jueves, 7 de abril de 2016

LOS PADRES DE UN GRAN DEFENSOR DE LA IGLESIA CATÓLICA




Un Padre y una Madre
Breve biografía de Monsieur y Madame Lefebvre
Padres de Su Excelencia Monseñor Marcel Lefebvre

   El Señor René Lefebvre es un ejemplo de cómo debemos vivir como Católicos a pesar de las circunstancias adversas en las cuales la Divina Providencia lo colocó, sobre todo al final de sus días.
   Hoy, que estamos viviendo tiempos apocalípticos, donde el mal, el pecado, el liberalismo nos rodean por todos lados, debemos redoblar esfuerzos, sacrificios, oraciones, Sacramentos, etc. para con la gracia de Dios,  salir adelante. 

   Las situaciones adversas prueban la virtud. La dificultades y sufrimientos ofrecidos por amor a Nuestro Señor tienen un mérito enorme.  Es tiempo de grandes retos, Santa Teresita del Niño Jesús hubiera deseado vivir al final de los tiempos.

   Dios nos ha elegido para vivir en esta época, con Su gracia y con nuestra Madre Santísima tenemos la ayuda que nos hace fuertes.

   “Un calvario” Monsieur René Lefebvre (1879-1944)
   René Lefebvre  en 1914-1918 fue uno de esos valientes franceses que arriesgaban su vida para facilitar el paso de la frontera a los agentes del ejército secreto. Y desde 1940 se ocupaba de ayudar a cruzar la línea de demarcación a los soldados aliados que escapaban de los alemanes. Pero la Gestapo vigilaba. Y en 1941 los verdugos nazis lo detuvieron. Sucumbió en 1944 a los 66 años de edad.  

   Su hija Marie-Thérese relata:
   Mi padre fue conducido a Bruselas a la prisión de Saint-Gilles. Ahí comienza el calvario que no debía terminar sino tres años más tarde con una muerte difícil, pero gloriosa, conmovedora.
   Mi padre aceptaba con una resignación espléndida su situación, continuamente llevaba su Rosario en la mano y estaba muy contento de haber podido conservar su misal y su oficio de la Santísima Virgen.

   Desde que fue arrestado se había hecho a la idea de su muerte y hablaba a su hija, durante las visitas, de la gracia que Dios le hacía de morir por su país. Estaba, en cada visita, siempre igual de tranquilo y sereno, al pedir noticias de cada uno. Nunca se quejaba y afirmó en repetidas ocasiones que nunca había tenido que sufrir golpes ni malos tratos, que solamente lo habían amenazado con propinárselos. “Espero la hora de la Providencia”. “Pienso que aquí se reza tan bien, si no tanto, como en un claustro; pero los oficios son contados: cuando mucho una misa por quincena, y, con insistencia, posibilidad de comunión”.

   “Si es un tiempo muy difícil, es un consuelo muy grande el poder decirse que nada se pierde cuando las cosas se toman como las tomamos nosotros”.

   “A pesar de las horas tan largas a veces, a pesar de los sufrimientos que te imaginas, no es el infierno de Dante donde se abandona toda esperanza. Compadezco a los que están como yo pero que no tienen religión”.

   “Ten valor, paciencia, la situación se aclara y tendremos días buenos para nuestro querido país”.

   “Gracias a Dios, he sentido su auxilio, ha habido momentos terribles pero he podido constatar que recibí ayuda en los instantes en los que me sentía en lo más bajo”.

   “Como todo hombre es mortal, vengo a dar por escrito mis adioses a mis queridos hijos, a mis amigos, a mi familia.

   Ustedes saben que muero como católico francés, monárquico, ya que considero que estableciendo monarquías cristianas Europa y el mundo pueden recuperar la estabilidad, la verdadera paz. Si encuentro aquí la muerte, es que el Buen Dios lo habrá decidido de esta manera y sin un retiro especial preparado para el Cielo, el purgatorio habrá comenzado aquí en la tierra.

   Agradezco a Dios todo. El sufrimiento purifica. Sería para mí un gran sacrificio no volver a encontrarme con mis hijos antes de morir.

   De todo corazón, bendigo a mis hijos, a quienes confío a Nuestra Señora. La Santísima Virgen fue tan buena conmigo, quiero entonces continuar siendo su hijo querido y particularmente bendecido. A Ella le gustará bendecir a mi familia, que debe permanecer consagrada a Ella, entregada completamente a Ella y buscar por Ella extender el reino de su Divino Hijo…”

   Lo mantuvieron incomunicado durante un mes. Después le permitieron visitas de diez minutos cada quince días.
  La estancia en Bruselas duró nueve meses. Después se lo llevaron a un destino desconocido en Alemania, sin que hubiera podido siquiera avisar a sus hijos.

