1.- La Inmaculada y la Asunción.- Son dos misterios de la vida de la
Santísima Virgen, que tienen entre sí
íntima relación.
La Iglesia señala a los dos y les hace resaltar sobre todos los demás,
conservando estas fiestas como de precepto, aun después de haber suprimido
otras de la Virgen.
La Inmaculada y la Asunción son el principio y el término de la vida de María en la tierra, y estos extremos
están tan unidos entre sí, que el uno viene a ser como la causa o razón del
otro. Si es Inmaculada, no puede quedar
en el sepulcro, necesariamente ha de subir al Cielo. La Concepción Inmaculada,
es un privilegio, una excepción de la regla general del pecado con el que todos
nacemos. La Asunción es otra excepción de la regla general que todos hemos de
seguir en nuestra muerte. Por eso,
María, más que morir, lo que hace es dejar su mortalidad en la tumba y así como
fue concebida a la gracia a través de la muerte del pecado, venciendo al
demonio, así fue concebida a la gloria a través de la muerte del cuerpo, pero
venciendo a la muerte. No fue esclava del pecado nunca, ni en su Concepción,
por eso fue Inmaculada; no pudo ser esclava de la muerte jamás, por eso fue
subida al Cielo en cuerpo y alma. Así, pues, la Asunción de la Santísima
Virgen, es el complemento necesario de su Concepción Inmaculada.
2.- El Dogma de la Asunción.- Siempre fue creencia universal de la
Iglesia esta verdad, de suerte que no se podía negar sin pecar gravemente, al
decir de Suárez de temeridad imprudente, por ser un error teológico contrario
al sentir unánime de la más antigua y constante tradición de los Santos Padres.
Estos vieron siempre de una manera clara, aunque implícita, contenida la
Asunción de la Santísima Virgen en los textos del Antiguo y Nuevo Testamento.
Por eso la Iglesia siempre celebró esta festividad con gran solemnidad
preparándose con el ayuno y la abstinencia y continuando la fiesta por ocho
días consecutivos. Para el corazón cristiano nunca pudo caber ni la posibilidad
de duda. La Ascensión de Jesús a los Cielos, tiene relación directa con su
Pasión. Pues bien, si la Pasión dolorosa remató para Jesús en la gloria de su
Ascensión, para María, que tan unida estuvo a su Hijo en el Calvario, había de
rematar en el triunfo de su Asunción.
Todos hemos de resucitar y esperamos en su gracia, que hemos de subir al
Cielo. Pero ¿no será justo que María se adelante y como Madre nos prepare nuestra
casa y morada de hijos en el Cielo? ¿No es Ella la Capitana? Pues debe ir
siempre delante del ejército. Fue la primera en la gracia, en la santidad, en
la pureza, en el voto de virginidad; pues, ¿qué cosa más natural que lo fuera
en la Resurrección y Asunción?
De no ser así, ¿no hubiera obrado, podríamos decir, injustamente Cristo
con su Madre, al negarla los honores que a los cuerpos muertos de los demás
santos concedió? ¿Dónde está el cuerpo de María, dónde sus reliquias, dónde el
sepulcro magnífico, la urna riquísima donde se guardan sus restos? No existe
nada de esto, ni puede existir. Concluye pues, con un acto de fe y de
agradecimiento al Señor, que inspiró al Papa Pío XII la definición de este
Dogma, el cual en un acto hasta entonces no igualado en la Historia
Eclesiástica por la afluencia de peregrinos de todo el mundo y la asistencia
inusitada de Prelados y Príncipes de la Iglesia declaró con palabra infalible,
ser una verdad revelada por Dios, que la Santísima Virgen al terminar su vida en
la tierra, subió en cuerpo y alma a ocupar el sitio que le corresponde en el
Reino de Dios. Felicita a tu Madre y felicítate a ti al verla tan justamente
glorificada en el cielo y en la tierra.
3.- La Gloria de la Asunción.- Oye aquellas músicas celestiales que para
honrar aquel cuerpo virginal entonarían los ángeles sin cesar. Escucha aquellas
exclamaciones con las que harían dulce violencia al Señor, al repetir sin cesar
las palabras del Salmo, que parece escrito para esta ocasión: “Levántate, Señor,
a tu descanso, Tú y el Arca de tu santificación” Levántate a las alturas de tu
Trono, siéntate a la diestra de tu Padre, que es el lugar que te corresponde,
pero lleva contigo al Arca Santa donde estuviste encerrado, donde fue
depositado el infinito tesoro de tu santidad; glorifica ya esa carne bendita y
esa sangre pura, que sirvieron para formar tu cuerpo sacrosanto y te dieron
materia para ofrendar a tu Padre, la hostia de reparación y santificación, por
los pecados del mundo entero. Y, en
efecto, llegó el momento dichoso en que Dios quiso dar cumplimiento a estos
deseos del Cielo y por orden suya, bajó el alma de María a unirse de nuevo con
su Cuerpo, así vivificado con la vida de la inmortalidad, comenzó a remontarse
al Cielo, según dice la Iglesia, como naturalmente se remonta a las alturas la
nube de humo del incienso.
Párate a contar el número sin número de ángeles que, en legiones
apretadas, bajan del Cielo para acompañar el triunfo de María; sus músicas e
himnos de gloria. El gozo que experimentan es inexplicable, Dios ha aumentado
hoy su gloria y felicidad. ¡Qué cortejo tan hermosísimo! Todos brillan con
nueva luz en este día y, no obstante, en medio de ellos, como la luna entre las
estrellas, destaca el brillo, el esplendor, la purísima hermosura de la
Santísima Virgen, que de la mano de su Hijo (quien quiso en persona bajar a
buscarla y hacer con su presencia más solemne, más grande el triunfo de Su
Madre), va lentamente dejando la tierra, pisando las nubes, y atravesando las
más altas esferas llega a las mismas puertas de Cielo, donde nuevos ángeles,
impacientes, salen a esperar la llegada de aquella magnífica procesión que sube
de la tierra al Cielo.
Así acaba la escena de la tierra y comienza la gloria del Cielo. Agrupa
con tu imaginación todo cuanto de grande y espléndido puedas imaginar, porque
todo será nada, comparado con esta sublime y grandiosa realidad. Mírate con tanta pequeñez, con tanta miseria
ante la grandeza de tu Madre y levántate con Ella, sobre las cosas de la
tierra. Trata, en especial, de imitar la humildad que tuvo en esta vida, para
que luego, con Ella y como Ella sea tu alma ensalzada y sublimada en la otra.
Meditaciones sobre la Santísima Virgen
Por el Padre Rodríguez Villar