jueves, 19 de junio de 2014

FIESTA DE CORPUS CHRISTI


Corpus Christi






Cristo nos representó su santísimo cuerpo bajo la figura de pan y en el N. T. dejando la figura dice de sí mismo: "Yo soy el pan vivo que descendí del cielo." Más adelante continúa: "El pan que yo daré, es mi es mi carne por la vida del mundo."

Este es aquel pan que el ángel trajo a Elías. "Miro Elías y vio junto a su cabeza un pan cocido al rescoldo y un vaso de agua." Por el pan cocido al rescoldo se figura al cuerpo de Cristo, el cual esta velado por los accidentes significados por las cenizas y el vaso de agua significa el misterio de la sangre de Cristo. Pero de Elías se dice que antes de comer de este pan hizo cuatro cosas: “dejar al criado, marchar al desierto, sentarse bajo un enebro y despertar al llamado del ángel. Estas cuatro cosas nos señalan cuatro disposiciones que debemos tener para acercarnos a recibir el Cuerpo de Cristo: huir de los consuelos del mundo, entrar en religión, sujetarse en ella al prelado y tener devoción para con Dios.

a) Ha de huir de los consuelos del mundo.

Porque hallándose, en este Sacramento la plenitud de la consolación espiritual y no comunicándose ésta a los que dan entrada a otro género de consolaciones, síguese necesariamente que quien quiera alcanzarla deberá dejar la delectación carnal. Precisamente a Bersabe vino Elías y Bersabé significa fuente de hartura, palabra que podemos aplicar a N. S., porque en Él se encuentra la plenitud de gracia. Y continua la escritura Santa diciendo: "Dejo allí al criado." Y ¿Qué cosa se significa por este criado sino las cosas de este mundo? Y, efectivamente, quien deja al criado deja las puerilidades mundanales.
    
     b) Entrar en la religión.

Quien desea acercarse dignamente a este Sacramento ha de arreglar su alma según la honestidad de vida, propia del estado religioso, lo cual se significa en las palabras: "Elías marchó al desierto." El desierto, se deriva de la palabra desero, que equivale a dejar, significa el estado religioso, donde se dejan las cosas temporales. Y, en verdad, se deja en este estado las riquezas por el voto de pobreza; los placeres por el voto de castidad; y las honras y dignidades mundanas, por la abnegación de la voluntad propia. Y no hay en el mundo cosa tan prejudicial ni nociva como estas tres concupiscencias. Lo dice claramente San Juan: "Todo lo que hay en el mundo, es concupiscencia de carne, concupiscencia de ojos y soberbia de vida." Y así como por medio de estas tres concupiscencias cautiva el diablo las almas pecadoras, así también mediante ellas mueve guerra contra las almas religiosas.

c) Ha de sujetarse al prelado; y esta es la sumisión que se deja entrever cuando se nos dice que Elías se sentó bajo el enebro. El enebro, como dice San Isidoro, es un arbusto, cuyas cenizas conservan el fuego durante todo el año. ¿Qué es por lo tanto lo que podemos deducir del enebro sino el buen prelado? Por la ceniza del enebro se entiende la humildad del prelado, la cual suele conservar en los corazones de los súbditos el fuego del amor mutuo y el calor de la devoción ferviente.

 d) La devoción para con Dios.
El Ángel despertó a Elías. ¿Qué se entiende por el ángel sino la divina gracia? Porque entonces nos envía Dios algo como a su ángel cuando infunde en nosotros la gracia. Y este ángel nos excita repetidas veces por lo mismo que es propio de la gracia movernos interiormente a progresar constantemente en ella. Siendo cuatro los efectos que se consiguen quien dignamente recibe este sacramento: Nos conforta para la acción, nos eleva a la contemplación, nos dispone para la revelación de las cosas divinas y nos anima y enciende para el desprecio del mundo y para desear los bienes celestiales y eternos. Por esto concluye las Sagradas Escrituras: "Elías confortado con aquella comida, caminó hasta llegar al monte de Dios, vio secretos divinos y se paró a la puerta de la cueva."

En cuanto al primer efecto el Sacramento nos fortalece para la acción que confortada con este manjar celestial camina cuarenta días, en donde el numero cuarenta no resulta sino de la multiplicación de diez por cuatro. Pues por el número diez se entiende el decálogo, al que se reduce todo el Antiguo Testamento y por el numero cuatro todo el Nuevo Testamento. Ahora bien, caminar, fortalecido por aquella comida, equivale a progresar en la vida espiritual durante todo el tiempo de la prueba, lo cual debe regularse por el Antiguo y el Nuevo Testamento.

El segundo efecto es elevarla a la contemplación lo cual se entenderá mejor con aquel cap. del Exodo: "Moisés apacentaba las ovejas" esta acto designa el ejercicio de la acción, luego añade "Llevo el rebaño al interior del desierto" donde se da a entender que todas las operaciones y afectos se han de reducir a lo interior del corazón. "Llego al monte de Dios" en lo que se expresa la elevación de la mente a las cosas celestiales. Y concluye "Se le apareció el Señor" señalando el momento en que se le comunica al alma el don de la contemplación. Como Uds. ya saben se le apareció el Señor en llama de fuego, cuya propiedad es iluminar y calentar. El alma cuando llega a esta contemplación mediante este Sacramento, no solo el entendimiento se ilumina, sino también la voluntad se inflama con el incendio del amor.

El tercer efecto nos dispone para la revelación de los divinos secretos; por esto se le dijo a Elías: "Sal fuera y ponte sobre el monte delante del Señor; y he aquí que pasa el Señor, y delante del  Señor un viento grande y fuerte  que trastorno los montes y quebranto las piedras; el Señor no está en el viento; y tras el viento un terremoto; el Señor no está el terremoto. Y tras el terremoto un fuego, y el Señor no está en el fuego; y tras el fuego un silbo de un vientecillo suave y allí estaba el Señor." Fue revelado a Elías que el Señor no se encuentra ni en el viento de la soberbia, ni en el estremecimiento de la impaciencia, ni en el fuego de la codicia o de la concupiscencia carnal, sino en el viento suave, o sea, en la tranquilidad de la conciencia pacífica.

El cuarto efecto se produce en nosotros cuando nos mueve a despreciar al mundo y buscar con mayor ahínco los bienes celestiales lo cual se sobreentiende con aquella acción de Elías cuando: "Cubrió su rostro con el manto, y, habiendo salido, paróse a la puerta de la cueva." Ciertamente esto sucede en el alma cuando es llevada o levantada a contemplar lo inmenso de la divina hermosura y lo infinito de la potencia divina, luego se recoge en su propia pequeñez; cubre su rostro con la profunda humildad, sale fuera de la codicia del mundo, se para a la puerta de la cueva, es decir, suspira por la eternidad.  

Pbro. Arturo Vargas Meza