La Palabra de Dios (Sermón Santo Cura de Ars)



Sobre la importancia y necesidad de la Lectura de las Sagradas Escrituras.

Carta de monseñor Viganò (9 JUN): “El Vaticano II dio comienzo a una Iglesia falsa, paralela”


NBD: es interesante hacer notar el mutismo de la nueva SSPX respecto a las declaraciones católicas de Mons Viganò. No pueden asociarse a ese pensamiento católico porque les acarrearía el disgusto de sus amigos modernistas.

FUENTE
9 de junio de 2020
San Efrén
He leído con gran interés el ensayo de Su Excelencia, Mons. Athanasius Schneider, publicado en LifeSiteNews el 1 de junio, posteriormente traducido al italiano por Chiesa e post concilio, titulado “No existe la voluntad divina positiva de que haya diversidad de religiones ni hay un derecho natural a dicha diversidad”. El estudio de Su Excelencia resume, con la claridad que distingue las palabras de quienes hablan de acuerdo con Cristo, las objeciones contra la supuesta legitimidad del ejercicio de la libertad religiosa teorizada por el Concilio Vaticano II en contradicción con el testimonio de la Sagrada Escritura y con la voz de la Tradición, y en contradicción también con el Magisterio católico, que es el fiel guardián de ambas.
El mérito del ensayo de Su Excelencia consiste, primero que nada, en su comprensión del vínculo causal entre los principios enunciados -o implícitos- del Concilio Vaticano II y su consiguiente efecto lógico en las desviaciones doctrinales, morales, litúrgicas y disciplinarias que han surgido y se están desarrollando progresivamente hasta el día de hoy.  
El monstruo generado en los círculos modernistas podría haber sido, al comienzo, equívoco, pero ha crecido y se ha fortalecido, de modo que hoy se muestra como lo que verdaderamente es en su naturaleza subversiva y rebelde. La criatura concebida en aquellos tiempos es siempre la misma, y sería ingenuo pensar que su perversa naturaleza podría cambiar. Los intentos de corregir los excesos conciliares -invocando la hermenéutica de la continuidad- han demostrado no tener éxito: Naturam expellas furca, tamen usque recurret [“Expulsa a la naturaleza con una horqueta: regresará”] (Horacio, Epist., I, 10, 24). La Declaración de Abu Dhabi -y como Mons. Schneider acertadamente observa, sus primeros síntomas en el panteón de Asís- “fue concebida en el espíritu del Concilio Vaticano II”, como lo afirma Bergoglio, orgullosamente. 
Este “espíritu del Concilio” es la patente de legitimidad que los innovadores oponen a sus críticos, sin darse cuenta de que ello es confesar, precisamente, un legado que confirma no sólo la naturaleza errada de las declaraciones presentes, sino también la matriz herética que supuestamente las justifica. Si se mira más de cerca, jamás en la historia de la Iglesia un Concilio se ha presentado a sí mismo como un hecho histórico diferente de todos los concilios anteriores: jamás se ha hablado del “espíritu del Concilio de Nicea” o del “espíritu del Concilio de Ferrara-Florencia” ni, mucho menos, del “espíritu del Concilio de Trento”. Tampoco existió jamás una era “post-conciliar” después del Letrán IV o del Vaticano I. 
La razón de ello es obvia: estos Concilios fueron todos, sin distinción alguna, expresión unánime de la voz de la Santa Madre Iglesia, y por esta misma causa, voz de Nuestro Señor Jesucristo. Es elocuente que quienes sostienen la novedad del Concilio Vaticano II adhieran también a la doctrina herética que pone al Dios del Antiguo Testamento en oposición al Dios del Nuevo Testamento, como si pudiera existir contradicción entre las Divinas Personas de la Santísima Trinidad. Evidentemente esta oposición, que es casi gnóstica o cabalística, es funcional para la legitimación de un sujeto nuevo, que se quiere diferente y opuesto a la Iglesia católica. Los errores doctrinales casi siempre revelan algún tipo de herejía trinitaria, y por tanto es mediante el regreso a la proclamación del dogma trinitario que las doctrinas que se le oponen pueden ser derrotadas: ut in confessione veræ sempiternæque deitatis, et in Personis proprietas, et in essentia unitas, et in majestate adoretur æqualitas: confesando una verdadera y eterna Divinidad, adoramos la propiedad en las Personas, la unidad en la esencia y la igualdad en la Majestad. 
Juan Pablo II en el encuentro ecuménico de Asís de 1986(Foto: Asianews)
Mons. Schneider cita varios cánones de los Concilios Ecuménicos que proponen lo que, en su opinión, son doctrinas difíciles de aceptar hoy, como, por ejemplo, la obligación de diferenciar a los judíos por las ropas, o la prohibición de que los cristianos sirvan a patrones mahometanos o judíos. Entre esos ejemplos existe también la exigencia de la traditio instrumentorum proclamada por el Concilio de Florencia, que fue posteriormente corregida por la Constitución Apostólica Sacramentum Ordinis de Pío XII. Mons. Schneider comenta: “Se puede rectamente esperar y creer que un futuro Papa o Concilio Ecuménico corrija las declaraciones erróneas hechas” por el Concilio Vaticano II. Esto me parece ser un argumento que, aunque hecho con la mejor de las intenciones, debilita el edificio católico desde sus mismos fundamentos. Si de hecho admitimos que puede haber actos magisteriales que, por el cambio en la sensibilidad, son susceptibles de abrogación, modificación o diferente interpretación por el paso del tiempo, caemos inevitablemente en la condenación del Decreto Lamentabili, y terminamos concediendo justificaciones a quienes, recientemente, y precisamente sobre la base de aquel erróneo supuesto, han declarado que la pena de muerte “no es conforme al Evangelio”, enmendando así el Catecismo de la Iglesia Católica. De acuerdo con el mismo principio, podríamos sostener que las palabras del Beato Pío IX en Quanta Cura fueron en cierta forma corregidas por el Concilio Vaticano II, tal como Su Excelencia espera que ocurra con Dignitatis Humanae. +
