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martes, 30 de marzo de 2021

Lista de 31 razones para NO "vacunarse"

 


1 No se trata de una vacuna, que proporciona por definición inmunidad, sino de un tratamiento médico que sólo proporciona cierta protección contra un virus. No necesito ningún tratamiento médico para una enfermedad que no tengo.

2 Las grandes farmacéuticas, las instituciones políticas y médicas y los medios de comunicación se han confabulado para llamarla "vacuna" con el fin de engañar a la gente. No quiero tener nada que ver con esos manipuladores engañosos.

3 Los presuntos beneficios del tratamiento médico son mínimos y no durarían mucho en ningún caso. El Establishment ya habla de repetir y obligar a una serie de inyecciones. No, gracias.

4 Puedo protegerme de un virus simplemente reforzando mi sistema inmune de forma natural y, en caso de necesidad, existen vitaminas y fármacos de eficacia probada como la ivermectina y la hidroxicloroquina para combatirlo.

5 El Establishment no puede saber que su "vacuna" es segura porque los efectos a largo plazo no se conocerán hasta dentro de muchos años. No me fío de ellos. No quiero participar en su tratamiento.

6 Las grandes farmacéuticas y los políticos que están detrás de la "vacuna" no tienen ninguna responsabilidad legal y no pueden ser demandados si algo sale mal. Si ellos no arriesgan nada, yo no arriesgaré mi salud.

7 El Primer Ministro de Israel ha admitido abiertamente que Israel es el laboratorio mundial de esta "vacuna" experimental. No estoy interesado en ser un conejillo de indias.

8 Para aceptar una "vacuna" para los israelíes, Israel también aceptó compartir los resultados con la empresa farmacéutica extranjera implicada. Yo nunca acepté. No contribuiré a esta sórdida empresa.

9 Los ejecutivos y miembros del Consejo de Administración de Pfizer (empresa que produce la "vacuna") han declarado que no han tomado su propia "vacuna" - "para no saltar la cola" - ¡excusa absurda!

10 Los principales medios de comunicación aceptan esta ridícula excusa sin ningún problema. Incluso alaban a los ejecutivos de Pfizer por su abnegación. Ya que nos toman por tontos, no me fío de ninguno de ellos.

11 Bill Gates afirma que las vacunas son esenciales para la supervivencia de la humanidad; quiere despoblar el mundo; él tampoco se ha "vacunado". ¡No gracias a todo lo que Bill Gates propone!

12 El Establishment ha sido totalmente unilateral en la promoción de la "vacuna". Han sido engañosos y manipuladores. No voy a apostar mi bienestar personal por su integridad.

13 Existe, para promover esta "vacuna", la campaña de marketing más extendida de toda la historia. Esto es inapropiado para cualquier tratamiento médico, y más aún para uno nuevo. Me hace retroceder.

14 Las masas están siguiendo la corriente, alimentando la presión de grupo para hacer lo mismo. Es alarmante y enfermizo.

15 Cualquiera que se oponga a la "vacuna" es acosado, calumniado, burlado, censurado, condenado al ostracismo, amenazado y despedido de su trabajo. Siempre confiaré en estos valientes antes que en el Establishment.

16 Se trata del mayor experimento médico de la historia de la humanidad.

17 Sin embargo, el hecho de que se trata de un experimento está siendo muy silenciado.

18 Si la gente supiera lo que realmente sucede, muy pocos aceptarían participar.

19 El establishment médico no le dice a nadie sobre todo esto. Son corruptos. No me fío de sus medicamentos.

20 Esta presión para "vacunar" viola toda la ética médica y los derechos democráticos. No cuenten conmigo.

21 El gobierno estadounidense está sellando todos los registros de "vacunas" durante 30 años. ¿Qué están encubriendo?

22 ¿Comparten estos registros con corporaciones extranjeras pero no con su propia gente? Yo no me apunto.

23 El establishment está colocando a todo tipo de personas para arengar a los no participantes. ¿Cómo se atreven?

24 Nadie "vacunado" que yo conozca ha estudiado realmente la cuestión de antemano. Desconfío de las sectas.

25 Las grandes farmacéuticas tienen fama de impulsar sus productos, incluso contra toda evidencia contraria.

26 Las historias de terror se suceden sin cesar. Nadie les hace caso. No seré la próxima "coincidencia".

27 A nadie se le permite insinuar que una muerte esté relacionada con una "vacunación" anterior. ¿De verdad?

28 El culto religioso a una "vacuna" me repugna.

29 Mi médico me acosa para que me ponga la "vacuna". Pero no me ha dado ninguna información contraria.

30 Veo toda esta escena de descrédito. Confiaré en Dios y en la mente y los instintos naturales que me dio.

31 Todo esto apesta.

lunes, 29 de marzo de 2021

EL SANTO ABANDONO (6. ABANDONO Y PRUDENCIA)

