DESCENSO AL INFIERNO
San Pío X, de
quien es esta Encíclica define y desenmascara a los autores de
esta nefasta "doctrina" modernista tan metida en la Iglesia actual
que podríamos denominar sin temor a equivocarnos Iglesia Modernista
para distinguirla muy bien de la Iglesia Católica, ¡Pobre humanidad en
donde te encuentras sumergida! Por favor lean
con atención esta enclítica en donde trato de hacerla más comprensible con
mis notas en azul, ¡Salven sus almas!
6. Pero no se detiene aquí la filosofía o, por mejor decir, el delirio
modernista. Pues en ese sentimiento los modernistas no sólo encuentran la fe,
sino que con la fe y en la misma fe, según ellos la entienden, afirman que se
verifica la revelación. (Según el término católico de
revelación divina sobrenatural consiste específicamente en las verdades
teológicas trasmitidas por las Sagradas Escrituras y la Sagrada Tradición la
cual quedó descartada para ellos más arriba) Y, en efecto, ¿qué más puede pedirse para
la revelación? ¿No es ya una revelación, o al menos un principio de ella, ese
sentimiento que aparece en la conciencia, y Dios mismo, que en ese preciso
sentimiento religioso se manifiesta al alma aunque todavía de un modo confuso? Pero,
añaden aún: desde el momento en que Dios es a un tiempo causa y objeto de la
fe, tenemos ya que aquella revelación versa sobre Dios y procede de Dios; luego
tiene a Dios como revelador y como revelado. De aquí, venerables
hermanos, aquella afirmación tan absurda de los modernistas de que toda
religión es a la vez natural y sobrenatural, según los diversos puntos de
vista. De aquí la indistinta significación de conciencia y revelación.
De aquí, por fin, la ley que erige a la conciencia religiosa en
regla universal, totalmente igual a la revelación, y a la que todos deben
someterse, hasta la autoridad suprema de la Iglesia, ya la doctrinal, ya la
preceptiva en lo sagrado y en lo disciplinar.
7. Sin embargo, en todo este proceso, de donde, en
sentir de los modernistas, se originan la fe y la revelación, a una cosa ha de
atenderse con sumo cuidado, por su importancia no pequeña, vistas las consecuencias
histórico-críticas que de allí, según ellos, se derivan.
Porque lo incognoscible, (o misterio) de que hablan, no se presenta a la fe como algo
aislado o singular, sino, por lo contrario, con íntima dependencia de algún
fenómeno, (En
filosofía, el fenómeno es el aspecto que las cosas ofrecen ante nuestros
sentidos; es decir, el primer contacto que tenemos con las cosas, en lo que
denominamos experiencia o conciencia.) que, aunque pertenece al campo de la ciencia y de
la historia, de algún modo sale fuera de sus límites; ya sea ese fenómeno un
hecho de la naturaleza, que envuelve en sí algún misterio, ya un hombre
singular cuya naturaleza, acciones y palabras no pueden explicarse por las
leyes comunes de la historia. En este caso, la fe, atraída por lo
incognoscible, que se presenta junto con el fenómeno, abarca a éste todo entero
y le comunica, en cierto modo, su propia vida. Síguese dos consecuencias. En
primer lugar, se produce cierta transfiguración del fenómeno, esto es, en
cuanto es levantado por la fe sobre sus propias condiciones, con lo cual queda
hecho materia más apta para recibir la forma de lo divino, que la fe ha de
dar; en segundo lugar, una como desfiguración —llámese así— del
fenómeno, pues la fe (modernista) le atribuye lo que en
realidad no tiene, al haberle sustraído a las condiciones de lugar y
tiempo (lo sobrenatural); lo que acontece, sobre todo, cuando
se trata de fenómenos del tiempo pasado, y tanto más cuanto más antiguos
fueren. De ambas cosas sacan, a su vez, los modernistas, dos leyes, que, juntas
con la tercera sacada del agnosticismo, forman las bases de la crítica
histórica. Un ejemplo lo aclarará: lo tomamos de la persona de Cristo. En
la persona de Cristo, dicen, la ciencia y la historia ven sólo un hombre. Por
lo tanto, en virtud de la primera ley, sacada del agnosticismo, es preciso
borrar de su historia cuanto presente carácter divino (Aquí se reviven