Ninguno de los ejemplos que ofrece Su Excelencia es, en sí mismo, gravemente erróneo o herético: el hecho de que el Concilio de Florencia declarara que la traditio instrumentorum era necesaria para la validez de las órdenes no comprometió de ningún modo el ministerio sacerdotal en la Iglesia, haciendo que se confirieran órdenes inválidas. No me parece tampoco que se pueda afirmar que este aspecto, a pesar de su importancia, haya conducido a errores doctrinales por parte de los fieles, algo que sí ha ocurrido, por el contrario, sólo en el último Concilio. Y cuando en el curso de la historia se han difundido diversas herejías, la Iglesia siempre ha intervenido prontamente para condenarlas, como ocurrió en el tiempo del Sínodo de Pistoya de 1786, que fue en cierto modo un anticipo del Concilio Vaticano II, especialmente en su abolición de la comunión fuera de la Misa, la introducción de la lengua vernácula, y la abolición de las oraciones del Canon dichas en voz baja, pero especialmente en la teorización sobre el fundamento de la colegialidad episcopal, reduciendo la primacía del Papa a una función meramente ministerial. El releer las actas de aquel Sínodo causa estupor por la formulación literal de los mismos errores que encontramos posteriormente, aumentados, en el Concilio que presidieron Juan XXIII y Pablo VI. Por otra parte, tal como la Verdad procede de Dios, el error es alimentado por el Adversario y se alimenta de él, que odia a la Iglesia de Cristo y su corazón, la Santa Misa y la Santísima Eucaristía.  
Llega un momento en nuestras vidas en que, por disposición de la Providencia, nos enfrentamos a una opción decisiva para el futuro de la Iglesia y para nuestra salvación eterna. Me refiero a la opción entre comprender el error en que prácticamente todos hemos caído, casi siempre sin mala intención, y seguir mirando para el otro lado o justificándonos a nosotros mismos.  
También hemos cometido, entre otros, el error de considerar a nuestros interlocutores como personas que, a pesar de la diferencia de ideas y de fe, se han movido siempre por buenas intenciones y que estarían dispuestas a corregir sus errores si pudieran convertirse a nuestra Fe. Junto con numerosos Padres Conciliares, concebimos el ecumenismo como un proceso, como una invitación que llama a los disidentes a la única Iglesia de Cristo, a los idólatras y paganos al único Dios verdadero, al pueblo judío al Mesías prometido. Pero desde el instante en que fue teorizado en las comisiones conciliares, el ecumenismo fue entendido de un modo que está en directa oposición con la doctrina previamente sostenida por el Magisterio.
Hemos pensado que ciertos excesos eran sólo exageraciones de los que se dejaron arrastrar por el entusiasmo de novedades, y creímos sinceramente que ver a Juan Pablo II rodeado por brujos sanadores, monjes budistas, imanes, rabíes, pastores protestantes y otros herejes era prueba de la capacidad de la Iglesia de convocar a todos los pueblos para pedir a Dios la paz, cuando el autorizado ejemplo de esta acción iniciaba una desviada sucesión de panteones más o menos oficiales, hasta el punto de ver a algunos obispos portar el sucio ídolo de la pachamama sobre sus hombros, escondido sacrílegamente con el pretexto de ser una representación de la sagrada maternidad.
Juan Pablo II recibe una bendición ritual de parte un chaman durante una de sus visitas a Estados Unidos(Foto: Burbuja)
Pero si la imagen de una divinidad infernal pudo ingresar a San Pedro, fue parte de un crescendo que algunos previeron como un comienzo. Hoy hay muchos católicos practicantes, y quizá la mayor parte del clero católico, que están convencidos de que la Fe católica ya no es necesaria para la salvación eterna: creen que el Dios Uno y Trino revelado a nuestros padres es igual que el dios de Mahoma. Hace veinte años oímos esto repetido desde los púlpitos y las cátedras episcopales, pero recientemente lo hemos oído, afirmado con énfasis, incluso desde el más alto Trono.
Sabemos muy bien que, invocando la palabra de la Escritura Littera enim occidit, spiritus autem vivificat [“La letra mata, el espíritu da vida” (2 Cor 3, 6)], los progresistas y modernistas astutamente encontraron cómo esconder expresiones equívocas en los textos conciliares, que en su tiempo parecieron inofensivos pero que, hoy, revelan su valor subversivo. Es el método usado en la frase subsistit in: decir una semi-verdad como para no ofender al interlocutor (suponiendo que es lícito silenciar la verdad de Dios por respeto a sus criaturas), pero con la intención de poder usar un semi-error que sería instantáneamente refutado si se proclamara la verdad entera. Así, “Ecclesia Christi subsistit in Ecclesia Catholica” no especifica la identidad de ambas, pero sí la subsistencia de una en la otra y, en pro de la coherencia, también en otras iglesias: he aquí la apertura a celebraciones interconfesionales, a oraciones ecuménicas, y al inevitable fin de la necesidad de la Iglesia para la salvación, en su unicidad y en su naturaleza misionera.
Puede que algunos recuerden que los primeros encuentros ecuménicos tuvieron lugar con los cismáticos del Oriente, y muy prudentemente con otras sectas protestantes. Fuera de Alemania, Holanda y Suiza, al comienzo los países de tradición católica no vieron con buenos ojos las celebraciones mixtas en que había juntos pastores protestantes y sacerdotes católicos. Recuerdo que en aquellos años se habló de eliminar la penúltima doxología del Veni Creator para no ofender a los ortodoxos, que no aceptan el Filioque. Hoy escuchamos los surahs del Corán leídos desde el púlpito de nuestras iglesias, vemos un ídolo de madera adorado por hermanas y hermanos religiosos, oímos a los obispos desautorizar lo que hasta ayer nos parecía ser las excusas más plausibles de tantos extremismos. Lo que el mundo quiere, por instigación de la masonería y sus infernales tentáculos, es crear una religión universal que sea humanitaria y ecuménica, de la cual es expulsado el celoso Dios que adoramos. Y si esto es lo que el mundo quiere, todo paso en esa dirección que dé la Iglesia es una desafortunada elección que se volverá en contra de quienes creen que pueden burlarse de Dios. No se puede dar de nuevo vida a las esperanzas de la Torre de Babel, con un plan globalizante que tiene como meta la neutralización de la Iglesia católica a fin de reemplazarla por una confederación de idólatras y herejes unidos por el ambientalismo y la fraternidad universal. No puede haber hermandad sino en Cristo, y sólo en Cristo: qui non est mecum, contra me est
