“Para saber si amamos y
apreciamos el dogma de la Resurrección –dice un autor- podemos preguntarnos qué
pensaríamos si Dios nos dijese ahora que el castigo del pecado, en vez del
infierno eterno, sería simplemente el volver a la nada, es decir, quedarnos sin
resurrección del cuerpo ni inmortalidad del alma, de modo que todo se acabara
con la muerte.
Si ante semejante noticia sintiéramos una impresión de alivio y
comodidad, querría decir simplemente que envidiamos el destino de los animales,
esto es, que nuestra fe está muerta en
su raíz, aunque perduren de ella ciertas manifestaciones exteriores.
Mucho me temo que fuese aterrador el resultado de una encuesta que sobre
esto se hiciese entre los que hoy se llaman cristianos”. (Comentario de la
Sagrada Escritura, San Juan 6,39, Straubinger)
Ahora, si al día de hoy, se
hiciera una encuesta para preguntar sobre
la prohibición que hizo el Papa
Francisco de la Santa Misa Tridentina, les
confieso que al igual que Mons. Straubinger, tengo
miedo de conocer la respuesta.
Este es el momento de pasar el termómetro a nuestras almas para examinar si estamos vivos
o muertos. “Tú lo estás viendo, Tú consideras el afán y la angustia”. (Salmo
9b), y también observará si no hay ni afán ni angustia!
Si nuestro corazón está donde está nuestro tesoro, ¿qué tesoro más
grande tiene el católico que la Santa Misa? Sabemos que sólo con el Santo Sacrificio de la
Misa podemos honrar dignamente a Dios, es el Sol que ilumina nuestras vidas, es el centro de nuestra Religión Católica,
hacia el cual converge todo lo demás.
Si la autoridad más alta de la Iglesia Católica hace esta declaración,
debe quedar más que claro la advertencia de Nuestra Señora de la Sallete:” Roma
perderá la Fe y será la sede del Anticristo”.
Estamos ya en el tiempo que muchos Santos desearon vivir, debido al
grado máximo de dolor, tribulación, persecución, apostasía, indiferencia, pues
entre más dificultad experimente el
católico para demostrarle a Dios su fidelidad y amor teniendo todo en
contra, es más que heroico. Heroicidad que hay que pedir a Dios y a nuestra
Madre Santísima segundo a segundo, pues nosotros, como dice San Pablo, por nuestras propias fuerzas no podemos ni
siquiera pensar en hacer el bien.
Siendo sinceros, creo que a todos nos da, si no miedo, (o también miedo,
porque no), respeto el tener que vivir en lo más tremendo del Apocalipsis, nosotros no escogimos vivir en este tiempo,
Dios nos ha colocado en Él, nos va a probar, pues ha llegado la hora en la que
debemos hacer como el marinero, que cuando le toca la tormenta, pues no le
queda otra opción que empezar a emplear los medios para enfrentarla. La
tormenta es tormenta, el marinero se resigna y trabaja.
San Eleazar decía: “Si le fallo a Dios, no me libraré de la Mano del Omnipotente ni vivo, ni muerto”.
Así que ¡Manos a la obra! Para pruebas extraordinarias, Dios nos dará
gracias extraordinarias. Debemos olvidarnos de nosotros mismos, adiós vida cómoda,
y buscar la gloria de Dios, y entonces: ¡seré el primer asombrado de verme
fuerte! como dice el comentario del Salmo 17.
El premio es de los que vencen, y por caro que Dios cueste, nunca
resulta caro, decía un Padre Jesuita.
“Ví al impío… como un cedro… pasé de nuevo y ya no estaba”. (Salmo
36,35)
Oblata
SB