lunes, 31 de octubre de 2022
¡NO AL HALLOWEEN!
viernes, 28 de octubre de 2022
EL SANTO ABANDONO. Capítulo 5: EL ABANDONO EN LOS BIENES DE OPINIÓN. (Artículo 1º.- Reputación)
Artículo 1º.- Reputación
Cosa muy querida nos es nuestra reputación, y en especial con respecto a nuestros Superiores y a la Comunidad. Damos la mayor importancia a su estima y confianza, aparte de que podamos necesitar de ellas para el ejercicio de nuestro cargo. Pues bien, no es raro que por motivo legítimo o culpable, con razón o sin ella, se desaten las lenguas contra nosotros, lo cual no es pequeña prueba. El Salmista quéjase de ella con frecuencia a Dios: «bien conocía las contradicciones de las lenguas», «los hijos de los hombres cuyos dientes son armas y flechas y su lengua afilado cuchillo», «lenguas maldicientes y engañosas, semejantes a carbones de fuego voraz, a flechas agudas lanzadas por vigoroso brazo».
Si acontece que sus dardos, lanzados en la sombra o en el descubierto, hieren nuestra reputación, debemos soportar siempre con paciencia sus ataques y conformarnos con el divino beneplácito. En efecto, tras los hombres es preciso ver a Dios sólo, de quien ellos son instrumentos, ya tengan o no conciencia de ello, pues El les pedirá cuentas de cada palabra y les pagará según sus obras. Mas entretanto, se servirá del celo, la ligereza y de la guía de la malignidad misma para probarnos. Nuestra reputación le pertenece, tiene derecho de disponer de ella como le place. Nosotros creemos que la necesitamos para el desempeño de nuestro cargo, pero sabe El mejor lo que conviene a los intereses de su gloria, al bien de las almas, a nuestro progreso espiritual. Si ha resuelto probarnos en este punto, es dueño de escoger para este fin el instrumento que quiera. A pesar de los lamentos y las recriminaciones de la naturaleza, olvidemos deliberadamente a los hombres para no ver sino a Dios sólo; y besando con filial sumisión su mano que nos hiere con amoroso designio, apliquémonos a recoger todos los frutos que la prueba nos puede proporcionar.
Estas tribulaciones nos brindan, en efecto, ocasiones raras de crecer en muchas y sólidas virtudes. El alma, despojándose de su reputación, elévase por encima de la opinión de los hombres hasta Dios sólo, para servirle con absoluta pureza de intención. La humildad toma fuerza y se arraiga profundamente, cuando acepta esta dura prueba; entonces es cuando el justo se desprecia realmente y acepta ser despreciado por los demás. Afiánzase en la dulzura ahogando los arrebatos de la cólera; en la paciencia, moderando la tristeza que producen estas injusticias. ¡Bella y sublime es la caridad que perdona todos los agravios, que ama a sus enemigos, habla de ellos sin amargura y devuelve bien por mal! La confianza en Dios se dilata en la tranquilidad con que se lleva la cruz, y el amor de Nuestro Señor en la fidelidad en servirle como de ordinario. Dulce fruto de esta amarga pena será vencer el mal con el bien, y disfrutar de continuo la bienaventuranza prometida a los que son perfectamente dulces, misericordiosos y pacíficos.
