"NADA HA CAMBIADO": R.P. DAVID HEWKO

...Entonces, además, de todos aquellos sacerdotes que no mantienen la Verdadera Fe o aquellos que comprometen la verdadera Fe no podemos ir a sus misas.
Suena difícil y la gente dice: "necesito los Sacramentos, necesito la Misa, necesito la Santa Comunión". Pero es un grave peligro para tu Fe si vas a las misas del Indulto, del Motu Proprio, de la Fraternidad San Pedro, y ahora nosotros tenemos que decirlo de la FSSPX...





PARA LEER MAS DAR CLICK: "NOTHING HAS CHANGED": Fr. David Hewko

...And then also, all those priests who don’t hold the True Faith, or those who compromise the True Faith, we cannot go to their Mass.
It sounds difficult. And people do say: “I need the sacraments! We need the Mass! We need Holy Communion!” But there is a grave danger to your Faith if you go to the Indult Mass, the Motu Proprio Mass, the Fraternity of St. Peter Mass - and now we have to say also, the Society of St. Pius X Mass. Why? Because the leader, the Superior General has officially, in an official capacity, compromised the Catholic Faith...


LOS SACRIFICIOS DE UN SANTO (SAN JUAN BOSCO)



                                            

   San Juan Bosco tomó como modelo, la vida mortificada, tanto externa, como interna, del Divino Salvador, crucificando sus pasiones y sus naturales inclinaciones.

   A sus  alumnos recomendaba la mortificación, recordándoles que quien quiere gozar con Cristo en el cielo es necesario que sufra con El en la tierra.

   Insistía especialmente en que fuera mortificados en el comer, en beber, en charlar y el dormir, diciendo que el demonio, a quienes más pecados hace cometer es a los que no hacen sacrificios.
   Insistía en que se comiera con calma, sin apuros y sin excesos.
   Repetía la frase bíblica: “El trago trae impureza”.

   Solía decir: “presentadme una persona que sabe mortificarse en la comida, en la bebida, en el charlar y en el dormir, y lo veréis virtuoso, cumplidor de su deber, y dispuesto a hacer el bien. Presentadme alguien que come todo lo que quiere, sin hacer sacrificio ninguno, que bebe todo lo que desea, sin mortificarse en nada, que charla y charla, y que duerme hasta que se aburre, y pronto lo veréis lleno de todos los vicios. ¡Oh! Cuántas personas se perdieron por no haber hecho sacrificios.  Por eso decía San Vicente: “Si yo tengo un pie en el cielo, y dejo de mortificarme, todavía puedo condenarme”.

   Quizá San Juan Bosco no usaba cilicio ni se daba azotes, ni tampoco ayunaba a pan y agua tres días seguidos, pero su mortificación era tan continua que se puede decir que llevaba una vida como la del más rígido ermitaño, y que a cada hora portaba su cruz: fatigas, afanes, incomprensiones, dolores, etc.
   Al Padre Rúa le dijo un día que desde los 25 a los 50 años jamás durmió más de cinco horas cada noche, y que cada semana pasaba una noche entera en vela en su escritorio. Hasta 1866 se veía la luz siempre en su pieza hasta las once y media de la noche, y otra vez a las 4:30 de la madrugada. (a veces ya a las tres).

   El que le arreglaba su pieza, muchas veces encontraba la cama sin destender por la mañana, y lamentándose con don Bosco, éste respondía: -“Es que había tanto que hacer, que no hubo tiempo para dormir”.

   Ni siquiera en el invierno más frío se quedaba en la cama hasta las seis de la mañana.

   Muchísimas veces en el crudo invierno trabajaba en su escritorio, sin fuego, sin calentador, y parecía que la pluma fuera a caérsele de entre los dedos, de tanto frío, pero jamás se quejó del clima.
   Su desayuno era un poco de café mezclado con achicoria. El pan era del común, y en cantidad muy pequeña que no quebrantaba el ayuno. Cada sábado ayunaba en honor de la Santísima Virgen María.

   Los primeros años de su sacerdocio la comida la hacía el domingo y duraba hasta el jueves. Cada día se recalentaba y así se servía.

   Era admirable su total indiferencia por las comidas. A veces tomaba él primero la sopa. Después venía otro y al probarla la dejaba por su sabor repugnante. Y él nada había dicho. Otras veces llevaban huevos o frutas ya empezando a descomponerse, y las comía sin manifestar ninguna contrariedad. Su resolución era no decir jamás: “esto me gusta”, o “esto no me gusta”.

