces vaya en clave de humor. “¡Qué fácil está ganarse el Cielo ahorita, mamá!”, decía el joven Honorio Lamas, que fue ejecutado con su padre. “Hay que ganar el cielo ahora que está barato”, decía otro.
Norberto López, que rechazó el perdón que le ofrecían si se alistaba con los federales, antes de ser fusilado dijo: “Desde que tomé las armas hice el propósito de dar la vida por Cristo. No voy a perder el ayuno al cuarto para las doce”.
La muerte tranquila de los Cristeros, con frecuencia después de terribles tormentos, impresionaba siempre a los federales. Morían perdonando y gritando ¡Viva Cristo Rey! Y el pueblo guardaba sus palabras, recogía su sangre, enterraba sus cuerpos, acudía en masa a sus funerales, cuando eran posibles, en protesta silenciosa y como un acto de confesión de fe en Cristo.
El 29 de julio de 1926, muere fusilado en la ciudad de Puebla el primer mártir: José García Farfán. En su tienda tenía un gran letrero que decía: “¡Viva Cristo Rey! ¡Cristo vive, Cristo reina, Cristo impera! ¡Sólo Dios no muere ni morirá jamás!”.
Su delito fue no haber quitado el letrero. De madrugada, con el pretexto de llevarlo a una cárcel pública, en el camino, simulando un ataque, lo mataron.
Al momento de fusilarlo, y antes de dar la orden de disparar, el jefe del pelotón lo provocó:
-¡A ver cómo mueren los católicos!
José García, sin vacilar, y apretando el crucifijo contra su pecho, gritó:
-¡Así! ¡Viva Cristo Rey!
Los Mártires Cristeros de México