Jesús dictándole a Conchita
Cabrera:
1.- Sacrificio
El Sacrificio y el Dolor nacen sólo del AMOR de DIOS; y en él viven y
dentro de él crecen y fructifican, llenando el alma de inmensos bienes. (Tomo
12)
2.- Penitencia
La Penitencia es el fuego que conserva las virtudes y les da savia para
su desarrollo.
De ella nace el propio desprecio; de ella se produce el ansia de
padecer, el hambre de crucifixión.
La humildad produce esta grande virtud, conserva sus actos; más la
desarrolla el amor divino.
La Penitencia es muy agradable a Dios y tiene muchos visos, y alcanza
diversas gracias para las almas y para la misma alma que la práctica.
La Penitencia atrae a la ternura y el Corazón de Dios y tiene las
cualidades de expiar y merecer. La Penitencia brota de la humildad.
3.- Penitencia Espiritual
perfecta
La Penitencia exterior tiene la facultad o virtud de purificar el cuerpo
y el alma, pero existe otra clase de penitencia: la penitencia espiritual
perfecta.
Esta penitencia es de un valor inmenso, y como lo dice su nombre, toca
directamente al espíritu, aunque sus efectos se dejan también sentir en el
cuerpo.
Esta purificación no está en manera alguna en la voluntad humana, sino
que depende totalmente de la Voluntad Divina. Esta Voluntad Divina, o por sí, o
valiéndose de otro espíritu, hace pasar el alma por el vivo fuego del crisol de
la purificación más intensa y atormentando al alma, la deja capaz para recibir
las gracias del cielo. Este es un fuego que en un instante consume hasta las
más pequeñas imperfecciones, y acerca al espíritu, así purificado.
Esta purificación deja en el alma
varios santos efectos: es decir, le da luz, fortaleza y unión: estas tres
gracias, además de otras, son las principales con que Dios regala al alma feliz
que lleva por estos caminos.
Esta penitencia es una de las virtudes internas perfectas de que venimos
hablando y solamente un especial beneficio de Dios y un don puramente gratuito.
Es un favor del cielo con el cual Dios purifica a las almas, las limpia para
subirlas a la alteza incomprensible de la unión.
Son estas desolaciones que van a lo más hondo del espíritu, un don
gratuito, sin que nadie sea capaz, ni de quitarlas, ni de disminuirlas, pero se
puede inclinar a Mi Corazón a concederlas, practicando los tres grados de
perfección de la Religión de la Cruz.
La Penitencia es de gran valor y procura al alma innumerables bienes. El
cuerpo es como un pedernal y la penitencia el eslabón con que se produce el
fuego santo que purifica el alma y la abraza en el divino amor.
La Penitencia es una poderosa arma contra muchos vicios; es espuela
contra la molicie y ataca directamente a todos los pecados capitales. Es el
cerco de la castidad, la despertadora del espíritu y el antídoto contra el
fuego del Purgatorio. Es la llave de las gracias y la que detiene la justicia del
mismo Dios, es una mina que atesora para el cielo.
La Penitencia abre las puertas de la contemplación y los tesoros
celestiales. ¡Sin embargo, hasta su nombre causa horror, pero si se gustasen
sus frutos, este delicado sabor que en el mundo no se encuentra…! La Penitencia inclina al hombre a la
mortificación, al propio desprecio, a la caridad del prójimo y a la unión con
Dios.
4.- Sufrimiento espiritual perfecto y Padecimiento
La virtud del sufrimiento es una parte esencial del dolor. El sufrimiento
cristiano que se acompaña siempre de la resignación y de la paciencia, es hijo
de Mi Corazón, nacido y santificado en Él.
En Mi Corazón se santificó el dolor interno, del sufrimiento de Mi
Corazón tomó su virtud y fortaleza.
El sufrimiento es mayor que el padecimiento, porque éste toca al cuerpo
y aquél al alma, y tanto le aventaja cuanto es la diferencia de lo material a
lo espiritual.
El Padecimiento cristiano es también una virtud, y muy grande y de
riquísimo e imponderable valor a los ojos de Dios, sobre todo cuando parte de
un cuerpo puro, con un alma santificada.
Uno de los mayores medios para la santificación de un alma es el
padecimiento físico causado por las enfermedades; sin embargo, el Padecimiento es hijo del Sufrimiento y la
mayor parte de las veces andan juntos. Mas ahora no trato aquí de un
sufrimiento puramente moral, aunque en mucho lo estimo y valorizo; hablo del
Sufrimiento espiritual perfecto, que anega al alma en las amarguras más
crueles.
Esta clase de sufrimiento interno fue el que desgarró a Mi amantísimo
Corazón, desde el instante mismo de Mi Encarnación hasta que entregué Mi
Espíritu en manos de Mi Padre. En este sufrimiento se complacen las miradas del
Padre; y él es el que partiendo de un alma pura, alcanza más gracias
celestiales. Todo Padecimiento y todo Sufrimiento es Cruz, y constituyen el
camino derecho para el Cielo.
