jueves, 18 de agosto de 2016

Del número de los pecados : PREPARACIÓN PARA LA MUERTE




 Si Dios castigase inmediatamente a quien le ofendiese, no se vería, sin duda, tan ultrajado, como se ve. Mas porque el Señor no puede castigar en seguida, sino que espera benignamente, los pecadores cobran ánimos para ofenderle más.

  Preciso es que entendamos que Dios espera y es pacientísimo, mas no para siempre; y es que es opinión de muchos Santos Padres que, así como Dios tiene determinado para cada hombre el número de días que ha de vivir y los dones de salud y de talento que ha de otorgarle (Sb., 11, 21), así también tiene contado y fijo el número de pecados que le ha de perdonar. Y COMPLETO ESE NÚMERO, NO PERDONA MÁS, dicen San Agustín, San Jerónimo, San Ambrosio, San Cirilo de Alejandría y otros.

  Y no hablaron sin fundamento estos Padres, sino basados en la divina Escritura.  Dice el Señor en uno de sus textos (Gn.,15,16), que dilataba la ruina de los amorreos porque aún no estaba completo el número de sus culpas. En otro lugar dice (Os.,1,6):  “No tendré en lo sucesivo misericordia de Israel. Me han tentado ya por diez veces. No verán la tierra”.  (Nm.,14,22-23). Y en el libro de Job se lee: “Tienes selladas como en un saquito mis culpas”. (Jb.,14,17).

  Los pecadores no llevan cuenta de sus delitos, pero Dios sabe llevarla para castigar cuando esté ya granada la mies, es decir, cuando está completo el número de pecados. Leemos en (Ecl.,5,5): “Del pecado perdonado no quieras estar sin miedo, ni añadas pecado sobre pecado”.

  O sea: preciso es, pecador, que tiembles aun de los pecados que ya te perdoné; porque si añadieres otro, podría ser que éste con aquéllos completen el número, y entonces no habrá misericordia para ti. Dios espera el día en que se colme la medida de los pecados, y después castiga.

  ¡Cuántos desdichados viven largos años en el pecado; mas apenas se completa el número, los arrebata la muerte y van a los infiernos. ¿Quién puede indagar el número de pecados que Dios querrá perdonarles?...

  Tengamos, pues, saludable temor. ¿Quién sabe, hermano mío, si después del primer ilícito deleite, o del primer mal pensamiento consentido, o nuevo pecado en que incurrieres, Dios te perdonará más?

  ¡Ah Dios mío! Os doy ferventísimas gracias. ¡Cuántas almas hay que, por menos pecados que los míos, están ahora en el infierno, y yo vivo aún fuera de aquella cárcel eterna, y aún con la esperanza de alcanzar, si quiero, perdón y gloria!... Sí, Dios mío; deseo ser perdonado. Me arrepiento de todo corazón de haberos ofendido, porque injurié a vuestra infinita bondad.

  Mirad, Eterno Padre, a vuestro divino Hijo muerto en la cruz por mí (Sal. 83,10), y por sus merecimientos tened misericordia de mi alma. Propongo antes morir que ofenderos más. Debo temer, sin duda que, si después de los pecados que he cometido y de las gracias que me habéis otorgado, añadiese una  nueva culpa, colmaríase la medida y sería justamente condenado…Ayudadme, pues, con vuestra gracia, que de Vos espero luces y fuerzas para seros fiel. Y si previereis que he de volver a ofenderos, enviadme la muerte antes que pierda vuestra gracia.

  Os amo, Dios mío, sobre todas las cosas, y temo más que el morir verme otra vez apartado de Vos. No lo permitáis por piedad…
  María, Madre mía, alcanzadme la santa perseverancia.

Preparación para la muerte
  San Alfonso María de Ligorio