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viernes, 27 de septiembre de 2024

REVELACIONES A SANTA BRÍGIDA: Preciosa muerte de los justos, y cuánto les importa ser atribulados en esta vida.

 


REVELACIÓN 35 LIBRO 4 

No temas, hija, dice Jesucristo, que no morirá esa enferma por quien ruegas, porque sus obras me son agradables. Murió la enferma, y volvió a decir a la Santa Jesucristo: Hija, te dije la verdad, porque no ha muerto, y su gloria es grande; pues la separación del cuerpo y del alma de los justos es solamente un sueño, porque van a despertar a la vida eterna; pero debe llamarse muerte, cuando el alma separada del cuerpo, pasa a la muerte eterna. Muchos hay que no considerando el porvenir, desean morir con muerte tranquila. Pero ¿qué es la muerte cristiana, sino morir del modo que yo he muerto; esto es, inocente, por mi voluntad y con paciencia? ¿Por ventura, quedé yo deshonrado, porque mi muerte fué ignominiosa y dura? ¿O han de ser tenidos por necios mis amigos, porque sufrieron afrentas? ¿O fué esta disposición del acaso o del curso de las estrellas? No, por cierto; sino que yo y mis escogidos padecimos trabajos, para enseñar con palabras y obras que era penoso el camino del cielo, y para que continuamente se pensase cuánta purificación necesitan los malos, si los escogidos e inocentes padecieron tales tribulaciones. Ten, pues, entendido, que muere afrentosa y malamente, el que habiendo pasado una vida disoluta, fallece con propósito de seguir pecando; el que siendo dichoso según el mundo, desea vivir más tiempo, y no da gracias a Dios por lo mucho que le debe. Pero el que ama a Dios de todo corazón, y es atribulado inocentemente despreciando la muerte, o es afligido con una larga y penosa enfermedad, éste vive y muere felizmente; porque la muerte dura disminuye el pecado y su pena, y aumenta la corona. Con este motivo te recuerdo dos que a juicio de los hombres murieron con muerte afrentosa y dura, los cuales no se hubieran salvado, si por mi gran misericordia no hubiesen tenido semejante muerte; pero consiguieron la gloria, porque Dios no castiga dos veces a los contritos de corazón. Por tanto, no deben contristarse los amigos de Dios, si son afligidos temporalmente o si tienen una muerte penosa; porque es mucha dicha llorar de presente y ser afligido en el mundo, para no tener más riguroso purgatorio, de donde no habrá medio de escapar hasta que todo se pague, ni tiempo para hacer buenas obras.

jueves, 26 de septiembre de 2024

Doctrina de la Virgen María sobre la utilidad de las tribulaciones, a ejemplo de su divino Hijo.

REVELACIÓN 47 LIBRO 4

Mi hijo, dice la Virgen a santa Brígida, es como aquel pobre labrador que no teniendo buey ni jumento, acarrea desde el monte la leña y otras cosas que le son necesarias encima de sus hombros, y entre la leña que traía, venían unas varas que servían para castigar a un hijo suyo desobediente, y para calentar a los fríos. De la misma manera mi Hijo, siendo Señor y Creador de todas las cosas, se hizo muy pobre, para enriquecerlos a todos, no con riquezas perecederas sino eternas, y llevando sobre sus hombros el gravísimo peso de la cruz, purgó y borró con su sangre los pecados de todos.

Pero entre otras cosas que hizo, escogió varones virtuosos, por medio de los cuales, y con la cooperación del Espíritu Santo, se encendiesen en amor de Dios los corazones de muchos, y se manifestase el camino de la verdad. Eligió también varas, que son los amigos y seguidores del mundo, por medio de los cuales son castigados los hijos y amigos de Dios, para su enseñanza y purificación, y para que sean más cautos y reciban mayor corona.

Sirven igualmente las varas para estimular a los hijos fríos, y Dios también se anima con el calor de ellos: porque cuando los mundanos afligen a los amigos de Dios y a los que solamente aman a Dios por temor de la pena, los que han sido atribulados se convierten con mayor fervor a Dios, considerando la vanidad del mundo; y el Señor compadeciéndose de su tribulación les envía su amor y consuelo.

Mas ¿qué se hará con las varas después de castigados los hijos? Se arrojarán al fuego, para que se quemen; porque Dios no desprecia a su pueblo, cuando lo entrega en manos de los impíos; sino que como el padre enseña al hijo, así para coronar a los suyos, se vale Dios de la malicia de los impíos.

miércoles, 25 de septiembre de 2024

NOCIONES DE HISTORIA DE ESPAÑA (EDAD MEDIA: Reyes privativos de León)

 


Reyes privativos de León

P. ¿Qué reyes hubo en León en el siglo XII? 

R. Dos: Fernando II y Alfonso IX. 

P. ¿Cómo heredó Fernando II el reino de León y Galicia? 

R. Por la muerte de su padre Alfonso VII, que dividió sus estados, como queda explicado en el reinado de este rey. Fernando II hizo guerra a los moros de Portugal, y se apoderó de algunas plazas, entre ella de Cáceres. Murió el año 1218. 

P. ¿Quién heredó la corona de León después de su muerte? 

R. Su hijo Alfonso IX; quiso hacer armas contra su tío Alfonso VIII de Castilla, mientras éste se hallaba empeñado contra los moros; pero hicieron alianza casando Alfonso IX de León con su prima D. Berenguela, hija del rey de Castilla, de cuyo matrimonio nació Fernando III el Santo. D. Alfonso de León murió el año 1230, dejando la herencia de su reino a sus hijas D. Sancha y D. Dulce, habidas en su primer matrimonio con D. Teresa de Portugal, y desheredando a su hijo Fernando III, rey de Castilla. 

P. ¿Qué reyes de Castilla y de León hubo en el siglo XIII? 

R. Tres: Fernando III el Santo, Alfonso X el Sabio y Sancho IV el Bravo. Pueden contarse como reyes de Castilla a Enrique I, que murió siendo niño, y Doña Berenguela, que cedió el trono a su hijo Fernando III en el acto de ser proclamada reina.

