En honor de la Santa
Misa vamos a relatar aquí como el mismo Jesucristo celebró con la
mayor solemnidad la consagración de la capilla de Einsiedeln.
Ochenta
años después de la muerte de San Meinrado, un piadoso ermitaño de
familia de príncipes, llamado Eberhard, fue a suplicar a Conrado,
obispo de Constancia, que fuese a consagrar la capilla del santo. Fue
allá Conrado, y la noche que precedió a la ceremonia, al ir a la
iglesia a orar, oyo un coro de espíritus celestes que cantaban las
antífonas y responsos de la consagración. Entró y vio a un gran
numero de angeles y a Nuestro Señor vestido con los ornamentos
episcopales, desempeñando las funciones de oficiante.
La
estupefacción lo dejó inmóvil pero continuó observando con
atención. Jesús empleaba las palabras y los ritos prescritos a los
obispos por el pontifical para esta circunstancia. Los cuatro
evangelistas permanecían continuamente detrás de El quitándole y
poniéndole la mitra. Los ángeles colocados en circulo alrededor del
altar incensaban con incensarios de oro. San Pedro cerca de su
Maestro tenía el báculo; de pie a su lado San Jorge llevaba el
hisopo. San Agustín y San Ambrosio servían al Señor de prelados
asistentes; San Esteban tenía la caja de Santo Crisma; San Lorenzo
la de los Santos Oleos; San Miguel desempeñaba el oficio de maestro
de capilla, y los ángeles cantaban os versículos, los responsos y
los salmos. La Madre de Dios, a quién se dedicó el altar y la
capilla aparecía mas brillante que el sol, mas refulgente que la
luz.
Cuando
terminó la Consagración, Cristo tomo una casulla, subió al altar y
comenzó una Misa solemne. San Esteban cantó la epístola, San
Lorenzo el Evangelio y a los ángeles se les oía cantar dulces
cánticos. He aquí como cantaban el Sanctus y el Agnus Dei:
Santo,
Santo es el Señor. Dios Santo tened piedad de nosotros en esta
iglesia consagrada a la Virgen. El cielo y la tierra están llenos de
tu esplendor. ¡Hosanna! Glorificado sea el Hijo de
María, cuyo reino es eterno y ha venido en el nombre del
Señor. ¡Hosanna en las alturas! Cordero de Dios que quitas los
pecados del mundo, ten piedad de los vivos que creen en Ti. Cordero
de Dios que quitas los pecados del mundo, ten piedad de los muertos y
dales el descanso eterno.Cordero de Dios que cargas con el peso de
los pecados del mundo concede en tu reino bienaventuradola paz a los
vivos y a los muertos.
En el Dominus vobiscum ellos respondían: Que esta sentado por
encima de los querubines y que su mirada penetra hasta el abismo.
Concluída la Misa, la corte celestial desapareció, y San Conrado,
lleno de alegría y consuelo, quedó solo. En las cenizas que cubrían
el suelo de la capilla consagrada, reconoció las huellas de los pies
de Nuestro Señor, y en los muros, las señales de las unciones.
A la mañana siguiente, el clero y los demás asistentes querían que
el obispo consagrase el oratorio. No puedo hacerlo, contestó, el
cielo lo ha hecho ya. A pesar de esto se le obligó a empezar la
ceremonia. Entonces una voz celestial que todos oyeron claramente,
repitió tres veces: Detente hermano mío, Dios mismo ha consagrado
esta capilla.
Renunció naturalmente a hacer la consagración y envió a Roma la
narración de este hecho maravilloso. Que es el testimonio más
autentico de la sublimidad de la Santa Misa, puesto que Nuestro Señor
mismo se dignó celebrarla. ¡Quién hubiera podido estar en ese
momento alado del obispo Conrado y haber podido admirar con él ese
prodigio! ¡Cuán grande hubiera sido nuestro arrobamiento, nuestra
delicia, nuestra devoción! Pero de todos modos debemos regocijarnos
al sólo conocimiento de que Cristo celebró la Misa del mismo modo
que es uso celebrarla entre nosotros!
*Esta Consagración se verificó el 14 de Septiembre del año 948 y
es relatada por el mismo obispo San Conrado en su libro De
Secretis.