Ellos preparan al alma para la Contemplación y la conservan: ellos son
indispensables apoyos para la Oración, y su alimento y su vida.
A la medida del dolor descienden las gracias para el alma y para las
almas.
El dolor es el Arca Santa de los divinos favores. Sin dolor no hay
alegría, es decir, no hay oración, ni contemplación, ni sólida virtud, esto es:
sin sufrimiento no existe sencillamente la vida espiritual.
La palanca de la vida espiritual es el dolor manifestado en las
diferentes formas de sufrimiento y padecimiento. Muy grande y encumbrada es
esta virtud brotada de Mi Corazón Santísimo.
El Sufrimiento espiritual perfecto consiste en recibir, buscar y gozarse
en el sufrimiento, padecimiento y toda clase de mortificación voluntaria o
impuesta, ya directamente por Mí mismo, ya por parte del prójimo o ya
proporcionada por la misma alma.
Esta definición encierra un campo vastísimo de crueles y terribles
martirios. Con sólo eso llegaría cualquier alma que pasase por este camino a la
más alta perfección.
Los enemigos del sufrimiento y del padecimiento son muchos y combaten en
favor del mundo, demonio y carne. La comodidad y el placer hacen inmensos
esfuerzos para derrotar el sufrimiento y el padecimiento.
La delicadeza afina y pone en juego todas sus armas, la flaqueza y
debilidad los hacen tropezar y hasta llega a caer.
Pero el dominio propio, la firmeza, la energía y la constancia son sus
apoyos y las armas también con las cuales alcanza la victoria. ¡Felices mil veces las almas vencedoras!
5.- Mortificación
Nota.- El sufrimiento y la mortificación van más al interior del alma.
La penitencia y el padecimiento se refieren más al cuerpo.
La mortificación es el constante quebrantamiento de todo propio querer.
Sólo está incluido en el total sacrificio de la obediencia: sin embargo, puede
el alma actuarse en todas sus operaciones, ya que la virtud de la mortificación
es el incienso del alma.
Esta virtud es muy amada de Mi Corazón, la cual se desarrolla y crece
practicándola. Es una hija predilecta
del Espíritu Santo y su misión es purificar a las almas por el sacrificio, y su
perfección consiste en que este sacrificio sacudido de todo propio interés,
suba al Cielo por el solo y puro amor. Este puro amor tiene muchos grados y
extensión.
La mortificación es una grande virtud hija del sufrimiento y hermana del
padecimiento. Es la mortificación la sal con la cual sazonan todas las
virtudes, ellas son desabridas sin esta sal indispensable para su sabor.
La mortificación, aunque es también hija del sufrimiento, es mayor que
su hermano el padecimiento y más parecida a su padre en el sentido de que va al
interior del alma a practicar su misión.
La misión de la mortificación es divina y su práctica lleva al alma a un
alto grado de perfección.
El alma mortificada es pura, obediente, humilde, penitente y la
acompañan todas o la mayor parte de las virtudes.
La mortificación tiene la virtud especial de levantar el alma de las
cosas de la tierra y de atraer por su medio la presencia de Dios.
La mortificación es la leña o combustible con que se enciende el alma en
divino fuego.
La mortificación es una virtud secreta que en el ocultamiento y
obscuridad hace grandes progresos. Es enemiga del ruido, y en un profundo
silencio se ejercita y crece. Tiene su asiento en el alma pura o purificada.
Es la mortificación una virtud gigante y aun cuando se muestre en la
pequeñez de la humildad, o con su vestidura, ella derroca a enemigos muy
capitales del alma.
Es virtud guerrera que consigo lleva a la lucha y no descansa en su
misión, proporcionando al alma que la posee, infinitos modos y medios de
merecer.
La mortificación domina a los sentidos y pone a raya a las pasiones del
hombre. Se interna hasta en la potencias del alma y pasa aún más allá, esto es,
al campo vastísimo interno dentro del cual también impera ejerciendo ahí su
dominio y su influencia más perfecta.
Es virtud tan fuerte, que derroca a la voluntad humana, la pisa y hace
de ella su asiento, la rinde totalmente con su trabajo y esfuerzo, y de tal manera
llega a sujetarla, que aquel feliz y mil veces feliz espíritu que la tiene por
su reina llega a vivir y a respirar dentro de ella y por ella misma.
Esta virtud tiene infinitas recompensas celestiales para el alma que la practica,
no sólo en la eternidad, sino aún en el tiempo.
Sus enemigos son los mismos que los del sufrimiento y padecimiento, pero
esta virtud como aborrece de muerte a la comodidad, a la delicadeza y al
placer, esgrime heroicamente todas sus armas para defenderse, apoyándose en la
humildad y en la constancia.