viernes, 16 de febrero de 2024

LA IGLESIA OCUPADA CAPITULO 7 (LOS SOCIAL CRISTIANOS)

 


CAPITULO VII - LOS SOCIAL CRISTIANOS

Un gendarme amigo de Joinville, le dice:

—Amigo, ¡arrojémonos sobre esta canalla!

 

Los azares de la vida deciden las vocaciones más de lo que se cree y éstas, a su vez, traen consigo la formación de movimientos que influyen sobre la orientación de las ideas en una época dada.

Dos jóvenes oficiales franceses, Albert de Mun y René de la Tour du Pin, fueron hechos prisioneros en la guerra franco-prusiana de 1870. Durante su cautiverio tuvieron conocimiento del movimiento social cristiano alemán de Mons. von Ketteller. Este conocimiento les llevaría a estudiar a los sociólogos franceses, cuyas ideas eran semejantes a las del citado Monseñor.

Leyeron a Le Play.

René de la Tour du Pin, de ahora en adelante, llamará a Frédéric Le Play su “maestro” porque, decía, de él había aprendido que las instituciones pueden corromper a los hombres y que los “falsos dogmas de 1789” podían contarse entre ellos. Así pues, era importante restaurar instituciones que permitiesen que el Evangelio moralizase al Estado.


De 1885 a 1891, La Tour du Pin y de Mun siguen apasionadamente el movimiento desencadenado por Mons. Mermillod, en Friburgo, y la UNIÓN DE ESTUDIOS, que había nacido con el propósito de definir y de preparar un “orden social cristiano”.

Toda una élite europea sigue a la Unión de Friburgo que desarrolla esta idea fundamental, en oposición total con los dogmas democráticos de que los cuerpos profesionales son, no solamente cuerpos sociales, sino también “colegios electorales naturales e históricos, verdaderos cuerpos políticos”.

“El régimen corporativo —concluye La Tour du Pin— proporciona los mejores elementos de competencia y de estabilidad al régimen representativo en el orden político”.

En la cima de su estructura, La Tour du Pin coloca al ESTADO, es decir, el conjunto de los poderes y fuerzas de una nación organizada con miras al bien común, al que llama interés nacional. Estos poderes son los del Príncipe en sus dictámenes, limitados éstos por las leyes fundamentales consentidas por el Pueblo en sus Estados”.

Como ha observado M. Adrien Dansette en su Histoire religieuse de la France contemporaine (Historia religiosa de la Francia contemporánea) , “se trataba de edificar un sistema de representación de los derechos y de los intereses profesionales frente al sufragio universal y al régimen parlamentario, los cuales, manejados por la burguesía, aseguran de hecho el predominio capitalista”.

Louis Veuillot, que seguía con simpatía la acción doctrinal de Albert de Mun, le escribió una carta el 15 de febrero de 1876, carta extremadamente curiosa, porque se nota en ella la irritación que le causan los discursos, sin duda admirables, del antiguo oficial de dragones, pero que le parecen de efecto demasiado remoto, ¡ en cambio el sable...! Pero, veamos lo que escribía Veuillot:

 

“Muy Sr. mío:

“Le he oído ayer por primera vez.

“Permítame que no haga un cumplido trivial a un hombre y a un talento que merecen mucho más que eso. Hombre de bien y elocuente, lo es Ud., pero el ideal de Cicerón no puede bastarle a Ud. ni a nosotros. Hay que ir más lejos. En el discurso de un orador de uniforme, hace falta el sable o por lo menos la vaina. Ayer, brillaron por su ausencia. El sable es el que da valor a la charretera. El auditorio se desconcierta, cuando en lugar de un mandoble recibe una bendición.

“Después del acto, fui a una casa en la que las damas se quejaban de no haberse sentido bastante arrebatadas. Tenga cuidado, Ud. es capitán de dragones para arrebatar a las damas y para cortar las retiradas y los nudos gordianos. Si su elocuencia no tiene sello de cuartel, que puede y debe ser un sello de suprema distinción, no será más que una hermosa y honrada muchacha casadera, cosa que Juana de Arco no era. Al soldado orador que no tira de la espada, le falta el más bello de los gestos. Uno se pregunta por qué ese soldado no es abogado o sacerdote.