Es desconcertante que tan poca gente se dé cuenta de esta carrera hacia el precipicio, y que pocos adviertan la responsabilidad de los niveles más altos de la Iglesia que apoyan estas ideologías anti cristianas, como si los líderes de la Iglesia quisieran la garantía de que tendrán un lugar y un papel en el carro del pensamiento correcto. Y es sorprendente que haya gente que persista en la negativa a investigar las causas de fondo de la presente crisis, limitándose a deplorar los excesos actuales como si no fueran la consecuencia inevitable de un plan orquestado hace ya décadas. El que la pachamama haya sido adorada en una iglesia, se lo debemos a Dignitatis Humanae. El que tengamos una liturgia protestantizada y a veces incluso paganizada, se lo debemos a la revolucionaria acción de monseñor Annibale Bugnini y a las reformas postconciliares. La firma de la Declaración de Abu Dabhi, se la debemos a Nostra Aetate. Y si hemos llegado hasta delegar decisiones en las Conferencias Episcopales -incluso con grave violación del Concordato, como es el caso en Italia-, se lo debemos a la colegialidad y a su versión puesta al día, la sinodalidad. Gracias a la sinodalidad nos encontramos con Amoris Laetitia y teniendo que ver el modo de impedir que aparezca lo que era obvio para todos: este documento, preparado por una impresionante máquina organizacional, pretendió legitimar la comunión a los divorciados y convivientes, tal como Querida Amazonia va a ser usada para legitimar a la mujeres sacerdotes (como en el caso reciente de una “vicaria episcopal” en Friburgo de Brisgovia) y la abolición del Sagrado Celibato. Los prelados que enviaron las Dubia a Francisco, a mi juicio, evidenciaron la misma piadosa ingenuidad: pensar que Bergoglio, confrontado con una contestación razonablemente argumentada de su error, iba a comprender, a corregir los puntos heterodoxos y a pedir perdón.
Juan Pablo II besa el Corán(Foto: Pinterest)
El Concilio fue usado para legitimar las más aberrantes desviaciones doctrinales, las más osadas innovaciones litúrgicas y los más inescrupulosos abusos, todo ello mientras la Autoridad guardaba silencio. Se exaltó de tal modo a este Concilio que se lo presentó como la única referencia legítima para los católicos, para el clero, para los obispos, oscureciendo y connotando con una nota de desprecio la doctrina que la Iglesia había siempre enseñado autorizadamente, y prohibiendo la liturgia perenne que había, durante milenios, alimentado la fe de una línea ininterrumpida de fieles, mártires y santos. Entre otras cosas, este Concilio ha demostrado ser el único que ha causado tantos problemas interpretativos y tantas contradicciones respecto del Magisterio precedente, en tanto que no existe ni un solo Concilio -desde el Concilio de Jerusalén hasta el Vaticano I- que no haya armonizado perfectamente con todo el Magisterio o que haya necesitado tanta interpretación.
Confieso con serenidad y sin controversia: fui una de las muchas personas que, a pesar de tantas perplejidades y temores como hoy se ha demostrado ser legítimos, confié en la autoridad de la Jerarquía con incondicional obediencia. En realidad, creo que mucha gente, incluido yo mismo, no consideró en un comienzo la posibilidad de que pudiera haber un conflicto entre la obediencia a una orden de la Jerarquía y la fidelidad a la Iglesia. Lo que hizo tangible esta separación no natural, diría incluso perversa, entre la Jerarquía y la Iglesia, entre la obediencia y la fidelidad, fue ciertamente el presente pontificado.
En la Sala de Lágrimas, adyacente a la Capilla Sixtina, mientras monseñor Guido Marini preparaba el roquete, la muceta y la estola para la primera aparición del Papa “recién elegido”, Bergoglio exclamó: “Sono finite le carnevalate!” [“Se acabó el carnaval”], rehusando desdeñosamente las insignias que todos los Papas hasta ahora habían aceptado, humildemente, como el atuendo del Vicario de Cristo. Pero esas palabras contenían una verdad, aunque dicha involuntariamente: el 23 de marzo de 2013, los conspiradores dejaron caer la máscara, libres ya de la inconveniente presencia de Benedicto XVI y osadamente orgullosos de haber finalmente promovido a un Cardenal que representaba sus ideas, su modo de revolucionar la Iglesia, de hacer maleable la doctrina, adaptable la moral, adulterable la liturgia y desechable la disciplina. Todo esto se consideró, por los mismos protagonistas de la conspiración, como lógica consecuencia y obvia aplicación del Concilio Vaticano II que, según ellos, había sido debilitado por las críticas hechas por Benedicto XVI. La mayor osadía de ese Pontificado fue el permiso para celebrar libremente la venerada liturgia tridentina, cuya legitimidad fue finalmente reconocida, refutando cincuenta años de ilegítimo ostracismo. No es un accidente el que los partidarios de Bergoglio sean los mismos que vieron el Concilio como el primer paso de una nueva Iglesia, antes de la cual había existido una vieja religión con una vieja liturgia. 
 El papa Francisco junto a una machi mapuche durante su visita a Chile en 2018 (Foto: El País)
No es accidente: lo que estos hombres afirman impunemente, escandalizando a los moderados, es lo mismo que creen los católicos, vale decir, que a pesar de todos los esfuerzos de la hermenéutica de la continuidad, que naufragó miserablemente con la primera confrontación con la realidad de la presente crisis, es innegable que, desde el Concilio Vaticano II en adelante, se construyó una nueva iglesia, superimpuesta a la Iglesia de Cristo y diametralmente opuesta a ella. Esta Iglesia paralela oscureció progresivamente la institución divina fundada por el Señor, reemplazándola por una entidad espuria, que corresponde a la deseada religión universal, teorizada primeramente por la masonería. Expresiones como nuevo humanismo, fraternidad universal, dignidad del hombre, son muletillas del humanitarismo filantrópico que niega al verdadero Dios, de una solidaridad horizontal de inspiración vagamente espiritualista y de un irenismo ecuménico, condenado inequívocamente por la Iglesia. “Nam et loquela tua manifestum te facit [“Tus palabras te ponen en evidencia”]” (Mt 26, 73): este recurrir frecuente, incluso obsesivo, al mismo vocabulario de los enemigos revela la adhesión a la ideología inspirada por ellos. Por otra parte, la renuncia sistemática al lenguaje claro, inequívoco y cristalino de la Iglesia confirma el deseo de separarse no sólo de las formas católicas, sino incluso de su sustancia misma. 