Quiere Dios por este medio hacernos humildes de corazón, siguiendo el ejemplo y las lecciones del Cordero y de sus fieles amigos. «¿Ha habido jamás reputación más destrozada que la de Jesucristo? ¿De qué injuria no fue blanco? ¿Qué calumnias no pesaron sobre él? Sin embargo, el Padre le ha dado un nombre que está sobre todo nombre, y le ha exaltado tanto más cuanto fue más abatido. Y los Apóstoles, ¿no salían gozosos de los concilios en que habían recibido afrentas por el nombre de Jesús? Porque es verdadera gloria sufrir por tan digna causa. Bien veo que nosotros no queremos sino persecuciones aparatosas, a fin de que nuestra vanidad brille en medio de nuestros sufrimientos; querríamos ser crucificados gloriosamente. Según nuestra apreciación, cuando los mártires sufrían tan crueles suplicios, eran alabados por los espectadores de sus tormentos; ¿no eran, por el contrario, maldecidos y tenidos por dignos de execración? ¡Cuán pocos son los que se determinan a despreciar la propia reputación, a fin de promover así la gloria de Aquel que murió ignominiosamente en la cruz, para procurarnos una gloria que no tendrá fin. »
Así habla San Francisco de Sales, y añade: «¿Qué es, pues, la reputación para que tantos se sacrifiquen ante ese ídolo? Después de todo, no pasa de ser un sueño, una sombra, una opinión, un poco de humo, una alabanza cuya memoria se extingue con su eco, una estimación frecuentemente tan falsa, que muchos se maravillan de verse culpados de defectos que en manera alguna tienen, y alabados de virtudes, sabiendo muy bien que tienen los vicios opuestos.» Venían a veces a decir al Santo Obispo que se hablaba mal de él que se llegaban a decir cosas extrañas y escandalosas. En lugar de defenderse, respondía: «¿No dicen más que eso? Pues en verdad que no saben todo; al lisonjearme, me perdonan y bien veo que me juzgan mejor de lo que soy. ¡Sea Dios bendito! Es preciso corregirse, y si en esto no merezco ser corregido, lo merezco en otras muchas cosas; con que siempre es una misericordia el que me corrijan tan benignamente.»
Sin embargo, por perfecto que sea nuestro desasimiento de la reputación, nuestro abandono en Dios en lo a ella referente, no podemos menos de tener un cuidado razonable. Expresamente lo recomienda el Sabio; y, por consiguiente, es voluntad de Dios significada. La buena reputación, dice San Francisco de Sales, «es uno de los fundamentos de la sociedad humana, sin la cual no sólo somos inútiles al público, sino también perjudiciales a causa del escándalo que de nosotros recibe; la caridad, pues, lo exige, y la humildad se complace en que nosotros conservemos y deseemos con toda diligencia el buen nombre. Además, no deja de ser muy útil para la conservación de nuestras virtudes, en particular, de las virtudes aún débiles. La obligación de conservar nuestra reputación y de ser tales que se nos pueda estimar, estimula a un ánimo generoso con poderosa y dulce violencia. Con todo, no seamos demasiado apasionados, exigentes y puntillosos para conservarla. El desprecio de la injuria y de la calumnia es por lo regular un remedio mucho más saludable que el resentimiento; el desprecio hace que se desvanezcan, y el resentimiento, al contrario, parece darles consistencia. Es necesario ser celoso, mas no idólatras de nuestro buen nombre.»
«Renunciemos, pues, aquella conversación yana, aquel trato inútil, aquella amistad frívola, aquellos modales inconsiderados si ofenden la buena fama, porque el buen nombre es mucho más estimable que todo vano solaz; pero si murmuran, nos reprenden y calumnian a causa de los ejercicios de piedad, los progresos en la devoción y la diligencia en buscar los bienes eternos, dejémoslos hablar, puestos siempre los ojos en Jesucristo crucificado, que será el protector de nuestra fama. Si permite que nos la arrebaten, será para devolvernos otra mejor o para hacernos adelantar en la santa humildad, de la cual una sola onza vale más que mil libras de honra. Si injustamente somos censurados, opongamos con serenidad la verdad a la calumnia, y si ésta persevera, perseveremos también nosotros en humillarnos, pues nunca estará más al abrigo que cuando la ponemos juntamente con nuestra alma en manos de Dios. Exceptuemos, sin embargo, ciertos crímenes tan atroces e infames, que nadie tiene derecho a sufrir su imputación, cuando de ellos se puede justamente sincerarse. Exceptuemos, también ciertas personas de cuya buena reputación depende la edificación de muchos, porque en estos casos es preciso procurar tranquilamente la reparación de la ofensa recibida.»