 



Por perfectas que sean nuestra confianza en Dios y

nuestra total entrega en manos de la Providencia para cuanto

sea de su agrado, jamás quedaremos dispensados de seguir

las reglas de la prudencia. La práctica de esta virtud, natural y

sobrenatural, pertenece a la voluntad significada: es ley

estable y de todos los días. Dios quiere ayudarnos, pero a

condición de que hagamos lo que de nosotros depende: «A

Dios rogando y con el mazo dando», dice el refrán, obrar de

otra manera es tentar a Dios y perturbar el orden por El

establecido. A todos predica Nuestro Señor la confianza, pero

a nadie autoriza la imprevisión y la pereza. No exige que los

lirios hilen, ni que las aves cosechen; mas a los hombres nos

ha dotado de inteligencia, previsión y libertad, y de ellas quiere que nos valgamos. Abandonarse a Dios sin reserva y sin

poner cuanto estuviere de nuestra parte sería descuido y

negligencia culpables. Mejor calificación merece la piedad de

David, el cual, aunque espera resignado cuanto Dios tuviere a

bien disponer respecto de su reino y de su persona durante el

levantamiento de Absalón, no por eso deja de dar

inmediatamente a las tropas y a sus consejeros y principales

confidentes las órdenes necesarias para procurarse un lugar

retirado y seguro, y para restablecer su posición política. «Dios

lo quiere...», así hablaba Bossuet a los quietistas de su

tiempo, que so pretexto de dejar obrar a Dios, echaban a un

lado la previsión y solicitud moderadas. Y añade: «Ved ahí en

qué consiste, según la doctrina apostólica, el abandono del

cristiano, el cual bien a las claras se ve que presupone dos

fundamentos: primero, creer que Dios cuida de nosotros; y

segundo, convencerse de que no son menos necesarias la

acción y la previsión personales; lo demás seria tentar a

Dios».


Porque si hay sucesos que escapan a nuestra previsión y

que dependen únicamente del beneplácito divino, como lo son

respecto a nosotros las calamidades públicas o los casos de

fuerza mayor, hay otros en que la prudencia tiene que

desempeñar un papel importante, ya para prevenir

eventualidades molestas, ya para atenuar sus consecuencias,

ya también para sacar siempre de ellos nuestro provecho

espiritual. Citemos sólo algunos ejemplos. Con absoluta

confianza debemos creer que Dios no ha de permitir seamos

tentados por encima de nuestras fuerzas, fiel como es a sus

promesas; mas esto a condición de que «quien piensa que

está firme, mire no caiga», y de que cada uno «vele y ore para

no caer en la tentación». En las consolaciones y sequedades,

en las luces y oscuridades, en la calma y tempestad, en medio

de estas u otras vicisitudes que agitan la vida espiritual,

habremos de comenzar por suprimir, si de ello hubiere

necesidad, la negligencia, la disipación, los apegos, cuantas

causas voluntarias se opongan a la gracia; procurando al

mismo tiempo permanecer constantes en nuestro deber en

contra de tantas variaciones. Sólo así tendremos derecho de

abandonarnos con amor y confianza al beneplácito divino.


Lo propio deberán hacer las personas que desempeñen

cargos cuando pasen por alternativas de acierto y de fracaso;

las cuales, ora se les ponga el cielo claro y sereno, ora

encapotado, siempre tendrán el deber y habrán de sentir la

necesidad de confiarse a la divina Providencia; empero «no

conviene que el superior, so pretexto de vivir abandonado a

Dios y de reposar en su seno, descuide las enseñanzas

propias de su cargo», y deje de cumplir sus obligaciones. Y lo

mismo en lo concerniente a lo temporal; sea cual fuere el

abandono en Dios, es de necesidad que uno siembre y

coseche y que otro confeccione los vestidos, que éste prepare

la comida y así en todo lo demás. Otro tanto ha de decirse en

cuanto a la salud y la enfermedad. Nadie tiene derecho a

comprometer su vida por culpables imprudencias, debiendo

cada cual tener un cuidado razonable de su salud; y si es del

agrado de Dios que uno caiga enfermo, «quiere El por

voluntad declarada que se empleen los remedios

convenientes para la curación; un seglar llamará al médico y

adoptará los remedios comunes y ordinarios; un religioso

hablará con los superiores y se atendrá a lo que éstos

dispusieren». Así han obrado siempre los santos, y si a veces

los vemos abandonar las vías de la prudencia ordinaria,

hacíanlo para conducirse por principios de una prudencia

superior.