Lo que durante años hemos oído proclamar vagamente, sin connotaciones claras, desde el más alto de los Tronos, lo encontramos ahora, elaborado en un verdadero manifiesto propiamente tal, entre los partidarios del presente pontificado: la democratización de la Iglesia, ya no mediante la colegialidad inventada por el Concilio Vaticano II, sino por la vía sinodal inaugurada por el Sínodo de la Familia; la demolición del sacerdocio ministerial mediante su debilitamiento por las excepciones al celibato eclesiástico y la introducción de figuras femeninas con responsabilidades cuasi-sacerdotales; el silencioso tránsito desde un ecumenismo dirigido a los hermanos separados hacia una forma de pan-ecumenismo que reduce la Verdad del Dios Uno y Trino al nivel de las idolatrías y de las más infernales supersticiones; la aceptación de un diálogo interreligioso que presupone un relativismo religioso y excluye la proclamación misionera; la desmitologización del Papado, emprendida por Bergoglio como tema de su pontificado; la progresiva legitimación de todo lo que es políticamente correcto: la teoría de género, la sodomía, el matrimonio homosexual, las doctrinas maltusianas, el ecologismo, el inmigracionismo… Si no reconocemos que las raíces de estas desviaciones se encuentran en los principios establecidos por el último Concilio, será imposible encontrar una cura: si persiste de nuestra parte un diagnóstico que, contra todas las demostraciones, excluye la patología inicial, no podemos prescribir una terapia adecuada. 
Esta operación de honestidad intelectual exige una gran humildad, primero que nada, para reconocer que, durante décadas, hemos sido conducidos al error, de buena fe, por personas que, constituidas en autoridad, no han sabido vigilar y cuidar al rebaño de Cristo: algunas de ellas, para poder llevar una vida tranquila, otras debido a que tienen demasiados compromisos, otras por conveniencia y, finalmente, otras de mala fe o incluso con un malicioso propósito. Estas últimas, que han traicionado a la Iglesia, deben ser identificadas, llevadas a un costado e invitadas a corregirse y, si no se arrepienten, deben ser expulsadas de los recintos sagrados. Así es como actúa el Pastor, que tiene en su corazón el bien de las ovejas y que da su vida por ellas. Hemos tenido y todavía tenemos demasiados mercenarios, para quienes la aprobación por parte de los enemigos de Cristo es más importante que la fidelidad a su Esposa.
Tal como, hace sesenta años, honesta y serenamente obedecí cuestionables órdenes, creyendo que representaban la amable voz de la Iglesia, hoy, con la misma serenidad y honestidad, reconozco que he sido engañado. Ser coherente hoy, perseverando en el error, constituiría una desgraciada elección y me convertiría en un cómplice de este fraude. Proclamar que existió claridad de juicio desde el principio no sería honesto: todos supimos que el Concilio iba a ser, más o menos, una revolución, pero no podíamos imaginar que iba a serlo de un modo tan devastador, incluso respecto a la obra de quienes deberían haberla evitado. Y si, hasta Benedicto XVI podíamos todavía pensar que el golpe de estado del Concilio Vaticano II (que el Cardenal Suenens llamó “el 1789 de la Iglesia”) estaba experimentando una desaceleración, en estos últimos años hasta el más ingenuo de entre nosotros ha comprendido que el silencio por temor a causar un cisma, el esfuerzo por remendar los documentos papales en sentido católico para remediar su intencionada ambigüedad, los llamados y dubia dirigidos a Francisco que han quedado elocuentemente sin respuesta, son formas de confirmación de la existencia de la más grave de las apostasías a que están expuestos los más altos niveles de la Jerarquía, en tanto que los fieles cristianos y el clero se sienten desesperadamente abandonados y son vistos por los obispos casi con enfado.
La Declaración de Abu Dhabi es la proclama ideológica de una idea de paz y cooperación entre las religiones que podría posiblemente ser tolerada si proviniera de paganos privados de la luz de la Fe y del fuego de la Caridad. Pero todo el que haya recibido la gracia de ser Hijo de Dios en virtud del Santo Bautismo debería horrorizarse con la idea de construir una versión, moderna y blasfema, de la Torre de Babel, buscando aunar a la única Iglesia de Cristo, heredera de las promesas hechas al Pueblo Elegido, con aquellos que niegan al Mesías y con quienes consideran que la idea misma de un Dios Trino y Uno es una blasfemia. El amor de Dios no tiene límites y no tolera compromisos, porque de otro modo no es, simplemente, Caridad, sin la cual no se puede permanecer en Él: qui manet in caritate, in Deo manet, et Deus in eo [quien permanece en el amor, permanece en Dios, y Dios en él] (1 Jn 4, 16). Importa poco que se trate de una declaración o de un documento magisterial: sabemos bien que la mens subversiva de los innovadores juguetea con estas especies de puzzles a fin de difundir el error. Y sabemos bien que la finalidad de estas iniciativas ecuménicas e interreligiosas no es convertir a quienes están lejos de la única Iglesia de Cristo, sino desviar y corromper a quienes todavía creen en la Fe católica, llevándolos a pensar que es deseable tener una gran religión universal que reúna a las tres grandes religiones abrahámicas “en una sola casa”: ¡esto sería el triunfo del plan masónico de preparación del reino del Anticristo! No importa mucho que ello se materialice mediante una bula dogmática, una declaración, o una entrevista con Scalfari en La Repubblica, porque los partidarios de Bergoglio esperan la señal de su palabra, a la cual responderán con una serie de iniciativas que están preparadas y organizadas desde hace ya algún tiempo. Y si Bergoglio no cumple las instrucciones que ha recibido, hay cantidad de teólogos y de clérigos que están preparados para lamentarse de la “soledad del papa Francisco”, a fin de usar esto como premisa para su renuncia (pienso, por ejemplo, en Massimo Faggioli en uno de sus recientes ensayos). Por otra parte, no sería la primera vez que usan al Papa cuando éste actúa según el plan de ellos, y que se deshacen de él o lo atacan tan pronto como no lo hace. 
El domingo pasado la Iglesia celebró a la Santísima Trinidad, y en el Breviario se recita el Symbolum Athanasianum, hoy puesto fuera de la ley por la liturgia conciliar, y ya reducido a sólo dos ocasiones en la reforma litúrgica de 1962. Las primeras palabras de ese suprimido Symbolum merecen estar escritas con letras de oro: “Quicumque vult salvus esse, ante omnia opus est ut teneat Catholicam fidem; quam nisi quisque integram inviolatamque servaverit, absque dubio in aeternum peribit [Quien quiera ser salvado, es necesario, antes que nada, que crea en la Fe católica, porque a menos que mantenga esta fe íntegra e inviolada, sin duda perecerá eternamente]”. 
+ Carlo Maria Viganò