Unión definitiva de León y Castilla. 

P. ¿Cómo se volvieron a unir las coronas de Castilla y de León? 

R. Fernando III heredó a su madre doña Berenguela la corona de Castilla, como queda explicado en el reinado de Enrique I, y la de León y Galicia de su padre Alfonso IX; pues aunque éste le desheredó, fueron reconocidos sus derechos, y Fernando III quedó legítimo rey de los estados de su padre, y así quedaron unidos León y Castilla. 

P. ¿Cómo gobernó sus estados Fernando III? 

R. Aunque tuvo la necesidad de hacer uso de las armas para poner paz sus estados, lo consiguió fácilmente, y antes de aventurarse en nuevas empresas, dedicó su actividad en honor de la religión, mandando edificar la catedral de Burgos, una de las obras de arquitectura más acabada, cuya primera piedra colocó D. Fernando y su Mujer D. Beatriz. Satisfecho de su gloriosa empresa, hizo su primera excursión contra los infieles, venciéndolos en cuantas batallas dio y conquistando Baeza, Andújar, Córdoba, Jaén, Úbeda, Sevilla, Cádiz, Jerez, Medina. Sidonia y otras ciudades. 

P. ¿Qué otras empresas se deben a San Fernando? 

R. Hizo feudatarios suyos a los reyes de Granada, quienes le ayudaron con sus armas, y por no hacerles guerra, resolvió pasar al África; pero no pudo realizar sus propósitos, pues andaba enfermo de hidropesía, y murió muy cristianamente el año 1252. Este mismo rey creó el Consejo de Castilla, fundó la universidad de Salamanca y edificó la catedral de Toledo. 

P. ¿Qué me dice V. del reinado de Alfonso X el Sabio? 

R. Era hijo de Fernando III, y fué rey noble y valiente, pero más aficionado a las letras que a las armas, y sus negocios se enredaron de tal modo, que, a pesar de su bondad, se enajenó las voluntades de muchos. Fue elegido emperador de Alemania, cuya dignidad no pudo ocupar por no haber confirmado el Papa su elección, a pesar de que consumió mucho dinero en sus pretensiones, oprimiendo a sus pueblos con onerosos tributos, y yendo en persona a defender sus derechos. Todo esto dio por resultado el alzamiento de los moros de Murcia y Granada, y el disgusto del pueblo, instigado por los nobles revoltosos: D. Alfonso contuvo a los moros y ofreció atender a las cosas de España. 

P. ¿Qué otros sucesos ocurrieron durante su reinado? 

R. D. Fernando de la Cerda, hijo mayor de Alfonso X , murió y dejó dos hijos; pero fue nombrado sucesor de la corona el segundo hijo de D. Alfonso, llamado Sancho; éste temió no alcanzar la corona que le disputaban los hijos de su hermano D. Fernando, y se rebeló contra su padre ayudado de los descontentos. Alfonso X desheredó á D. Sancho, mas antes de morir se reconcilió con él y le perdonó. Fué llamado el Sabio por sus grandes conocimientos en filosofía, astronomía y legisprudencia. Murió en Sevilla el año 1284.

P. ¿Qué recuerdos dejó el reinado de Sancho IV el Bravo? 

R. Su impaciencia le hizo rebelarse contra su buen padre, lo cual no le perdona la historia, aunque su padre le perdonó; fué un rey valeroso y bueno, pero desgraciado; su reinado es una cadena compuesta de conspiraciones y guerras civiles, aunque contra todos pudo el fogoso monarca. Se defendió de los reyes de Aragón y Francia, que protegían los derechos de los infantes de la Cerda; muchos nobles se sublevaron, y D. Lope de Haro, su cuñado y señor de Vizcaya, llegó á amenazarle con su daga, por cuyo desacato fue muerto; las adversidades, que tuvo muchas, no hicieron nunca flaquear su ánimo resuelto. Venció al rey de Marruecos, tomándole la plaza de Tarifa, y arrojó a sus tropas de España. 

P. ¿Qué otros hechos notables ocurrieron en el reinado de Sancho IV? 

R. Tenía el rey un hermano llamado don Juan, de ideas perversas, y siempre le hizo cuanto daño pudo; este D. Juan propuso al de Marruecos reconquistar la plaza de Tarifa si ponía a sus órdenes un pequeño ejército. Aceptó el moro y fueron sobre Tarifa, de cuya plaza era gobernador D. Alonso Pérez de Guzmán. D . Juan hizo preso a un niño, hijo de Guzmán, y propuso a éste que le entregara la plaza ó que mataría a aquel inocente. Guzmán, desde la muralla de Tarifa y con ánimo resuelto, llamó traidor al infante don Juan y arrojó su puñal para que mataran a su hijo único, prefiriendo este sacrificio á ser traidor á su patria y á su rey; desde aquel día fué llamado el Bueno. D. Sancho murió en Toledo el año 1295.

P. ¿Qué reyes de Castilla y de León hubo en el siglo XIV? 

R. Cinco: Fernando lV el Emplazado, Alfonso XI el Justiciero, Pedro I el Cruel, Enrique II el de las Mercedes y Juan I. 

P. ¿Qué se refiere del reinado de Fernando IV? 

R. Tenía nueve años cuando murió su padre Sancho IV , y vivió en su menor edad bajo la tutela de su madre doña María de Molina, quien no se dejó abatir de sus muchos enemigos, defendiendo á su hijo con valeroso esfuerzo contra los infantes de la Cerda, que estaban apoyados por Aragón, Francia y Portugal, y contra el infante D. Juan, el asesino de Tarifa. Llegado el rey á la mayor edad, se mostró muy ingrato con su virtuosa madre, y hecha la paz con los infantes de la Cerda mediante algunas rentas que les cedió, se propuso conquistar la plaza de Algeciras, lo que no pudo conseguir, tomando en cambio a Gibraltar, que estaba mal defendido. 