las herejías de Arrianos y pelagianos que predominaron en los primeros siglos
de la Iglesia, ambas están ya condenadas) Por la segunda ley, la
persona histórica de Cristo fue transfigurada por la fe; (pero no la
católica la cual no excluye lo sobrenatural) es necesario, pues,
quitarle cuanto la levanta sobre las condiciones históricas. Finalmente, por la
tercera, la misma persona de Cristo fue desfigurada por la fe (según el
sentimiento modernista); luego se ha de prescindir en ella de las palabras,
actos y todo cuanto, en fin, no corresponda a su naturaleza, estado, educación,
lugar y tiempo en que vivió. Extraña manera, sin duda, de raciocinar; pero
tal es la crítica modernista. (Al final nos queda un Cristo mutilado y
desfigurado ante el cual es incompatible con la realidad y la VERDAD)
8. En consecuencia, el sentimiento religioso, que
brota por vital inmanencia de los senos de la subconsciencia, (Alude a
un antiguo término utilizado en psicología y en psicoanálisis para referirse a
lo inconsciente o a lo débilmente consciente a lo que, por encontrarse “por
debajo del umbral de la conciencia”, resulta difícilmente alcanzable por esta o
definitivamente inaccesible, Sigmund Freud lo utilizo un tiempo luego lo dejo
de lado. Por donde se ve que esta palabra subconsciente no es una palabra
católica sino modernista, es decir, que está muy por debajo de nuestra
conciencia dejando de lado el conocimiento que de tal o cual cosa o fenómeno
puede tener nuestra inteligencia capaz de conocer tanto lo sobrenatural como lo
preternatural “como preternatural entiéndase lo que está oculto dentro de la
naturaleza creada por Dios y que no ha sido descubierto por el hombre”) es
el germen de toda religión y la razón asimismo de todo cuanto en cada una haya
habido o habrá. Oscuro y casi informe en un principio, tal sentimiento, poco a
poco y bajo el influjo oculto de aquel arcano principio que lo produjo, se
robusteció a la par del progreso de la vida humana y de la ciencia, de la que
es —ya lo dijimos— una de sus formas. Tenemos así explicado el origen de toda
religión, aun de la sobrenatural: no son sino aquel puro desarrollo del
sentimiento religioso. (Resulta tedioso y aburrido repetir
constantemente “subconsciente” que el ello se ve como quieren fundar su
filosofía en estos sofismas descartados por la escolástica católica) Y
nadie piense que la católica quedará exceptuada: queda al nivel de las demás
“religiones” en todo. Tuvo su origen en la conciencia de Cristo, varón de
privilegiadísima naturaleza, cual jamás hubo ni habrá, en virtud del desarrollo
de la inmanencia vital, y no de otra manera (Aquí vemos la negación
tacita y simple de la naturaleza DIVINA de Nuestro señor Jesucristo, lo cual es
inaudito)
¡Estupor causa oír tan gran
atrevimiento en hacer tales afirmaciones, tamaña blasfemia! ¡Y, sin embargo, venerables hermanos, no son
los incrédulos sólo los que tan atrevidamente hablan así; católicos hay, más aún, muchos entre los sacerdotes,
que claramente publican tales cosas y tales delirios presumen restaurar la
Iglesia! No se trata ya del antiguo error que ponía en la
naturaleza humana cierto derecho al orden sobrenatural. Se ha ido mucho más adelante, a saber: hasta afirmar
que nuestra santísima religión, lo mismo en Cristo que en nosotros, es un fruto
propio y espontáneo de la naturaleza. (Pero, la naturaleza no fue
creada por Dios? Volvemos al sofisma de que fue primero el huevo o la gallina) Nada,
en verdad, más propio para destruir todo el orden sobrenatural. (Y
hacer una religión puramente natural con el propósito de preparar el camino al
anti Cristo para quien trabajan afanosamente)
Por lo tanto, el concilio Vaticano, con perfecto
derecho, decretó: «Si alguno dijere que el hombre no puede ser elevado
por Dios a un conocimiento y perfección que supere a la naturaleza, sino que
puede y debe finalmente llegar por sí mismo, mediante un continuo progreso, a
la posesión de toda verdad y de todo bien, sea excomulgado»(7).