lunes, 22 de junio de 2020

¿Por qué es lícito la “desobediencia” aparente de la Regla Monástica por obedecer a Dios?






La Voluntad de Dios Significada y de Beneplácito.  (El Santo Abandono. Dom Vital Lehodey)

La Voluntad de Dios significada son las reglas que Dios nos ha dado para cumplirlas, sin las cuales no podríamos salvarnos. Esta voluntad nos propone claramente las verdades que Dios quiere que creamos para salvarnos (Fe), nos propone los bienes que debemos esperar (esperanza), nos propone lo que debemos de temer si no creemos u obedecemos (castigos de Dios); nos propone también lo que debemos amar, los mandamientos que debemos observar y los consejos que debemos seguir.

La conformidad de nuestro corazón con la voluntad significada consiste en que queramos todo cuanto la Divina Bondad nos manifiesta ser de su intención, creyendo según su Doctrina, esperando según sus promesas, temiendo según sus amenazas, amando y viviendo según sus mandatos y advertencias.

La voluntad significada abarca 4 partes que son los mandamientos de la Ley de Dios, los mandamientos de la Iglesia, los consejos, las inspiraciones, las Reglas y Constituciones. Es necesario que cada cual obedezca a los mandamientos de Dios y de la Iglesia, porque es la voluntad de Dios absoluta que quiere que los obedezcamos, si deseamos salvarnos.

En el año 2013 en el Monasterio Benedictino de Nuestra Señora de Guadalupe se suscitó el rechazo de un sólo monje, de ese monasterio, a la adhesión de la política acuerdista y de concesiones doctrinales de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X. 

Dicha Fraternidad supuestamente no tenía o no debía tener injerencia en las decisiones que el Monasterio Benedictino de Nuestra Señora de Guadalupe tomaría respecto al liberalismo de la FSSPX. Este monasterio se decantó por apoyar incondicionalmente a Monseñor Fellay y su política pro modernista.

En que consistía ese liberalismo al que este monasterio se adhirió, pues a la política de hacer amistad con el modernismo y con la Iglesia Conciliar. En ese año (2013) se descubrió que Monseñor Fellay propuso de forma secreta (desde el 2012), involucrando a toda su Congregación y feligresía, una propuesta doctrinal a los modernistas para ser aceptados tales como son, y no ser perseguidos.

En esta propuesta doctrinal secreta de Monseñor Fellay se aceptó el Magisterio de los papas modernistas como magisterio católico, se aceptó la legalidad de la nueva misa (Novus Ordo Missae), rito protestantizado y bastardo.  Se aceptó además el Nuevo Código de Derecho Canónico, este Código intenta legalizar las herejías modernistas impuestas en el Concilio Vaticano II. Todo esto a cambio de una prelatura que no sucedió, porque los modernistas querían sumisión completa, no sumisión en apariencias astutas...

Entonces el rechazo de este sólo monje a la adhesión de esta política acuerdista y traidora a la religión católica no puede ser de ninguna forma ilícita, es mas bien un acto heroico de Amor a Dios. Es el cumplimiento de la Voluntad de Dios significada en sus mandamientos: Amarás a Dios sobre todas las cosas.