P. ¿Qué más ocurrió en el reinado de Fernando IV?  

R. Fué asesinado su favorito Benavides, y como el rey sospechó que le podían haber matado unos viajeros que caminaban cerca de donde ocurrió el suceso, los mandó arrojar atados desde la peña de Martos, sin formarles causa ni oír los defender su inocencia; estos viajeros eran hermanos, se llamaban los Carbajales y protestaron a voces de su inocencia emplazando al rey ante la justicia divina. A los treinta días después murió el rey el año 1312, y por esta razón se le llama el Emplazado. 

P. ¿Quién fue el sucesor de Fernando IV el Emplazado? 

R. Alfonso X I el Justiciero tenía un año cuando murió su padre Fernando IV, y su minoría fue una calamidad para España: infinidad de nobles se disputaron la tutela del niño, yendo á Ávila, donde se criaba, para apoderarse de él, a lo que se negaron los caballeros que le guardaban hasta que las Cortes decidieran. A la edad de catorce años se encargó del gobierno, mostrándose muy ofendido con los que abusaron de sus pocos años, y haciendo justicias ejemplares sin pararse en la calidad de la persona que le había ofendido: luego persiguió encarnizadamente el bandolerismo que se había desarrollado en España 

P . ¿Qué hizo Alfonso XI después de poner orden en su reino? 

R. Puso gran empeño por tomar Gibraltar, que nuevamente había caído en poder de los moros, lo cual dio lugar a una nueva invasión de árabes, que, unidos al rey de Granada, pusieron sitio a Tarifa. D. Alfonso hizo alianza con su suegro el rey de Portugal, y se fue á buscar al enemigo, encontrándose ambos ejércitos a orillas del río Salado, donde riñeron una batalla colosal, en la que murieron muchos millares de infieles, y el resto se volvió al África aquella misma noche, consiguiendo Alfonso XI una victoria completa. Puso sitio a la plaza de Algeciras, y la tomó después de veinte meses de cerco y de muchos y muy reñidos combates; de nuevo intentó rescatar a Gibraltar, pero se declaró la peste en su ejército, y murió contagiado el año 1350. 

P. ¿Quién fué el sucesor de Alfonso XI el Justiciero? 

R. Su hijo Pedro I, a quien apellidaron algunos el Cruel, porque, según dicen, era hombre que se complacía en hacer lo que él llamaba justicia: por fútiles motivos, cuando no obedecía sólo á su capricho, mandaba matar lo mismo a nobles que a plebeyos: mató á su hermano D. Fadrique, consintió en la muerte de doña Leonor de Guzmán, madre de sus hermanos, á los cuales desterró, persiguió a su misma madre y otras atrocidades; pero hay que advertir que todo esto lo refirieron sus émulos y enemigos, amigos de D. Enrique. 

P . ¿Quién protestó contra su crueldad? 

R. Su hermano D. Enrique, conde de Trastamara, quien, ayudado por los reyes de Aragón, Navarra y Francia, se hizo proclamar rey en Calahorra, yendo contra D. Pedro, que huyó de Burgos a Sevilla: así estuvieron en guerra, hasta que fue vencido D. Pedro, y obligado a encerrarse en el castillo de Montiel. Conociendo al rey que no tenía fuerzas para abrirse paso, trató de huir, y al efecto procuró ganar a Beltrán Duguesclín, capitán francés, ofreciéndole buena recompensa, y convinieron en que D. Pedro fuera de noche a la tienda del francés, quien se ofreció a ponerlo a salvo: así lo hizo D. Pedro, y al entrar en la tienda se encontró frente a su hermano D. Enrique, con quien luchó á brazo partido; pero poniéndose de parte de éste Duguesclín, fué asesinado D . Pedro por su hermano el año 1369. 

P. ¿Cómo juzga la historia a Enrique II? 

R. Era hijo natural de Alfonso XI y le disputaron la corona el rey de Portugal, como nieto de Sancho IV, y el duque de Lancaster, de Inglaterra, como casado que estaba con una hija natural de D. Pedro el Cruel: unos y otros fueron vencidos por D. Enrique, que luego se dedicó á labrar la felicidad de su reino. Fue tan noble, que borró la mala impresión de haber muerto á su hermano, y tan generoso que le apellidaron el de las Mercedes. Murió el año 1379. 

P. ¿Quién fue el sucesor de Enrique II? 

R. Su hijo Juan I, que hizo alianza con los franceses por consejo de su padre, que aun después de muerto quería corresponder con cuantos le ayudaron: Francia o Inglaterra se pusieron en guerra, y D. Juan, fiel a su aliado, le mandó un ejército a su favor. Resentido el inglés por esta acción, se propuso de nuevo hacer valer sus derechos a la corona de Castilla, y se vino hacia España el duque de Lancaster, con intento de desembarcar en Portugal, cuya nación protegía sus planes. 

P. ¿Qué hizo Juan I para destruir sus proyectos? 

R. Le salió al encuentro con una escuadra, venció á la inglesa, tomándole veinte galeras; luego los dejó huir libremente, y desembarcaron sin dificultad en Lisboa; fué á buscarlos el rey, y se prepararon para dar una batalla, pero hubo convenio; ajustaron las bodas de doña Beatriz y D. Enrique, hijos de los reyes de Portugal y Castilla, y al inglés le devolvieron las veinte galeras apresadas. Murió el rey de Portugal, y en virtud de estas bodas, defendió D. Juan los derechas de su hijo a aquel reino; pero fué vencido en la batalla de Aljubarrota, donde hubiese muerto a no valerle D. Pedro González de Mendoza, que le dió su caballo, dejándose matar por libertar a su rey. 

P . ¿Qué hizo el duque de Lancaster en vista de esta derrota? 

R. Renovó sus pretensiones a la corona de Castilla; y aunque D. Juan hubiera podido destruirle, no quiso verter sangre, y casó á su hijo D. Enrique con Doña Catalina, hija del duque; desde aquella fecha se da el título de príncipe de Asturias al heredero de la corona de España. Así quedó en paz Castilla, y el rey pudo dedicarse a fomentar la riqueza de su reino. Yendo a paseo se cayó del caballo y murió en el acto el año 1390. 

