viernes, 17 de marzo de 2023

FLORILEGIO DE MÁRTIRES ESPAÑA 1936-1939 (Capítulo 3)

 


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JÓVENES HEROICOS

1°. Bartolomé Blanco Márquez. Este era un joven cordobés cuya causa de beatificación está en curso. Tenía 21 años. Lo más característico de su persona fue su condición de apóstol, primero en la Institución Social Obrera de Pozoblanco y luego como delegado del Sindicato Católico, cargo en el que puso a contribución un vigor, una soltura y unos conocimientos fuera de lo común. Fue prendido el 18 de agosto de 1936 y trasladado después a la cárcel de Jaén (donde se encontró con quince sacerdotes y otros muchos seglares fervorosos). Él fue llevado a la muerte el 2 de octubre, a los tres días de haber pasado por un juicio severísimo, donde dejó constancia inequívoca de sus creencias. Tanto el juez como el secretario del tribunal, no dudaron en demostrarle su admiración por los dotes personales que le adornaban y por la entereza con que confesó sus convicciones. Oyó al fiscal solicitar en su contra la pena capital y comentó, sin inmutarse, que nada tenía que alegar, pues, caso de conservar la vida, “seguiría la misma ejecutoria de católico militante”; todo comentario está demás.

Sus compañeros de prisión conservaron los emotivos detalles de su salida para la muerte, con los pies descalzos para parecerse aún más a Cristo en esta pequeña circunstancia. Al ponerle las esposas las besó con reverencia, dejando sorprendido al guardia que le maniataba. No aceptó, según le proponían, recibir las descargas de espaldas. “Quien muere por Cristo – dijo – debe hacerlo de frente y con el pecho descubierto. ¡Viva Cristo Rey!, y cayó acribillado junto a una encina.

Cartas ejemplares de este joven El P. Dionosio Rivas, en su libro Bética Mártir, publicó tres cartas de Bartolomé, dos a su familia y una a su novia, donde vuelca los elevados sentimientos de su noble alma. La primera la escribe al ser trasladado a la cárcel de Jaén, y dice así: “Queridas tías y primos: Noticias os llegarán de que me trasladan a Jáen. Aunque no conozco a fondo los propósitos que tengan, los considero pésimos. Mi última voluntad es que nunca guardéis rencor a los que creáis culpables de lo que parece mi mal. Y digo así, porque el verdadero culpable soy yo, son mis pecados que me hacen reo de estos sacrificios. Bendecid a Dios que me proporciona estas ocaciones tan formidables para purificar mi alma. Os recomiendo que venguéis mi muerte con la venganza más cristiana: haciendo todo el bien que podáis por quienes creáis causa de proporcionarme una vida mejor. Yo los perdono de todo corazón, y pido a Dios que los perdone y los salve. Hasta la eternidad. Allí nos veremos todos, gracias a la misericordia divina. Vuestro, Bartolomé. La segunda también a su familia, la víspera de su fusilamiento, no menos sublime:

“Prisión providencial de Jaén, 1 de octubre de 1936. Queridas tías y primos: Cuando me faltan horas para gozar de la inefable dicha de los bienaventurados, quiero dedicarlos un último y postrero recuerdo con esta carta. ¡Qué muerte tan dulce la de este perseguido por Jesucristo! Dios me hace favores que no merezco, proporcionándome esta tan grande alegría de morir en gracia. Ha encargado un ataúd de funerario, y arreglado para que me entierren en nicho. Hago estas preparaciones con una tranquilidad absoluta, y claro está que esto, que sólo puede conseguirse con mis creencias cristianas, os explicaréis aún mejor cuando os diga que estoy acompañado de quince sacerdotes que endulzan mis últimos momentos con sus consuelos. Miro a la muerte de frente, y no me asusta, porque sé que el tribunal divino jamás se equivoca, y, que invocando la misericordia divina, conseguiré el perdón de mis culpas por los merecimientos de la pasión de Cristo… Conozco a todos mis acusadores; día llegará en que vosotros también los conozcáis; pero en mi comportamiento habéis de encontrar ejemplo, no por ser mío, sino porque, muy cerca de la muerte, me siento también muy próximo a Dios nuestro Señor, y mi comportamiento con respecto a mis acusadores es de misericordia y perdón. Sea ésta mi última voluntad: perdón, perdón y perdón, pero indulgencia que quiero que vaya acompañada de hacerles todo el bien posible. Así, pues, os pido que me venguéis con la venganza del crisitano: devolviéndoles mucho bien a quienes han intentado hacerme mal. Si algunos de mis trabajos (fichas, documentos, artículos, etc.) interesan a alguien y pudieran servir para la propagación del catolicismo, entregádselos y que los use en provecho de la religión. No puedo dirigirme a ninguno de vosotros en particular, porque sería interminable. En general sólo quiero que continuéis como siempre, comportándoos como buenos católicos. Y , sobre todo, a mi ahijadita tratadla con el mayor esmero en cuanto a la educación; ya que no puedo cumplir con este deber de padrinazgo en la tierra, seré su padrino desde el cielo, imploraré porque sea modelo de mujeres católicas y españolas. Si, cuando las circunstancias lleguen a normalizase, podéis, haréis lo posible porque mis restos sean trasladados con los de mi madre; si ello significa un sacrificio grande, no lo hagáis. Nada más. 