¡Desenvaine, reparta sablazos, acogote! Esto es lo que Dios le pide al darle el don de la elocuencia y al hacerlo dragón.


“Escuchándole, habría que sentir la necesidad de rendirse para no ser fusilado, porque así pedirá a la violencia lo que no va a obtener por el amor. Siendo justo Y deseando el bien, parte de la idea de que tiene derecho al amor y a la vida y de que no quiere morir prisionero, ni asesinado. Un dragón tiene derecho a morir en el campo de batalla. Está bien que tienda la mano, que ofrezca su corazón, es lo que un cristiano debe hacer; pero que no arroje jamás su sable, el que da tanto peso a la palabra de los sacerdotes. Hay que verle siempre a caballo, presto a desenvainar. Un sablazo dado a tiempo es una bella limosna, una caridad muy grande. Muchos pobres no piden más que eso y eso sólo es lo que tienen que recibir. En general el temor basta: entonces, registramos nuestra bolsa y la limosna no se pierde.


“Un buen gendarme amigo de Joinville viendo que los moros, aprovechándose de que era domingo, insultaban el campo cristiano, dijo a Joinville: ‘Amigo, ¡lancémonos sobre esta canalla!’. Señor mío, no pierda de vista esta palabra. No sea Ud. un hombre de gran mérito que dice inútilmente cosas buenas. Desenvaine y sea como San Luis, como esos mártires que no temen matar. También existen ángeles exterminadores”.

Veuillot había adivinado que la derecha iba a hundirse en la verborrea y que ya no saldría de ella, por gusto y por comodidad.

¿Cuáles eran las probabilidades del Sistema corporativo a fines del siglo XIX?

En todos los grandes países de Europa el problema se planteaba de forma perceptiblemente semejante, pues los intereses, los egoísmos y las pasiones se habían desarrollado simultáneamente en el mismo sentido.

En 1880, el marxismo tenía trece años y no disponía todavía de tropas. El mundo del trabajo estaba disponible. El reflejo egoísta de la burguesía del mundo de los negocios debía llevar al patronato a declararse hostil a las corporaciones, y a preferir, en lugar de los sindicatos mixtos que eran el cebo, los sindicatos puramente patronales organizados frente a los sindicatos obreros para la defensa de clases y que sólo podía llevar a la lucha de clases.

Albert de Mun comprendió entonces que no se podía transformar la condición social sin reemplazar, previamente, el Estado liberal por un Estado orgánico. Este fue el tema de su gran discurso de Vannes, en 1881:

En el estado en que la Revolución ha puesto a Francia, decía, “el gobierno, el orden legal, tiene tan gran dominio y un poder tan abrumador que, si es malo, si está viciado en sus orígenes, en sus doctrinas y en sus representantes, tiene en los destinos del país una influencia cada día más funesta y llega una hora en la que el despotismo del Estado acaba por ahogar la voz de la conciencia”.

A la tentativa católico liberal de Lamennais y de sus discípulos, condenados por Gregorio XVI y Pío IX, responde pues, en la segunda mitad del siglo XIX, una tentativa tradicionalista cristiana que se orienta hacia la vuelta de las corporaciones.

Muy pronto sus iniciadores se dan cuenta de que la organización corporativa no es muy compatible con el liberalismo político y llegan a la conclusión de que es necesario, en el orden de los medios, resolver primero el problema político.


En 1885, Albert de Mun intenta fundar un partido católico, como los que existían en Alemania y en Bélgica, pero tal partido, en el contexto político francés, estaría necesariamente en la oposición y constituido mayoritariamente por monárquicos. El gobierno de la III República, ejerció un típico chantaje sobre el Vaticano: la autorización dada por Roma para la fundación de tal partido, llevaría consigo una reacción anticlerical violenta por parte de los poderes públicos.

Pronto fue solucionado el asunto. El 8 de septiembre, de Mun anuncia la constitución de la “Unión Católica” y el 9 de noviembre, después de una conversación con el nuncio, de Mun anuncia que renuncia a su proyecto.