Así hablaba San Francisco de Sales a su Filotea, y éste era su modo de obrar. Quería que la dignidad episcopal fuese respetada en su persona, pero era indiferente en cuanto a su persona concernía tocante a la estima y al desprecio, y no tanto le preocupaban las alabanzas como los menosprecios. Defendióse modestamente de ciertas calumnias que podían comprometer su ministerio, pero, en general, permanecía insensible a las injurias y juicios desfavorables que contra él se hicieran; contentándose con reír cuando de ellos se acordaba (lo que rara vez acontecía). «Los que se quejan de la maledicencia -acostumbraba a decir- son harto delicados, porque al fin y al cabo es una crucecita de palabras que lleva el viento; y se necesita tener la piel y los oídos muy tiernos para no poder sufrir el zumbido y la picadura de una mosca.» En las calumnias de mayor importancia, pensaba en el Salvador expirando como un infame sobre la cruz y entre dos ladrones: «Esta es -decía- la verdadera serpiente de bronce, cuya vista nos cura de las mordeduras del áspid. Ante este gran ejemplo, vergüenza habríamos de tener de quejamos, y mayor aún de conservar resentimientos contra los calumniadores.» Pensaba también en el juicio final que nos hará completa justicia, e importábale poco entretanto el ser censurado de los hombres, con tal de agradar a su amado Maestro. Ni siquiera quería se tomase su defensa: «¿Os he dado el encargo de incomodaros por mí? Dejad que hablen, pues no es sino una cruz de palabras, una tribulación de viento, y es posible también que mis detractores vean mis defectos mejor que los que me aman, siendo de esta manera, más que enemigos, nuestros amigos, puesto que cooperan a la destrucción del amor propio.»
En una palabra, indiferente a las alabanzas y a los desprecios, se abandonaba en manos de la Providencia, dispuesto a cumplir su obligación con buena o mala fama, y no deseando otra reputación, sino la que Dios juzgara conveniente que disfrutara para los intereses de su servicio. Aun en ocasiones en que podían rechazar la calumnia y que hasta parecía imponérselo el deber, los santos han preferido casi siempre guardar silencio, a ejemplo de Nuestro Señor durante la Pasión, dejando a la divina justicia el cuidado de justificarlos si lo juzgaba conveniente.
San Gerardo de Mayella, entre otros muchos, nos ofrece de ello un memorable ejemplo. «Una infame le acusó de un crimen horrible. Inquieto y turbado, San Alfonso llamó al acusado, le manifestó la denuncia y le preguntó qué alegaba en contra. Impasible como el mármol, Gerardo no articuló palabra. Alfonso le privó de la comunión y de toda relación con los de fuera, y el hermano, sin embargo, no se permitió la menor murmuración. Convencidos de su inocencia, los Padres le instaban a que se justificara: "Hay un Dios -decía- y a El le corresponde ocuparse de eso". Y aconsejado de que para aliviar su martirio pidiese al menos poder comulgar, respondió: "No; muramos bajo el peso de la divina voluntad". Cincuenta días después, satisfecho de haber obrado con Gerardo como con su divino Hijo, "el oprobio de las gentes", declaró su inocencia.
La infeliz que le había acusado retractó su calumnia, declarando haber obrado por inspiración del demonio. El verse declarado inocente no impresionó más a Gerardo que la acusación, y como San Alfonso le preguntase por qué había rehusado disculparse, le respondió de manera sublime diciendo: "Padre mío, ¿no es prescripción de la Regla no excusarse jamás, sino sufrir en silencio cualquier mortificación?"» Es verdad que la Regla no le obligaba en aquella circunstancia, y el ejemplo es más de admirar que de imitar, pero, ¡qué lección para nuestra delicadeza!
lunes, 24 de octubre de 2022
EL SANTO ABANDONO. Capítulo 4° EL ABANDONO EN LOS BIENES NATURALES DEL CUERPO Y DEL ESPÍRITU (Art. 6°)
SANTO ABANDONO ENTREGA ANTERIOR
Artículo 6º.- Reposo y tranquilidad
Algunos empleos espirituales o temporales, traen consigo el trabajo, la fatiga y los cuidados; no es uno dueño de sí mismo, expuesto como se halla continuamente a ser interrumpido por el primero que se presenta durante el trabajo, la oración, las piadosas lecturas. Otros cargos, por el contrario, sólo exigen una atención relativa y no imponen apenas ni cuidados ni molestias, sucediendo lo propio, con mayor razón, cuando no se tiene ningún empleo.
