sábado, 23 de febrero de 2019

EL GRAN MISIONERO DEL CIELO ES EL INFIERNO


EL INFIERNO
Monseñor De Ségur
SI LO HAY – QUÉ ES – MODO DE EVITARLO
Paris, 1875

ASEGURAR LA SALVACION ETERNA POR MEDIO DE UNA VIDA SERIAMENTE CRISTIANA

                ¿Quieres, amadísimo lector, estar aún más seguro de evitar el infierno? No te contentes con evitar el pecado mortal y combatir los vicios y faltas que a él conducen; lleva una buena y santa vida, seriamente cristiana y llena de Jesucristo.
                Haz como las personas prudentes que tienen que pasar por caminos difíciles y rodeados de precipicios, los cuales por miedo de caer en ellos se guardan bien de andar por el borde, donde un simple mal paso podría serles fatal; toman prudentemente el otro lado de la vía, y se alejan tanto como pueden del derrumbadero. Haz, pues, lo mismo; abraza generosamente la hermosa y noble vida llamada vida cristiana, vida de piedad.
                Guiado por los consejos de algún santo sacerdote, imponte un método de vida, en el cuál harás entrar, conforme a las necesidades de tu alma y a las circunstancias exteriores en que te hallares, algunos buenos y sólidos ejercicios de piedad, entre los cuales te recomiendo los siguientes, que están al alcance de todo el mundo:
                Empieza y acaba siempre los días con una oración muy cordial y devota.
                Añade mañana y tarde la atenta lectura de una o dos páginas del Evangelio o de la Imitación, o de cualquier otro libro bueno que tengas a la mano; y después de esta pequeña lectura, guarda algunos minutos de recogimiento y de buenas resoluciones, por la mañana para el día y por la tarde para la noche, pensando en la muerte y en la eternidad.
                Toma la excelente costumbre de hacer la señal de la cruz cuantas veces entres y salgas de tu cuarto. Esta práctica, tan sencilla, en sí misma es muy santificante. Pero pon cuidado en no hacer nunca esta señal con ligereza, sin pensar en ella y por rutina, como hacen muchos: debes hacerla religiosa y gravemente.
                Procura, si los deberes de tu estado te lo permiten, ir a Misa todos los días temprano, a fin de recibir cada día la bendición de Dios, y tributar a N.S.J. los homenajes que le debemos en su augusto Sacramento. Si no te fuera posible, procura al menos adorar al Santísimo Sacramento, ya sea entrando en la iglesia o bien de lejos y desde el fondo de tu corazón.
                Rinde igualmente todos los días y con un corazón verdaderamente filial a la bienaventurada Virgen María, Madre de Dios y de los cristianos, algún homenaje de piedad, amor y veneración. El amor a la Santísima Virgen, unido al del Santísimo Sacramento, es una prenda casi infalible de salvación; y ha demostrado en todos los siglos la experiencia que N.S.J concede gracias extraordinarias, durante la vida y al momento de la muerte, a todos aquellos que invocan y aman a su Madre.
                Lleva siempre contigo un escapulario, una medalla o un rosario.
                Adquiere y no dejes jamás el hábito de confesarte y comulgar a menudo. La Confesión y la Comunión son los grandes medios ofrecidos por la misericordia de Jesucristo a todos aquellos que quieren salvar y santificar sus almas, evitar las faltas graves y crecer en el amor del bien y en la práctica de las virtudes cristianas.
                En este punto no puede darse una regla general; pero si puede afirmarse  que los hombres de buena voluntad, es decir, aquellos que quieren sinceramente evitar el mal, servir a Dios y amarlo de todo corazón, son tanto mejores, cuanto comulgan con mayor frecuencia. Cuando uno se encuentra así dispuesto, lo más es lo mejor;  y aunque fuese muchas veces por semana, y hasta cada día, no sería demasiado. Casi todos los buenos cristianos harían muy bien, si pudiesen, en santificar los domingos y fiestas de guardar con una buena Comunión, sin dejar de hacerlo nunca por su culpa. El célebre Catecismo del Concilio de Trento llega a decir que debe recibir los sacramentos todos los meses un cristiano algo cuidadoso de su alma.
                Finalmente, proponte en tu sistema de vida el combatir incesantemente las dos o tres faltas que hayas notado o que te hayan hecho notar en ti: este es el flanco débil de la plaza, y es evidente que por él, en uno o en otro momento, intentará el enemigo sorpresas y golpes de mano. Evita como el fuego las malas compañías y las malas lecturas.
                Ya comprendes, querido lector, que lo que te recomiendo no es una obligación y dista mucho de serlo. Pero repito, si entras en este camino de generosidad y de fervor, y si marchas por él resueltamente, aseguraras de un modo completo el importantísimo asunto de tu eternidad, y estarás cierto de evitar las penas del infierno, como está seguro de evitar las privaciones de la pobreza quien por una prudente y sabia administración aumenta poderosamente su fortuna.
                En todos los casos no dejes de tomar de estos consejos lo que puedas seguir; trabaja por lo mejor; pero por el amor de tu alma, por el amor de tu Salvador, que por ella ha derramado toda su sangre, no te avergüences del Evangelio, y sé cristiano de verás.
                Piensa a menudo, piensa seriamente en el infierno, en sus penas eternas, en su fuego devorador, y te prometo que irás al cielo.
EL GRAN MISIONERO DEL CIELO ES EL INFIERNO
Monseñor De Ségur.
(1875)