viernes, 26 de febrero de 2021

EL SANTO ABANDONO (4. CONFORMIDAD CON LA VOLUNTAD DE BENEPLÁCITO)

 


Al reservar el nombre de obediencia para indicar el

cumplimiento de la voluntad significada, y el de la conformidad

para indicar la sumisión al beneplácito divino, hemos creído

seguir el uso más generalizado; con todo, preciso es

reconocer que reina una gran divergencia sobre este punto.

San Alfonso en particular expresa frecuentemente las dos

cosas bajo el nombre de conformidad. Será, pues, necesario

atender al contexto para ver en qué sentido toman los autores

estos términos.


Como todas las demás virtudes, la conformidad con la

Providencia, o la sumisión al beneplácito de Dios, abarca

muchos grados de perfección, ora se mire la acción más o

menos generosa de la voluntad, ora se considere el motivo

más o menos elevado de esta adhesión.

1º Tomando por base de esta clasificación la generosidad

con que adaptamos nuestro querer al de Dios, el P. Rodríguez

reduce estos grados a tres:


«El primero es cuando las cosas de pena que suceden, el

hombre no las desea ni las ama, antes las huye, pero quiere

sufrirías antes que hacer cosa alguna de pecado por huirías.

Este es el grado más ínfimo y de precepto; de manera que

aunque un hombre sienta pena, dolor y tristeza con los males

que le suceden, y aunque gima cuando está enfermo y dé

gritos con la vehemencia de los dolores, y aunque llore por la

muerte de los parientes, puede con todo eso tener esta

conformidad con la voluntad de Dios.


»El segundo grado es cuando el hombre, aunque no desea los males que le suceden, ni los elige, pero después de

venidos los acepta de buena gana por ser aquélla la voluntad

y el beneplácito de Dios: de manera que añade este grado al

primero, tener alguna buena voluntad y algún amor a la pena

por Dios, y el quererla sufrir no solamente mientras está de

precepto obligado a sufrirla, sino también mientras el sufrirla

fuera más agradable a Dios. El primer grado lleva las cosas

con paciencia; este segundo añade el llevarlas con prontitud y

facilidad.


»El tercero es cuando el siervo de Dios, por el grande amor

que tiene al Señor, no solamente sufre y acepta de buena

gana las penas y trabajos que le envía, sino los desea y se

alegra mucho con ellos, por ser aquélla la voluntad de Dios».

Así es como los Apóstoles se regocijaban de haber sido

juzgados dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús, y

San Pablo rebosaba de gozo en medio de sus tribulaciones.

¿Nos será permitido observar que el amor de donde

procede el segundo grado puede muy bien ser el amor de

esperanza, y que la diferencia entre este segundo grado y el

tercero tal vez estuviera declarada mejor de otro modo?

Esta clasificación es comúnmente admitida, de suerte que

aun variando los detalles, según los autores, el fondo es el

mismo. La encontramos ya en nuestro Padre San Bernardo, y

hasta nos parece que nadie ha estado tan acertado como él,

ni en precisar los grados ni en señalar los motivos. Recuerda

las tres vías clásicas de los principiantes, de los proficientes y

de los perfectos, asignándoles por móviles respectivos, el

temor, la esperanza y el amor; y luego añade: «El principiante,

impulsado por el temor, sufre la cruz de Cristo con paciencia;

el proficiente, impulsado por la esperanza, la lleva con gusto;

el que está consumado en la caridad la abraza ya con amor».

2º Atendiendo al motivo de nuestra conformidad con el

beneplácito de Dios, distinguiremos la que proviene de puro

amor, y la que procede de cualquier otra causa sobrenatural.

En opinión de San Bernardo, a los principiantes que no

poseen por lo general sino la simple resignación, esta

conformidad les viene del temor; los proficientes, en cambio,

llevan la cruz con gusto, y su conformidad es más elevada que

la anterior y tiene por causante la esperanza; los perfectos abrazan la cruz con ardor, y esta perfecta conformidad es el

fruto del amor divino.


Entiéndase fácilmente que el temor basta para producir la

simple resignación; mas para que la sumisión crezca en

generosidad, para que suba hasta el gozo menester es

suponer un desasimiento más completo, una fe más viva, una

confianza en Dios más firme. Con todo no es necesariamente

hija del puro amor, ya que a tales alturas puede muy bien

elevarnos el deseo de los bienes eternos. Un alma ansiosa del

cielo tendrá por gran dicha las pequeñas pruebas y aun las

grandes tribulaciones, según se hallare de penetrada por las

seductoras promesas del Apóstol. «No son de comparar los

sufrimientos de la vida presente con la futura gloria que se ha

de manifestar en nosotros. Nuestras tribulaciones tan breves y

ligeras nos producen el eterno peso de una sublime e

incomparable gloria».


Hay, en fin, la conformidad por puro amor, que es en sí la

más perfecta, porque nada hay tan elevado, delicado,

generoso y perseverante como el amor sobrenatural. Ahora

bien, puesto que la caridad es para todos un mandamiento, no

hay al parecer, un solo fiel que no pueda emitir, al menos de

cuando en cuando, actos de conformidad por amor, actos que

él producirá mejor y con más gusto, conforme fuere creciendo

en caridad. Y aun día vendrá cuando, viviendo principalmente

por puro amor, también por puro amor se conforme con las

disposiciones de la Providencia, por lo menos de una manera

habitual. Mas también, así como el alma adelantada puede

elevarse de continuo en el amor santo, así igualmente podrá

crecer sin cesar en la conformidad que nace del amor.


Esto supuesto, ¿qué lugar ocupa el Santo Abandono entre

los mencionados grados de espiritual conformidad?

Indudablemente, el más encumbrado, y eso ya se mire a la

generosidad de la sumisión, ya al móvil de la misma.

Si se atiende a la generosidad, el Santo Abandono sólo

parece hallarse satisfecho en el grado superior; no así el

primer grado, es decir, en resignación, que no sube tan alto, y

que basta para la simple vida cristiana, pero no para la vida

perfecta, eso fuera de que no implica el total desasimiento y la

total entrega de la voluntad que es inherente al abandono; y lo mismo se diga de lo que hemos llamado segundo grado, que

con ser más generoso que el anterior aún carece del completo

desapego, sin el cual no podría el alma mostrarse indiferente a

todo y poner enteramente su voluntad en manos de la

Providencia.


Si se considera el motivo determinante, el abandono es

una conformidad por amor, con particulares matices que le

dan un carácter acentuado de confianza filial y de total

donación. En una palabra, y como se verá mejor más

adelante, es la cumbre del amor y de la conformidad.

No sólo no quisiéramos restar méritos a la simple

resignación, como tampoco a la conformidad que no nace del

puro amor; al contrario, nos felicitaríamos de hacer resaltar su

valor e importancia. Pero nuestro designio es tratar

explícitamente tan sólo del Santo Abandono, y así

comenzaremos a describirle de manera clara y minuciosa

según la doctrina de San Francisco de Sales; esperando, sin

embargo, que las almas menos adelantadas en la conformidad

podrán seguir con provecho el desarrollo de nuestro trabajo, y,

habida la conveniente proporción, aplicarse muchas cosas.