P. ¿Qué reyes de Castilla y de León hubo en el siglo XV? 

R. Cuatro: Enrique III el Doliente, Juan II, Enrique IV el Impotente y D.a Isabel I la Católica. 

P. ¿Qué sabe V. del reinado de Enrique III el Doliente? 

R. Tenía once años cuando murió su padre Juan I y parecía más niño por su débil complexión. Tanto abusaron los nobles durante su minoría, que llegó a faltar en su palacio lo más preciso para la vida, y se cuenta que llegó a empeñar su gabán para comer; como las pasiones no se satisfacen nunca, andaban además en guerras civiles unos con otros, hasta que el rey fue declarado mayor de edad en unas Cortes celebradas en Burgos. 

P. ¿Qué hizo entonces D. Enrique? 

R. Aunque joven y enfermizo, era grande de espíritu y virtudes; empezó por llamar a su palacio á todos los grandes, y así que estuvieron reunidos, se presentó á ellos con sus soldados y el verdugo; no esperaban tal determinación de un rey tan mozo, y así fueron descuidados; mas temiendo con razón la justicia del rey, imploraron su clemencia de rodillas; D. Enrique los perdonó, pero los tuvo presos hasta que le devolvieron los pueblos y rentas que le habían usurpado. Así aseguró la paz de su reino, y luego se propuso arrojar de España a los musulmanes, pero sus continuos padecimientos físicos se lo impidieron. Murió en Toledo el año 1406. 

P. ¿Quién fué el sucesor de Enrique III el Doliente? 

R. Su hijo D. Juan II, que tenía poco más de un año cuando murió su padre. Los grandes, queriendo vengar la humillación que les hizo sufrir Enrique III, quisieron hacer rey a don Fernando el de Antequera, hermano de don Enrique y tío del rey; pero D. Fernando no lo aceptó; muy al contrario, se encargó del gobierno y desbarató los planes de los sediciosos; se fue contra los moros, los venció muchas veces y tomó a viva fuerza la plaza de Antequera. D. Fernando dejó la regencia de Castilla para ocupar el trono de Aragón. 

P. ¿Qué hizo Juan II cuando fue declarado mayor de edad? 

R. Entregó la dirección de los negocios a su favorito D. Álvaro de Luna, el cual trató con tanta altanería á la nobleza, que le odiaba de muerte, y obligó al rey a que le desterrara. Al poco tiempo volvió D. Alvaro al lado del rey y venció á los nobles en la batalla de Olmedo; la inconstancia ó debilidad del rey, le enajenaron de nuevo la voluntad, y fué entregado a los tribunales, que le sentenciaron a morir decapitado en publico cadalso. Don Juan murió al año siguiente en Valladolid el 1454. 

P. ¿Qué memoria dejó el reinado de Enrique IV? 

R. Era hijo de D. Juan II, y, a imitación de su padre, dio muestras de debilidad, y desentendiéndose de la administración de su reino, se dedicaba á la caza y otras diversiones, dejando los asuntos del gobierno á su favorito don Juan Pacheco, que lo hizo bastante mal, malquistando a los nobles con el rey, hasta el extremo de que éstos se reunieron en Ávila, y vistiendo de rey a un muñeco, le despojaron de las insignias reales, y proclamaron rey á su hermano D. Alfonso, que no pudo reinar porque murió. Proclamaron entonces a su hermana Doña Isabel; pero ésta se negó a aceptar la corona de Castilla en vida de su hermano, y les aconsejó que obedecieran y defendieran al verdadero rey, que era D. Enrique. Murió en Madrid el año 1474. (35) 

lunes, 23 de septiembre de 2024

Los pecados contra el Espíritu Santo

 


Teología Moral para seglares. Fr Royo Marín OP

En el Evangelio se nos habla de ciertos pecados contra el Espíritu

Santo, que no serán perdonados en este mundo ni en el otro (cf. Mt 12,31-32; Mc 3,28-30; Lc 12,10). 


¿Qué clase de pecados son ésos?

268. 1. Noción.  Los pecados contra el Espíritu Santo son aquellos que se cometen con refinada malicia y desprecio formal de los dones sobrenaturales que nos retraerían directamente del pecado. Se llaman contra el Espíritu Santo porque son como blasfemias contra esa divina persona, a la cual se le atribuye nuestra santificación.


Cristo calificó de blasfemia contra el Espíritu Santo la calumnia de los fariseos de que obraba sus milagros por virtud de Belcebú (Mt 12,24-32). Era un pecado de refinadísima malicia, contra la misma luz, que trataba de destruir en su raíz los motivos de credibilidad en el Mesías.


269. 2. Número y descripción. En realidad, los pecados contra el Espíritu Santo no pueden reducirse a un número fijo y determinado. Todos aquellos que reúnan las características que acabamos de señalar, pueden ser calificados como pecados contra el Espíritu Santo. Pero los grandes teólogos medievales suelen enumerar los seis más importantes, que recogemos a continuación:


1.° La desesperación, entendida en todo su rigor teológico, o sea, no como simple desaliento ante las dificultades que presenta la práctica de la virtud y la perseverancia en el estado de gracia, sino como obstinada persuasión de la imposibilidad de conseguir de Dios el perdón de los pecados y la salvación eterna. Fue el pecado del traidor Judas, que se ahorcó desesperado, rechazando con ello la infinita misericordia de Dios, que le hubiera perdonado su pecado si se hubiera arrepentido de él.


2.° La presunción, que es el pecado contrario al anterior y se opone por exceso a la esperanza teológica. Consiste en una temeraria y excesiva confianza en la misericordia de Dios, en virtud de la cual se espera conseguir la salvación sin necesidad de arrepentirse de los pecados y se continúa cometiéndolos tranquilamente sin ningún temor a los castigos de Dios. De esta forma se desprecia la justicia divina, cuyo temor retraería del pecado.