   Comía tan parcamente que nos admirábamos de que pudiera con eso mantenerse en pie. Al vino le mezclaba siempre buena cantidad de  agua.

   Casi nunca comía carne y si comía eran porciones pequeñísimas. Un día se atrevió a decir: “Me abstengo de comer carne porque temo la rebelión de la concupiscencia. Quizás otros no sean tan sensibles como yo y no necesiten tanto de esta precaución”.

   Jamás tomaba bebida alguna fuera de las horas de comida. Cuando el cansancio y la sed, por el gran calor, lo tenían agobiado, no tomaba nada. En los grandes calores le ofrecían limonada con hielo, y graciosamente lo rechazaba.

   Es famoso el hecho que le sucedió en una parroquia campesina cuando estuvo confesando desde la una de la tarde hasta las once de la noche sin comer nada, y un poco antes de la medianoche pasó a la cocina de la casa cural para ver si le habían dejado algo de comer. Encontró en una ollita una especie de sopa espesa y sin sabor. Le echó sal y se la comió. Y al día siguiente la sirvienta esta disgustadísima porque se le había desaparecido el engrudo que tenía preparado, y averiguando, se supo que esa había sido la cena de Don Bosco.

   Un día los discípulos del santo llamaron la atención del cocinero (pobre hombre que tenía que atender con pocos ayudantes a más de 500 comensales de Don Bosco, a cual más de pobres, y de excelente apetito) acerca de esta comida tan rústica que le preparaban para los días de largas confesiones y el rudo cocinero respondió: “Y qué, ¿es que Don Bosco es distinto de los demás? Él es un hombre como cualquier otro”. Los alumnos le contaron al gran educador esta respuesta y Don Bosco respondió sonriente: -Tiene razón mi amigo el cocinero. Yo no valgo más que ningún otro, y la comida para mí tiene que ser tan pobre como para todos los demás, porque en esta casa todos somos de familias muy pobres.  ¿Por qué me iban a tratar mejor?

   Don Bosco era el último en acostarse, “Antes de ir a acostarme –decía- después de haber pasado por todos los dormitorios, al mirar desde la pieza el cielo estrellado, y pensar en la majestad de Dios, y en la dicha que nos espera allá arriba y en el premio que tendremos por nuestras buenas obras, me emociono tanto que no me queda más remedio que… acercarme a mi cama y … Suaz! A roncar! Estas salidas de humor le acompañaron toda la vida).

   Su compostura era siempre admirable: siempre derecho, aunque estuviera arrodillado. Jamás se acostaba sobre el espaldar de la silla o de la banca. Sus manos, si no escribían estaban juntas, cruzando los dedos. Fue espiado, fue sorprendido muchas veces por inoportunos que entraban sin previo aviso, y siempre su compostura tenía el máximo de modestia. Jamás se apoyaba en el brazo de otro. (Ya ancianito, una señora quiso llevarlo de la mano y él, jocosamente exclamó: “Señora, un granadero del año 15 –año de su nacimiento- nunca anda de la mano”-)

   Las mortificaciones que recomendaba a sus alumnos son las que nadie nota, fortalecen la voluntad y traen premio de Dios. No las que dañan la salud y traen orgullo.
   Fue insultado muchas veces, y nunca demostró rencor o frialdad. Fue regañado muy injustamente por ciertos superiores, y nadie jamás le oyó una palabra de queja o de protesta. “Si quieres que Don Bosco te trate mejor que a todos los demás, trátalo mal,” decían los jóvenes. Tal era su espíritu de perdón y de olvido de las ofensas.

   En la confesión los insectos le proporcionaban molestias, pero no las manifestaba. En verano lo asaltaban  nubes de mosquitos, y mientras los demás los espantaban, él los dejaba comer tranquilos. Al llegar al comedor tenía sus manos hechas un brote completo, de tantas picaduras.

   Todos notaban su mortificación en el  hablar. Evitaba toda palabra hiriente y cualquier cosa que pudiera significar resentimiento. Recordaba el adagio antiguo: “Tenemos dos oídos y una sola lengua, para que gastemos el doble de tiempo en escuchar que el que empleamos en hablar”. Tenía un verdadero odio por la murmuración. Recordaba que la Sagrada Escritura pone la murmuración en la lista de pecados, inmediatamente después de asesinato, adulterio, borrachera y robo,  señal del gran asco que Dios tiene hacia el hablar mal de los demás.  A los murmuradores los hacía hábilmente cambiar de tema.