Es bien conocido que los votos, las leyes monásticas, las órdenes y consejos de los Superiores constituyen para los monjes la expresión de la Voluntad Divina y el Código de los deberes de estado de los monjes. Pero no puede ser la Voluntad Divina aceptar propuestas doctrinales en contra de la Religión Católica y en contra del Reino de Dios y su Justicia. De manera que desobedecer al Superior en esta materia de Fe, constituye una obligación; pues para cumplir la Voluntad de Dios significada, se deben cumplir los Mandamientos de la Ley de Dios, y el Primer Mandamiento es el Amor a Dios sobre todas las cosas.

En pocas palabras la obediencia a Dios es primero que la obediencia al Superior del monasterio. Si se quiere obedecer a Dios y cumplir lo que nos pide para salvarnos tenemos que rechazar a quienes proponen concesiones doctrinales con el modernismo. 

Esta “desobediencia” aparente es la que sufrió también Monseñor Lefebvre al rechazar unirse al modernismo celebrando una sola vez el “novus ordo” propuesto por el entonces Cardenal Ratzinger.

 Dios es un Dios Celoso, es una frase que se repite mas de 20 veces en el Antiguo Testamento. ¿No habremos de temer tan gran desobediencia a Dios, el hacer amistad con los enemigos de la Iglesia y comprometiendo nuestra Fe?

La Voluntad de Dios significada también nos enseña lo que debemos temer en caso de desobedecer a Dios. Para cumplir la Voluntad de Dios debemos temer las consecuencias de la infidelidad a Dios, por eso aquel monje heroico prefirió la “desobediencia” aparente al Superior para obedecer la Voluntad de Dios. 

¿Qué le pasó a los hijos de Aarón, ministros de los Sagrados Misterios de la Antigua Ley, cuando desobedecieron a Dios ofreciendo un fuego extraño? La Muerte, y sin duda eterna. Entonces ¿porque no imitamos el Santo Temor de Dios de este monje y rechazamos los acuerdos doctrinales y acercamientos con los modernistas?

Ahora bien, respecto a la Fraternidad Sacerdotal San Pío X y al Monasterio Benedictino de Nuestra Señora de Guadalupe, se puede uno preguntar si, con sus concesiones doctrinales al modernismo, para buscar la amistad o beneplácito de los modernistas ¿van de acuerdo con la Intención de la Divina Bondad? Por supuesto que no.

La Divina Voluntad Significada la conocemos de forma precisa y es enseñada por Dios mismo mediante la Revelación y sus mandamientos. La primera prescripción para aceptar la Voluntad de Dios significada es creer los que nos manda creer por medio de la Verdadera Doctrina Revelada y enseñada por el verdadero magisterio de la Iglesia. 

Las innovaciones del modernismo son herejías, por lo tanto, quienes se adhieran a las concesiones Doctrinales propuestas por la FSSPX y el resto de las comunidades religiosas “tradicionales”,  no cumplen ni cerca con la Divina Voluntad Significada.

La conformidad de nuestro corazón con la voluntad significada consiste en que queramos todo cuanto la Divina Bondad nos manifiesta ser de su intención, creyendo según su Doctrina, esperando según sus promesas, temiendo según sus amenazas, amando y viviendo según sus mandatos y advertencias.

Este monje del que se habla es el incansable padre Rafael OSB, con la gracia de Dios y el amor por la Verdad sigue trabajando por el Reino de Dios y su Justicia.

El pasado 19 de junio cumplió 11 años de sacerdocio católico. Perseguido, difamado y denostado en varios países por el enemigo común (católicos liberales, modernistas y masones), sigue cargando la Cruz de NSJ; y aquellos perseguidores no hacen sino solo confirmar la autenticidad de su ministerio, recordando las palabras de Nuestro Señor Jesucristo: “No es el discípulo mayor que el Maestro…” y ... “Si el mundo os aborrece sabed que a Mí me ha aborrecido antes que vosotros…”

Imitemos el gran celo y amor a Dios de este fiel servidor de la Iglesia, y pidamos nunca anteponer nuestros intereses antes que los intereses de Nuestro Señor Jesucristo y de su Iglesia.
Viva Cristo Rey


jueves, 11 de junio de 2020

CORPUS CHRISTI: La Sagrada Eucaristía














FUENTE
La fiesta de Corpus Christi fue  instituída por el Papa Urbano IV en 1264 y fijada a perpetuidad, es decir, para siempre, en el jueves después de la octava de Pentecostés. Esta fiesta celebra de manera especial y solemne el sacramento de la Eucaristía.
En México es una fiesta de precepto a la que se obliga la santificación del día y la asistencia a Misa.
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1. ¿Qué es la Eucaristía?

Es un sacramento que contiene real y verdaderamente el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, bajo las especies de pan y vino.

2. ¿En qué momento se cambian el pan y el vino en Cuerpo y Sangre de Jesucristo?El pan y el vino se cambian en Cuerpo y Sangre de Jesucristo durante la Misa en la Consagración. A este momento milagroso se le conoce comoTransubstanciación.

3. ¿Qué es la hostia antes de la Consagración? ¿Y qué hay en el cáliz antes de la Consagración?La hostia antes de la Consagración es un poco de pan de trigo y en el cáliz hay un poco de vino de uva con unas gotas de agua.


4. ¿Qué hay en la hostia y en el cáliz después de la Consagración?Después de la Consagración, tanto en la hostia como en el cáliz, está todo entero Nuestro Señor Jesucristo, Dios y Hombre verdadero y del pan y vino quedan sólo las apariencias.

viernes, 5 de junio de 2020

EL SANTO ABANDONO (2. La Voluntad Divina significada y la Voluntad de beneplácito)


PRIMERA PARTE

2. LA VOLUNTAD DIVINA SIGNIFICADA Y LA VOLUNTAD DE BENEPLACITO

La voluntad divina se muestra para nosotros reguladora y
operadora. Como reguladora, es la regla suprema del bien,
significada de diversas maneras; y que debemos seguir por la
razón de que todo lo que ella quiere es bueno, y porque nada
puede ser bueno sino lo que ella quiere. Como operadora, es
el principio universal del ser, de la vida, de la acción; todo se
hace como quiere, y no sucede cosa que no quiera, ni hay
efecto que no venga de esta primera causa, ni movimiento que
no se remonte a este primer motor, ni por tanto hay
acontecimiento, pequeño o grande, que no nos revele una
voluntad del divino beneplácito. 