3.La impugnación de la verdad conocida, no por simple vanidad o deseo de eludir las obligaciones que impone, sino por deliberada malicia, que ataca los dogmas de la fe suficientemente conocidos, con la satánica finalidad de presentar la religión cristiana como falsa o dudosa. De esta forma se desprecia el don de la fe, ofrecido misericordiosamente por el Espíritu Santo, y se peca directamente contra la misma luz divina.


4.° La envidia del provecho espiritual del prójimo. Es uno de los pecados más satánicos que se pueden cometer, porque con él «no sólo se tiene envidia y tristeza del bien del hermano, sino de la gracia de Dios, que crece en el mundo» (Santo Tomás). Entristecerse de la santificación del prójimo es un pecado directo contra el Espíritu Santo, que concede benignamente los dones interiores de la gracia para la remisión de tos pecados y santificación de tas almas. Es el pecado de Satanás, a quien duele la virtud y santidad de los justos.


5.° La obstinación en el pecado, rechazando las inspiraciones interiores de la gracia y los sanos consejos de tas personas sensatas y cristianas, no tanto para entregarse con más tranquilidad a toda clase de pecados cuanto por refinada malicia y rebelión contra Dios. Es el pecado de aquellos fariseos a quienes San Esteban calificaba de «duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos, vosotros siempre habéis resistido al Espíritu Santo» (Act 7,51).


6.° La impenitencia deliberada, por la que se toma la determinación de no arrepentirse jamás de los pecados y de resistir cualquier inspiración de la gracia que pudiera impulsar al arrepentimiento. Es el más horrendo de los pecados contra el Espíritu Santo, ya que se cierra voluntariamente y para siempre las puertas de la gracia. «Si a la hora de la muerte — decía un infeliz apóstata— pido un sacerdote para confesarme, no me lo traigáis: es que estaré delirando».


270. 3. ¿Son absolutamente irremisibles? En el Evangelio se nos dice que el pecado contra el Espíritu Santo «no será perdonado ni en este siglo ni en el venidero» (Mt 12,32). Pero hay que interpretar rectamente estas palabras. No hay ni puede haber un pecado tan grave que no pueda ser perdonado por la misericordia infinita de Dios si el pecador se arrepiente debidamente de él en este mundo. Pero, como precisamente el que peca contra el Espíritu Santo rechaza la gracia de Dios y se obstina voluntariamente en su maldad, es imposible que, mientras permanezca en esas disposiciones, se le perdone su pecado. Lo cual no quiere decir que Dios le haya abandonado definitivamente y esté decidido a no perdonarle aunque se arrepienta, sino que de hecho el pecador no querrá arrepentirse y morirá obstinado en su pecado. La conversión y vuelta a Dios de uno de estos hombres satánicos no es absolutamente imposible, pero sería en el orden sobrenatural un milagro tan grande como en el orden natural la resurrección de un muerto.

jueves, 12 de septiembre de 2024

MAGNIFICAS ALABANZAS A LA SANTISIMA VIRGEN MARÍA (Revelaciones de Santa Brígida)

 


Magníficas y muy tiernas alabanzas que santa Brígida da a la Virgen María, y contestación de la

Señora, con grandes promesas que hace a sus devotos.


REVELACIÓN 17

Oh dulcísima María, hermosura nueva nunca vista, hermosura preciosísima, ven en mi ayuda, para que desaparezca mi fealdad y se encienda mi amor para con Dios. Tu hermosura, Señora, a quien la considera le hace tres bienes: despeja la memoria para que entren con suavidad las palabras de Dios, hace que las retenga después de oídas y que las comunique fervorosamente a los prójimos. También al corazón le da otros tres bienes tu hermosura; porque le quita el gravísimo peso de la pereza, cuando se considera tu amor a Dios y tu humildad; envía lágrimas a los ojos, cuando se contempla tu pobreza y tu paciencia; y comunica para siempre al corazón un fervor de dulzura, cuando sinceramente se recuerda la memoria de tu piedad.

Verdaderamente eres, Señora, hermosura excelentísima, hermosura ardientemente deseada; pues fuiste dada para auxilio de los enfermos, para consuelo de los atribulados y para intercesora de todos. Y así, todos cuantos oyeren que habías de nacer y los que saben que naciste, muy bien pueden clamar diciendo: Ven, hermosura esplendorosísima, y alumbra nuestras tinieblas; ven, hermosura preciosísima, y quita nuestra afrenta; ven, hermosura suavísima, y templa nuestra amargura; ven, hermosura poderosísima, y acaba con nuestro cautiverio; ven, hermosura honestísima, y borra nuestra fealdad. Bendita y ensalzada sea tal y tan grande hermosura, que desearon ver todos los Patriarcas, a la cual alabaron los Profetas y con la que se alegran todos los escogidos.

Bendito sea Dios que es toda mi hermosura, respondió la Virgen, el cual puso en tus labios semejantes palabras. En pago de ellas te digo, que aquella hermosura sin principio, eterna y sin igual, que me hizo y me crió, te confortará a ti; aquella hermosura venerabilísima y nueva, que renueva todas las cosas, la cual estuvo en mí y nació de mí, te enseñará cosas maravillosas; aquella hermosura ardientemente deseada, que todo lo recrea y alegra, inflamará con su amor tu alma. Confía, pues, en Dios, que cuando alcanzares a ver la hermosura del cielo, te causará confusión y vergüenza la hermosura de la tierra, y la tendrás por escoria y por vileza.

Enseguida dijo el Hijo de Dios a su Madre: Bendita seas, Madre mía. Tú eres semejante a un artífice muy primoroso en su arte, que hace una preciosa joya, y viéndola le dan el parabién, y uno le ofrece oro para que la acabe y otro piedras preciosas para que la adorne. Así tú, querida Madre, das auxilio a todo el que intenta llegar hasta Dios, y a nadie dejas sin consuelo. Con justicia pueden llamarte sangre de mi corazón; porque como con la sangre se vivifican y robustecen todos los miembros del cuerpo, del mismo modo, por medio de ti se vivifican los hombres de la caída del pecado, y se hacen de más provecho para con Dios.


martes, 10 de septiembre de 2024

EL SANTO ABANDONO. CAP 14 (Artículo 4º.- El «dejar hacer a Dios» en las vías místicas)

 


«Dejar hacer a Dios», es una expresión muy en boga en la actualidad. Es una parte verdadera, mas no ha de tomarse a la letra, so pena de abrir la puerta al semiquietismo. Al exponer la noción del Santo Abandono, hemos mostrado con profusión de detalle que no excluye ni la previsión ni los esfuerzos personales; no es, pues, un puro «dejar hacer a Dios». Esto que es verdadero en el camino ordinario, lo es no menos en el místico. El uno es activo, y pasivo el otro; la acción divina será, pues, diferente; con todo, la fórmula «dejar hacer a Dios» no responde a todos nuestros deberes, ni en uno, ni en otro. 