   Recibía cartas violentísimas y las respondía con tanta humildad y mansedumbre que el ofensor quedaba convencido de que quien  de tal manera le contestaba era en verdad un auténtico discípulo de Cristo.
   Frenaba en natural deseo de ver y saber cosas que no le pertenecían de oficio. Sus ojos, cuando viajaba, iban bajos. Jamás fue a funciones, a teatros o a conciertos.
   Las dos mortificaciones que más recomendaba eran: Trabajo y obediencia.
   La penitencia y la mortificación son necesarias para todos los que deseen evitar el pecado mortal.  Insistía: “preguntaos frecuentemente: Mi vida es ¿de mortificación o de satisfacción? Y según el grado  en que os sepáis mortificar, podéis medir el estado de santidad que habéis conseguido”.

   “¿Quieres ver efectos admirables en tu vida? Rézale cada noche las tres AveMarías a Nuestra Señora y repítele cada día varias veces esta jaculatoria: “María Auxiliadora, rogad por nosotros”.
   La novena que San Juan Bosco aconsejaba era esta: Rezar cada día 3 Padrenuestros, 3 Ave Marías,  3 Gloria y 3 Salves. Después de cada Gloria decir: “Sea alabado y reverenciado en todo momento el Santísimo y Divinísimo Sacramento”, y después de cada Salve decir: “María Auxiliadora, rogad por nosotros”.
  


   

viernes, 29 de enero de 2016

Prepárate a sufrir por nuestro Señor muchas y grandes aflicciones: SAN FRANCISCO DE SALES



“Prepárate, pues, a sufrir por nuestro Señor muchas y grandes aflicciones, y aun también el martirio; resuélvete a sacrificarle lo que más estimas, si quieres recibirlo, sea el padre, la madre, el hermano, el marido, la mujer, los hijos, tus mismos ojos y tu propia vida, porque a todos esto ha de estar preparado tu corazón; pero en tanto que la divina Providencia no te envía tan sensibles y grandes aflicciones, en tanto que no se exige de ti el sacrificio de tus ojos, sacrifícale al menos tus cabellos; quiero decir que sufras con paciencia aquellas ligeras injurias, leves incomodidades y pérdidas de poca consideración que ocurren cada día, pues aprovechando con amor y dilección estas ocasioncillas, conquistarás enteramente tu corazón y le harás del todo suyo.

   Los cotidianos, aunque ligeros, actos de caridad, el dolor de cabeza o de muelas, las extravagancias del marido o de la mujer, el quebrarse un brazo, aquel desprecio o gesto, el perderse los guantes, la sortija o el pañuelo, aquella incomodidad y recogerse temprano y madrugar para la oración o para ir a comulgar; aquella vergüenza que causa hacer en público ciertos actos de devoción; en suma, todas estas pequeñas molestias, sufridas y abrazadas con amor, son agradabilísimas a la divina Bondad, que por sólo un vaso de agua ha prometido a sus fieles el mar inagotable de una bienaventuranza cumplida. Y como estas ocasiones se encuentran a cada instante, si se aprovechan son excelente medio de atesorar muchas espirituales riquezas.

   Raras veces se ofrecen grandes ocasiones de servir a Dios; pero pequeñas continuamente; pues ten entendido que el que sea fiel en lo poco será constituido en lo mucho, como dice el Salvador. Por tanto, haz todas las cosas en el nombre de Dios, y todas las harás bien: ora comas, ora bebas, ora duermas, ora te diviertas, ora des vuelta al asador; como sepas aprovechar esto, adelantarás mucho a los ojos de Dios haciendo todo esto, porque así quiere Dios que lo hagas.

   No desees cruces, sino a proporción que hayas llevado bien las que se te han ofrecido, pues es abuso desear el martirio y no tener ánimo para sufrir una injuria. El enemigo procura, ordinariamente, que tengamos grandes deseos de objetos que están ausentes, y jamás se nos ofrecerán, para apartar con esto el espíritu de los objetos presentes, en los cuales, aunque pequeños, pudiéramos aprovechar mucho”.
                                                                                                                                                                    San Francisco de Sales
                                                                    Vida devota
                

jueves, 28 de enero de 2016

EL ECUMENISMO Y FRANCISCO (Bogotá, año 2016): R. P. Altamira


YO SOY EL CAMINO LA VERDAD Y LA VIDA, NADIE VIENE AL PADRE SI NO POR MI (San Juan 14,6)

Queridos hijos: Dado el último video tan grave de Francisco sobre sus intenciones para el “Año de la Misericordia” y las otras religiones, vamos a predicar sobre todo lo que envuelve el así llamado “Ecumenismo”, y lo relacionaremos con Francisco. 