El reposo y la tranquilidad facilitan en gran manera la observancia regular y la vida interior, nos colocan en circunstancias favorables para cultivar a nuestras anchas nuestra alma y conservarnos unidos a Dios durante el curso del día. Mas pudiera suceder que nos apegáramos tan desordenadamente, que con dificultad renunciáramos a ello cuando se ponga por medio obligaciones del cargo y bien común. Este amor del reposo y de la tranquilidad, tan legítimo en si, llega en tal caso a ser excesivo; degenera en vulgar egoísmo, y no conoce el desinterés ni el sacrificio, y por lo mismo que apaga la llama de la verdadera caridad, nos hace inútiles para nosotros y para los demás.
El trabajo y los cuidados, las continuas molestias de ciertos cargos, nos proporcionan una inagotable mina de sacrificio y de abnegación; es un perfecto calvario para quien desea morir a si mismo, es una continua inmolación en provecho de todos. Por el contrario, es muy fácil en este torbellino de los negocios y cuidados descuidar su interior y sobrenaturalizar poco nuestras acciones; y sin embargo, con un poco de trabajo es fácil purificar la intención, elevar con frecuencia el alma a Dios y conservarse suficientemente recogido. Nadie ha estado más ocupado que San Bernardo, Santa Teresa, San Alfonso y tantos otros. Pregúntase cómo han podido hallar, en medio de tantos trabajos y cuidados, oportunidad para componer libros de valor tan inestimable, para consagrarse durante tanto tiempo a la oración y ser perfectísimos contemplativos: sin embargo, lo hicieron.
¿Qué querrá Dios de nosotros? Aprovecharíamos más en la agitación o en la tranquilidad? Sólo Dios lo sabe. Es, pues, prudente establecernos en una santa indiferencia y estar dispuestos a todo cuanto El quiera. Nosotros, como miembros de una Orden contemplativa, tenemos desde luego derecho a desear la calma y la tranquilidad, a fin de vivir con más facilidad en la intimidad del divino Maestro. San Pedro juzgaba con razón que estaba bien en el Tabor; no deseaba abandonarlo, sino vivir cerca siempre de su dulce Salvador y bajo la misma tienda. No dejó, sin embargo, de añadir, y nosotros hemos de hacerlo también con él: «Señor, si quieres.» Mas, ¿lo querrá? El Tabor no se encuentra aquí abajo de un modo permanente. Necesitamos el Calvario y la crucifixión, y no tenemos el derecho de elegir nuestras cruces y de impedir a Dios que nos imponga otras. Si ha preferido imponernos aquellas que abundan en tal o cual cargo, aceptémoslas con confianza; es la sabiduría infalible y el más amante de los Padres, y ésta es la prueba que necesitábamos para hacer morir en nosotros la naturaleza; pues otra cruz, elegida por nosotros, no respondería seguramente como ésta a nuestras necesidades.
En esto hay una mezcla de beneplácito divino y voluntad significada. En cuanto de nosotros dependa y lo podamos hacer sin faltar a ninguna de nuestras obligaciones, hemos de amar, desear, buscar la calma y la tranquilidad, y por decirlo así, crear en derredor nuestro una atmósfera de paz y de recogimiento, pues es el espíritu de nuestra vocación. Mas si es del agrado de Dios pedirnos un sacrificio y ponernos en el tráfago de mil cuidados, no tenemos derecho a decirle que no; tratemos únicamente de conservar aun entonces, en cuanto fuera posible, el espíritu interior; el silencio y la unión divina; y cuando se ofreciere un momento de calma, sepamos aprovecharla para internarnos más en Dios.