El abandono no dispensa, pues, de la prudencia, pero

destierra la inquietud. Nuestro Señor condena con insistencia

la solicitud exagerada, en lo que se refiere al alimento, a la

bebida, al vestido, porque, ¿cómo podrá el Padre celestial

desamparar a sus hijos de la tierra, cuando proporciona la

ración ordinaria a las avecillas del cielo que no siembran, ni

siegan, ni tienen graneros, y cuando a los lirios del campo,

que no tejen ni hilan, los viste con galas que envidiaría el rey

Salomón? San Pedro nos invita también a depositar en Dios

todos nuestros cuidados, todas nuestras preocupaciones

porque el Señor vela por nosotros. Habíalo ya dicho el

Salmista: «Arroja en el seno de Dios todas tus necesidades y

El te sostendrá: no dejará al justo en agitación perpetua».

En parecidos términos se expresa San Francisco de Sales

hablando de la prudencia unida al abandono; quiere el santo que ante todo cumplamos la voluntad significada; que

guardemos nuestros votos, nuestras Reglas, la obediencia a

los superiores, pues no hay camino más seguro para nosotros;

que asimismo hagamos la voluntad de Dios declarada en la

enfermedad, en las consolaciones, en las sequedades y en

otros sucesos semejantes; en una palabra, que pongamos

todo el cuidado que Dios quiere en nuestra perfección. Hecho

esto, el santo pide que «desechemos todo cuidado superfluo e

inquieto que de ordinario tenemos acerca de nosotros mismos

y de nuestra perfección aplicándonos sencillamente a nuestra

labor y abandonándonos sin reserva en manos de la divina

Bondad, por lo que mira a las cosas temporales, pero sobre

todo en lo que se refiere a nuestra vida espiritual y a nuestra

perfección». Porque «estas inquietudes provienen de deseos

que el amor propio nos sugiere y del cariño que en nosotros y

para nosotros nos tenemos».


Esta unión moderada de la prudencia con el abandono es

doctrina constante en el Santo Doctor. Cierto que en alguna

parte al alma de veras confiada la invita a «embarcarse en el

mar de la divina Providencia sin provisiones, ni remos, ni

virador, sin velas, sin ninguna suerte de provisiones… no

cuidándose de cosa alguna, ni aun del propio cuerpo o de la

propia alma.., pues Nuestro Señor mirará suficientemente por

quien se entregó del todo en sus manos». Mas el piadoso

Doctor estaba hablando de la huida a Egipto, es decir, de uno

de esos trances en que siendo imposible al hombre prever ni

proveerse, no le queda más remedio que entregarse y

confiarse de todo en todo a la divina Providencia.



viernes, 26 de marzo de 2021

SERMON DOMINGO DE PASION R.P. RAFAEL OSB (2021)

 



PARA ESCUCHAR EL SERMON DAR CLIC AQUI


Es pecado contra la Esperanza poner protocolos de protección en los lugares donde se celebra la Misa. Distancia social, mascarilla, limitar el numero de gente que van a misa, son pecado en contra la Fe y Esperanza.

jueves, 25 de marzo de 2021

La Anunciación de la Bienaventurada Siempre Virgen María

 

Celebramos el momento en que Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, con toda humildad, fue concebido en el vientre de una humilde virgen. Y de la misma manera, nos postramos con asombro ante el evento sobre el cual es el fundamento mismo de nuestra santa fe católica. Porque en este misterio insondable, se inauguró la Redención de la humanidad.

Celebramos también la profunda humildad y la inmaculada belleza de la persona elegida para ser el receptáculo de este milagro: la Santísima Virgen María. Es a través de este Santísimo Vaso de Honor que Nuestro Señor Jesucristo vino al mundo, y es también a través de ella que Él reinará en el mundo. ¡El Verbo se hizo carne! Hasta la eternidad, nuestra naturaleza humana está unida a la Deidad. No hay nada más profundo. Sin embargo, aunque increíblemente profunda, la Anunciación también nos muestra una gran humildad. Nuestra Señora se ve completamente desconcertada, humillada ante el Ángel Gabriel. Y nuestro Dios, que nos otorgó la libertad de elección, espera el consentimiento de la Santísima Virgen.