Sobre el “Año de la Misericordia”, por supuesto que les diremos que se trata de una falsa misericordia, pues la verdadera misericordia se basa en la Verdad, y no puede estar reñida con ella, y por lo mismo tampoco reñida con la Doctrina Católica. Este video ha aparecido hace muy pocos días, con las intenciones de Francisco para este 2016 y las demás religiones. No sólo las palabras de Francisco son muy graves, sino que no duda en cerrar su video poniendo al Niño Dios (a Dios Nuestro Señor Jesucristo) junto a Buda, junto a un candelabro judío y junto a un tasbih o masbaha musulmán. Les volvemos a dar el link del video (ustedes deben ver este video): 
https://www.youtube.com/channel/UCnB5vfb9FMMNTnC6-kAT3fQ

 ¿Qué es el Ecumenismo? Hay muchas variantes de Ecumenismo, pero lo podemos definir así: “Es ese movimiento (con una teología falsa, herética y condenada) que, sosteniendo que todas las religiones son buenas y que todas llevan a la salvación y hacia Dios, quiere unir todas las distintas religiones de la tierra, para terminar formando la Religión Mundial a través de la mezcla de todas ellas”.

 ¿Y qué nos enseña la Verdad? La Verdad nos enseña: Que hay una sola religión verdadera, que es la que Dios Nuestro Señor Jesucristo fundó, es decir: El Catolicismo. Que las demás religiones (judaísmo, islam, budismo, protestantes o “cristianos” como dicen ahora: i.e. evangélicos, mormones, testigos de Jehová, anglicanos, luteranos, la Casa sobre la Roca, etc) son religiones falsas.

 Que, por lo mismo, no se puede mezclar el Catolicismo (la única religión verdadera), con las religiones falsas. Que lo correcto en estos temas, como siempre ha sido, y como siempre hemos hecho los católicos, es tratar de convertir a las personas que están en las falsas religiones hacia el Catolicismo, pero no andar mezclándolo: mezclar la Verdad con el error. 

 La pregunta que todo el mundo se hace: ¿Entonces, todos los que están en las falsas religiones se condenan al Infierno? No necesariamente. Pero si alguien que está en una falsa religión se llega a salvar, nunca será GRACIAS A su falsa religión, sino –en todo caso- A PESAR DE su falsa religión.

 ¿Y cuál es ese “A PESAR DE su falsa religión”? Será, a pesar de estar en una falsa religión, que esa persona no tenía culpabilidad o culpa de estar en dicho culto falso, y que cumplía con la Ley Natural que son los Diez Mandamientos, etc. El único medio de salvación es la Iglesia Católica y “fuera de la Iglesia no hay salvación” (como dice uno de nuestros dogmas católicos, éste definido por el Concilio IV de Letrán). Por ello, si alguien se salvara a pesar de estar en una falsa religión, con las condiciones dichas, etc, sería gracias a la Iglesia Católica, porque en esas condiciones, como algunos teólogos han enseñado, estaría en el “alma” de la Iglesia. Pero vale recordar para nosotros mismos, y esto es “para empezar”, que los católicos, si no cumplimos con Dios, si no mantenemos el estado de gracia, si morimos en pecado mortal, nos condenaremos para toda la eternidad en el Infierno.

 Pero volviendo al Ecumenismo como mezcla de las religiones para formar “La Religión de la Humanidad”, o “La Religión del Hombre”, o “La Religión del Anticristo”, o “La Religión del Gobierno Mundial”: No olvidemos que el Ecumenismo ha sido condenado en forma explícita durante 100 años seguidos por los Papas y el Magisterio Católico. Desde el Papa Pío IX (que comenzó a gobernar la Iglesia en 1846), hasta el Papa Pío XII (que murió en 1958). 