Así lo hacía nuestro Padre San Bernardo. Con frecuencia las órdenes del Soberano Pontífice le imponen prolongadas ausencias y asuntos de enorme fatiga, y vuelve a Claraval con una insaciable necesidad de permanecer a solas con Dios. Con todo, su primer cuidado era dirigirse al noviciado para ver a sus nuevos hijos y alimentarlos con la leche de su palabra. Dábase en seguida a sus religiosos a fin de derramar en ellos sus consuelos, tanto más abundantes, cuanto mayor era el tiempo que se habían visto privados de ellos. Primero pensaba en los suyos, y después en sí mismo. «La caridad -decía- no busca sus propios intereses. Hace ya largo tiempo que ella me ha persuadido a preferir vuestro provecho a todo cuanto amo.
Orar, leer, escribir, meditar y demás ventajas de los ejercicios piadosos, todo lo he reputado como una pérdida por amor vuestro. Soporto con paciencia haber de dejar a Raquel por Lía; y no me pesa haber abandonado las dulzuras de la contemplación, cuando me es dado observar que después de nuestras pláticas el irascible se torna dulce; el orgulloso, humilde; el pusilánime, esforzado, que los hijos pequeños del Señor se sirvan de mí como quieran, con tal que se salven. Si yo no perdono ningún trabajo por ellos, ellos me perdonarán mis faltas, y mi descanso más apetecido será saber que no temen importunarme en sus necesidades. Me prestaré a satisfacer sus deseos cuanto me fuere posible; y mientras tuviere un soplo de vida, serviré a mi Dios sirviéndolos a ellos con una caridad sin fingimiento.» San Francisco de Sales hacía lo propio: «Si alguno, aun cuando fuere de los más pequeños, se dirigía a él, tomaba el Santo la actitud de un inferior ante su superior, sin rechazar a nadie, no rehusando hablar ni escuchar y no dando la más pequeña muestra de disgusto, aunque tuviere que perder un tiempo precioso escuchando frivolidades.
Su sentencia favorita era ésta: «Dios quiere esto de mí, ¿qué más necesito? En cuanto que ejecuto esta acción no estoy obligado a ejecutar otra. Nuestro centro es la voluntad de Dios, y fuera de El no hay sino turbación y desasosiego.» Santa Juana de Chantal asegura que en la abrumadora multitud de los negocios siempre se le veía unido a Dios, amando su santa voluntad igualmente en todas las cosas, y por este medio, las cosas amargas se le habían vuelto sabrosas.
martes, 18 de octubre de 2022
BOLETÍN #2. CONVENTO BENEDICTINO DE NUESTRA SEÑORA DE LA SOLEDAD
Estimados amigos, familiares y benefactores:
¡Saludos en San Benito!
¡Cómo pasa el tiempo en el convento!
Hemos estado en Colombia durante casi 2 meses, y ya Nuestro Señor nos ha colmado de innumerables gracias. Lo más notable es el de nuestro reciente retiro, predicado por nuestro padre espiritual, el P. Rafael, OSB. El tema fue la devoción a Nuestra Señora de la Soledad, Patrona de nuestro convento. ¡No podemos decir lo suficiente sobre esta hermosa devoción! Nuestra Santísima Madre, que está perfectamente unida a su Divino Hijo, fue exaltada a participar de los méritos divinos de su Pasión para unirse únicamente al valor glorioso e infinito de la Redención. En nuestro convento, las Hermanas se unen con San Juan y las santas mujeres que acompañaron, sirvieron y consolaron a Nuestra Señora en su soledad, que comenzó con la muerte de Nuestro Señor en la Cruz. De esta manera, esperamos ser instrumentos de reparación y reparación de la justicia divina por los pecados de la humanidad que constantemente hieren a los Sagrados e Inmaculados Corazones. Esperamos concebir dentro de nuestras almas la súplica de los dolores de Nuestra Señora para que podamos estar presentes con ella en ese momento de dolor y angustia. Ella, a cambio, indemnizará a la Majestad ofendida de Nuestro Señor Jesucristo, y sacará del tesoro de gracias que le fue depositado a la muerte de su Hijo para salvar las almas. Es nuestro deseo permanecer con María y nunca dejarla… pertenecerle, servirla, amarla, honrarla como Reina y complacerla hasta nuestro último suspiro. Continuamos exhortándolos a que se unan a nosotros en este acto continuo de reparación uniéndose a ustedes ya sus familias a esta devoción que es nuestro refugio en la oscuridad que envuelve rápidamente a este mundo pasajero. ¡La victoria final será suya, y ningún servidor suyo verdaderamente devoto perecerá!