Ecce ancilla Domini, fiat mihi secundum verbum tuum – He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. Ante este dulce Fiat de la Beatísima María: ¡hágase!, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad condescendió a asumir nuestra naturaleza humana; ¡Dios se hizo hombre! Nuestra Señora consintió completamente al Padre. Fue un regalo puro, otorgado por su Corazón Inmaculado. Ella dio sin límite; sin querer nada más que estar de acuerdo con la adorable Voluntad del Padre. La Voluntad Divina y la Voluntad humana se abrazaron perfectamente y la Deidad sopló vida en su vientre más inmaculado. P. Alban Butler escribe en Vidas de los padres, mártires y otros santos principales estas hermosas palabras para indicar la importancia del Fiat de la Santísima Virgen: “El mundo, como el cielo había decretado, no iba a tener un Salvador hasta que ella hubiera dado su consentimiento a la propuesta del ángel; ella la da, ¡y he aquí el poder y la eficacia de su fiat sumiso! En ese momento, el misterio del amor y la misericordia. prometida a la humanidad cuatro mil años antes, predicha por tantos Profetas, deseada por tantos santos, se realiza en la tierra. En ese momento, El mundo  tiene un mediador omnipotente; y, para la obra de este gran Misterio, María es elegida para cooperar por su libre asentimiento.Los profetas representan la tierra como movida fuera de su lugar, y las montañas como derritiéndose ante el mismo Rostro de Dios mirando hacia el mundo.


En sus instrucciones para la fiesta de hoy, Dom Guéranger nos cuenta cómo San Ireneo, obispo y mártir del siglo II, recibió la tradición de los primeros discípulos de los Apóstoles, de que Nazaret es verdaderamente la contraparte del Edén. En el jardín de las delicias, hay una virgen y un ángel. Y en Nazaret, un ángel también le habla a una virgen. Pero el ángel del Paraíso terrenal es un espíritu de tinieblas y el ángel de Nazaret es un espíritu de luz. Dos conversaciones entabladas con dos espíritus opuestos, con dos resultados opuestos. Por la primera mujer, el pecado y la muerte entran en el mundo; mediante la Redención de la segunda Mujer y la vida eterna. Así, la humilde obediencia de María reparó la orgullosa desobediencia de Eva.
Nunca hubo una derrota más completa o humillante que la que se ganó este día sobre Satanás. La frágil criatura, sobre la que tan fácilmente había triunfado al principio del mundo, ahora se levanta y aplasta su orgullosa cabeza. ¡Eva vence en María! Dios no elegiría al hombre como instrumento de su venganza; la humillación de Satanás no habría sido suficientemente grande; y por tanto, una mujer que fue la primera presa del infierno, la primera víctima del tentador, es seleccionada como la que ha de dar batalla al enemigo de las almas. El resultado de un triunfo tan glorioso es que María debe ser superior no solo a los ángeles rebeldes, sino a toda la raza humana, sí, a todos los ángeles del cielo. Sentada en su exaltado trono, ella, la Madre de Dios, será la Reina de toda la creación. Satanás, en las profundidades del abismo, lamentará eternamente que se haya atrevido a dirigir su primer ataque contra la mujer, porque Dios ahora la ha vengado tan gloriosamente.

El beato Jacobus de Voragine, arzobispo de Génova, en su Leyenda Dorada escrita en el año 1275, le da más significado místico a esta fecha: Esta bendita Anunciación sucedió el día veinticinco del mes de marzo, día en el cual sucedieron también, tanto antes como después, estas cosas que en adelante se nombrarán. Ese mismo día, Adán, el primer hombre, fue creado y cayó en el Pecado Original por desobediencia, y fue expulsado del paraíso terrestre. Después, el ángel mostró la concepción de Nuestro Señor a la gloriosa Virgen María.
También ese mismo día del mes, Caín mató a Abel, su hermano. También Melquisedec ofreció a Dios pan y vino en presencia de Abraham. También el mismo día Abraham ofreció a Isaac su hijo. Ese mismo día San Juan Bautista fue decapitado, y San Pedro fue liberado ese día de la prisión, y Santiago más, ese día fue decapitado de Herodes. Y Nuestro Señor Jesucristo fue crucificado en ese día, por lo que es un día de gran reverencia.

FIAT FIAT!

lunes, 22 de marzo de 2021

ENEMIGOS DEL SALVADOR

 



         “Entonces dijeron: ¿Qué milagro haces Tú, para que viéndolo creamos en Ti? (San Juan 6,30)

   Asombrosa ceguera y mala fe de los fariseos que hacen tal pregunta cuando acaban de comer el pan milagrosamente multiplicado por Jesús.             

