viernes, 1 de marzo de 2024

Crónicas de los mártires de la Vendée

 


Por la tarde del 28 de febrero de 1794, las columnas infernales de los republicanos cruzaron el arroyo de Malnaye. Se toparon sorpresivamente con un anciano de 70 años, era el padre Voyneau, cura de esa región, que sin temor a nada había salido al encuentro pidiendo clemencia por sus parroquianos. Mientras entonaba cánticos montfortianos, los soldados lo capturaron, lo ataron a un poste para torturarlo. Primero le cortaron los dedos con los cuales había esbozado una bendición, luego le cortaron la lengua para que dejara de invocar el nombre de Jesucristo y finalmente le arrancaron el corazón, el cual aplastaron con unas piedras al costado del camino. 

Las columnas infernales se fueron abriendo paso hasta la iglesia de Petit-Luc donde se había refugiado gran parte de los habitantes, especialmente ancianos, mujeres y niños. Nada los detuvo, los republicanos empezaron a disparar fusilando a diestra y siniestra todo lo que se movía en el bosque, varios sobrevivientes fueron asesinados a punta de bayoneta incluyendo niños y bebés. Ya cuando parecía que se retiraban, se escuchó un fuerte cañonazo, que terminó coronando la matanza, pues la iglesia de Notre-Damme des Lucs se desmoró sobre los indefensos refugiados, aferrados a sus rosarios, suplicaban sin cesar a la Madre del Cielo. Días después el padre Barbedette fue al pueblo y encontró una montaña de cadáveres entremezclados con escombros, estatuas decapitadas, ornamentos quemados y cruces partidas. Identificó un total de 563 cadaveres, 110 niños entre recién nacidos y 7 añitos de edad. Por estos santos inocentes, se le considera a Petic Luc el “Belen vendeano”.

Ya más reciente a mediados del siglo XIX el nuevo párroco de Les Lucs, el padre Jean Bart excavó los montones de escombros de la iglesia cañoneada y encontró grande cantidad de huesos precisos entrelazados con escapularios del Sagrado Corazón y de Rosarios con los cuales, con los cuales estos piadosos cristianos se habían servido para rezar sus últimas plegarias.

Tomado del libro: Pasión y Gloria de la Vendée