A quienes porten la Medalla la Santísima Virgen les garantiza una protección contínua, inagotable y universal para el alma y el cuerpo, en la vida y en la muerte, para todos y para siempre; una protección constante, infalible e indefectible porque se funda en el poder de Dios.
La Medalla es, por tanto, un escudo, porque quien la lleva está bajo el especialísimo amparo de la Madre de Dios. La Virgen confirma su poderosa protección maternal en toda dificultad material, y sobre todo espiritual. Es un escudo contra las adulaciones del mundo, contra las seducciones del demonio y las tentaciones de la carne, los tres enemigos internos del hombre.