Veamos el nombre de algunos documentos: 
1) PAPA PÍO IX (gobernó la Iglesia por más de 30 años: desde 1846 hasta 1878). En el “Syllabus”, o “Catálogo sobre los errores modernos” (año 1867) condena el Ecumenismo o sus principios en: “Error condenado nº 16”, “Error condenado nº 17”, en el “Error condenado nº 18”, y en el “nº 21”. 

2) PAPA LEÓN XIII (gobernó la Iglesia desde 1878 hasta 1903): 
a) Condena a la reunión de todas las religiones, o “Congreso de Todas las Religiones”, realizada en Chicago en el año 1893. 
b) Condena a la reunión de todas las religiones, o “Congreso de las Religiones”, realizada en París en el año 1900 (se realizó con motivo de la Exposición Universal). 

3) PAPA SAN PÍO X (gobernó la Iglesia desde 1903 hasta 1914): a) Encíclica “Notre Charge Apostolique” (año 1910): Condena al movimiento francés de “Le Sillon” (El Surco) y, entre otras cosas, su intento de crear una “Religión de la Humanidad” con la mezcla de todas las religiones de la tierra.  Este Papa, y además santo, ordenó la redacción del Código de Derecho Canónico de la Iglesia Católica: En él se declara en HEREJÍA y se castiga con EXCOMUNIÓN a aquél que realice reuniones con otras religiones en el supuesto de la “COMMUNICATIO IN SACRIS”; ello se encuentra en el Canon 1258, Canon 2316, y Canon 2338. Juan Pablo II quitó estos cánones cuando en 1983 sancionó su nuevo código. Y el mismo Juan Pablo II ha hecho muchísimas reuniones ecuménicas (y dos “mega” reuniones ecuménicas “globales”), y, por lo mismo, él ha hecho “Communicatio in sacris”. 

4) PAPA PÍO XI (gobernó la Iglesia desde 1922 hasta 1939): Condenó los principios del Ecumenismo y las reuniones como ASÍS I (Juan Pablo II), ASÍS II (Juan Pablo II) y ASÍS III (Benedicto XVI), en la Encíclica “MORTALIUM ANIMOS” (año 1928). 

5) PAPA PÍO XII (gobernó la Iglesia desde 1939 hasta1958): En la Encíclica “HUMANI GÉNERIS” (año 1950), condena distintos errores modernos, y, entre ellos, el Ecumenismo.

Así las cosas, llega la nefasta Década de los 60’, y Juan XXIII convoca el Concilio Vaticano II. El anuncio de la realización del Concilio fue hecho por Juan XXIII en enero de 1959, pero la Primera Sesión fue en octubre del año 1962 y estuvo presidida por él. Juan XXIII murió el año siguiente, en junio de 1963, por lo que las tres sesiones restantes y su clausura (el 8 de diciembre de 1965) estuvieron a cargo de Paulo VI. Paulo VI es el que modificó en virtud de este Concilio todos los Sacramentos, ¡los siete!, y mandó crear la famosa “misa moderna” en reemplazo de la verdadera Misa Católica (la Misa que estamos rezando aquí). 

 El Ecumenismo había sido condenado hasta el último Papa anterior al Concilio Vaticano II: Nos referimos al Papa Pío XII y su condena en la encíclica “Humani Géneris”, como dijimos más arriba. Pero “de repente”, casi un par de años después de esta condena, con el Concilio Vaticano II, el Ecumenismo pasó ahora a ser una cosa buena, pasó a ser aplaudido y –digamos así- recomendado: Los principios ecuménicos se encuentran principalmente en dos documentos del Concilio: Unitatis Redintegratio (protestantismo o “cristianos” como dicen en Colombia), y Nostra Aetate (judaísmo, islam, etc). 

 Después de este Concilio, se han realizado, por sacerdotes y obispos, miles, ¡sí, “miles”! de Reuniones Ecuménicas para mezcla de las religiones, para rezar todos juntos, etc. Pero Juan Pablo II y Benedicto XVI son los dos que han hecho las mega-reuniones globales de todas las religiones del mundo: Reunión Ecuménica global de Asís I (en octubre de 1986), realizada por Juan Pablo II. Reunión Ecuménica global de Asís II (en enero de 2002), realizada por Juan Pablo II. Reunión Ecuménica global de Asís III (en octubre de 2011), realizada por Benedicto XVI. Y ahora tenemos a Francisco, que es igual que los anteriores, pero tiene algo o mucho más de descaro. Él ya ha hecho varias reuniones ecuménicas, relativamente pequeñas, una de las últimas fue en Nueva York con motivo de su viaje (hace pocos meses). Y suponemos que no tardará en hacer su mega-global reunión ecuménica. Sería ya Asís IV. 

