La dignidad de San José fue acompañada de toda la gracia conveniente,
porque si Dios ha hecho bien todas las cosas, y todas las obras que han salido
de sus manos han sido en gran manera buenas, claro está que San José, que
después de María es la obra más perfecta de la creación, fue bien provisto de
todos los dones que requería en su vocación. San José, por tanto, escogido dese
toda la eternidad para esposo de María y padre
de Jesús, debió recibir toda la gracia conveniente a su elección.
La santa Iglesia no sólo admite la superioridad de la divina gracia en
San José sobre todos los santos, sino que haciendo igualmente suyos los
pensamientos de San Bernardino de Siena admite también que correspondió
fidelísimamente a dichas gracias hasta el punto de ser él de quien dijo el
Señor: Entra en el gozo de tu Señor,
porque cumpliste fidelísimamente tu oficio. Por consiguiente, vemos en San
José todas las virtudes que debía tener
el dignísimo esposo de María y el
padre de Jesús, vemos esas virtudes adquiridas en el grado más heroico,
vemos una santidad que sobrepuja a toda otra santidad, vemos un progresar
continuo en la virtud y vemos aun el mayor grado de perfección posible, ya que,
después de haber recibido el mayor número de gracias debidas a su vocación, de
su parte correspondió fidelísimamente a ellas.
No sólo hay en San José la gran virtud de nunca haber cometido una
falta, sino, lo que es más, hay en su corazón la soberana y única virtud, de
haber ido siempre adelante. Su fe fue,
por tanto, superior a la de Abraham, que mereció ser llamado el padre de los
creyentes, su esperanza superó a la
de Isaac, su caridad fue mayor que
la de Jacob, su mansedumbre dejó muy
atrás a la de Moisés, su fortaleza venció
a la de Gedeón, fue más devoto que
David en sus Salmos, más sabio que
Salomón en sus Cantares, más casto que
José de Egipto, y superó en un todo del modo más extraordinario a los santos
más ilustres. San José tenía todas las virtudes. Por consiguiente, su fe en el
Mesías prometido fue tan superior a toda otra fe cuanto que le fue dado ver y
tocar al objeto de su fe, creyendo Dios al que exteriormente solo era hombre;
su esperanza fue más firme y más viva que la de Simeón, pues esperaba salvar a
Jesús contra todo poder diabólico coligado con el poderoso Herodes; su caridad
fue tanto más ardiente y heroica cuanto que le fueron entregados la divina
oveja María y Jesucristo, cordero de Dios que quita los pecados del mundo. San
José fue prudentísimo pues, como
afirma San Jerónimo, todo lo hizo bien, sujetándose en un todo a la divina
voluntad; fue fortísimo en medio de
las adversidades y tormentos, sufriendo infinito por el Dios niño y su Madre;
su templanza la poseyó en el más
alto grado, como privilegiado justo, que vivía especialmente de la fe. Siendo
esto así, ¿qué alabanzas no deberemos tributar a José? Si alabamos y
engrandecemos a Noé por haber hablado una vez con Dios; a Abraham, porque salió
de la Mesopotamia y habló con Dios representado por un ángel; a Jacob, por
haber visto la misteriosa escala por la que subían y bajaban los ángeles; a
Moisés, porque conversaba con Dios como con un amigo; a Samuel, porque fue fiel
a la voz que lo llamara por tres veces en una misma noche y a Marta y María,
porque hospedaron a Jesús, ¿qué alabanza, qué engrandecimiento daremos a José
que conversaba con Dios no como un amigo con otro amigo, sino como un padre con
su hijo y practicaba las virtudes del modo más perfecto?
Para que todos nos animemos a imitar las virtudes de San José, queremos
en pocas palabras hacer resaltar su humildad y prudencia, su justicia, su
misericordia y su obediencia, en un hecho que nos relata el sagrado Evangelio.
José halla a María que ha concebido por obra del Espíritu Santo, no quiere dar
cuenta de este hecho como justo que es y, antes bien, quiere separarse
ocultamente; mas estando en esos pensamientos, el ángel le dice que no tema,
que reciba a su esposa y que reciba a su hijo, imponiéndole el nombre de Jesús.
Este hecho resplandece en la vida de José como ejemplo admirable de humildad,
prudencia, justicia, misericordia y obediencia. De humildad, pues José hizo,
siendo llamado a la divina paternidad, un acto el más semejante a la virtud de
María en la misma circunstancia; y si María se declara esclava del Señor, José,
como esclavo, huye también de la honra; de prudencia, pues todos los autores se
la conceden en este acto, y no una prudencia común, sino una prudencia del todo
divina; de justicia, pues era el acto más justo al declinar las glorias de la
paternidad de Dios, pues entre él y Dios, no obstante sus gracias, había
siempre una distancia infinita; de misericordia, pues pensando José el negocio
con la madurez que reclamaba, el ángel le indicó la voluntad del Altísimo,
llevándose a cabo de esa manera el misterio de la salvación de los hombres y,
sobre todo, resplandece en este hecho la obediencia de José, haciendo
inmediatamente lo que el ángel le indicara de parte de Dios.
No olvidemos que estas cinco virtudes nos son tanto más necesarias,
cuanto que por ventura nos hallamos despojados de ellas; necesitamos ser
humildes, porque el Señor sólo le comunica a los que poseen la humildad de
corazón; necesitamos ser prudentes, porque así como la prudencia de la carne
nos pierde, así la prudencia divina nos salvará; necesitamos la justicia para
ser perfectos, pues todo pecado y aun toda imperfección entrañan siempre un
acto injusto de nuestra parte; necesitamos la misericordia, no sólo para con
nuestros semejantes sino, lo que es más, para nosotros mismos; y necesitamos,
en suma, de la obediencia, que podemos decir que por antonomasia es la virtud
de San José, así como por desgracia nos hacemos con frecuencia reos de grandes
desobediencias contra la ley de Dios. Démonos a José, pidiéndole afectuosamente
cada una de las virtudes que acabamos de indicar.
Las Glorias de San José