Noticias de la comunidad:
Las Hermanas están felices de informar que cada día nos encontramos más asentadas en nuestro tiempo de formación aquí. Nuestro trabajo principal es el canto del Oficio Divino. Siete veces al día, entramos en procesión a la capilla para cantar la oración de Nuestro Señor, Jesucristo, a Su Padre Celestial. Todo en nuestro día gira en torno al santo sacrificio de la Misa. ¡Qué bienaventurados somos de recibir diariamente el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de nuestro amado Jesús! Nuestro trabajo manual consiste en cocinar (que finalmente hemos aprendido a hacer sin electrodomésticos ni comodidades modernas), tareas domésticas, trabajo de sacristía y mantenimiento de la capilla y los jardines. Tenemos la suerte de contar con la ayuda constante y generosa de amigos y benefactores. Nuestro padre espiritual y sus monjes, nuestros amados Hermanos, continúan entregándose a nosotros generosamente. Las Hermanas se maravillan constantemente de su espíritu de sacrificio y abnegación, y hemos hecho un “pacto” de hacer guerra santa contra ellos para no ser menos en sacrificio y generosidad. Tenemos una verdadera familia benedictina aquí en nuestras comunidades gemelas, cuyos lazos son completamente sobrenaturales y más fuertes que cualquier lazo terrenal. También hemos adquirido recientemente pollos. Suministrarán abundantes huevos tanto para el convento como para el monasterio, además de la leche que aportan varias vacas “residentes”. Todavía tenemos que enseñar a los animales las reglas del silencio y el claustro. ¡A los gallos les encanta romper el silencio, y no están para nada de acuerdo en que los varones no estén permitidos en el convento! ¡A ellos, junto con las vacas, les encanta hacer notar su presencia mediante apariciones aleatorias durante la recreación, y brindan mucho entretenimiento a las Hermanas! Finalmente, hemos guardado nuestras noticias más alegres para el final. Una de nuestras postulantes, si Dios quiere, recibirá el santo hábito de San Benito el 1 de noviembre, fiesta de Todos los Santos. Será un día doblemente glorioso para nuestras comunidades gemelas, ya que los monjes también han anunciado que dos postulantes serán vestidos como novicios en su monasterio en la misma ceremonia. Le pedimos humildemente que se unan a nosotros en oración por la perseverancia y santificación de estas tres almas. Esperamos compartir fotos con usted en nuestro próximo boletín. ¡Que Dios los bendiga a todos y Nuestra Señora los mantenga cerca de su Corazón Inmaculado!
Sor María Magdalena de la Madre Dolorosa OSB para las Hermanas Benedictinas
Rincón de las Postulantes
Es extraordinariamente hermoso ver las pequeñas formas en que Nuestro Amado reúne a Su recién nacida familia benedictina. Hemos descubierto muy rápidamente que somos los ángeles de la guarda unos de otros con algunos de los insectos que Nuestro querido Señor fue tan inteligente y creativo al hacer. Uno ha descubierto que cualquier araña más grande que una moneda de veinticinco centavos, y tambien las arañas las del tamaño de un plato, piden ayuda al Creador para salvarse de las queridas hermanas.