 Vamos a su video: Francisco comienza este año de 2016 con un video y un mensaje ecuménico sobre sus intenciones para este “Año de la Misericordia” (de la falsa misericordia, como ya dijimos) y las demás religiones. Vayamos viendo qué es lo que dice Francisco en ese video (y refutando los errores):

1) Francisco: “La mayor parte de los habitantes del planeta se declaran creyentes”. Nuestra respuesta: Sí, es cierto. Pero sin duda que no da lo mismo creer en un falso dios (Buda, Alá, Jehová de los judíos, o el dios de los herejes modernistas -falsos católicos-), que creer en el único Dios verdadero, la Santísima Trinidad: Dios Padre, Dios Hijo (es decir, Jesucristo), Dios Espíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero. Y sólo la única religión verdadera, el Catolicismo, cree en Dios; porque sólo nuestra Santa Religión cree en el único y verdadero Dios que existe: la Trinidad Santa. Los otros y las otras religiones reniegan, y fuertemente a veces, de la Santísima Trinidad, y por ello no creen el Dios verdadero, sino en “inventos o invenciones de los hombres”, ellos se han inventado un dios falso. Pero no olvidemos que Francisco dice que él no cree en un Dios católico y que no existe un Dios católico; por lo tanto, se sigue como consecuencia que Francisco no cree en la Santísima Trinidad, y que no existe –en la lógica de Francisco- la Santísima Trinidad. 

2) Sigue Francisco: “Esto debería provocar un diálogo entre las religiones…”. Nuestra respuesta: Qué curioso, los católicos durante dos mil años hemos tratado, como corresponde, de convertir a las personas que están en las falsas religiones hacia el Catolicismo; ahora parece que esto ya no es necesario. Otra vez, no olvidemos que Francisco anteriormente ha dicho que “el proselitismo (nota: i.e. intentar convertir a otra persona hacia el Catolicismo) es una solemne tontería, no tiene sentido…”. Y los católicos, entonces, ahora no debemos “convertir” a las otras personas, sino sólo “dialogar”, para intentar unir todas las religiones y formar la Religión del Gobierno Mundial, la Religión del Anticristo. 

3) Sigue el video: “Confío en Buda (dice una dama). Creo en dios (dice un rabino judío). Creo en Jesucristo (dice el P. Guillermo Marcó, que fue el vocero de Bergoglio en Buenos Aires). Creo en dios: Alá (dice un musulmán)”. Nuestra respuesta: Imaginen el impacto que tienen estas imágenes y estas palabras, el tono en que son dichas, etc, en las gentes sencillas, en los católicos de buena fe: “Sí, nos tenemos que unir, todas las religiones son buenas, lo importante es la Humanidad, lo importante es el hombre, todos somos hombres”. Otro tema muy “curioso” es que el P. Guillermo Marcó dice “creo en Jesucristo”, pero no dice que Jesucristo sea Dios; allí entra lo que en otro sermón les explicábamos y se relaciona con Francisco: Ni Benedicto XVI, ni Francisco (no recuerdo ahora el caso de Juan Pablo II) han dicho jamás, clara, explícita y categóricamente, que Jesucristo es Dios. Es más, Francisco más de una vez ha insinuado que Jesucristo no es Dios; traigo a colación aquellas palabras de Francisco que ustedes ya conocen: “Y yo creo en Jesucristo. Jesucristo es mi maestro, mi pastor, pero Dios, el Padre, Abba, Él es el creador”. 
Para crear la Religión Mundial, necesariamente deben “borrar del mapa” la Verdad y la realidad de que Cristo es Dios, porque de lo contrario, como nadie les acepta esto, ellos no podrán crear la mencionada Religión Mundial. 

