Diariamente, en voz alta, el sacerdote, en la Misa, da gracias al Señor
e invita a todo el pueblo a que así lo haga, por los muchos e innumerables
beneficios que de su mano sin cesar recibimos. Pues ¿qué otra cosa podemos
hacer ante este beneficio universal,
ante esta fuente de beneficios infinitos que con su Madre querida nos ha dado?
Eternamente hemos, sin duda, de estar bendiciendo por ello al Señor;
pues bendigámosle ya desde ahora.
Y esta acción de gracias, no debe ni puede consistir en meras palabras
de alabanza y agradecimiento. Lo que Dios desea, más que nada, es la
correspondencia práctica de todas nuestras obras a sus beneficios, ésta es la
mejor alabanza, éste el himno más hermoso de la gratitud.
La correspondencia en este caso debe consistir en el afianzamiento de tu
confianza en la Santísima Virgen, para nunca admitir cansancios, desalientos,
cobardes desilusiones en el camino de la vida espiritual.
Dios te la ha dado por Madre para que como hijo, aunque hayas sido muy
ingrato, acudas a Ella, y con derecho filial le pidas la ayuda y la exijas un
amor de Madre, una compasión de Madre, y a la vez una omnipotencia de Reina.
Para eso la hizo Reina y Madre a la vez.
El trono de Dios está rodeado de justicia y de bondad. El de María, sólo
de bondad y misericordia. Si te asusta, y con razón, la justicia de Dios, ¿qué
puedes encontrar que te asuste ante el trono de la Virgen?
Por otra parte, Ella lo está deseando; no sólo no la molesta que se
acuda a Ella con confianza, sino que lo que la ofende, lo mismo que a Jesús, es
la desconfianza. ¿No has oído que en el Cielo hay más fiesta por un pecador que
se arrepienta que por cien justos que perseveren? Pues es la Virgen la primera
que se alegra y hace gran fiesta, porque aquel hijo suyo pródigo se había
perdido y lo ha encontrado; estaba muerto y ya ha resucitado.
Sea pues tu lema y tu divisa: “nunca desconfiar, nunca desalentarte, ni
desanimarte, aunque creas que no adelantas nada ni consigues nada.
Mucha confianza en la Virgen y ¡adelante!, a trabajar cada vez más.
“Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño,
que es nada lo que te asusta y aflige, no se turbe tu corazón. ¿NO ESTOY YO
AQUÍ QUE SOY TU MADRE? ¿NO ESTÁS BAJO MI SOMBRA? ¿NO SOY YO TU SALUD? ¿NO
ESTÁS POR VENTURA EN MI REGAZO? ¿QUÉ MÁS
HAS MENESTER? No te apene ni te inquiete otra cosa.