¡Oh Divino Amor, oh Lazo sagrado que unís al
Padre y al Hijo, Espíritu Todopoderoso, fiel consolador de los afligidos,
penetrad en los abismos de mi corazón!
Haced brillar en él vuestra esplendorosa
luz. Esparcid ahí vuestro dulce rocío a fin de hacer cesar su grande aridez.
Enviad los rayos celestiales de vuestro amor
hasta el santuario de mi alma, para que penetrando en ella, enciendan llamas
ardientes que consuman todas mis debilidades, mis negligencias y mis
languideces.
Venid, pues, venid, dulce Consolador de las
almas desoladas, refugio en los peligros y protector en la miseria.
Venid Vos que laváis a las almas de sus
manchas y que curáis sus llagas.
Venid, Fuerza del débil, Apoyo del que cae.
Venid, Doctor de los humildes y vencedor de
los orgullosos.
Venid, Padre de los huérfanos, Esperanza de
los pobres, Tesoro de los que están en la indigencia.
Venid, Estrella de los navegantes, Puerto
seguro de los que naufragan.
Venid, Fuerza de los vivientes, y salud de
los que van a morir.
Venid, Oh Espíritu Santo, venid y tened
piedad de mí.
Haced a mi alma sencilla, dócil y fiel, y
compadeceos de mi debilidad con tanta bondad, que mi pequeñez encuentre gracia
ante vuestra grandeza infinita, mi impotencia la encuentre ante vuestra fuerza,
y mis ofensas la encuentren ante la multitud de vuestras misericordias.
Por Nuestro Señor Jesucristo mi Salvador.
Así sea.