En la vía ordinaria la acción divina adáptase a nuestros procedimientos naturales, déjanos la libre elección y dirección de nuestras acciones, y se pone, por decirlo así, a nuestro servicio, ¡que tan maravillosa es la condescendencia de nuestro Padre celestial! No hablemos, por de pronto, sino de la oración y tomemos como ejemplo la meditación. Como se trata de ejecutar una obra sobrenatural, es de toda necesidad que la gracia nos prevenga y ayude; ella ha de presidir todas nuestras acciones, y ninguna se hará sin su intervención. Déjanos, empero, determinar libremente el tiempo, el lugar, la manera y materia de nuestra oración; asimismo nos permite conducirla a nuestro gusto, es decir, que podemos según nos plazca, elegir nuestras consideraciones y nuestros afectos, asignarles su lugar, la extensión, la variedad que queramos, fijar nuestras resoluciones conforme a nuestras preferencias. Dios trabaja en nosotros y con nosotros, mas se acomoda a nuestro modo humano de obrar, y permanece oculto. Es verdad que dispondrá de nosotros según su beneplácito, y como consecuencia estaremos en la sequedad o en la consolación, en la calma o en el combate, en la paz o en las penas interiores. Aquí tiene lugar el «dejar hacer a Dios», quedando empero un campo dilatado a nuestra libre actividad. 

Muy otras son las condiciones al tratarse de las vías místicas. Tomemos como ejemplo la quietud. Dios, al obrar mediante los dones del Espíritu Santo, no se oculta tanto, y por lo regular hace sentir su presencia y su acción. Interviene conforme a su beneplácito, en el coro, en la lectura, en el trabajo, en el tiempo y lugar que juzga oportuno, y no siempre cuando nosotros le esperamos. No se acomoda ya a nuestros procedimientos naturales, y en cierto modo nos impone los suyos. Toma, cuando le place, la iniciativa y dirección de nuestra oración; liga la imaginación, la memoria y el entendimiento para impedir las dilatadas consideraciones, los afectos metódicos y discursivos, variados y complicados, para llevarlos poco a poco a una sencilla atención amorosa. Produce El mismo la luz y el amor, y los derrama a torrentes, como con medida, o gota a gota; los refuerza y los disminuye a su arbitrio. Propone a su consideración sus divinos atributos, la Pasión, la infancia de Nuestro Señor u otra materia que a El le place. Provoca en nosotros un silencio admirativo, transportes amorosos, suaves coloquios, o bien nos reduce a la penosa aridez de un desierto sin fin. No está en nuestro poder hacerle reforzar o modificar su acción, retenerle o hacerle volver contra su voluntad cuando El se quiere retirar. Es el dueño y bien a las claras lo demuestra, mas su intervención será siempre la obra de su amor misericordioso y de su exquisita sabiduría. 

A pesar de esto nos deja, en general, la facilidad de hacer nuestras lecturas piadosas, y aun de hallar abundantes consideraciones para servicio de nuestros hermanos. Si se exceptúa la impotencia para meditar que puede llegar a ser total, la influencia mística no liga aquí enteramente las potencias. Podemos siempre recibirla o rechazarla, aceptar el asunto de la oración que ella nos ofrece o tomar otro, atenernos a los actos que nos brinda, o añadir a ellos cuanto queramos, como afectos, peticiones, etcétera. En una palabra, es la quietud una mezcla de pasivo y de activo, o, como dice Santa Teresa, «lo natural se encuentra allí mezclado a lo sobrenatural»; y por lo mismo tendrán cabida simultáneamente el «dejar hacer a Dios» y nuestra actividad personal. 

La pasividad será mucho más acentuada en la unión plena y el éxtasis. En la primera no hay apenas trabajo alguno, y ninguno en el segundo, cuando están en su punto culminante. Mas cuando se ha llegado a esta edad de la vida espiritual, la oración está muy lejos de lograr siempre este máximum de intensidad; por otra parte, crece y disminuye durante un mismo ejercicio, y permanecerá, pues, la mayor parte del tiempo en la simple quietud o en las purificaciones pasivas. En suma, es muy raro que la contemplación sea completamente pasiva, y en consecuencia, siempre habrá lugar para el «dejar hacer a Dios», y muy comúnmente para nuestra actividad personal con su más y su menos. Siendo empero la acción divina la principal, es preciso que la nuestra le esté subordinada, que se armonice y refunda en ella. 

