lunes, 22 de mayo de 2023

LA IGLESIA OCUPADA (CAPITULO 5) EL "CRISTO" REPUBLICANO

 


PARA LEER EL CAPITULO 4° DAR CLIC

¡Pasémonos a los bárbaros!

OZANAM

 

Estoy preocupado por el clero. ¿No habéis visto los discursos de ciertos curas de París que han calificado a Nuestro Señor de DIVINO REPUBLICANO? 

MONTALEMBERT (a dom Guéranger)

 

A veces una página es suficiente para describir un reinado. Que un escritor de genio capte el rasgo dominante de la época, que lo presente y todo se vuelve luminoso. Sobre el reinado de Luis-Felipe se ha escrito mucho, pero todo está contenido en una página de Louis Veuillot. Ella nos servirá de transición para abordar la Segunda República, la de 1848, la de los curas demócratas y el “Cristo republicano”.

 

Veuillot resumía así el reinado de Luis Felipe:

 

“En diecisiete años, la disolución social, ya muy avanzada, alcanzó el punto culminante. Algunos la predecían sin poder hacerse escuchar. La realidad sobrepasa todos los temores. Mientras el espíritu burlón y destructivo de Voltaire tronaba en las Tullerías, en las Cámaras, en la Universidad, en los concejos municipales, en los teatros, en los libros, en los folletines, allí donde resonase una voz, allí donde corriera una pluma burguesa, el fanatismo socialista se volvía a encender en el pueblo, animado por individuos, en su mayoría, situados a bajo nivel y apenas conocidos del público y a los que la autoridad no veía como peligrosos. Pensamos que habríamos asombrado a M. Delessart si alguien, hojeando los registros de la policía y poniendo el dedo en ciertos nombres le hubiese dicho: ‘Aquí están las personas que van a dominar inmediatamente en París y en Francia’. Y sin embargo esto fue lo que sucedió. Todo el edificio de febrero se hundió como un árbol con las raíces podridas. Ni el hacha ni la tormenta fueron necesarios, bastó con la sacudida del aire producida por los gritos y los movimientos de una revuelta de burgueses. En un día, en algunas horas, la nación que se complacía envaneciéndose de haber aniquilado la religión, la realeza, la aristocracia, había caído totalmente en las manos de algunos demagogos, pontífices de sectas odiosas y torpes, reyes de barricada, caballeros de periódicos, teatros y prisiones”

Se llegaba al período más extravagante de la historia de Francia.

Resulta divertido y un poco triste, releer las viejas gacetas. Pensamos que estas páginas han sido leídas, que el sábado 13 de mayo de 1848 ha habido personas que han leído el artículo de Mme. G. Sand en la Vraie Republique, que han vibrado con sus sueños, que han creído en ellos y que, en cierto modo, nuestros problemas han nacido de sus ilusiones.


Sonreímos al leer esta prosa que, sin embargo, tuvo su parte en la desorientación de las mentes. Lo que nos hace sonreír, es el ridículo que se ha hecho notar por el fracaso de las ilusiones; pero nuestro tiempo ¿no se forja otras aún más peligrosas?

Existe un progreso en la tontería, incluso es el único que se hace evidente.

“¿Cuáles serán las formas del culto?, se preguntaba George Sand. Y contestaba: serán eternamente libres, eternamente modificables, eternamente progresivas como el genio de la humanidad. Se llamarán fiestas públicas y ya París y Francia han improvisado el boceto. El culto será más o menos hermoso, más o menos saludable según que la humanidad esté más o menos inspirada por los acontecimientos y por las ideas. Si volvemos a la monarquía, recaeremos en pleno catolicismo; si caminamos hacia una verdadera república, tendremos un verdadero culto, artistas inspirados, símbolos magníficos que ya no velarán los pensamientos, las maravillas de la invención y las obras maestras del arte. Pero no llegará la inspiración a los que dispongan las fiestas, mientras la inspiración no llegue a las masas. En la hora en que vivimos, hacen falta fiestas sencillas cuyo lujo no sea un insulto a la miseria del pueblo. En el futuro, las creaciones de genio volverán por derecho a la gran iglesia republicana igual que en otro tiempo volvían de hecho a la rica Iglesia Católica”.