4) Sigue Francisco inmediatamente: “Muchos piensan distinto, sienten distinto, buscan a Dios o ENCUENTRAN a Dios de diversa manera…”. Nuestra respuesta: Aquí hay prácticamente una herejía de Francisco, pues dice o insinúa que se puede encontrar a Dios en una falsa religión. A Dios sólo se lo encuentra en la única religión verdadera, el Catolicismo. No me extiendo, porque aquí vale todo lo que expliqué al principio sobre el Ecumenismo, las falsas religiones, y las personas que están en las falsas religiones. 4 bis) Francisco: “en esta multitud, en este abanico de religiones, hay una sola certeza que tenemos para todo: Todos somos hijos de Dios”. Nuestra respuesta: Falso, hay falsedad en lo que dice Francisco. Todos los hombres somos “creatura” de Dios, todos somos “creados” por Dios”; pero estrictamente hablando sólo los que hemos recibido la gracia santificante en nuestras almas somos hijos de Dios; sólo los bautizados somos hijos Dios (recuerden que hay tres tipos de Bautismo); sólo a los que hemos “recibido” a Dios Nuestro Señor Jesucristo se nos da “el poder de llegar a ser hijos Dios… [a los] que creen en su nombre, los cuales… de Dios han nacido: quotquot autem receperunt Eum, dedit eis potestatem filios Dei fieri, his, qui credunt in nómine Eius; qui… ex Deo nati sunt”; estrictamente sólo quienes estamos en el Catolicismo somos hijos de Dios (por todas las cosas que venimos explicando más arriba). 

5) Luego, en el video, todas las personas de las distintas religiones dicen: “Creo en el amor”. Nuestra respuesta: ¿En qué amor creen? En un falso amor, porque el verdadero amor o la Caridad verdadera se basa y depende de la Verdad, y por lo tanto del Catolicismo. No puede haber verdadero amor o verdadera Caridad basada en enseñanzas falsas, basada en religiones falsas. Sólo el Catolicismo enseña y empuja a la verdadera Caridad y al verdadero amor. La primera Caridad es la Verdad. 

6) Sigue Francisco: “Confío en vos para difundir mi petición de este mes: Que el diálogo sincero entre hombres y mujeres de diversas religiones conlleve frutos de paz y justicia. Confío en tu oración”. Nuestra respuesta: Fuera de Dios Nuestro Señor Jesucristo y de la conversión de todas las gentes hacia Él y hacia su Catolicismo no puede haber verdadera paz, ni verdadera justicia, ni verdadera oración. ¿Qué oración es la de una religión falsa; hacia quién se dirige? Una religión falsa, ¿le reza al verdadero Dios, le reza a la Santísima Trinidad? Francisco quiere conformar o construir “La Ciudad del Hombre” como la describía San Agustín, es decir, con un amor opuesto (y contrario) al amor a Dios, como una ciudad opuesta a “La Ciudad de Dios”. San Agustín dice que aquélla es “La Ciudad del Diablo, La Ciudad de Satanás”. “Dos amores hicieron dos Ciudades…”. 6 bis) 

Y mientras Francisco dice estas palabras finales: Primero la señora budista ofrece a Buda; luego el rabino ofrece el candelabro judío; luego Guillermo Marcó ofrece el Niño Dios; luego el musulmán ofrece la tasbih. Y el video termina en una imagen que es todo un símbolo: Se unen en el centro de la imagen, tanto el Buda, como el Niño Dios (¡el único verdadero Dios, Dios Nuestro Señor Jesucristo!), como el candelabro judío y la tasbih musulmana. Todo el video está hecho “magistralmente”: sonidos, música, imágenes, rostros, tonos de voz, luces, resplandores, las “tomas” que hacen; y todo de la máxima calidad por supuesto. Nuestra respuesta: Imaginen nuevamente el impacto que causa un video así, y el daño gigantesco que en el católico común, de buena fe y sencillo, causa este “Catecismo en Imágenes” de la falsa Religión del Concilio Vaticano II. 

¿Qué dirán miles, millones de personas? “Sí, nos tenemos que unir, todas las religiones se tienen que unir, todas son buenas, todas dan lo mismo, lo importante es ser creyente, lo importante es que todos somos hombres, lo importante es que todos somos hijos de Dios, no más diferencias, hay que hacer como nos enseña Francisco; sí, hagamos de una vez la unión de todas las religiones”. En última instancia, es la realización, en los hechos, del Himno “Imagine” de John Lenon, que fue lo que le cantó la colombiana Shakira a Francisco, con motivo de la visita de Francisco a la ONU, y que fue lo que cantó la argentina Martina Stoessel (la presentadora “Violetta” de Disney Channel) en el partido de fútbol por la paz, organizado por Francisco, en Roma con Maradona y otros: Ya les hemos predicado sobre las aberraciones satánicas que dice ese Himno, busquen la letra y verán.