Me parece que estoy en uno de mis frecuentes viajes; espero encontrarme con todos en el sitio donde embarcaré dentro de poco, en el cielo. Allí os espero a todos y desde allí pediré por vuestra salvación. Sírvase de tranquilidad el saber que la mía, en las últimas horas, es absoluta mi confianza en Dios. Hasta el cielo. Os abraza a todos, Bartolomé. La tercera, dirigida a su novia, con la misma serenidad y grandeza de alma que las anteriores: “Prisión provincial de Jaén, 1 de Octubre de 1936. Maruja del alma. Tu recuerdo me acompañará a la tumba; mientras haya un latido en mi corazón, éste palpitará en cariño para ti. Dios a querido sublimar estos afectos terrenales, ennobleciéndolos, cuando nos amamos en El. Por eso, aunque mis últimos días Dios es mi lumbrera y anhelo, no impide para que el recuerdo de la persona que más quiero me acompañe hasta la hora de mi muerte.

Estoy asistido por muchos sacerdotes, que, cual bálsamo benéfico, van derramando los tesoros de la gracia dentro de mi alma, fortificándola. Miro a la muerte de cara, y en verdad te digo que no me asusta ni la temo. Mi sentencia en el tribunal de los hombres será mi mayor defensa en el tribunal de Dios; ellos, al querer denigrarme, me han ennoblecido; al querer sentenciarme, me han absuelto, y al intentar perderme, me han salvado. ¿Me entiendes? Claro está, porque al matarme, me dan la verdadera vida, y al condenarme por defender siempre los altos ideales de Religión, Patria y Familia, me abren de par en par las puertas de los cielos. Mis restos serán inhumados en un nicho de este cementerio de Jaén. Cuando me quedan pocas horas para el definitivo reposo, sólo quiero pedirte una cosa: Que en recuerdo del amor que nos tuvimos, y que en este momento se acrecienta, atiendas como objetivo principal a la salvación de tu alma, porque de esta manera conseguiremos reunirnos en el cielo, para toda la eternidad, donde nadie nos separará. ¡Hasta entonces, pues, Maruja de mi alma!

No olvides que desde el cielo te miro, y procura ser modelo de mujeres cristianas, pues al final de la partida, de nada sirven los goces y bienes terrenales, si no acertamos a salvar el alma. Un pensamiento de reconocimiento para toda tu familia, y para ti todo mi amor sublimado en las horas de mi muerte. No me olvides, Maruja mía, y que mi recuerdo te sirva para tener presente que existe otra vida mejor, y que el conseguirla debe ser la máxima aspiración. Sé fuerte y rehace tu vida. Eres joven y buena y tendrás la ayuda de Dios, que yo implorare desde su Reino. Hasta la eternidad, donde continuaremos amándonos por los siglos de los siglos. Bartolomé”.

2°. José María Corbin Ferrer, otro joven de 21 años (cuyos procesos de beatificación esta en curso en la Archidiócesis de Valencia), era antiguo alumno de los Hermanos Maristas, miembro muy activo de la Juventud de Acción Católica, de la Federación regional de Estudiantes católicos. Licenciado brillante en ciencias químicas con premio extraordinario, pensionando en la universidad de Verano de Santander… estallada la guerra no le fue posible reintegrarse a Valencia… El 28 de agosto de 1936 cayó en manos de las milicias populares y fue llevado a la checa del Ayuntamiento… de allí, al buque prisión “Alfonso Pérez”, donde su simpatía y piedad valiente le hicieron sobresalir entre un gran número de seglares… Solía repetir a sus compañeros: “Los que me quieran bien no me pueden desear mejor suerte; la España católica se cimentará con el sacrificio de nuestras vidas…” Murió en la horrorosa matanza del 27 de diciembre, y como el dijo “por Dios y por España”.

