viernes, 9 de junio de 2017

Seamos ahora un pueblo de oración: CARDENAL MINDSZENTY



 “… Se me comunicó en septiembre de 1945 que era deseo del Santo Padre que asumiera el arzobispado de Esztergom. Me dirigí a casa de mis padres, quienes en las pocas horas que pasé en casa, vertieron muchas lágrimas, pero no de alegría, sino de preocupación. Mi madre me prometió sus oraciones para los difíciles tiempos que se avecinaban y también mi padre intuyó.

  Esztergom había quedado parcialmente destruida. Allí nació San Esteban, rey de Hungría. Fue capital de Hungría por espacio de dos siglos y medio.

  Es consolador saber que: hay un Poder en este mundo sobre el que no tienen mando y dominio las puertas del infierno.

  Una Hungría sangrante por todas las heridas aparece derrotada y sumida en la  mayor desdicha moral, social y económica de su historia. Nuestro salmo es por ello un “De profundis”, nuestra oración un “Miserere”, nuestro profeta el quejumbroso Jeremías, y nuestro universo, el del Apocalipsis.

  Sólo hay un medio para contrarrestar el caos moral: Una vida espiritual mucho más profunda. Por mi parte, soy pastor de almas desde hace más de un cuarto de siglo. Quiero ser un buen pastor, que en caso necesario dé su vida por su rebaño, por su Iglesia y por su patria.
  Queridos fieles… Seamos ahora un pueblo de oración. Si aprendemos a rezar bien de nuevo, encontraremos en nosotros mismos un inagotable manantial de fortaleza.

  Con la ayuda de Dios Padre y de María Madre quiero llamar a las puertas de vuestras almas y proclamar que nuestro pueblo ha encontrado de nuevo las salvadoras tradiciones.

 La Iglesia no solicita ninguna protección terrenal; se protege bajo las protectoras alas de Dios.

  Sólo hay uno en el mundo que puede decir: “Soy el camino, la verdad y la vida. Quien me siga, no caerá en las tinieblas”. Cristo es el camino que tenéis que seguir.  Es la verdad que tenéis que aceptar.  Es la vida que tenéis que llevar aun en las tremendas confusiones de una época agitada.

  Papa Pío XII me recibió el 8 de diciembre de 1945. El Santo Padre estaba informado de la triste situación de la Iglesia húngara. Al final de mi entrevista, el Papa me comunicó que mi nombre estaría en la lista de los cardenales. En febrero del año siguiente se produjo mi nombramiento. Cuando me impuso la muceta, dijo con voz conmovida:   -Entre los treinta y dos, serás el primero en sufrir el martirio cuyo símbolo es este color rojo.

  Cristo vive, vence y domina. La fuerza de la fe y la oración es inquebrantable.

  Los húngaros acostumbran decir que no todos nuestros dedos son iguales. También el celo tiene diferentes grados. No optemos por el camino de la tibieza. La tibieza, la indiferencia en las cosas de la fe es un estado de ánimo perjudicial y determina grandes infortunios.

  Es indispensable la pureza de la juventud, tanto en el cuerpo como en el alma. También es indispensable una irreprochable vida familiar.

  Lo principal es y sigue siendo que nos sea posible asegurar la salvación eterna. Cada uno de vosotros será llevado asimismo al reino de los muertos, al cementerio donde también me llevarán a mí. Esta vida terrenal no es otra cosa que una enorme sala de espera. Tenemos que salvar esta alma inmortal y la salvación nos vendrá por el camino de la fe, de la vida moral y la frecuentación de los sacramentos.

  La decadencia del nivel ético y moral es irremediable sin una formación religiosa. No es por azar o por casualidad que los ejecutores de las mayores crueldades hitlerianas fueran aquellos que habían renegado previamente de su fe. Tampoco es casual que la decadencia de la familia vaya pareja a la ausencia de religiosidad y que hayan crecido las cifras de criminalidad juvenil, entre la que hay que incluir la prostitución de las adolescentes. El aumento de pecado acrecienta la necesidad de la enseñanza religiosa para el fortalecimiento de las almas contra las tentaciones del mundo.

  Los que creemos no ofrecemos a nadie la dicha y la felicidad terrena. Si no las encontramos, nos queda la esperanza en la bienaventuranza eterna, que llena nuestra alma de paz y serenidad. Los no creyentes buscan a todo precio la felicidad terrena como la única opción de los humanos; no la consiguen, así como tampoco la dicha en la eternidad. Nosotros buscamos en primer lugar los bienes eternos; los terrenos nos serán dados por añadidura, según promesa del Señor.

CARDENAL MINDSZENTY
MEMORIAS