El Arzobispo de París veía con inquietud estas ideas sobre las fiestas litúrgicas republicanas y George Sand protestaba:

“El sacerdote quiere guardar en el fondo del santuario cuyas llaves posee, la imagen venerada de Jesús, el amigo y el profeta del pueblo. Las imágenes paganas de la Libertad, de la Igualdad y de la Fraternidad mancharían con su contacto la imagen del filósofo que ha santificado y predicado esta triple idea, madre de su doctrina”.

El Cristo republicano, reducido al papel de filósofo amigo del pueblo y predicando la trilogía republicana, he aquí la herejía del siglo XIX, la que predicaba Lamennais y aplaudían G. Sand y Chateaubriand. Nuestros ‘innovadores” de hoy no son más que los discípulos retrasados de los ideólogos de 1848. Tienen el cabello largo y las ideas cortas.

Las ideas de esta época fueron extravagantes, pero ejercieron una gran influencia sobre la imaginación.

Sarcey narraba un día en el Temps un recuerdo de su juventud: “Era en 1848, en Uno de esos banquetes tan frecuentes entonces, donde se comía ternera fría y se bebía vino ‘noble’ para consolidar la República. Aquel banquete había sido organizado por la juventud de las Escuelas. Yo asistí porque a lo veinte años uno es tonto.


“En los postres dijeron muchas bobadas, se cantaron muchas canciones patrióticas y entre ellas una que tenía de refrán estos Versos miríficos:

”El socialismo tiene dos alas: el estudiante y el obrero. Estoy orgulloso de ser una de esas dos alas del socialismo”.

Entre los oradores figuraba Challemel-Lacour que transportó al auditorio.

“De esta jornada inolvidable me había quedado un recuerdo que aún me hacía latir el corazón después de más de cuarenta años. ¡Qué pena que este trozo de elocuencia no haya sido recogido!”.

Sarcey expresó en un artículo este sentimiento de pesar.


Un día de 1898 encontró a Reinach:

“Podría Ud., por favor —me dijo con una sonrisa enigmática—, volver a leer este discurso?”. Confió a Sarcey que estaba en su poder por habérselo pedido en otro tiempo al mismo Challemel-Lacourt, quien al dárselo le bahía dicho:


—Es demasiado malo, no lo publique jamás.

Reinach envió una copia a Sarcey quien volvió a leer aquel trozo de elocuencia de 1848.


“¡Ay!, tres veces ¡ay! ¡Qué fárrago de banalidades oratorias! ¡Qué ímpetu en todos los tópicos!

“¡Y esto es lo que habíamos admirado y aplaudido! Y Sarcey concluye melancólicamente:

“El texto era el mismo; las pasiones que nos animaban y que le comunicaban su brillantez habían desaparecido”

Es bastante curioso ver que el historiador de la democracia cristiana, M. Vaussard, tiene como primer y auténtico precursor de ésta, en el siglo XIX, a Buchez, un carbonario que frecuentaba los medios sansimonianos. Aseguraba haberse convertido al catolicismo, pero reconoce M. Vaussard, que aunque se separa de los pontífices del sansimonismo, Bazard y Enfantin, no deja de permanecer vinculado a varios principios


de la doctrina de Saint Simon.

Buchez había tomado parte en la Revolución de 1830 en las filas de las sociedades secretas. Es un adepto del sufragio universal del que da esta curiosa definición:

“La soberanía del pueblo es católica porque manda a cada uno la obediencia a todos. Es católica porque comprende el pasado, el presente y el futuro, es decir, todas las generaciones. Es católica, porque tiende a hacer de toda la sociedad humana una sola nación sometida a la ley de la igualdad. Es católica, en fin, porque emana directamente de las enseñanzas de la Iglesia”.

Después de Lamennais y Buchez, M. Vaussard, da como auténticos precursores del movimiento a los animadores de la Ere Nouvelle.


El 15 de abril de 1848 aparecía una hoja diaria: la Ere Nouvelle, cuyo manifiesto estaba firmado por Lacordaire, el cura Maret, Ozanam, Charles de Coux y otros cinco publicistas o profesores católicos amigos del P. Lacordaire quien asumía la dirección del periódico.


Lacordaire se había colocado a la izquierda en la Asamblea nacional y esto hay que tenerlo en cuenta, porque los innovadores demócrata-cristianos van a hacer valer la idea de que la preocupación por lo social es patrimonio de la izquierda.

La Ere Nouvelle afirmaba que la Iglesia no encontraría su libertad y su protección más que en el marco de la democracia: “Si la Iglesia —podía leerse en el número del 4 de julio de 1848— se ha dado cuenta de que un nuevo poder (la Segunda República) acaba de surgir, es por el profundo respeto que la ha rodeado, por la libertad mayor de la que ha disfrutado”.