Mientras tanto, están completamente preparadas para golpear con una escoba si eso significa deshacerse de un gusano de 1/4 ”! Tambien otra aparentemente es el objetivo y/o el imán de todas las cosas que vuelan y saltan. ¡Dios es bueno! Tan evidente era nuestro malestar en torno a la creación de Dios que nuestro Reverendo Padre hizo medio chiste preguntándose si debería poner un insecto en una caja de plástico para que pudiéramos contemplar
sábado, 15 de octubre de 2022
jueves, 13 de octubre de 2022
CONFERENCIA SOBRE EL MILAGRO DEL SOL Y LAS APARICIONES DE NUESTRA SEÑORA DE FATIMA
PRIMERA PARTE
sábado, 8 de octubre de 2022
viernes, 7 de octubre de 2022
NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO (7 DE OCTUBRE)
HISTORIA DE LA FIESTA
Cuando la impía herejía Albigense se extendía por la región de Tolosa, arraigando cada vez más profundamente, Santo Domingo, que acababa de fundar la Orden de Predicadores, se consagró a extirparla. Para conseguirlo con mayor eficacia, imploró con asiduas oraciones el auxilio de la Santísima Virgen, cuyo honor atacaban los impúdicos herejes, y a quien se ha dado poder para destruir todas las herejías en el mundo. Y habiéndole recomendado la Virgen (según atestigua la tradición), que predicara a los pueblos el Rosario, como singular auxilio contra las herejías y los vicios, lo hizo con fervor y gran éxito. El Rosario es una forma especial de oración que consta de quince decenas de Avemarías, separada una decena de la otra por la Oración dominical, y cada una de las cuales presenta a nuestras meditaciones uno de los principales misterios de nuestra Redención. Así, pues, a Santo Domingo fue debida en aquellos días la divulgación y la propagación de aquella fórmula piadosa de plegaria. Y que él hubiese sido quien la instituyó, lo han afirmado con frecuencia los Papas en sus letras apostólicas.
Al Rosario hay que atribuir muchísimos favores obtenidos por el pueblo cristiano, entre los cuales es justo mencionar la victoria que el Papa San Pío V y los príncipes cristianos, enardecidos por sus exhortaciones, obtuvieron en el golfo de Lepanto sobre el poderosísimo tirano turco. Y en efecto; siendo el día en que se alcanzó esta victoria el mismo en que las cofradías del santísimo Rosario del mundo dirigen a María sus oraciones, a estas plegarias se atribuyó aquel triunfo. Así lo reconoció el Papa Gregorio XIII, el cual, para que en memoria de tan señalado beneficio se tributaran perennes acciones de gracias a la Santísima Virgen invocada por los fieles bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario, concedió que en todas las iglesias en donde hubiese un altar del Rosario se celebrara a perpetuidad un Oficio con rito doble mayor; y otros Pontífices enriquecieron con muchas indulgencias el rezo del Rosario y a las Cofradías de este mismo nombre.
Clemente XI estaba persuadido de que debía atribuirse a esta oración la victoria del año 1716, en el reino de Hungría, sobre el gran ejército de los Turcos, por Carlos VI, emperador de los Romanos, ya que tuvo lugar en el día en que se celebraba la Dedicación de la Virgen de las Nieves, y en la hora en que habían organizado los cofrades del Santísimo Rosario unas solemnes rogativas públicas, con numerosa concurrencia y grandes muestras de devoción; pedían con fervor a los pies del Señor la derrota de los turcos, e imploraban el poderoso auxilio de la Virgen Madre de Dios a favor de los cristianos. Atendidas estas, Clemente XI creyó que debí atribuir a la protección de la Virgen Inmaculada esta victoria, lo mismo que el levantamiento del sitio de la isla de Corfú por los Turcos, ocurrido poco después. Para dejar de este beneficio perpetua memoria y gratitud, extendió a toda la Iglesia, con el mismo rito, la Fiesta del Santísimo Rosario. Benedicto XIII mandó consignar estas gracias en el Breviario Romano. León XIII, en tiempos tan turbulentos para la Iglesia, y ante el despligue espantoso de males que desde tanto tiempo nos abruman, excitó a los fieles, en varias cartas apostólicas, a la devoción al Rosario de María, en especial que lo rezaran durante el mes de octubre. Elevó esta fiesta a un grado superior; añadió a las Letanías lauretanas la invocación: Reina del sacratísimo Rosario; y concedió a la Iglesia universal un Oficio propio para este día. Honremos sin cesar a la Santísima Madre de Dios con esta devoción que tanto le place; y Ella que tantas veces, al ser invocada con confianza por los fieles de Cristo mediante el Rosario, nos ha conseguido ver humillados a nuestros enemigos de la tierra, nos obtendrá el triunfo sobre los del infierno.