            “Se acomodaron pues los varones en número como de cinco mil”.  (San Juan 6,10)

   Los profetas anunciaron que el Mesías sería contradicho por su pueblo y especialmente por aquellos que más que  ningún otro hubieran debido creer en Él.

   ¿Quiénes fueron?

    En tiempo del Salvador eran cuatro las sectas que dominaban entre los judíos; una era la de los Saduceos, llamados así de Sadoc, del cual se consideraban discípulos. Negaban la inmortalidad del alma, la resurrección de los muertos, la existencia de los espíritus y otras muchas verdades.

   Era otra la de los Fariseos, que hacían consistir toda su piedad en el porte exterior, creyendo lícita toda maldad, con tal que se hiciese en secreto. Una parte de los judíos de nuestros días siguen aún la doctrina de los fariseos.

   A  los Escribas estaba encomendado escribir la ley, interpretarla y explicársela al pueblo. La mayor parte eran fariseos.

   También existían los Herodianos, los cuales creían que era necesario someterse al dominio de los romanos, y que se pudiesen seguir las prácticas de los paganos.

   Los últimos, los Esenios, que practicaban algunas virtudes pero negaban la resurrección de los cuerpos.

Del libro Historia Sagrada

San Juan Bosco


miércoles, 17 de marzo de 2021

SERMON CUARTO DOMINGO DE CUARESMA (2021) R.P. RAFAEL

 





Señor si yo tuviera la desgracia de extraviarme...

 


“Si yo tuviera Señor la  desgracia de extraviarme  por los caminos del pecado,

  estoy seguro de que no me dejarías llegar a perderme, pues bien sabes que,

  dándome Tú un golpe fuerte, mi mezquino corazón  volvería a implorar  tu

  perdón en la prueba, ya que no fue capaz de ser fiel en la prosperidad”.


miércoles, 10 de marzo de 2021

EL SANTO ABANDONO (5. NOCIÓN DEL ABANDONO)

 


Ante todo, ¿por qué la palabra abandono? Monseñor Gay

va a darnos la respuesta en página luminosa harto conocida: «

Hablamos de abandono -dice-, no hablamos de obediencia...

La obediencia se refiere a la virtud cardinal de la justicia, en

tanto que el abandono entronca en la virtud teologal de la

caridad. Tampoco decimos resignación; pues aunque la

resignación mira naturalmente a la voluntad divina, y no la

mira sino para someterse a ella, pero sólo entrega, por decirlo

así, a Dios una voluntad vencida, una voluntad, por

consiguiente, que no se ha rendido al instante y que no cede

sino sobreponiéndose a sí misma. El abandono va mucho más

lejos. El término aceptación tampoco sería adecuado; porque

la voluntad del hombre que acepta la de Dios... parece no

subordinársele sino después de haber comprobado sus

derechos. De manera que no nos conduce a donde queremos

ir. La aquiescencia casi, casi, nos conduciría... pero, ¿Quién no

ve que semejante acto implica todavía una ligera discusión interior, y que la voluntad asustada primero ante el poder

divino sólo se aquieta y se deja manejar después de tal

discusión y desconfianza? Hubiéramos podido emplear la

palabra conformidad, que es convenientísima y, si cabe, la

consagrada para la materia, como lo hiciera el P. Rodríguez,

que con este título compuso un excelente tratado en su libro

tan recomendable: De la Perfección y Virtudes cristianas. Sin

embargo, este vocablo refleja mejor un estado que un acto;

estado que por lo demás parece presuponer una especie de

ajuste asaz laborioso y paciente. Al pronunciarla surge la idea

de un modelo que un artista se hubiese esforzado por imitar

después de contemplarlo y admirarlo. Y aun cuando la

conformidad se lograra sin trabajo, siempre quedaría algo, un

no pequeño resabio de frialdad... ¿Nos hubiéramos expresado

con más acierto de habernos servido de la palabra indiferencia

(palabra mágica en los ejercicios de San Ignacio), la cual es

muy usual y también muy exacta por cuanto expresa el estado

de un alma que rinde a la voluntad de Dios el perfecto

homenaje de que pretendemos hablar...? Es palabra negativa,

pero el amor se sirve de ella tan sólo como de escabel, siendo

cierto que nada hay en definitiva tan real como el amor. La

palabra más indicada en nuestro caso era, por tanto,

abandono».


Y en verdad, no hay otra que así describa el movimiento

amoroso y confiado con que nos echamos en manos de la

Providencia, al igual que un niño en los brazos de su madre.

