Cualquier doctor que aplique el
estetoscopio al pecho humano y no perciba el latido de la Divinidad, por fuerza
tiene débil algo más que los oídos; su cerebro tampoco funciona como es debido.
Cualquier enfermera que tome un pulso y no sienta en él la palpitación de la
Infinita Trinidad, debe quitarse el uniforme,
volver a la escuela primaria y aprender a contar. Con esto quiero decir:
cuán cerca de Dios está el hombre y qué sagradamente sublime es la profesión
médica.
La preocupación por el cuerpo del hombre ha conducido muchas veces al
olvido del alma. Nadie está en constante contacto y más estrecho con la
Divinidad que quienes trabajan sobre la humanidad doliente y llena de
sufrimiento. ¿Cómo es posible que un doctor pueda ser tan torpe para ser ateo?
Lo único que inspiran quienes se consideran ateos es lástima, pues sus
inteligencias no son normales. Por aquellos que viven como si no hubiera Dios,
solo podemos hacer una cosa: rezar, pues sus vidas tampoco son normales.
Jesucristo quiere que veas a Cristo en cada paciente.
Un trapense
Del libro: Ayudad al éxito de Dios