jueves, 26 de enero de 2017

“Si hay un Infierno y yo estoy en el”






Monseñor Louis Gaston De Segur, un bien conocido apologista y espiritual escritor francés, registró este episodio en el tema del infierno:
Lo siguiente ocurrió en mi propia familia, en Moscú, para ser exacto, un poco después de la terrible campaña de Napoleón de 1812. El padre de mi mamá, el Conde Rostopchin, gobernador militar de la ciudad, era amigo cercano del celebrado General Conde Orloff, famoso por su valor no menos que por su desdén a la religión. A veces Orloff remarcaría “¿Aún crees que hay algo en el otro lado de la tumba?”
En una ocasión, otro general, al quien vamos a llamar General V, respondió: “Bueno, si ahí debe de haber algo, el primero de nosotros que muera regresará a advertir al otro. ¿Estamos de acuerdo?” “De acuerdo” respondió el Conde Orloff. Y ambos se dieron su palabra de honor.
Unas pocas semanas después, una feroz batalla estalló, una de esas guerras temidas por mucho tiempo de la cual Napoleón era capaz de empezar. El ejército ruso se movió al frente y el General V, recibiendo órdenes de tomar un puerto importante, se fue de inmediato.
Temprano, una mañana dos o tres semanas después de que él se fuera de Moscú, mi abuelo se estaba vistiendo cuando la puerta de su habitación se abrió súbitamente y el Conde Orloff entró en ella rápidamente, con ojos salvajes,  cabello despeinado y con su cara blanca.
“¡Orloff! ¿Qué estás haciendo aquí a esta hora y con tal preocupación? ¿Cuál es tu problema? ¿Qué ha pasado?”
“Amigo”, jadeó Orloff, “Creo que estoy perdiendo la cabeza. Vi al General V.” “¿Al General V? Oh, ¿Está de vuelta?”
“¡No!” gritó Orloff, aventándose en un sillón y enterrando sus manos en su cabeza. “No, no ha regresado y por eso estoy tan alterado”.
Mi abuelo no podía entender nada y trató de calmar al hombre. “Ven”, dijo, “Dime qué pasó y qué significa esto”:
Con un esfuerzo obvio para recuperar control de sí mismo, el Conde Orloff contó su historia: “No mucho ha pasado, Rostopchin, desde que el General V y yo juramos el uno al otro que el primero de nosotros que muriera regresaría a decirle al otro si había algo después de la muerte. Esta mañana, mientras yacía pacíficamente en mi cama, sin pensar en él en absoluto, vi al General V delante de mí, sólo a unos pies de distancia. Estaba parado y su rostro era mortalmente blanco. Con su mano derecha sobre su corazón, me dijo. “¡Hay un infierno y yo estoy en él!” Con eso, desapareció. ¡Corrí directo hacia ti, casi fuera de mí! ¡Ah, qué horrible experiencia! No sé qué pensar de ella.
Mi abuelo trató de convencerlo de que había sido una alucinación, un truco de su imaginación. Intentó hacerle creer que había estado soñando; que esas extraordinarias e inexplicables cosas deberían apagarse de su mente. Hizo lo mayor posible para convencerlo con argumentos que en sí mismos eran inútiles, pero que generalmente constituían la consolación de almas fuertes. Finalmente, llevó al Conde de regreso a su propia casa.
Diez o doce días después, un reporte de guerra le trajo a mi abuelo entre otras noticias, la noticia de la muerte del General V.
La misma mañana de aquel memorable día en el que el Conde Orloff lo había visto y escuchado, en el tiempo exacto al que se le había aparecido en Moscú, el desdichado general había sido disparado e instantáneamente asesinado. 

 
De P.J.KellySo High the Price
Boston: St.Paul Editions, 1968, pp. 15-17.
Publicado el 19 de Marzo de 2011