domingo, 4 de mayo de 2014

LOS ACONTECIMIENTOS MUNDIALES SEXTA PARTE: La verdadera paz (fundamento teológico).






CAPITULO V: 
LA PAZ VERDADERA ¿POR QUE LA QUIERE DIOS Y EL HOMBRE NO?

He aqui la voluntad divina que debe ser obedecida. Es claro que si Rusia hubiera sido convertida suficientemente a tiempo, como Dios y la Santísima Virgen pidieron, ya habría paz, o nosotros veríamos el cumplimiento de todos los terribles castigos que Nuestra Señora nos dijo que ocurrirían: 
la guerra, el hambre y la persecución de la Iglesia y del Santo Padre, la aniquilación de varias naciones y la esclavización de aquellas naciones que no fueron aniquiladas. 

Sólo la conversión de Rusia puede poner fin a los castigos que hoy nos afligen, e impedir aquellos otros castigos que nos enfrentarán en el futuro. La Hermana Lucía advirtió que Rusia sería usada por Dios para castigar al mundo entero, si antes no alcanzábamos la conversión de esa pobrecita NNecesitamos la conversión de Rusia, pero Dios ha determinado que esa conversión sólo vendrá a través de un único medio: la solemne Consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María. El fin de los castigos y la paz mundial, por lo tanto, dependen de ese acto.

Paz o castigo

En Fátima Nuestra Señora, refiriéndose a Ella misma bajo el título de Nuestra Señora del Rosario, dijo, “Sólo Ella os puede ayudar”. Ningún gobierno o institución ha logrado alcanzar cualquier clase de paz duradera para nuestro mundo desgarrado por la guerra. Eso es porque Dios ha determinado que la paz vendrá sólo por un medio: de manos de la Santísima Virgen María. Y sólo por nuestra obediencia a los simples pero profundos pedidos que Ella hizo en Fátima concederá la verdadera paz sobre la humanidad.
La Hermana Lucía preguntó a Nuestro Señor por qué El no convertía a Rusia sin que el Papa hiciera la Consagración. Él le contestó que quería que toda la Iglesia la reconociera como el Triunfo del Inmaculado Corazón de María; luego, como resultado de ese triunfo, Su Iglesia rendiría público homenaje al Inmaculado Corazón al lado de Su Sagrado Corazón.
La paz que Nuestra Señora prometió es la paz que Isaías profetizó en la Sagrada Escritura: “Y sucederá a lo postrero de los tiempos que el monte de la casa de Yave será consolidado por cabeza de los montes, y será ensalzado sobre los collados, y se apresurarán a él todas las gentes, y vendrán muchedumbres de pueblos, diciendo: Venid y subamos al monte de Yavé, a la casa del Dios de Jacob, y el nos enseñará sus caminos, e iremos por sus sendas, porque de Sión ha salido la Ley, y de Jerusalén la Palabra de Yavé…de sus espadas harán rejas de arado, y de sus lanzas hoces. No alzarán la espada gentes contra gentes, no se ejercitarán para la guerra” (Is. 2:2-4; cf. Mic. 4:1-3). Eso fue profetizado hace más de 2.500 años, y será realizado cuando el Inmaculado Corazón triunfe y reine.
Podemos juzgar por nosotros mismos si las espadas actualmente están arando los campos. Sólo en el año 2000, los Estados Unidos de América exportaron  USD 798 mil millones en armamentos a los países del Tercer Mundo. Ese es dinero que pudo haber ido a medicinas, a plantas de desalinización de aguas, y para alimentos y agricultura. Cuando tengamos la paz que Nuestra Señora traerá con el triunfo de Su Inmaculado Corazón, usaremos nuestros recursos para ayudar a la gente más que para dañarla.

Paz y conversión

Como explica San Agustín, la paz es la tranquilidad en el orden. Desde que Dios es el creador de los hombres, se sigue que la humanidad tendrá paz solo cuando se conforme al orden de la sociedad establecido por el Creador. Para tener paz verdadera y duradera entre los hombres, el hombre debe vivir una vida justa y pía, de acuerdo con la naturaleza que Dios le dio. La paz que Nuestra Señora predijo no consistirá hasta “que los hombres se traten mutuamente con urbanidad y cortesía, sino que es necesaria una paz que llegue al espíritu, los tranquilice e incline y disponga a los hombres a una mutua benevolencia fraternal. Y no hay semejante paz si no es la de Cristo” (Papa Pío XI, Ubi Arcano dei Consilio). “Él es nuestra paz,” declaró San Pablo (Ef. 2:14).

La paz que resultará de la Consagración de Rusia no será meramente la ausencia de guerra. Será la paz que resulte del reinado de Jesucristo entre los individuos, las familias y la sociedad como explicó el Papa Pío XI: “Porque Cristo [será] todo entre todos” (Col. 3: 11). El reinado social de Cristo será reconocido y vivido por todos. Ya que reina Jesucristo en la mente de los individuos, por sus doctrinas, reina en los corazones por la caridad, reina en toda la vida humana por la observancia de sus leyes y por la imitación de sus ejemplos. Reina también en la sociedad doméstica cuando, constituida por el sacramento del matrimonio cristiano, se conserva inviolada como una cosa sagrada, en que el poder de los padres sea un reflejo de la paternidad divina, de donde nace y toma el nombre; donde los hijos emulan la obediencia del Niño Jesús, y el modo todo de proceder hace recordar la santidad de la Familia de Nazaret.