Este «dejar hacer a Dios», inútil creo decirlo, no es el estado pasivo de un campo que recibe con la misma indiferencia el rocío del cielo o los rayos del sol. Es la actitud de un alma inteligente y libre que, apreciando el beneplácito divino, se presenta toda entera para recibirlo y no perder nada de él. No se limita a dar su consentimiento, a no oponer resistencia, a no hacer nada que sea un obstáculo; presenta su espíritu, su corazón, su voluntad para entregarse toda a la gracia. En consecuencia, por todo el tiempo que se haga sentir la influencia mística, vela el alma para rechazar las distracciones y, si está en su mano, las ocupaciones incompatibles con la oración; evita el buscar y aun aceptar largas consideraciones, afectos variados y complicados: cosas todas más a propósito para ahogar esta pequeña llama que para avivarla. Recibe, sin embargo, la acción divina con reverencia y sumisión, con reconocimiento y confianza, y a ella se adapta de la manera que puede. La acepta tal como le es ofrecida, débil o fuerte, silenciosa o suplicante sin buscar otra materia. Si en lo que recibe cree encontrar ocupación suficiente, limitase a contemplar a Dios en un silencio amoroso, o a excitar piadosos afectos, en conformidad con el movimiento de la gracia. Si esta ocupación es escasa, trata de reforzarla con algunos piadosos afectos, conforme a la acción divina. En una palabra, pónese con una amorosa reverencia a disposición de la gracia. Cuando ha dejado de hacerse sentir la influencia mística, el alma se entrega a la oración por determinación propia conforme a sus deseos, por los procedimientos que le han dado mejor resultado. Suple entonces lo que no pudo hacer en la oración pasiva, y se aplica a las piadosas lecturas, y produce los afectos y peticiones que convienen. Insistía mucho sobre este punto San Francisco de Sales en la dirección que daba a Santa Juana de Chantal y a sus hijas. Después de la oración, aplicase el alma a hacerle producir todos sus frutos y a mantenerse, mediante la mortificación interior, en el fervor y la pureza que la dispongan a nuevas gracias, si a Dios place concedérselas. 

Cuando la sumerge una y otra vez hasta la saciedad en las purificaciones pasivas, parécela a esta pobre alma hallarse abandonada del cielo, pero nada está perdido sino para el hombre viejo. El alma está en manos de Dios, ¿a qué fin resistir? El es todopoderoso y el mejor medio de abreviar la prueba es someterse sin queja y sin recriminaciones ni inquietudes. Lejos de mantenernos puramente pasivos, confiemos en Dios, nuestro mejor Amigo, nuestro Padre infinitamente sabio y bueno; démosle, mientras quiera, nuestras manos y nuestros pies y dejémosle crucificarnos a su placer. No huyamos de El cuando la oración se nos vuelve enojosa, sino que vayamos a ella como de costumbre y cumplamos con ánimo nuestro deber. No pongamos causa alguna voluntaria de sequedad, y tengamos delante de Dios una actitud humilde, arrepentida, sumisa y llena de confianza, de suerte que este doloroso estado produzca realmente en nosotros cuanto puede producir en humildad, renuncia y santo abandono, y de este modo habremos hecho negocio de gran ganancia. 

Tal es la conducta que Santa Juana de Chantal observaba y hacia seguir a sus hijas. «En estado pasivo no dejaba de obrar en los momentos en que Dios le retiraba su operación o la excitaba a ello; sus actos, empero, eran siempre cortos, humildes y amorosos.» «Si, hija mía, decía ella, cuando Dios lo quiere y me lo manifiesta por el movimiento de la gracia, hago algunos actos interiores, o pronuncio algunas palabras exteriores, sobre todo cuando he de rechazar las tentaciones. Dios no permite sea tan temeraria que presuma no tener jamás necesidad de hacer acto alguno, y creo que los que dicen que nunca los hacen no lo entienden. Creo que también nuestra hermana Ana María Rosset los hace sin darse cuenta; por lo menos yo se los hago hacer exteriores.» Cuidaba, pues, la santa, añade su historiador, «de no hacer nada sino por impulso de la gracia, a la cual vivía por completo sumisa y obediente, ora la invitase Dios a obrar, ora la dejase como abandonada a sí misma, retirándola su operación». Pasaba así de un estado a otro, alternativamente activo o pasivo, a gusto de Dios: notable vicisitud en la vida de esta gran santa, y que tendía, dice Bossuet, «a hacerla difícil bajo la mano de Dios y a hacer que no cesase de acomodarse al estado en que la ponía, de donde resultaban las virtudes, las sumisiones y resignaciones admirables que se destacan en su vida». «Este extraordinario estado que la Santa sólo al principio había experimentado en la oración, no tardó en saborearlo en la Santa Misa, la Comunión, durante el oficio divino, y con frecuencia durante todo el curso del día. No era ello a veces sino un relámpago durante el cual permanecía en silencio cerrados los ojos, unida a Dios por una simple mirada. Otras veces se prolongaba este estado horas enteras, mas sin hacerle perder su libertad de espíritu, ni su libertad de acción.» 

Esta última reflexión nos lleva a decir que del mismo modo que pueden las almas ser movidas por influjo divino en la oración, pueden serlo también en la acción. Hemos hablado largamente de la oración, porque, a nuestro juicio, allí es sobre todo donde se ejerce la influencia mística, y lo que hemos dicho hará conocer mejor lo que será esta influencia y cómo hemos de corresponder a ella, cuando se deja sentir en otra parte. 

En el camino ordinario, la gracia permanece secreta, hasta para el mismo que la recibe. Déjanos la iniciativa, la elección en las cosas libres, la deliberación, la determinación, la ejecución. En realidad, no hay duda que todo procede del Espíritu Santo, no siendo posible nada sobrenatural sin que El nos sugiera el pensamiento y nos ayude a quererlo y a ejecutarlo. Pero El se oculta y se adapta a nuestros procedimientos naturales, de suerte que todo parece venir de nuestros esfuerzos. La fe es la que nos enseña que nuestra voluntad tuvo que ser ayudada con una gracia secreta y sostenida en determinados momentos por los dones del Espíritu Santo. 

Por el contrario, tanto en la acción mística como en la oración mística también, déjase sentir la acción de Dios y llega a ser, por decirlo así, manifiesta. Aquí ya no se limita a seguir nuestros procedimientos humanos; hállase el alma de repente iluminada y puesta en movimiento, como por un instinto divino, una inspiración particular, una moción especial. Por repentina, por dulce e imperiosa que sea la acción divina, no suprime el ejercicio del libre albedrío, se la consiente con toda el alma, y con gusto se reúnen todas las energías para corresponder a ella. Por eso pudo decir Bossuet: «Tanto más obramos cuanto somos más empujados, más movidos, más animados del Espíritu Santo; este acto por el cual nos entregamos a la acción que El ejecuta en nosotros, nos pone, para así expresarnos, por completo en acción para Dios.» 