   Monsieur Bommel quien también fue arrestado cuenta:
   Recibíamos la visita del capellán civil cada semana, pero no podíamos asistir a la Misa. La Comunión la daban en la celda y de una manera decente, después de una preparación previa: dos velas encendidas de cada lado de un gran Cristo de cobre, todo dispuesto sobre una toalla inmaculada sobre la mesa de nuestra celda. Monsieur Lefebvre se benefició del favor muy particular de comulgar todos los días, ya que el sacerdote le había entregado Hostias para tal efecto. Me hubiera costado trabajo creer esto si no hubiera sido Monsieur Lefebvre mismo quien me contara el hecho durante nuestro traslado a Berlín en 1942. Fuimos metidos en celdas donde casi la totalidad de los prisioneros estaban condenados a muerte y esperaban el pelotón de ejecución dos o tres veces por semana. Éramos dos por celda. Durante el proceso, Monsieur Lefebvre siempre tuvo una actitud muy digna y muy valerosa, sufrió el shock sin protestar, estaba resignado a su suerte y se había puesto enteramente entre las manos de la Santísima Virgen, (rezábamos el Rosario en voz alta dirigido por él). Nos incitaba a confiar como él en la Reina del Cielo, en quien tenía una gran confianza.

   Nuestra vida en la celda era triste y monótona, esperábamos cada mañana ver aparecer a nuestros verdugos. Las ejecuciones se hacían por grupo respectivo de diez, veinte o incluso cuarenta. En principio, el capellán militar nos visitaba cada quince días o tres semanas, y nos daba la Comunión. Venía más seguido si lo pedíamos, pero ni en Berlín ni en Hamburgo pudimos asistir a Misa. En nuestras celdas no teníamos derecho a leer ni a escribir. Nuestros días se pasaban entonces en reflexiones o en oraciones ya que se nos había permitido conservar nuestro rosario. A pesar de la monotonía de esta vida de reclusos, pude darme cuenta de que Monsieur Lefebvre había conservado un excelente estado de ánimo, cuando al cabo de trece meses mi grupo, entre ellos Monsieur Lefebvre, fue entregado en manos de la penitenciaria civil. Por milagro, nos salvamos del pelotón, pero, desafortunadamente, no era sino para hacer morir lentamente y más cruelmente a la mayoría de nosotros en el campo de concentración de Sonnenburg.

   Permanecimos juntos alrededor de diez días en la prisión en Berlín. Eramos cuatro o cinco por celda acondicionada para un hombre solamente. Estábamos  pegados uno contra otros y yo tuve la dicha de estar con Monsieur Lefebvre. No podíamos lavarnos y estábamos cubiertos de polillas, fuimos rapados de pies a cabeza nos vistieron con las famosas ropas a rayas. La comida era cualquier cosa e insuficiente.  La celda de Monsieur Lefebvre era muy húmeda y le faltaba aire. La comida mala y la falta de salubridad le provocaron probablemente una furunculosis de la que no pudo deshacerse, al ser los cuidados casi nulos. El enfermero recibía a los enfermos a puñetazos. Recuerdo que en la Navidad de 1943 asistimos a la Misa y pudimos comulgar. Un día que estaba yo en la caminata, vi a Monsieur Lefebvre sostenido por un camarada, entrar a la enfermería. Me miró de una manera dolorosa. Me enteré tres días después de que entró ahí, que había muerto de una congestión.

   Monsieur Piérard escribió: Yo conocí muy bien a Monsieur Lefebvre en Sonnenburg, donde muy pronto hicimos amistad. Estas celdas eran muy frías y húmedas. Había cochinillas, ciempiés, tijeretas, cucarachas piojos, chinches  y arañas. Con la ayuda de golpes que dábamos en la pared, entraba en comunicación con mi vecino, y subiéndonos en la mesa, lográbamos entrar en conversación por la pequeña abertura de la ventana. Aproximadamente cada mes nos daban un pedazo de jabón. Durante los 18 meses de mi estancia en Sonnenburg tuve 6 duchas de dos minutos cada una. Desde 1943 hasta su muerte, Monsieur Lefebvre sufrió mucho de furunculosis. La mayor parte del tiempo lo despachaban sin atención de la enfermería. Con mucha frecuencia yo vendé a mi amigo con medios improvisados, le reventaba los absesos y los limpiaba con un poco de gasolina. En las últimas semanas Monsieur Lefebvre tenía 11 furúnculos en el hombro y en el brazo, y un enorme absceso en la espalda.

   Era muy piadoso, rezaba mucho. Con la ayuda de un cordón, ceñía bajo su camisa un Misal y una Imitación de Cristo que pudo conservar de milagro. Después de la sopa del mediodía, recitaba en voz alta el De Profundis por los camaradas, que a diario, nos enterábamos habían fallecido.

   Una mañana de fines de febrero de 1944, tuvo una especie de congestión con parálisis del lado derecho y de la lengua. Acostamos al enfermo en la paja, ya que tiritaba y lo transportamos a su celda. Pude decirle algunas palabras y estrecharle la mano. Ya no comía. El sábado tuvo un desmayo, el guardia le propinó una paliza, el enfermo cayó en síncope. El domingo lo vi por última vez. Al día siguiente mi querido camarada moría.


   Conservó siempre un excelente ánimo y tenía una fe inquebrantable en nuestra Victoria. Nos entregó sus libros de oraciones, un rosario y unas medallas. Nos quitaron estos objetos unas semanas más tarde.