Es cierto que esta expresión estuvo arrinconada largo tiempo

en atención al abuso que de ella hicieron los quietistas, pero

recobró ya el derecho de ciudadanía y hoy la emplean todos

de un modo corriente; nosotros haremos lo mismo, después

de precisar su sentido.


«Abandonar nuestra alma y dejarnos a nosotros mismos

-dice el piadoso Obispo de Ginebra-, no es otra cosa que

despojarnos de nuestra propia voluntad para dársela a Dios.»

En este movimiento de amor, que es el acto mismo del

abandono, hay, por consiguiente, un punto de partida y otro de

término; porque es preciso que la voluntad salga de sí misma

para entregarse toda a Dios. Síguese, pues, que el abandono

contiene dos elementos que hemos de estudiar: la santa indiferencia y el entregamiento completo de nuestra voluntad

en manos de la Providencia; el primero es condición

necesaria, y elemento constitutivo el segundo.


1º La santa indiferencia

Sin la santa indiferencia el abandono resultará imposible.

Nada es en sí tan amable como la voluntad de Dios.

Significada de antemano o manifestada por los

acontecimientos, a nada tiende si no es a conducirnos a la

vida eterna, a enriquecernos desde ahora con un aumento de

fe, de caridad y de buenas obras. Dios mismo es quien viene a

nosotros como Padre y Salvador, con el corazón rebosante de

ternura y las manos llenas de beneficios. Mas con ser tan

amable y todo, ésta su voluntad halla en nosotros no pocos

obstáculos. En efecto, la ley divina, nuestras Reglas, las

inspiraciones de la gracia, la práctica esmerada de las

virtudes, todo cuanto pertenece a la voluntad significada, nos

impone mil sacrificios diarios; eso sin contar otra porción de

dificultades imprevistas y añadidas con frecuencia por el divino

beneplácito a las cruces de antemano conocidas. La mayor

dificultad, sin embargo, viene del pecado original, que nos deja

llenos de orgullo y sensualidad e infestados de la triple

concupiscencia: la humillación, la privación, el dolor, aun los

más imprescindibles, nos repugnan; el placer lícito o ilícito, la

gloria y los falsos bienes nos fascinan; el demonio, el mundo,

los objetos creados, los acontecimientos, todo conspira a

despertar en nosotros estos gustos y estas repugnancias. Son

harto numerosos los motivos por los cuales corremos

frecuentes riesgos de rechazar la voluntad divina, e incluso de

no verla.


¿Quién nos abrirá los ojos del espíritu? ¿Quién

desembarazará nuestra voluntad de tantos estorbos si no es la

mortificación cristiana en todas sus formas? De ella hemos

menester no pequeña dosis para asegurar la simple

resignación; y el no tenerla así es causa de que haya tantos

rebeldes, quejumbrosos, descontentos, tan pocos

enteramente sumisos y por lo mismo tantísimos desgraciados,

y tan poquitas almas de verdad felices. Y, sin embargo, aún se precisa mucho más para hacer posible el abandono, por lo

menos el abandono habitual. ¿Podrá elevarse hacia Dios la

voluntad ligada a la tierra por el cable del pecado, o por los

lazos de mil aficioncillas? ¿Se pondrá en manos de Dios,

como un niño en los brazos de su madre, dispuesta a todas

sus determinaciones, aun las más mortificantes, si no ha

adquirido la firmeza que da el espíritu de sacrificio, si no ha

disciplinado las pasiones, si no se ha vuelto indiferente a todo

lo que no es Dios y su voluntad santísima? La voluntad

humana debe, pues, ante todo acostumbrarse y disponerse

(cosa que generalmente no conseguirá sin paciencia y

prolongado trabajo) a sentir privaciones y soportar quebrantos,

a no hacer caso del placer ni del dolor; en una palabra, debe

aprender lo que los santos llamaban perfecto desasimiento y

santa indiferencia.


Por lo menos necesitará la indiferencia de apreciación y de

voluntad. Una vez así dispuesta y hondamente convencida de

que Dios lo es todo, y que las criaturas nada son o nada

significan, ya nada querrá ver ni desear en las cosas

temporales, sino sólo a Dios, a quien ama y por quien anhela,

y a su santísima voluntad, guía único que la podrá conducir a

su propio fin. ¡ Ojalá haya adquirido también en gran cantidad

la indiferencia de gusto, de suerte que el mundo y sus

pasatiempos, los bienes y honores de acá abajo, todo cuanto

pueda alejarla de Dios le inspire disgusto, todo cuanto la lleve

a Dios, aunque sea el padecimiento, le agrade, cual acontece

a las almas que tienen hambre y sed de Dios! ¡ Cuán facilitada

encontraría así el alma la práctica del Santo Abandono!

