Como Nuestro Señor Jesucristo reveló milagrosamente el misterio de su sagrado Corazón por medio de la beata Margarita
María Alacoque.
Esta santa Religiosa, que vivió en el siglo XVII,
fué objeto de frecuentes y extraordinarias manifestaciones
del adorabilísimo Corazón de Jesús. Pertenecía
á una honrada familia de la magistratura, de
Borgoñá. Después de una juventud inocentísima y
probada por todo género de trabajos, entró en 1671
en el monasterio de la Visitación de Paray-le-Monial
á la edad de veintitrés años, y en él murió santamente
en 1690.
Cuatro siglos antes Santa Gertrudis, abadesa benedictina
de Heldelfs en Alemania, nos anunciaba la
devoción al sagrado Corazón de Jesús como el gran
remedio opuesto por Nuestro Señor á la decrepitud
del mundo; pero Dios al parecer tenía predestinada
á la beata Margarita María para ser el apóstol del
culto al sagrado Corazón, y á ella efectivamente se
debió, de un modo especial, con la aprobación de la
Santa Sede, su propagación en la Iglesia. «A Margarita María (dice en efecto Pió IX en el decreto de
beatificación) se dignó elegir el Señor para establecer
y difundir entre los hombres un culto tan piadoso,
saludable y legítimo.» Y la eligió por medio dr
admirables y milagrosas revelaciones que la Iglesia ha
aprobado y que respiran el más puro amor de Dios.
Corría el año 1673. Hacía solamente dos que Margarita
había abrazado el estado religioso, y era ya de
una santidad consumada, brillando por su humildad,
su caridad y toda suerte de virtudes. Un dia, orando
delante del Santísimo Sacramento, gozosa porque sus
muchos quehaceres le permitían dedicar más tiempo
que de costumbre á tan santa ocupación, se sintió tan
poderosamente poseida de la presencia de Dios, que
perdió el sentimiento de sí misma y de todo lo que la
rodeaba. «Me abandoné, dice, á ese divino Espíritu,
entregando mi corazón á la fuerza de su amor.
«Mi soberano dueño me hizo repozar largo tiempo
sobre, su divino pecho, donde me descubrió las
maravillas de su amor y los secretos inefables de su
sagrado Corazón. Me abrió por primera vez aquel
divino Corazón de una manera tan real y sensible,
que no me dejó lugar á ninguna duda tocante á. Ia
verdad de esta gracia.
. * Jesús me dijo: —«Mi divino Corazón estl tan He*
• no de amor á los hombres, y. á tí en particular, hija
* mía, que no pudiendo ya contener las llamas de su
« ardiente caridad, es preciso que las derrame por
» tu medio y que se manifieste á ellos para enriquecerlos con los tesoros que encierra. T e descubro el
« precio de estos tesoros, que contienen las gracias
« de santificación y salvación necesarias para sacar al
* mundo del abismo de, la perdición. A pesar de tu
« indignidad é ignorancia, te he escogido para el cum plimiento de este gran designio, para que sea más
« manifiesto que soy yo quien lo hago todo.»
«Dicho esto, el Señor me pidió mi. corazón. Yo le
supliqué que lo tomara, y así lo hizo; y, poniéndolo
junto á su Corazón adorable, me lo mostró como un
átomo que se consumía en aquel horno encendido.
Luego retirándolo de allí, como una ardiente llama ;en
forma de corazón, volvió á ponerlo en su primer sido,
diciéndome: —«Hé aquí, amada mía, una precio-
« sa prenda de mi amor; he encerrado en tu costado
* una centellica de las más vivas llamas de este amor,
«para que te sirva de corazón y te consuma hasta
« el último momento de tu vida. Su s ardores no se
(extinguirían jamás. Y para dejarte una señal de
«que la gracia que acabo de hacerte no es una ilu-
« sión, y que debe ser el fundamento de las demás
« que seguirán, aunque haya cerrado la llaga de tu
«costado, sin embargo siempre sentirás allí dolor*
« Hasta hoy sólo te has llamado sierva mía; desde ahora te doy el nombre de Discípula muy amada de mi
« sagrado Corazón!»
«Tan señalado favor, añade, la beata’ Margarita,
duró muchísimo tiempo. Yo no sabía si estaba en «rl
cielo ó en la tierra. Durante muchos días permanecí como embriagada, y de tal manera encendida y tan
fuera de mí, que no podía pronunciar una sola palabra.
No podía dormir, porque esta llaga, cuyo dolor
me es precioso, me causaba tan vivos ardores qué me
consumía y me hacía arder viva. Sentíame tan llena
de Dios, que no podía expresarlo á mi Superior como
hubiera querido, á pesar de la pena y confusión
que siento en decir semejantes favores.
«Desde aquel día, cada primer viernes de mes, el
sagrado Corazón de mi Jesús se me representaba
como un sol brillante cuyos ardorosos rayos caían á
plomo sobre mi corazón; y entonces me sentía abrasada
de un fuego tan vivo que me parecía iba á reducirme
á cenizas.
«En aquellos momentos particularmente era cuando
mi divino Maestro me instruía y descubría los secretos
de su adorable Corazón.»
¡También nosotros, Jesús, Señor y Salvador nuestro,
á pesar de nuestra indignidad y de nuestras miserias,
ó más bien á causa de las mismas, queremos
estar expuestos á los benéficos rayos de vuestro Santísimo
Corazón; queremos que esas llamas divinas
consuman nuestra tibieza, y que nos purifiquen de
todos nuestros pecados!
¡Oh Jesús, rocío del cielo, llama de amor y manantial
de la gracia! abrasad, purificad y poseed todo mi
corazón! ¡Oh divino Amor! creced y reinad en mí;
multiplicaos y reinad en toda la tierra como en el Paraíso
dé los Bienaventurados!