“— ¡Pasémonos a los bárbaros! —exclama Ozanam—, pero no se bautiza a la democracia igual que a Clodoveo. Clodoveo es un hombre, la democracia es una idea”.

El programa de la Ere Nouvelle aseguraba que los principios de 1789 abrían “la era pública del cristianismo y del Evangelio”.


El error fundamental del equipo de este periódico va a ser el de querer confiar la recristianización de la sociedad a la democracia, que lo único que puede hacer es acelerar la corrupción. “Dios —decía Ozanam— no crea pobres: no envía a las criaturas a este mundo azaroso sin proveerlas de dos riquezas que son las primeras de todas, me refiero a la inteligencia y a la voluntad”, y concluía diciendo que la sociedad era la que tenía que permitir su desarrollo. Sin duda, pero ¿cómo estos ideólogos han podido llegar a pensar en volver a poner la organización de la sociedad en manos de aquéllos que sin duda más lo necesitan, pero, con toda seguridad, son los menos aptos para establecer esta organización? Este es el error fundamental de los demócratas: niegan la preeminencia de la élite.

Si la sociedad capitalista del siglo XIX se revelaba muy a menudo dura y egoísta, esto indicaba una languidez en la fe y en la caridad cristiana bajo el empuje del liberalismo económico. Añadir a esto el liberalismo político, ¿qué probabilidades tenía de mejorar la situación?

Todo el esfuerzo hubiese debido dirigirse hacia la recristianización de las clases dirigentes. El resto se hubiese dado por añadidura. Debió haberse dicho: Aristocracia cristiana y no Democracia cristiana.

Lacordaire debía estar profundamente turbado por las sangrientas jornadas de junio de 1848. Tampoco podía ignorar la hostilidad del episcopado hacia las “nuevas ideas”. Lo mismo que en la noche en que había huido de La Chesnaie, abandonando a Lamennais, va ahora a abandonar al equipo de la Ere Nouvelle. Incluso desea que el periódico deje de salir, como en otros tiempos el Avenir, pero sus amigos se obstinan. Entonces los deja solos. El abate Maret le sustituye en la dirección de la Ere Nouvelle. Lacordaire va a consagrarse a la predicación y a hacer notable la de Notre Dame. De vuelta de sus errores, dirá: “la democracia europea ha roto los lazos del presente con el pasado, ha enterrado los abusos en las raíces, ha construido aquí y allá una libertad precaria, más que renovar el mundo por medio de instituciones, lo ha agitado por acontecimientos y, dueña incontestable del futuro, nos prepara, si por fin no se forma y ordena, la espantosa alternativa de una demagogia sin fondo o de un despotismo sin freno”


Montalembert, el otro compañero de Lamennais, que había abandonado al herético quince años antes, lanza un grito de romántico —pues estos hombres de la Avenir y de la Ere Nouvelle son ante todo románticos—, frente a la triunfante democracia.


“Yo la soporto sin negar la sublime ley por la cual Dios se complace en sacar bien del mal, pero sin querer tomar el mal por el bien. No sé si el triunfo de la democracia será durable, o si este torrente devastador no irá a perderse pronto en las aguas estancadas del despotismo. Pero, pase lo que pase, no quiero compartir ni la vergüenza de su derrota, ni la de su victoria. Me quedaré solo, pero DE PIE. El carro de la democracia, del falso progreso, de la tiranía mentirosa e impía, está lanzado. No seré yo quien lo detenga. Pero prefiero, cien veces más, ser aplastado bajo sus ruedas que subir atrás para servir de lacayo, de heraldo, o incluso de bedel a los sofistas, a los retóricos y a los espadones que la dirigen”.


Lo que sobre todo inquieta a Montalembert es la manía por las nuevas ideas que ve en el clero. Escribe a Dom Guéranger: “Estoy preocupado por el clero. ¿No habéis oído acaso los discursos de ciertos curas de París que han calificado a Nuestro Señor Jesucristo de DIVINO REPUBLICANO? El espíritu siempre es el mismo, la adoración servil de la fuerza laica y del poder vencedor. Desgraciadamente este espíritu galicano se complica y se envenena por las tendencias demagógicas que han infectado al clero en un grado que no podía sospechar”


La Ere Nouvelle, bajo la dirección del padre Maret se desliza a la izquierda. Se desliza hacia la “Gran Tentación”: la traducción temporal del mensaje evangélico. El 20 de octubre de 1848, el cura Maret había escrito a los obispos de Francia para pedirles que apoyasen la posición de la Ere Nouvelle. No le llegó ninguna respuesta favorable. En febrero de 1849, el obispo de Montauban, Monseñor Donay, condenaba incluso el periódico. El sacerdote no tenía más que un protector, el obispo de Troyes, que le nombró vicario general de su diócesis.