Mas bajo otro punto de vista somos tanto menos activos cuanto nuestro estado es más pasivo, y se siente sin poder dudarlo que un poder superior ha tomado la iniciativa, ha hecho la elección del acto, reemplazando la deliberación por un instinto divino y compelido en seguida a la ejecución. Cuando un alma es frecuentemente favorecida con estas influencias místicas, suele decirse que está bajo la dirección del Espíritu Santo. 

¿Puede estarlo siempre y en todas las cosas? San Juan de la Cruz lo juzga así de la Santísima Virgen, y casi exclusivamente de Ella: «Elevada -dice- desde el principio a este altísimo estado -en que es Dios mismo quien dirige las potencias hacia los actos conformes al querer divino-, no tuvo jamás la gloriosa Madre de Dios en el espíritu el recuerdo de criatura alguna capaz de distraerla de Dios y dirigirla en su modo de obrar. Todos sus movimientos fueron siempre producidos por el Espíritu Santo... Por más que sea difícil hallar un alma enteramente conducida por el Señor y enriquecida con la perpetua unión, durante la cual las potencias están divinamente ocupadas, sin embargo, hállanse con bastante frecuencia algunas que son movidas por El en sus acciones y no se mueven por sí mismas.» Bossuet es del mismo parecer cuando dice: «Estos estados imaginarios de nuestros falsos místicos, en que las almas son siempre divinamente movidas por las extraordinarias impresiones de que hablamos, no son conocidos ni del Padre Juan de la Cruz, ni de la Madre Santa Teresa. Por mi parte añado que ni los Ángeles, ni las Catalinas de Sena y de Génova, los Ávilas, los Alcántaras, ni otras almas de la más pura y alta contemplación, jamás han creído ser siempre pasivos, sino a intervalos; y con frecuencia dejados a si mismos han obrado de la manera ordinaria. Otro tanto se manifestaba en la Madre Chantal, una de las personas más experimentadas en esta vía.» ¿Hay o hubo algún corto número de almas escogidas movidas por Dios de esta manera a cada instante? Bossuet «deja la resolución al juicio de Dios y, sin reconocer la existencia de estados semejantes, tan sólo dice que, en la práctica, nada hay tan peligroso ni tan sujeto a ilusión como guiar las almas cual si éstas hubiesen llegado a ellos, y que en todo caso la perfección del cristianismo no consiste en estas prevenciones.» 

A propósito de estos estados pasivos señala Bossuet dos extremos opuestos: el de los quietistas, que hacen a esta pasividad perpetua, muy común y necesaria al menos para la perfección, y el que consiste en tomar por ilusiones sospechosas todos «estos estados en los que almas escogidas reciben pasivamente impresiones divinas tan altas y tan desconocidas, que apenas podemos darnos cuenta de su admirable simplicidad». 

En consecuencia, por todo el tiempo que sintamos en nosotros la acción de Dios, la hemos de seguir con docilidad llena de confianza; cuando aquélla cesa es preciso tornar a los medios ordinarios de huir del pecado, de practicar la virtud, de cumplir los deberes diarios. Y, como el camino nos está ya claramente indicado y la gracia jamás falta a la oración y fidelidad, no hay para qué esperar que Dios nos declare de nuevo su voluntad o nos impela a la acción por una moción especial. O mejor aún, «no es permitido que un cristiano, dice Bossuet- bajo pretexto de oración pasiva u otra extraordinaria, espere en la dirección de la vida, así en lo que mira a lo espiritual como a lo temporal, que nos determine a cada acción por vía e inspiración particular; al contrario, induce a tentar a Dios, a la ilusión y a la negligencia». 

Mas, en estas materias tan delicadas, hay que temer las ilusiones. Se ha de someter nuestra vida mística a un examen serio, según las reglas del discernimiento de los espíritus. Si de ellas resulta una más perfecta observancia de nuestros votos y nuestras Reglas, obediencia a nuestros superiores, vivir en paz con nuestros hermanos, combatir las tentaciones, santificar las pruebas, no se puede sospechar ni de su origen ni del uso que de ellas se hace. Aun en este caso, es necesario imitar a Santa Teresa: «Lo que con mayor ahínco deseó siempre fue adquirir las virtudes; y esto mismo es lo que más dejó encomendado a sus religiosas, acostumbrando decirles que el alma más humilde y más mortificada sería también la más espiritual.» 

Como es tan difícil ser buen juez en propia causa, será de todo punto necesario recurrir a un director experimentado. Por otra parte, ha establecido la Providencia que los hombres sean gobernados por otros hombres. Nuestro Señor aparecióse a Saulo y le envió a Ananías. Santa Teresa, Santa Juana de Chantal, Santa Margarita María tenían el espíritu muy esclarecido y el juicio muy recto y no dejaban, sin embargo, de recurrir a su director, o según el caso, a sus superiores. Hablando Santa Teresa de sí misma, dice «que jamás reguló su conducta por lo que se le había inspirado en la oración, y cuando sus confesores la decían que obrase de otra manera, los obedecía sin la menor repugnancia y les daba cuenta de cuanto le sucedía... Decíala nuestro Señor entonces que hacia bien en obedecer, y que El manifestaría la verdad». Con todo, mostróse irritado contra los que la impedían hacer oración. De igual modo decía Nuestro Señor a Santa Margarita María: «En adelante acomodaré mis gracias al espíritu de la Regla, a la voluntad de tu Superiora, y a tu debilidad, y ten por sospechoso todo lo que pudiera desviarte de su exacto cumplimiento. Deseo que la prefieras a todo lo demás, aun la voluntad de tus superioras a la mía. Cuando ellas te prohíban lo que yo te hubiera ordenado, déjalas hacer, que yo sabré hallar todos los medios de hacer triunfar mis designios por caminos opuestos y contrarios... » Mostró en lo sucesivo los terribles golpes que sabe descargar para echar por tierra las oposiciones. Porque quiere «que se prueben los espíritus para ver si son de Dios»; mas, una vez habidas las suficientes pruebas, no admite que se entre en lucha con El.