lunes, 26 de septiembre de 2022

EL SAGRADO CORAZÓN DE JESUS (DON FELIX SARDA SALVANI)

 


Jesucristo es Dios. Aunque hay en

el dos naturalezas, divina y humana,

como enseña la fe católica, es, sin embargo,

única la Persona, y ésta es divina.


Es, pues, digno de toda veneración,

así en su Humanidad santísima

como en su Divinidad. Y de su Humanidad

santísima es digno de veneración,

no sólo el conjunto, sí que cada

una de las partes de él. De suerte que

pueden y deben venerarse el cuerpo y

alma de Cristo, pero puede separadamente

venerarse su cuerpo y venerarse su alma, y pueden de su cuerpo

ser venerados con culto especial

cada uno de sus sacratísimos miembros.


Así es antiquísimo en la Iglesia

el culto de las adorables llagas de las

manos, pies y costado; así es ya común

la veneración a su purísima Sangre;

así podemos fijarla muy en particular

en su sagrada cabeza, coronada

de espinas, etc., etc. Sirva esto de

contestación a los que haciéndose del

asombradizo preguntan: ¿por qué se

da este culto especial al Sagrado Corazón

de Jesús? Respuesta decisiva:

se le da en primer lugar, como puede

darse a una parte cualquiera de su santísima

Humanidad.


Pero hay un motivo especialísimo

para dar este culto al Corazón, más

que á la cabeza, manos ó pies. E1 corazón

es entre todos los órganos corporales,

por decirlo así, el menos corporal; viene á ser con respecto a la

parte afectiva de nuestro ser, lo que

el cerebro con respecto á su parte intelectiva;

es el que está más en íntimo

y misterioso contacto con el alma por

su vida de sentimiento; es como la

fragua suya de que se sirve ella para

elaborar sus afectos. 

Así que del mismo modo que en todos los idiomas se

dice que piensa y discurre é imagina

el hombre con la cabeza, así en todos

los idiomas se dice que ama y aborrece

y sufre y goza y anhela y teme con

el corazón. Porque para sus operaciones

intelectuales parece que se sirve

más el alma de la primera, como para

sus operaciones afectivas se sirve del

segundo. Tiene, pues, el corazón en

el compuesto humano una importancia

especial.  Además de ser la válvula

reguladora de su movimiento circulatorio,

es el sagrario de sus más delicados sentimientos; 

es el volcán de sus

más encendidas llamaradas; es el oculto

resorte de la mayor parte de sus actos

é inclinaciones. Se ha dicho con

verdad que el hombre lo es casi siempre

todo por su corazón. Si se eleva

hasta la sublimidad del Angel o desciende

hasta la horrible condición del

demonio, es comúnmente según lo que

ha purificado y enaltecido, ó maleado

y degradado los sentimientos de su

corazón.


Ahora bien. Cristo, Dios y Hombre

verdadero, tuvo en su vida mortal, y

tiene hoy en su vida gloriosa en el

cielo y en su vida escondida en el Sacramento,

un verdadero Corazón. Y

como su Divina Persona es justamente

la persona de un Dios-Hombre y de un Hombre-Dios, 

su Corazón es juntamente

Corazón humano y Corazón

divino, Corazón que pertenece al hombre

y Corazón que pertenece á Dios,

Corazón que late y alienta con todos

los más nobles afectos humanos, y juntamente

con los nobilísimos afectos de

la Divinidad. Amó Cristo á Dios-Padre

y á la humana criatura con amor infinito,

y el órgano ó fragua de este

amor infinito fue su Divino Corazón.


Aborreció el pecado, que es el único

objeto digno de los odios de un Dios,

y el centro de estos odios infinitos fué

su Divino Corazón. Anheló la divina

gloria y la redención humana con hambre

y sed que le hicieron impaciente

por los tormentos y por la muerte, y

el foco de estos anhelos y divinas impaciencias

fué su Sagrado Corazón.


Discurramos, pues. Si merecen culto

y veneración la cruz en que murió el Salvador, los clavos que taladraron

sus manos y pies, las espinas que se

hincaron ea su cabeza, el sepulcro en

que fué colocado, por el contacto material

que tuvieron todos estos objetos

con su Divina Persona, ¿no hay razón

especialísima para honrar con especialísimo

culto y amor, el Corazón suyo,

aunque se le considere sólo como una

parle más noble de su sagrada Humanidad,

como una entraña la más delicada

de sus sacratísimas entrañas, como

el órgano finísimo con el que su

bendita alma nos amó, y deseó sufrir

y morir por nosotros?