Otros muchos jóvenes fueron por aquellos días presos y asesinados por confesar a Cristo ante los jueces, expresando los sentimientos de perdón y compasión para con sus propios verdugos.

3°. Francisco Castelló Aleu, joven catalán, por ser católico militante y miembro activo de Acción Católica, fue llevado a la cárcel de Lérida, donde hacía meditación diaria valiéndose de textos de San Pablo que recordaba de memoria. Al saber que se había dictado contra él la pena de muerte, se preparó para ella. Su fe se revela en las siguentes cartas: Decía así a una tía suya y a su hermana: “Nunca he estado más tranquilo que ahora; tengo la seguridad de que esta noche estaré con mis padres en el cielo. Allí os esperaré a vosotras. Yo voy con gusto a la muerte. He tenido una suerte inmensa, que no sé como agradecer a Dios”… Un acento más conmovedor y heroico tienen las líneas dirigidas a su novia:

 “Estimada Mariona: Nuestras vidas se unieron y Dios ha querido separarlas. A el ofrezco con toda sinceridad posible el amor que te tengo, un amor inmenso y puro. Siento tu desgracia, no la mía. Debes estar orgullosa: dos hermanos y tu prometido. ¡Pobre Mariona mía! Quisiera escribirte una carta triste, de despedida, pero no puedo. Me siento envuelto en ideas alegres, como un presentimiento de gloria. Una sola cosa he de decirte; cásate, si puedes, y desde el cielo bendeciré tu unión y tus hijos” (Informe diocesano de Lérida) Siendo ciertamente muy alto el valor documental de esta carta, como espejo espiritual de quien la escribía, no le cede en interés y le aventaja en aroma martirial el texto interrogatorio, a que fue sometido por el tribunal popular, y del que salió condenado a muerte: 

Presidente: ¿Qué respondes a las pruebas que te acusan de fascista? Castelló: Yo no soy fascista, ni he militado en partido alguno. 

Fiscal: Tenemos pruebas. En tu domicilio y en el despacho, donde trabajas hallamos libros y escritos que demuestran tu contacto con  naciones fascistas. 

Castelló: En mi casa y en los laboratorios de la fábrica solo habéis encontrado libros de estudio. Por mi condición de químico estudiaba el italiano y el alemán, pues son dos idiomas imprescindibles para tales ciencias. Y como no existen en Lérida profesores idóneos de estas asignaturas, para mayor facilidad tomaba las lecciones por radio. Las emisoras respectivas, como hacen otras ingleses y americanas, me enviaban folletos. No me movía otro afán que el de perfeccionarme en ni profesión. 

Fiscal: En fin, terminemos. ¿Eres católico? 

Castelló: Si, soy católico.

Estas palabras las pronunció con voz clara y concisa, sereno y con el rostro transfigurado. Los rostros del público mostraban que la valentía del joven y su sinceridad no les era diferente. El fiscal pidió la pena de muerte, que Francisco escuchó con la sonrisa en los labios. Al decirle el presidente que podía defenderse, contestó: “No hace falta, ¿para qué?. Si el ser catóico es un delito, acepto muy a gusto ser delincuente, pues la felicidad más grande que puede encontrar el hombre en este mundo es morir por Cristo. Y si mil vidas tuviera las daría sin dudar un momento por esta causa. Así que os agradezco la posibilidad que me ofrecéis para asegurar mi salvación” (Informe diocesano de Lérida: Montero)

4°. José Espinoza Martínez. Este joven, según el Doctor Sanchez Ocaña en su obra “Muertes gloriosas”, fue un “alma de Dios”. Una de esas almas ante las que el mundo pasa desdeñoso…; nacido en Alquerías (Murcia), de muy humilde condición, donde la pobreza hacía sentir todos los días sus rigores y estrecheces… era admirable el intenso espíritu de piedad que se despertó en él desde sus más tiernos años… Para comulgar diariamente debía recibir recorrer una distancia de cuatro kilómetros desde su casa hasta la Iglesia…. y aun de noche volvía a rezar el Rosario… A los dieciocho ingresó en el seminario Menor de San José… Se encontraba en casa de sus padres. Ocupado en las faenas de la huerta, cuando en marzo del 37 fue llamado a filas y destinado a la 107 Brigada Mixta. Pronto se destacó por su virtud, y el día 8 de diciembre del mismo año fue reducido a prisión con otros compañeros igualmente sospechosos, y condenados a muerte. Ante el piquete se dirigió al capitán que mandaba al pelotón pidiéndole con emocionado encarecimiento el perdón de sus compañeros, que él, con gusto moriría por todos. El capitán se mostró conmovido por este rasgo de abnegada generosidad, pero antes de que se diese la voz de “¡fuego!” José habló de nuevo para decir: “Muero nada más que por ser católico y seminarista… ¡Viva Cristo Rey!”