Siete años más tarde, en 1892, León XIII, que se había opuesto a la creación de un partido católico monárquico, incitaba a los católicos franceses a formar un partido católico republicano, y de Mun, por obediencia, aceptaba. Contaría después que León XIII llegó hasta “abrazarle suplicándole que se plegase a una táctica que él juzgaba necesaria para el bien de la Iglesia y de Francia”.


La diferencia entre las dos tentativas era fundamental. Con la “Unión Católica”, de Mun pretendía la destrucción de las instituciones basadas sobre los principios de la Revolución de 1789 y la instauración de una monarquía corporativa.


En su estudio sobre Jacques Piou, M. Joseph Denais señala sutilmente que las razones de la oposición romana a la idea de Albert de Mun fueron “la intransigencia de su posición contrarrevolucionaria” y “la audacia de su programa social”.


Lo que León XIII había pedido a de Mun no era admitir los principios de 1789 — pues él mismo no los admitía—, sino aceptar la lucha en el marco de la democracia liberal. Cuestión de táctica, que el historiador sólo puede juzgar por sus resultados.

Estos fueron catastróficos.

Antes de abordar la cuestión de la política vaticana del “Ralliement” (adhesión y aceptación de la República como régimen gubernamental), hay que subrayar bien la aprobación completa de lo principios corporativos hecha por León XIII. En la Encíclica Rerum Novarum (1891) el Papa condenaba formalmente el liberalismo económico y el socialismo. Sobre el sistema corporativo, se expresaba así:

“Este siglo ha destruido, sin sustituirlas por nada, las antiguas corporaciones que eran una protección para los obreros; todo principio y todo sentimiento religioso han desaparecido de las leyes y de las instituciones públicas, y así, poco a poco, aislados los trabajadores y sin defensa, se han visto entregados con el tiempo, a la merced de amos inhumanos y a la codicia de una competencia desenfrenada.

“El primer lugar pertenece a las corporaciones obreras que abarcan en sí casi todas las obras. Nuestros antepasados experimentaron durante largo tiempo la influencia bienhechora de las corporaciones”.

Albert de Mun reconoció en esta encíclica un “esfuerzo poderoso” del Jefe de la Iglesia, “para entrar en comunicación directa con el pueblo, al que la evolución de los tiempos ha convertido en la gran potencia espiritual de nuestra época”.

Las clases dirigentes encerradas en el disfrute egoísta de los beneficios de la economía liberal, sin preocupación todavía ante las posibles reacciones de una clase obrera desorganizada, rehúsan favorecer el establecimiento de un régimen corporativo, por las mismas razones que le han hecho rechazar al conde de Chambord. Amenazado en sus intereses y en su poder político, los demo-plutócratas se dedican a frenar el movimiento socialcristiano.

León XIII busca entonces entrar “en comunicación directa con el pueblo”. ¿No es éste último el Poder de hecho, puesto que dispone del sufragio popular?

Por el pueblo y para el pueblo se va a poder recristianizar la Sociedad. Para ello, basta con VOTAR BIEN.

Fue un error táctico. ¿Cómo León XIII llegó a cometerlo? Sin duda porque creía que los católicos tenían todavía en Francia la fuerza suficiente para derrotar a la democracia liberal con sus propias armas. El Papa había subestimado la penetración oculta de la Francmasonería —aunque desconfiaba de ella con gran perspicacia— e iba a lanzar a los católicos a las luchas electorales que la Masonería podía falsear de mil maneras. Se dio cuenta demasiado tarde y los últimos años de su vida estuvieron amargados por ello. Solía decir:


“Me han engañado, no me han comprendido”. A M. Nizard, embajador de Francia, le había dicho el 10 de noviembre de 1900, que nunca había tenido otra idea que la de adherir a los católicos franceses “a una república cristiana, heredera de las tradiciones y continuadora del papel de gran nación católica que es Francia, pues si se tratase de una república donde prevaleciese el espíritu de secta y las pasiones de los enemigos irreconciliables de la Iglesia y de Cristo, ¿cómo podría esperarse del Soberano Pontífice que convidase a los católicos a adherirse a ella ?“.


Pero la política del “Ralliement” merece un estudio más profundo. Primero hay que comprenderla. Esto es lo que vamos a intentar en las páginas siguientes.