Esta indiferencia no es insensibilidad enfermiza, ni cobarde

y perezosa apatía, ni mucho menos el orgulloso desdén

estoico que decía al dolor: «Tú no eres sino una yana

palabra.» Es la energía singular de una voluntad que,

vivamente esclarecida por la razón y la fe desprendida de

todas las cosas, dueña por completo de sí misma, en la

plenitud de su libre albedrío, aúna todas sus fuerzas para

concentrarías en Dios, y en su santísima voluntad: merced

a esta apreciación, ya de ninguna criatura se deja mover

por atractiva o repulsiva que se la suponga, fija siempre en

conservarse pronta a cualquier acontecimiento, lo mismo a obrar que a estar parada, esperando que la Providencia

declare su beneplácito.

Un alma santamente indiferente se parece a una balanza

en equilibrio, dispuesta a ladearse a la parte que quiera la

voluntad divina; a una materia prima igualmente preparada

para recibir cualquiera forma o a una hoja de papel en blanco

sobre la cual Dios puede escribir a su gusto. La comparan

también « a un licor que, no teniendo por si propio forma,

adopta la del vaso que lo contiene. Ponedlo en diez vasos

diferentes y lo veréis tomar diez formas diferentes, y tomarlas

así que es vertido en ellos». Esta alma es flexible y tratable,

como «una bola de cera en las manos de Dios, para recibir

igualmente todas las impresiones del eterno beneplácito» o

como «un niño que aún no dispone de voluntad, para querer ni

amar cosa alguna», o, en fin, «permanece en la presencia de

Dios como una bestia de carga». «Una bestia de carga jamás

anda con preferencias ni distingos en el servicio de su dueño:

ni en cuanto al tiempo, ni en cuanto al lugar, ni en cuanto a

la persona, ni en cuanto a la carga; os prestará servicio en la

ciudad y en el campo, en las montañas y en los valles; la

podéis conducir a derecha e izquierda, e irá a donde

quisiereis; a todas horas estará aparejada, por la mañana, a la

tarde, de día, de noche; con la misma facilidad se dejará guiar

de un niño que de un adulto, y tan holgada y contenta se

mostrará acarreando estiércol como tisúes, diamantes y

rubíes.»

Por lo mismo que el alma se halla así dispuesta, «toda

manifestación de la voluntad divina, cualquiera que fuere, la

encuentra libre y se la apropia como terreno que a nadie

pertenece. Todo le parece igualmente bueno: ser mucho, ser

poco, no ser nada; mandar, obedecer a éste y al de más allá;

ser humillada, ser tenida en olvido; padecer necesidad o estar

bien provista; disponer de mucho tiempo o estar abrumada de

trabajo; estar sola o acompañada y en aquella compañía que

uno desea; contemplar extenso camino ante sí o no ver sino lo

preciso del suelo para poner el pie; sentir consuelos o

sequedades y en tales sequedades ser tentada; disfrutar de

salud o llevar una vida enfermiza, arrastrada y lánguida por

tiempo indeterminado; estar imposibilitada y convertirse en carga molesta para la Comunidad a la que se había venido a

servir; vivir largo tiempo, morir pronto, morir ahora mismo; todo

le agrada. Lo quiere todo por lo mismo que no quiere nada, y

no quiere nada por lo mismo que lo quiere todo».

2º El entregamiento completo

La santa indiferencia ha hecho posible el entregamiento

completo de nosotros mismos en las manos de Dios.

Añadamos ahora que esta entrega amorosa, confiada y filial

es elemento positivo del abandono y su principio constitutivo.

Para precisar bien su significado y extensión, se han de

considerar dos momentos psicológicos, según que los hechos

estén aún por suceder o hayan sucedido.

Antes de suceder, con previsión o sin ella, esa entrega es,

según la doctrina de San Francisco de Sales, «una simple y

general espera», una disposición filial para recibir cuanto

quiera Dios enviar, con la dulce tranquilidad de un niño en los

brazos de su madre. En tal estado, ¿tendremos obligación de

adoptar prudentes providencias y el derecho a querer y elegir?

Es cosa que hemos de averiguar en los capítulos siguientes.

En todo caso, la actitud preferida de un alma indiferente a las

cosas de aquí abajo, plenamente desconfiada de su propio

parecer y amorosamente confiada en Dios solo, es, según la

doctrina del mismo santo Doctor, «no entretenerse en desear y

querer las cosas (cuya decisión se ha reservado Dios para sí),

sino dejarle que las quiera y las haga por nosotros conforme le

agradare».