Hasta aquí, empero, considerando

al Sagrado Corazón como objeto material

de este hermoso culto, que bajo

este solo aspecto tendría ya incontestable

derecho á nuestra predilección.

Mas, con el culto del Sagrado Corazón

no se trata solamente de honrar la dicha viscera 

material del organismo

humano de nuestro Divino Salvador;

trátase juntamente de venerarla como

símbolo del inmenso amor suyo en favor

de los hombres, que le llevó á

morir por ellos en el árbol de la cruz.

Segundo aspecto de la cuestión, no

menos interesante que el primero.


También está en el buen sentido

del género humano que en el corazón esté el 

símbolo más adecuado del amor. El

idioma de todos los pueblos lo expresa

de esta manera, cuando decimos

que a una persona la hacemos dueña

de nuestro corazón, o que reinamos en

el suyo, ó le pedimos nos admita en

él, no queremos significar con esto

más que el hecho de que la amamos,

ó el deseo de que nos ame. Por corazón

entendemos amor y nada más. Es

un tropo vulgar que emplean hasta

los que no han aprendido retórica,

porque lo enseña á todos la misma naturaleza.


Es , pues, altamente filosófico,

y altamente teológico, y altamente

artístico, y altamente natural para

venerar el amor infinito de Jesucristo á

Dios Padre y a los hombres sus hermanos,

tomar por símbolo y figura su

Sagrado Corazón, rodeándolo con los

atributos más expresivos para dar á

comprender lodo el significado de este

divino jeroglifico. Si, no hay representación

más exacta que ésta, de los

divinos afectos del Salvador: el Corazón

con llamas, para significar el ardoroso

incendio de sus amores; el Corazón

con la herida manando sangre,

para demostrar la efusión de este

amor sobre todos los mortales; el Corazón

con cruz y corona de espinas,

para recordar las agonías y sufrimientos

que le causó este amor. Símbolo

que por sí solo es un poema; símbolo

que habla coa más elocuencia que las

frases del más vehemente discurso;

símbolo que puede entender cualquiera

aunque no tenga talento, sólo con

que tenga ojos en la cara para ver, y

á su vez en el pecho un corazón para

sentir. Ahora bien. Este símbolo tan perfecto

y adecuado podía ser escogido

por los hombres para mejor representar

con él el infinito amor que nos tuvo

nuestro dulcísimo Jesús; pero no

fué escogido ni inventado por los hombres,

no, sino que les fué dado y comunicado

del cielo por el mismo adorable

Redentor. Tiene, pues, además

de su fundamento teológico y de su

exactísima propiedad filosófica, el carácter

más respetable de todos, el desu origen celestial. 

Sí, el culto del Sagrado

Corazón de Jesús, así bajo su

punto de vista material como bajo su

aspecto simbólico, conocido ya desde

los primeros siglos en la Iglesia y

practicado por gran número de Santos

y almas enamoradas de Dios, fué más

especialmente declarado al mundo por

el mismo Cristo en el último tercio del

siglo XVII por mediación de la bienaventurada

Margarita María Alacoque,

religiosa de la Visitación, recientemente

elevada por Pío IX al honor

de los altares. Las revelaciones hechas

por Jesucristo á esta su fiel esposa para

el mayor desarrollo del culto de su

Sagrado Corazón, han sido todas reconocidas

por la Santa Iglesia, cuya escrupulosidad

en este punto es imponderable. 


En repetidas ocasiones se

apareció Jesucristo mostrando á la Beata

Margarita su Corazón con las dichas insignias 

de la cruz, corona de espinas

y herida de la lanza, encargándola que

juntamente con el P. La Colombiére,

de la Compañía de Jesús, propagase

por el mundo cristiano la devoción al

Sagrado Corazón, y que pidiese a la

Iglesia la celebración de su fiesta el

viernes primero después de la octava

de Corpus Christi. 