martes, 4 de octubre de 2022
COMUNICADO DEL CONVENTO BENEDICTINO
Queridas familias,
¡AVE María! Rogamos que estéis todos bien y que la paz de Nuestro Señor Jesucristo reine en vuestras almas, a pesar del rápido avance del mal que nos rodea.
Le escribimos con la esperanza de resolver todas sus preguntas e inquietudes, así como cualquier malentendido. Más de una vez nos han cuestionado sobre nuestro “experimento” aquí en Colombia. Les aseguramos que no hemos desviado de nuestro plan original, y que todos hemos sido, desde el principio, de una sola mente y corazón. Nuestro experimento es probar nuestras vocaciones y atraer la bendición de Dios sobre este convento y monasterio. Si Dios quiere la obra, siga. Si Dios no lo quiere, nos regocijaremos igualmente, ya que buscamos sólo Su voluntad. Dicho esto, ¿cómo podemos pedirle a Dios que bendiga este trabajo si no damos todo lo que tenemos? Tenemos que entregarle nuestras vidas a Él como un cheque en blanco y permitirle que lo llene en la medida exacta que Él quiere de nosotros. Nada menos sería digno para un Dios que pagó el precio de nuestra salvación con hasta la última gota de Su Preciosa Sangre. Juntos, avanzamos un día a la vez, esperando ver qué nos depara la Providencia.
Nos han preguntado cuándo regresaremos a los Estados Unidos. La respuesta a esa pregunta es la misma... regresaremos en el tiempo de Dios. Legalmente, podemos permanecer aquí hasta junio del próximo año. Este es un lugar tan hermoso y tranquilo para un noviciado. ¡Oímos y vemos a Dios en el silencio y en Su creación a nuestro alrededor! Todos estamos de acuerdo en que esperamos maximizar nuestro tiempo aquí para que cuando regresemos, si Dios quiere, tengamos una base sólida. Independientemente de cuándo regresemos, les aseguramos que nunca hemos estado más cerca de ustedes que ahora, ya que los llevamos a diario en nuestro corazón y en nuestras oraciones. Es nuestro amor por ti y por las almas, tan queridos por Jesús y María, que estamos aquí. Tenga la seguridad de nuestras continuas oraciones y sacrificios.
Unidos en oracion al pie de la cruz,
Las Hermanas Benedictinas de Nuestra Señora de la Soledad
SAN FRANCISCO DE ASIS
Nació en Asís (Italia), en el año 1182. Después de una juventud disipada en diversiones, se convirtió, renunció a los bienes paternos y se entregó de lleno a Dios. Abrazó la pobreza y vivió una vida evangélica, predicando a todos el amor de Dios. Dio a sus seguidores unas sabias normas, que luego fueron aprobadas por la Santa Sede. Fundó una Orden de frailes y su primera seguidora mujer, Santa Clara que funda las Clarisas, inspirada por El.
Ciertamente no existe ningún santo que sea tan popular como él, tanto entre católicos como entre los protestantes y aun entre los no cristianos. San Francisco de Asís cautivó la imaginación de sus contemporáneos presentándoles la pobreza, la castidad y la obediencia con la pureza y fuerza de un testimonio radical. Llegó a ser conocido como el Pobre de Asís por su matrimonio con la pobreza, su amor por los pajarillos y toda la naturaleza. Todo ello refleja un alma en la que Dios lo era todo sin división, un alma que se nutría de las verdades de la fe católica y que se había entregado enteramente, no sólo a Cristo, sino a Cristo crucificado.