A esta voluntad es deber nuestro someternos, ya que Dios tiene absoluto derecho de disponer de nosotros como le parece. Dios nos hace, pues,conocer su voluntad por las reglas que nos ha señalado, o por los acontecimientos que nos envía. He ahí la voluntad de Dios significada y su voluntad de beneplácito.

La primera, «nos propone previa y claramente las verdades que Dios quiere que creamos, los bienes que esperemos, las penas que temamos, las cosas que amemos, los mandamientos que observemos y los consejos que sigamos. 

A esto llamamos voluntad significada, porque nos ha
significado y manifestado cuanto Dios quiere y se propone que
creamos, esperemos, temamos, amemos y practiquemos. La
conformidad de nuestro corazón con la voluntad significada
consiste en que queramos todo cuanto la divina Bondad nos
manifiesta ser de su intención; creyendo según su doctrina,
esperando según sus promesas, temiendo según sus
amenazas, amando y viviendo según sus mandatos y advertencias»

La voluntad significada abraza cuatro partes, que son: los
mandamientos de la ley de Dios y de la Iglesia, los consejos,
las inspiraciones, las Reglas y las Constituciones.
Es necesario que cada cual obedezca a los mandamientos
de Dios y de la Iglesia, porque es la voluntad de Dios absoluta
que quiere que los obedezcamos, si deseamos salvarnos.
Es también voluntad suya, no imperativa y absoluta, sino
de sólo deseo, que guardemos sus consejos; por lo cual, aun
cuando sin menosprecio los dejamos de cumplir por no
creernos con valor para emprender la obediencia a los
mismos, no por eso perdemos la caridad ni nos separamos de
Dios; además de que ni siquiera debemos acometer la
práctica de todos ellos, habiéndolos como los hay entre sí
opuestos, sino tan sólo los que fueren más conformes a
nuestra vocación... 

Hay que seguir, pues, concluye el santo, los consejos que Dios quiere sigamos. No a todos conviene la observancia de todos los consejos. Dados como están para favorecer la caridad, ésta es la que ha de regular y medir su ejecución... Los que tenemos que practicar los religiosos, son los comprendidos en nuestras Reglas. Y a la verdad, nuestros votos, nuestras leyes monásticas, las órdenes y consejos de nuestros Superiores constituyen para nosotros la expresión de la voluntad divina y el código de nuestros deberes de estado.

Poderosa razón tenemos para bendecir al divino Maestro,
pues ha tenido la amorosa solicitud de trazarnos hasta en los
más minuciosos detalles su voluntad acerca de la Comunidad
y sus miembros.

En las inspiraciones nos indica sus voluntades sobre cada
uno de nosotros más personalmente. « Santa María Egipciaca
se sintió inspirada al contemplar una imagen de nuestra
Señora; San Antonio, al oír el evangelio de la Misa; San
Agustín, al escuchar la vida de San Antonio; el duque de
Gandía, ante el cadáver de la emperatriz; San Pacomio,
viendo un ejemplo de caridad; San Ignacio de Loyola, leyendo
la vida de los santos»; en una palabra, las inspiraciones nos
vienen por los más diversos medios. Unas sólo son ordinarias
en cuanto nos conducen a los ejercicios acostumbrados con
fervor no común; otras «se llaman extraordinarias porque
incitan a acciones contrarias a las leyes, reglas y costumbres
de la Santa Iglesia, por lo que son más admirables que imitables.» 

El piadoso Obispo de Ginebra indica con qué señales se pueden discernir las inspiraciones divinas y la manera de entenderlas, terminando con estas palabras: «Dios nos significa su voluntad por sus inspiraciones. No quiere, sin embargo, que distingamos por nosotros mismos sí lo que nos ha inspirado es o no voluntad suya, menos aún que sigamos sus inspiraciones sin discernimiento. No esperemos que El nos manifieste por Sí mismo sus voluntades, o que envíe ángeles para que nos las enseñen, sino que quiere que en las cosas dudosas y de importancia recurramos a los que ha
puesto sobre nosotros para guiamos» .

Añadamos, por último, que los ejemplos de Nuestro Señor
y de los santos, la doctrina y la práctica de las virtudes
pertenecen a la voluntad de Dios significada; si bien es fácil
referirlas a una u otra de las cuatro señales que acabamos de
indicar.

«He ahí, pues, cómo nos manifiesta Dios sus voluntades
que nosotros llamamos voluntad significada. Hay además la
voluntad de beneplácito de Dios, la que hemos de
considerar en todos los acontecimientos, quiero decir, en todo
lo que nos sucede; en la enfermedad y en la muerte, en la
aflicción y en la consolación, en la adversidad y en la
prosperidad, en una palabra, en todas las cosas que no son
previstas.» La voluntad de Dios se ve sin dificultad en los
acontecimientos que tienen a Dios directamente por autor; y lo
mismo en los que vienen de las criaturas no libres, porque si
obran es por la acción que reciben de Dios a quien sin
resistencia obedecen. Donde hay que ver la voluntad de Dios
es principalmente en las tribulaciones, que por más que El no
las ame por sí mismas, las quiere emplear, y efectivamente las
emplea, como excelente recurso para satisfacer el orden,
reparar nuestras faltas, curar y santificar las almas. 

Más aún, hay que verla incluso en nuestros pecados y en los del
prójimo: voluntad permisiva, pero incontestable. Dios no
concurre a la forma del pecado que es lo que constituye su
malicia: lo aborrece infinitamente y hace cuanto está de su
parte para apartarnos de él; lo reprueba y lo castigará. Mas,
para no privarnos prácticamente de la libertad que nos ha
concedido, como nosotros nada podemos hacer sin su
concurso, lo da en cuanto a lo material del acto, que por lo
demás no es sino el ejercicio natural de nuestras facultades.