Después de suceder los hechos y cuando ya han

declarado el beneplácito divino, «esta simple espera se

convierte en consentimiento o aquiescencia». «Desde el

momento en que una cosa se le presenta así divinamente

esclarecida y consagrada, el alma se entrega con celo y con

pasión se adhiere a ella; porque el amor es el fondo de su

estado y el secreto de su aparente indiferencia, siendo su vida

tan intensa precisamente porque abstraída de todo lo demás,

en él se halla reconcentrada por completo. Por donde, siempre

que la voluntad divina pide algo que a esta alma se refiera, y

cuando todos la notarían de insensible y fría, la vemos conmoverse en sus mismas entrañas. A semejanza de un niño

dormido a quien no pudiera despertar su madre sin que la

tendiese sus bracitos, así sonríe ella a todas las muestras del

querer divino, que abraza con piadosa ternura. Su docilidad es

activa y su indiferencia amorosa. No es para Dios más que un

si viviente. Cada suspiro que exhala y cada paso que da es un

amén ardiente que va a juntarse con aquel otro amén del cielo

con el cual concuerda.»

San Francisco de Sales llama a este abandono «el tránsito

o muerte de la voluntad», en el sentido de que «nuestra

voluntad traspasa los límites de su vida ordinaria para vivir

toda en la voluntad divina; cosa que ocurre cuando no sabe ni

desea ya querer nada, si no es abandonarse sin reservas a la

Providencia, mezclándose y anegándose de tal suerte en el

beneplácito divino que no aparezca más por ninguna parte».

Venturosa muerte, por la cual se eleva uno a superior vida,

«como se eleva todas las mañanas la claridad de las estrellas

y se cambia con la luz esplendorosa del sol, al aparecer éste

trayendo el día».

Dos grados hay, según el piadoso Doctor, en este traspaso

de nuestra voluntad a la de Dios: en el primero el alma aún

presta atención a los acontecimientos, pero bendice en ellos a

la Providencia. El autor de la Imitación hácelo en estos

términos: «Señor: esté mi voluntad firme y recta contigo, y haz

de mí lo que te agradare... Si quieres que esté en tinieblas,

bendito seas, y si quieres que esté en luz, también seas

bendito; si te dignares consolarme, bendito seas; y si me

quieres atribular, también seas bendito para siempre». En el

segundo grado, el alma ni siquiera presta atención a los

acontecimientos; y por más que los sienta, aparta de ellos su

corazón aplicándole a «la dulzura y Bondad divinas, que

bendice no ya en sus efectos ni en los sucesos que ordena,

sino en sí misma y en su propia excelencia... lo que sin duda

constituye un ejercicio mucho más eminente».

Para mejor dar a entender y gustar la santa indiferencia o

el amoroso abandono de nuestro querer en las manos de

Dios, el piadoso Obispo de Ginebra nos propone magníficos

ejemplos y deliciosísimas comparaciones. En la imposibilidad

de citarlos aquí, rogamos a nuestros lectores que consulten el texto mismo. Propone como modelos a Santa María

Magdalena, a la suegra de San Pedro, a Margarita de

Provenza, esposa de San Luis. ¿Quién no conoce los

apólogos tan ingeniosos y tan suaves de la estatua en su

nicho, del músico que se queda sordo y de la hija del cirujano?

Se leerán y releerán veinte veces con tanto gusto como

edificación. El piadoso autor muestra marcada preferencia por

determinados símiles y comparaciones; y así dice: un criado

en seguimiento de su señor no se dirige a ninguna parte por

propia voluntad, sino por la de su amo; un viajero, embarcado

en la nave de la divina Providencia, se deja mover según el

movimiento del barco, y no debe tener otro querer sino el de

dejarse llevar por el querer de Dios; el niño que aún no

dispone de su voluntad, deja a su madre el cuidado de ir,

hacer y querer lo que creyere mejor para él. Ved sobre todo al

dulcísimo Niño Jesús en los brazos de la Santísima Virgen,

cómo su buena Madre anda por El y quiere por El; Jesús la

deja el cuidado de querer y andar por El, sin inquirir adonde

va, ni si camina de prisa o despacio; bástale permanecer en

los brazos de su dulcísima Madre.

Una vez descrito el abandono en sus líneas más

generales, vamos a ver ahora en sendos capítulos cómo no

excluye ni la prudencia ni la oración, ni los deseos, ni los

esfuerzos personales ni el sentimiento de las penas.