5°.Marino Olmo Martinez-Pantoja. En el “Martirologio de Cuenca” del Doctor Cirac, se dice que este joven se distinguió siempre por su moralidad sin mancilla, por su conducta intachable, por su conciencia delicada y por fe vivísima; asistía a Misa, frecuentaba los sacramentos, pertenecía a la Adoración Nocturna, y trabajó por el triunfo de los católicos movido por la fe y el más alto patriotismo. Detenido por los rojos, apenas iniciado el Movimiento Nacional, fue cruelmente atormentado con gran refinamiento, manifestando su conformidad y resignación, como también su caridad cristiana, cuando perdonaba con gran generosidad a sus verdugos, y cuando más lo maltrataban, con mayor espíritu de caridad perdonaba.

En los últimos momentos pidió a los rojos que le concedieran unos minutos para reconciliarse y, sin preocuparse de sí mismo, solicitó clemencia para uno de los condenados. Poco antes de morir abrazó a su asesino y le perdonó diciéndole: “Te agradezco que me abras las puertas del cielo”. Cuando llegó el momento cruzó las manos sobre el pecho, fijó la mirada en el cielo y, con el pensamiento y el corazón puesto en Dios, presentó el pecho a las balas de los impíos, “siendo la admiración de los mismos verdugos”. Marino fue asesinado justamente con su hermano Enrique, este fue muy atormentado por los rojos, y según declaración posterior de uno de éstos dijo que su frase favorita era ésta: “Todo lo sufro por Nuestro Señor”, y poco antes de morir, dijo a sus asesinos que le prohibían hablar: “No podéis impedir que yo grite: “¡Viva Cristo Rey y Arriba España!”. Ambos fueron asesinados el 22 de agosto de 1936.

6°. Don Faustino Muñoz Parra, casado con dos hijos, vivía en un pueblo pequeño , Barajas de Melo (Cuenca), donde tenía un bar que él mismo atendía. Era una persona ejemplarísima en todos los órdenes, católico práctico, confesando siempre a Cristo. Su mayor interés era hacer limosna a los pobres y favores a todos los del pueblo. Su esposa confiesa que desde que vino la República empezó a acrisolarse en su apostolado, y a mi a instruirme en las cosas santas y alentarme a morir antes que negar que soy católica. Cuando vió por las calles, revestidos con los ornamentos sagrados, a los profanadores sacrílegos de la Iglesia, que iban destrozando la custodia y el palio, y mofándose de la religión, corrió a su casa, se encerró en ella, se puso de rodillas en cruz, y rezó veinte Avemarías para que el Señor le perdonase, porque no saben lo que hacen…

 Decía a su esposa: “estoy pidiendo al Señor morir por El… así que si me lo concede es lo que merezco, y si esto sucede, no te aflijas, no te muevas de tu casa con tus hijos, no te ocupes de recoger mi cadáver, que es materia; lo importante es morir bien, y yo moriré bien, aunque sea en un muladar. Y no te angusties tú ni los chicos, que si esto sucede El, que lo permite, velará por vosotros con más vigilancia que yo. Que los chicos no vayan a la escuela roja. Que los hijos de un católico no deben ir a ella. Y procura tu recordarles la existencia de Dios, que si no dentro de poco olvidarán todo, que no nos hace falta que sean sabios, nada más que se salven. Mira que sencillo es, tú misma los puedes enseñar… No les permitas que blasfemen… Que tú tienes que ser la madre de los Macabeos…”. Al enterarse de que en el pueblo no había azúcar, ofreció para los enfermos y los niños cuatro o cinco mil estuches que él tenía… Cierta noche se le presentaron en casa unos marxistas para que los convidara, y le dijeron que si blasfemaba con ellos no le pasaría nada; entonces él les mostró el pecho, abriendo la camisa, y les dijo: “Me matáis, que yo no blasfemo, por nada ni por nadie… Tengo solamente una vida, pero aunque tuviera cuarenta, disponed de ellas, porque lo que pretendéis nunca lo conseguiréis de mí…”. Después corrió la misma suerte que los otros mártires del pueblo”. (Este y otros muchos casos de muertes ejemplares pueden verse en el numeroso y selecto martirologio de la diócesis de Cuenca).

Continuará...