sábado, 13 de junio de 2015

LA DIVINA PROVIDENCIA




Voz de Cristo, voz misteriosa de la gracia que resonáis en el silencio de los corazones, Vos murmuráis en el fondo de nuestras conciencias palabras de dulzura y de paz. A nuestras miserias presentes repetís el consejo que el Maestro daba frecuentemente durante su vida mortal: "¡Confianza, confianza!".

"Yo os digo - declara el Salvador - no os acongojéis por el cuidado de hallar qué comer para sustentar vuestra vida, o de dónde sacaréis vestidos para cubrir vuestro cuerpo. ¿Es qué no vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido?
Mirad como las aves del cielo no siembran, ni siegan, ni encierran en graneros y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?
¿Quién de vosotros con sus preocupaciones puede añadir a su estatura un solo codo?
Y, del vestido, ¿por qué preocuparos? Aprended de los lirios del campo cómo crecen: no se fatigan ni hilan. Pues Yo os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos. Pues si la hierba del campo, que hoy es y mañana es arrojada al fuego, Dios así la viste, ¡no hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe!
Así que no os preocupéis diciendo: ¿Qué comeremos?, ¿qué beberemos? o ¿qué vestiremos? Los gentiles se afanan por todo eso; pero bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso tenéis necesidad.

En los muchos años que San Pablo, el Ermitaño, vivió en el desierto, un cuervo le traía, cada día medio pan. Sucedió que San Antonio fue a visitar al ilustre solitario. Conversaron largamente los dos santos, olvidados en sus piadosas meditaciones de la necesidad del alimento. Sin embargo pensaba en ellos la Providencia: el cuervo vino, como de costumbre, pero trayendo esta vez ¡un pan entero!

"Buscad primero el reino de Dios y su justicia; y todo lo demás  se os dará por añadidura." Así fue como el Salvador concluyó el discurso sobre la Providencia. Conclusión consoladora, que encierra una promesa condicional. De nosotros depende el ser beneficiados por ella. El Señor se ocupa tanto más de nuestros intereses cuanto más nosotros nos preocupamos con los suyos.

TOMADO DE PERISCOPIO

(El libro de la Confianza de Fray Thomas de Saint Laurent)