viernes, 20 de mayo de 2016

TRATADO DE LA CONFIANZA CRISTIANA CONTRA EL ESPIRITU DE PESIMISMO Y DESCONFIANZA Y CONTRA EL TEMOR EXCESIVO.




CAPITULO PRIMERO.

   La poca confianza en Dios causa grandísimos males a las almas que quieren hacer progresos en las virtudes cristianas.


I. Cuales son estos males en general.   Una viva confianza en Dios es un manantial de toda suerte de vienes. Ella arraiga, mantiene y fortifica todas las virtudes, endulza las penas, debilita todas las tentaciones: es un fecundo origen de toda especie de obras buenas, es como un paraíso de bendición y un modelo de la bienaventuranza anticipada. “Bendito el hombre, dice el profeta Jeremías, que pone su confianza en el Señor, y de quien el Señor es la esperanza. El será semejante a un árbol trasplantado a la orilla de las aguas, el cual extiende sus raíces hacia el agua que la humedece, y no temerá el calor que venga el estío. Su hoja se mantendrá siempre verde; no tendrá pena en el tiempo de sequedad, y no dejará jamás de dar fruto”   La falta de esta confianza es por el contrario un manantial de un sin número de males: enflaquecen las virtudes, llena al alma de penas y amarguras, excita y fortifica todas las tentaciones, impide el hacer buenas obras, y muchas veces viene a ser como una especie de infierno anticipado. 

Por esto San Bernardo no teme decir que la desconfianza es el mayor estorbo que podemos poner a nuestra salvación.  

 2. Es fácil que la poca confianza en la bondad de Dios sea un estorbo para la virtud, para el espíritu de la oración, para el espíritu de reconocimiento, y para el amor de Dios; que a más de esto, es origen de las más molestas tentaciones, robando al alma la paz que le es tan recomendada y es tan necesaria para cumplir todas sus obligaciones. Se verá en seguida de este capítulo la verdad de todo lo que se acaba de decir.


II. La poca confianza en Dios es un gran estorbo para la verdadera virtud   

Una confianza siempre débil y tímida hace la virtud trémola e inconstante. Y semejante virtud a cada paso se detiene con los cortos embarazos, se entibia con los menores contratiempos y se desanima con las más ligeras contradicciones. Es preciso a cada paso darle la mano para sustentarla; y luego que le falta un guía exterior y apoyo visible, se intimida, se cansa y esta siempre pronta a caer. 

Ella se mantiene siempre en una especie de infancia, en que no puede tomar más alimento que leche: otro más fuerte y más sólido que fortalezca a los demás, la ahogaría. Con esta inercia y flaqueza, que debería ser más vergonzosa en la vida espiritual que en la corporal, se queda incapaz para siempre de aquellas acciones de virtud que necesitan de poca fortaleza y de valor.

2. Un alma en este estado no puede aprovecharse de los motivos de temor, porque se encuentra oprimida de ellos. También saca poco provecho de los motivos de confianza, porque no hacen de ella sino impresiones muy ligeras. De todo lo que se dice, perteneciente al respeto debido a los sacramentos, hace asunto de turbación y escrúpulo. 

Las exhortaciones a penitencia y conpunción más le perjudican que le aprovechan porque todo le es pesado y penoso; y en vez de encontrar en esto, como en lo demás, motivos de fervor, solo ve razones para reprenderse con una severidad que la oprime.

 Si cae, como no es difícil que suceda, en algunas faltas un poco mas considerables que las de inadvertencia, la represión que le da su conciencia, la pone en tal consternación, y después en una especie de desaliento, que en vez de procurar humillarse delante de Dios con un dolor tranquilo que le haga sacar provecho de sus mismas faltas, la turba y le quita el gusto de los ejercicios devotos; lo cual puede tener funestísimas consecuencias.


III. Es un estorbo para la oración.   

1. La esperanza es el manantial del que nace toda oración cristiana; pero el riachuelo no puede correr a proporción de la abundancia y plenitud del manantial. Una esperanza tímida y trémula, hacen las oraciones que de ella nacen tímidas y trémulas, y por consiguiente incapaces de alcanzar mucho. El apóstol Santiago nos manda, que pidamos a Dios las virtudes que necesitamos, sin dudar nada ni titubear: “El que duda y titubea, añade, es semejante a la ola del mar, que es agitada  y llevada de aquí para allá por los vientos. Luego, concluye este santo apóstol, no tiene que imaginarse que conseguirá alguna cosa del Señor.” Al parecer todo se espera de Dios, pues se le pide y se le ruega; y parece que nada se espera o casi nada, pues se titubea con la desconfianza.   

2. También se ve gran número de cristianos que establecen como una obligación capital orar, y aún orar mucho. ¡Pero cuán pocos se hallan que oren y supliquen con aquella fe y confianza a la cual Jesucristo lo ha prometido todo, y que recomienda a todos! “Cualquier cosa que pidáis en la oración, creed que la conseguisteis y se os dará.” Nosotros oramos muchas veces, hacemos oraciones largas; pero mil pensamientos nos vienen a intimidar. Hacemos débiles esfuerzos para salir de nosotros mismos, en donde no encontramos sino toda especie de miserias, y elevarnos hasta el origen de todo bien ; pero inmediatamente volvemos a caer dentro de nosotros mismos por el peso de nuestra flaqueza, y mucho más por el de nuestra desconfianza. 

Y aunque la mayor bondad de la criatura comparada con la de Dios solo sea malicia puede ser que nos dirijamos en las necesidades temporales a un amigo rico, poderoso y experimentado, con mas confianza que aquella que acostumbramos dirigirnos a Dios, aún en las necesidades espirituales, no obstante que nos manda y nos convida Él mismo a que vayamos a Él como a nuestro Padre. Tanto como esto son indignas de Dios nuestras oraciones, y nuestra confianza injuriosa a la ternura del Padre.

¡Tengamos confianza en Dios, Él nunca desampara a sus pequeños hijos!


Continuará..