Reina finalmente Jesucristo en la sociedad civil cuando, tributando en ella a Dios los supremos honores, se hacen derivar de él el origen y los derechos de la autoridad para que ni en el mandar falte norma ni en el obedecer obligación y dignidad, cuando además le es reconocido a la Iglesia el alto grado de dignidad en que fue colocada por su mismo autor, a saber, de sociedad perfecta, maestra y guía de las demás sociedades; es decir, tal que no disminuya la potestad de ellas -pues cada una en su orden es legítima-, sino que les comunique la conveniente perfección, como hace la gracia con la naturaleza; de modo que esas mismas sociedades sean a los hombres poderoso auxiliar para conseguir el fin supremo, que es la eterna felicidad, y con más seguridad provean a la prosperidad de los ciudadanos en esta vida mortal.
De todo lo cual resulta claro que no hay paz de Cristo sino en el reino de Cristo” (Ubi Arcano Dei Consilio).
Dios ha determinado que esa paz vendrá por medio de la Consagración de Rusia y del triunfo del Inmaculado Corazón de María. La paz que será el resultado de la Consagración de Rusia, por lo tanto, tendrá no sólo una dimensión política pero también llegará a ser la paz que fluye de una unidad de mentes, corazones y voluntades: una paz católica. Para usar la expresión de Pio XI, será “La paz de Cristo en el Reino de Cristo”.
El Dios Todopoderoso, de Quien deriva toda autoridad, ha ordenado que haya una autoridad universal espiritual, la Iglesia, y una autoridad temporal. Ambas reciben su autoridad de Él, por lo tanto estamos obligados a rendir homenaje a ambas: “Todos han de estar sometidos a las autoridades superiores” (Rom. 13:1). Despreciar la autoridad legítima es ilegal y rebelde: “...quien resiste a la autoridad, resiste a la disposición de Dios, y los que la resisten se atraen sobre si la condenación” (Rom. 13: 2).
La Iglesia Católica explica que el sistema que Dios destina a la Iglesia y al Estado es que los dos obren de común acuerdo. El Papa Bonifacio VIII enseñó solemnemente que las dos espadas que San Pedro esgrimió (Lc. 22:38) fueron simbólicas de las dos espadas de la autoridad papal, en la esfera de lo espiritual y de lo temporal. “Más esta (la espiritual) ha de esgrimirse en favor de la Iglesia, aquella (la material) por la Iglesia misma. Una por mano del sacerdote, otra por mano del rey y de los soldados, si bien a indicación y consentimiento del sacerdote”. (Unam Sanctam, § 2, Dz. 468-469)



Como explicó el Papa León XIII:
“Dios ha repartido, por tanto, el gobierno del género humano entre dos poderes: el poder eclesiástico y el poder civil. El poder eclesiástico, puesto al frente de los intereses divinos. El poder civil, encargado de los intereses humanos. Ambas potestades son soberanas en su género. Cada una queda circunscrita dentro de ciertos límites, definidos por su propia naturaleza y por su fin próximo. De donde resulta como una esfera determinada, dentro de la cual cada poder ejercita iure propio su actividad. Pero como el sujeto pasivo de ambos poderes soberanos es uno mismo, y como por otra parte, puede suceder que un mismo asunto pertenezca, si bien bajo diferentes aspectos, a la competencia y jurisdicción de ambos poderes, es necesario que Dios, origen de uno y otro, haya establecido en su providencia un orden recto de composición entre las actividades respectivas de uno y otro poder. “...pues no hay autoridad sino bajo Dios; y las que hay, por Dios han sido establecidas,” (Rom. 13:1). Si así no fuere, sobrevendrían frecuentes motivos de lamentables conflictos, y muchas veces quedaría el hombre dudando, como el caminante ante una encrucijada, sin saber qué camino elegir, al verse solicitado por los mandatos contrarios de dos autoridades, a ninguna de las cuales puede, sin pecado, dejar de obedecer.

“Esta situación es totalmente contraria a la sabiduría y a la bondad de Dios, quien incluso en el mundo físico, de tan evidente inferioridad, ha equilibrado entre sí las fuerzas y las causas naturales con tan concentrada moderación y maravillosa armonía, que ni las unas impiden a las otras ni dejan todas de concurrir con exacta adecuación al fin total al que tiende el universo. Es necesario, por tanto, que entre ambas potestades exista una ordenada relación unitiva, comparable, no sin razón, a la que se da en el hombre entre el alma y el cuerpo. Para determinar la esencia y la medida de esta relación unitiva no hay, como hemos dicho, otro camino que examinar la naturaleza de cada uno de los dos poderes, teniendo en cuenta la excelencia y nobleza de sus fines respectivos. El poder civil tiene como fin próximo y principal el cuidado de las cosas temporales. El poder eclesiástico, en cambio, la adquisición de los bienes eternos. Así, todo lo que de alguna manera es sagrado en la vida humana, todo lo que pertenece a la salvación de las almas y al culto de Dios, sea por su propia naturaleza, sea en virtud del fin a que está referido, todo ello cae bajo el dominio y autoridad de la Iglesia. Pero las demás cosas que el régimen civil y político, en cuanto tal, abraza y comprende, es de justicia que queden sometidas a éste pues Jesucristo mandó expresamente que se dé al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.” (Immortale Dei).