Así, desde sus orígenes, el “progresismo cristiano” divide a la Iglesia. Louis Veuillot dirige una violenta campaña contra los redactores de la Ere

Nouvelle, a quienes llama los “liberaloides”, violenta campaña aprobada por la inmensa mayoría de los católicos, ya bastante ocupados en luchar contra el liberalismo masónico, como para no encontrar inconveniente y peligroso ver variar sus posiciones por un “liberalismo católico”.

La Ere Nouvelle al perder sus abonados y sus lectores fue puesta en venta. Y... ¡fue comprada por un grupo de... legitimistas!

El sacerdote Chantôme recogió los restos de la Ere Nouvelle en su Revue des Réformes et du Progrés, pero sólo saldrán 25 números. El presbítero Chantôme, debido a sus osadías, fue suspendido en la diócesis de París por Monseñor Sibour, aunque éste era tenido por “abierto a las novedades”. El se retira a Langres, pero es suspendido de nuevo por el obispo. Insiste, funda el Drapeau du Peuple, “periódico de la democracia y del socialismo cristiano”. Publicará seis números y, en diciembre de 1852, seis días después del golpe de Estado de Luis Napoleón, se someterá a Monseñor Sibour.


Un laico, Victor Challand, intenta proseguir la campaña de la Ere Nouvelle en su Revue du Socialisme Chrétien que se hundirá en el séptimo número. Pierre Prodié, diputado de Aveyron, intenta a su vez lo mismo con su revista: la Republique Universelle, pero sólo se sostendrá un año. El caso de Prodié es interesante. Acabará por comprender que la verdadera solución de la cuestión social debe pasar por la restauración de las Corporaciones destruidas por la Revolución de 1789, y se convertirá en discípulo de Le Play ¡e incluso se hará adicto a la monarquía!

Sin embargo un gran número de mentes habían sido contaminadas y los errores renacerían sin cesar.

Dom Guéranger resumía así el conflicto fundamental que acababa de instaurarse en el seno de la Iglesia:

“Un ancho surco dividía de ahora en adelante a los católicos en dos grupos; los que tenían como principal preocupación la libertad de la Iglesia y el mantenimiento de sus derechos en una sociedad todavía cristiana, y los que se esforzarían primeramente en determinar qué cantidad de cristianismo podía soportar la sociedad moderna, para después invitar a la Iglesia a reducirse a ella. La media centuria que entonces comenzaba vibró con el choque de estas dos familias espirituales.


Era también así como Veuillot, con su genio sintetizador, resumía la situación: “Lo que lleva sobre todo a nuestros adversarios a alentar los pasos que aparentemente se hacen hacia ellos, escribía, no es la esperanza de una reconciliación que no es objeto de sus deseos... Saben que nuestras más extravagantes concesiones jamás llegarán a mitad de camino de la meta a la que tienden sus doctrinas. Pero aún así, creen captar en nosotros un oculto desfallecimiento de esta fe que los asombra y los desespera. Si no tienen más que odio, su odio se aviva con nuestras incertidumbres; si tienen alguna quimera, algún absurdo sistema de renovación social, su confianza se acrecienta a medida que la nuestra parece disminuir (...). Basta para agradarles titularse la Ere Nouvelle; o hablar de NUEVAS EXIGENCIAS. ¡Vaya!, ¡nuevas necesidades!, por fin lo confiesan; la humanidad experimenta nuevas necesidades.

“A nuevas exigencias, nuevos dogmas; luego la pretendida revelación cristiana no está completa, la humanidad ha progresado y el cristianismo se ha estacionado, luego el cristianismo no es divino. La democracia da una respuesta a las nuevas necesidades del mundo, luego el verdadero cristianismo es la democracia. Estos son sus razonamientos. ¿Por qué no cortar por lo sano esta dialéctica que pretenden atribuirnos, diciéndoles de una vez, que la nueva necesidad de la humanidad es sencillamente aprender el catecismo y poner en práctica la fe, la esperanza y la caridad?”.