Añadió además singularísimas

promesas en favor de los

que se esmerasen en practicar y propagar

este culto, señalándolo como eficaz

medicina para la restauración de

la fe y reencendimiento de la piedad

en estos últimos tiempos de tibieza é

indiferentismo. 


Cumpliólo así la ejemplar

Religiosa, secundada en todo por

el dicho P. La Colombiére, y después

de muchas y exquisitas averiguaciones

practicadas por la Santa Sede, después

de tenaz é incansable guerra que

le hizo el Jansenismo, logróse ver sancionado 

por la Autoridad apostólica el

culto del Sagrado Corazón, instituida

su fiesta universal, aprobado su rezo,

y hoy por día venerada en los altares

la memoria de su insigne apóstol y

propagandista, la fervorosa contemplativa

de Paray-le-Monial. Y hoy, gracias

sean dadas al Señor, en medio de

los horrores de la moderna persecución,

que persecución es y gravísima

la que en todos los confines del globo

sufre el Catolicismo, el Sagrado Corazón

de Jesús es la divisa de todos los

buenos, el grito de guerra en todos sus

combates, su celestial esperanza de

triunfo para el porvenir.


¡Amemos, pues, y honremos al Sagrado

Corazón! No hay libro en que

mejor puedan estudiarse y aprenderse todas 

las virtudes, no hay maestro

que con más divina autoridad nos las

pueda enseñar. La paciencia y abnegación

basta el sacrificio; la celestial

mansedumbre, a la par de la incontrastable

firmeza; el celo devorador e impetuoso

y a la vez la caridad incansable, benigna y afectuosísima.


¡Amemos y honremos al Sagrado Corazón!

Harto se nos da cada día el espectáculo

de corazones envilecidos en

lo más inmundo de cenagosas aspiraciones,

corazones á quienes la posesión

de un puñado de oro endurece

como este metal, o a quienes el insaciable

afán de sensualidad tiene podridos

y hediondos. Hartos estamos

de ver cada día enlodadas en el barro

las alas del corazón que Dios crió para

que se cerniese como las aves en la

más pura región del firmamento, y no

como los reptiles, pegado el rostro a la

tierra vil y á sus groseras emociones.


¡Arriba, arriba con el Corazón de

Jesús! Arriba con El siguiendo su

generoso vuelo! ¡Arriba con El, emulando

la alteza de sus pensamientos,

lo sublime de sus miras, la perfección

de su ideal, que es hacernos grandes

como su Padre que está en los cielos!

¡Arriba, a otra región, a otros aires, a

más noble esfera, con el Corazón de

Jesús! El lo ha dicho y en sus devotos

se cumple sin excepción: Elevado de

la tierra, todo lo atraeré en pos de Mi.


¡Atráiganos, elévenos en pos de sí este

imán divino, y contrapese en nosotros

la ley de la gravedad terrena que nos

inclina constantemente a lo bestial!

¡Vivamos con El para el cielo, que allí

está nuestro verdadero y espiritual

centro de gravedad!


¡ Amemos y honremos al Sagrado

Corazón! ¡Es el Corazón de nuestro Padre, 

de nuestro Hermano, de nuestro

Amigo, de nuestro Rey, de nuestro

Dios! ¡Gózase en arrimarse y recostarse

y juntarse a par del nuestro

en la Sagrada Comunió! ¡ Gózase en

hacerse confidente de nuestros más

ocultos pesares y de nuestras más punzantes

angustias! ¡Se da sin reserva a

quien le quiere; sólo anhela para entregarse

que se le vaya á buscar! ¡Corazones

sedientos de consuelo y amor,

que tan a tontas y a locas lo mendigáis

de miserables criaturas, id á pedírselo

a la puerta de este Divino Corazón!


¡Amemos y honremos al Sagrado

Corazón! El templo es su casa, el Sagrario

su gabinete de íntimas confidencias.

Nadie le ha buscado allí en

vano. Nadie dejó de encontrar paz,

amor y consuelo allí. Lo saben todos

los Santos; lo saben gran número de pecadores. 

Sí, pecadores también» con

sus pecados y todo, son recibidos allí

y escuchados y abrazados. A. los justos

concede allí el Corazón Divino la

perseverancia en su amor; á los arrepentidos

la gracia del perdón y el ósculo

de una reconciliación tiernísima.

¡Sí, amemos y honremos al Sagrado

Corazón!