Por otra parte, El quiere sacar bien del mal, y para ello hace
que nuestras faltas y las del prójimo sirvan a la santificación
de las almas por la penitencia, la paciencia, la humildad, la
mutua tolerancia, etc. Quiere también que, aun cumpliendo el
deber de la corrección fraterna, soportemos al prójimo, que le
obedezcamos conforme a nuestras Reglas, viendo hasta en
sus exigencias y en sus sinrazones los instrumentos de que
Dios se sirve para ejercitamos en la virtud. Por esta razón, no
temía decir San Francisco de Sales que por medio de nuestro
prójimo es como especialmente Dios nos manifiesta lo que
desea de nosotros.

Existen profundas diferencias entre la voluntad de Dios
significada y la de beneplácito.

1º La voluntad significada nos es conocida de antemano, y
por lo general, de manera clarísima mediante los signos del
pensamiento, a saber: la palabra y la escritura. De esta
manera conocemos el Evangelio, las leyes de la Iglesia,
nuestras santas Reglas; donde sin esfuerzo y a nuestro gusto
podemos leer la voluntad de Dios, confiaría a nuestra memoria
y meditarla. Las inspiraciones divinas y las órdenes de
nuestros Superiores sólo en apariencia son excepciones, pues
ellas tienen por objeto la ley escrita, cristiana o monástica. Al
contrario, «casi no se conoce el beneplácito divino más que
por los acontecimientos.» 

Decimos casi, porque hay excepciones; lo que Dios hará más tarde, podemos conocerlo de antemano, si a El le place decirlo; también se puede presentir, conjeturar, adivinar, ya por el rumbo actual de los hechos, ya por las sabias disposiciones tomadas y las
imprudencias cometidas. 

Mas, en general, el beneplácito divino se descubre a medida que los acontecimientos se van desarrollando, los cuales están ordinariamente por encima de nuestra previsión. Aun en el propio momento en que se verifican, la voluntad de Dios permanece muy oscura: nos envía, por ejemplo, la enfermedad, las sequedades interiores u otras pruebas; en verdad que éste es actualmente su
beneplácito, mas ¿será durable? ¿Cuál será su desenlace? Lo
ignoramos.

2º De nosotros depende siempre o el conformarnos por la
obediencia a la voluntad de Dios significada o el sustraernos a
ella por la desobediencia. Y es que Dios, queriendo poner en
nuestras manos la vida o la muerte, nos deja la elección de
obedecer a su ley o de quebrantarla hasta el día de su justicia.
Por su voluntad de beneplácito, al contrario, dispone de
nosotros como Soberano; sin consultarnos, y a las veces aun
contra nuestros deseos, nos coloca en la situación que nos ha
preparado, y nos propone en ella el cumplimiento de los
deberes. Queda en nuestro poder cumplir o no estos deberes,
someternos al beneplácito o portarnos como rebeldes; mas es
preciso aguantar los acontecimientos, queramos o no, no
habiendo poder en el mundo que pueda detener su curso. Por
ese camino, como gobernador y juez supremo, Dios
restablece el orden y castiga el pecado; como Padre y
Salvador, nos recuerda nuestra dependencia y trata de
hacernos entrar en los senderos del deber, cuando nos hemos
emancipado y extraviado.

3º Esto supuesto, Dios nos pide la obediencia a su
voluntad significada como un efecto de nuestra elección y de
nuestra propia determinación. Para seguir un precepto o un
punto de regla, para producir los actos de las virtudes
teologales o morales, nos es preciso sin duda una gracia
secreta que nos previene y nos ayuda, gracia que nosotros
podemos alcanzar siempre por medio de la oración y de la
fidelidad. Pero aun cuando la voluntad de Dios nos sea
claramente significada, puestos en trance de cumplirla, lo
hacemos por nuestra propia determinación; no necesitamos
esperar un movimiento sensible de la gracia, una moción
especial del Espíritu Santo, digan lo que quieran los
semiquietistas antiguos y modernos. Por el contrario, si se
trata de la voluntad del beneplácito divino, es necesario
esperar a que Dios la declare mediante los acontecimientos:
sin esa declaración no sabemos lo que El espera de nosotros;
con ella, conocemos lo que desea de nosotros, primero, la
sumisión a su voluntad, después, el cumplimiento de los
deberes peculiares a tal o cual situación que El nos ha
deparado.

San Francisco de Sales hace, a este propósito, una
observación muy atinada: «Hay cosas en que es preciso juntar
la voluntad de Dios significada a la de beneplácito» . Y cita
como ejemplo el caso de enfermedad. Además de la sumisión
a la Providencia divina será preciso llenar los deberes de un
buen enfermo, como la paciencia y abnegación, y permanecer
manteniéndose fiel a todas las prescripciones de la voluntad
significada, salvo las excepciones y dispensas que puede
legitimar la enfermedad. 

Insiste mucho el santo Doctor sobre que en esta concurrencia de voluntades «mientras el beneplácito divino nos sea desconocido, es necesario adherirnos lo más fuertemente posible a la voluntad de Dios que nos es significada, cumpliendo cuidadosamente cuando a
ella se refiere; mas tan pronto como el beneplácito de su
divina Majestad se manifieste, es preciso rendirse
amorosamente a su obediencia, dispuestos siempre a
someternos así en las cosas desagradables como agradables,
en la muerte como en la vida, en fin, en todo cuanto no sea
manifiestamente contra la voluntad de Dios significada, pues
ésta es ante todo». Estas nociones son algo áridas, pero
importa entenderlas bien y no olvidarlas, por la mucha luz que
derraman sobre las cuestiones siguientes.

El Santo Abandono
DOM VITAL LEHODEY