El Interior de Jesús y de María
R.P. Grou
Todos, grandes, pequeños, sabios, ignorantes, ricos, pobres, dueños,
servidores, todos son llamados a imitar el interior de Jesucristo, y todos
pueden hacerlo. Sin tocar nada al exterior de las condiciones, de nosotros
solos depende el ser humildes en medio
de la grandeza por un sincero desprecio de todo lo que nos distingue y nos
eleva a los ojos de los hombres; o de estar contentos de la condición obscura
en que Dios nos ha colocado, sin avergonzarnos de ello, sin aspirar a más alto,
sin tener envidia a los que se hallan sobre de nosotros. En nuestra mano está
el renunciar con el afecto a los grandes bienes que poseemos, creer que su propiedad
pertenece a Dios, y que no somos sino sus administradores, obligados a usar de
ellos con arreglo a sus intenciones, dándole de los mismos estrecha cuenta; o
el de no quejarnos de nuestra pobreza, sino sufrir sus incomodidades con
paciencia y aun con alegría, bendiciendo a Dios por la semejanza que en esta
parte nos ha dado con su Hijo. De nosotros pende el mandar con dulzura y hasta
con humildad, como si no hiciéramos más que intimar las órdenes de Dios de
quien recibimos nuestra autoridad, y el imitar a Jesucristo en el ejercicio de
la suya; u obedecer a los hombres, atendiendo a Dios a quien nos representan,
sin murmuración, sin rebeldía interior, sin bajeza, sin respeto humano, con
miras nobles y dignas de un cristiano, acordándonos que Jesucristo no vino para ser servido sino para servir. Todos
tienen la gracia para conformarse de este modo a sus sentimientos interiores,
para pensar y obrar cada uno en su estado como Él mismo hubiera pensado y
obrado. De manera que somos inexcusables si no nos le parecemos, no pudiendo
dudar que tal es su voluntad, y que nos da todos los medios necesarios para
cumplirla.
De nuestra conformidad con Jesucristo depende nuestra predestinación. ¿Y
de qué conformidad puede hablarse, sino de la de los sentimientos? ¿Cuál es
esta imagen a la que debemos parecernos, sino la imagen interior del Hijo de
Dios, en donde se hallan delineadas todas sus virtudes? En nuestro interior
pues debemos copiar el interior de Jesús, como copiándolo rasgo por rasgo, y
procurando llegar en cada uno a la perfección posible. Cuanto más nos
aplicáremos a este estudio, más motivo tendremos para esperar el ser del número
de los predestinados; y cuanto más la descuidemos, más razón tendremos para
temer el ser excluidos. Nosotros ignoramos enteramente el secreto de nuestra
predestinación; y si cosa hay sobre la cual deseamos poder formar a lo menos
alguna conjetura para tranquilizarnos, es esta sin contradicción. He aquí pues
una, que sin ser una seguridad positiva, casi no puede engañarnos. Es cierto,
que si Dios reconoce en nosotros la imagen de su Hijo, está asegurada nuestra
predestinación. Si no podemos respondernos a nosotros mismos de que sea
fielmente representada en nosotros, pues la humildad no permite semejante
testimonio, nuestra conciencia puede a lo menos respondernos del deseo que de
ello tenemos, y de los esfuerzos que hacemos para conseguirlo. Pongamos todo
nuestro cuidado en imitar el interior de Jesús, y jamás tendremos inquietud
alguna real sobre nuestra predestinación; antes al contrario, de tiempo en
tiempo recibiremos de Dios las más consoladoras garantías, con las cuales sin
embargo, en beneficio nuestro, no permitirá que nos contentemos.
Jesús mismo es quien nos ha de juzgar, pues Dios lo hizo el juez de
vivos y muertos. Nada más formidable por cierto que este juicio, que debe
decidir de nuestra eternidad feliz o desgraciada. ¿Qué medio empero más seguro
de no tener para que temerlo, que hacer de manera que Jesús no pueda pronunciar
contra nosotros sin pronunciar contra sí mismo? Convirtámonos, cuanto en
nosotros quepa, en otros tantos Jesucristos; encuentre Él en nosotros su
espíritu, vea a lo menos delineados los principales rasgos de sus virtudes,
represente nuestro interior el suyo, bien que imperfectamente: ¿cómo podrá condenarnos,
ni aún dejar de darnos una favorable acogida?
Él nos dijo que nadie podría arrebatar sus ovejas de su mano, no menos
que de la de su Padre, añadiendo que sus ovejas escuchan su voz y le siguen.
¿Puede acaso escucharse esta voz que habla al corazón? ¿Podemos estar siempre
dispuestos a escucharla y a obedecerla sin ser interiores? Y ¿Qué dice esta
voz? ¿A qué conduce? ¿No es a la práctica de las virtudes de que Jesucristo nos
ha dado ejemplo, y sobre todo de las virtudes interiores que tienen directamente
a Dios por objeto, y que son el fundamento de las otras?
Nuestra unión con Él es imprescindible, y por Él nuestra unión con Dios,
el cual, siendo espíritu, os transforma de terrestres que somos en
espirituales.