jueves, 28 de abril de 2016

EXIMIO PRIVILEGIO: Milagros Eucarísticos






  Desde el día de Pentecostés del año 1551, don Francisco de Borja ya no fue ni Marqués de Lombay ni duque de Gandía, sino un pobre religioso y humilde sacerdote de la Compañía de Jesús.

  Jesús Sacramentado henchía y abrasaba cada día más su pecho en el amor divino, y de la abundancia del corazón hablaba la lengua donde quiera que fuese.

  Hacía cien genuflexiones al día en presencia del Sagrario, y si la falta de salud se lo estorbaba, suplíalo con siete visitas al Santísimo, en memoria de las siete veces que el divino Salvador derramó su Sangre por la salud del mundo.

  No satisfecha su hambre con la refección eucarística de la mañana, comulgaba espiritualmente cada hora.

  El divino Sacramento le avivaba la vista del alma y aún la del cuerpo, para reconocer dónde estaba su Dios, por más que se escondiese. He aquí una maravilla que el Papa Clemente VIII calificó después de “eximio y casi continuo milagro”. Hubiese o no lámpara, estuviese encendida o apagada, fuera un templo suntuoso o una iglesia medio derruida, conocía con entera seguridad si estaba allí el Santísimo Sacramento. Con sólo poner los pies en el sagrado lugar, daba luego con el rastro y acertaba con la presencia de Jesús, sin que una sola vez le mintiera su dicho.

  ¡Extraña merced, apenas otorgada a ningún otro santo!

Milagros Eucarísticos