Me quedaron en el tintero muchísimos temas: Por ejemplo, las importantísimas enseñanzas de la encíclica “Mortalium Ánimos” de Pío XI contra del Ecumenismo; lo que dice el Código del Papa San Pío X contra el Ecumenismo, contra la “Communicatio in sacris”; las enseñanzas del Papa Pío IX contra el Ecumenismo; los textos del Apocalipsis sobre qué cosas hará el Falso Profeta; etc. El problema es que estas prédicas se hacen muy largas. Por lo cual éstas y otras cosas quedarán para el domingo de la semana que viene. Pero, por lo pronto, debemos entender que Francisco puede ser el Falso Profeta de las profecías. Francisco puede ser quien está abriendo la puerta para la llegada del Anticristo (o para que éste se haga público, pues tenemos la impresión de que el Anticristo ya está “nacido y crecido”).

  Francisco “seduce” a muchos; “seduce” al mundo entero en realidad; todo el mundo “ama” a Francisco. Pero no olvidemos que en el Apocalipsis se nos dice del Falso Profeta que él “seducirá” a muchos. Y menos aun olvidemos la advertencia de Nuestro Señor: “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis...” (San Mateo 7, 15-16).


miércoles, 27 de enero de 2016

Confesémonos inútiles para que seamos útiles: San Juan Crisóstomo



“Si quieres hacer algo excelente no te ensoberbezcas, y con esto ya lo has hecho todo. No eches pues a perder tus trabajos; no pierdas el mérito de tus sudores, no recorras infinitos estadios corriendo inútilmente y perdiendo tu trabajo. El Señor conoce muchísimo mejor que tú tus obras. Si das un vaso de agua fresca, ni aún eso desprecia.

   No hay más seguro depósito de las buenas obras que el olvido de las buenas obras. ¿Ignoras que si tú te alabas Dios no te alabará?
   Confesémonos inútiles para que seamos útiles. El olvido de nuestras buenas obras nos es indispensable.

   Cada día caemos en pecado y ni siquiera nos acordamos de eso. En cambio, si damos a un pobre una pequeña limosnita, lo publicamos por todos lados. Pero si sólo las conoce Aquél que debe conocerlas estarán en plena seguridad.

   En consecuencia no revuelvas en tu memoria con frecuencia tus buenas obras, no sea que alguien te las arrebate.

   Si quieres pues, que tus buenas obras sean grandes, no las juzgues grandes. Porque nada hay más grato a Dios que el contarse uno como el último de los pecadores. Porque quien es humilde y contrito, no se dejará llevar de la vanagloria, no se irritará contra su prójimo, ni lo envidiará.
   Es un hecho que, por más esfuerzo que pongamos, nunca levantaremos en alto una mano que está quebrada”.
                                                                                                                              San Juan Crisóstomo
  

    

martes, 26 de enero de 2016

LA MISA NUEVA: Arzobispo Marcel Lefebvre


¡Cuántos fieles, cuántos sacerdotes jóvenes, cuántos obispos, han perdido la fe desde la adopción de esas reformas! No se puede contrariar a la naturaleza y a la fe sin que ellas se tomen su venganza.






Señoras y señores:

Esta tarde hablaré de la misa evangélica de Lutero y de las semejanzas asombrosas del nuevo rito de la misa con las innovaciones rituales de Lutero.

¿Por qué estas consideraciones? Porque nos las inspira la idea de ecumenismo que presidió la Reforma litúrgica, según palabras del propio presidente de la Comisión; porque si se probare que esa filiación del nuevo rito existe de verdad, el problema teológico, es decir, el problema de la fe no puede dejarse de plantear de acuerdo con el conocido adagio de "Lex orandi, lex credendi".

Pues bien, los documentos históricos de la Reforma litúrgica de Lutero resultan muy instructivos para explicar la Reforma actual.

Para comprender con claridad cuáles fueron los objetivos de Lutero en esas reformas litúrgicas, debemos recordar brevemente la doctrina de la Iglesia referente al sacerdocio y el Santo Sacrificio de la Misa.

El Concilio de Trento en su XXII Sesión nos enseña que Nuestro Señor Jesucristo, para no poner fin con su muerte a su sacerdocio, instituyó en la última Cena un sacrificio visible destinado a aplicar la virtud salvadora de su Redención a los pecados que cometemos todos los días. Con ese fin estableció que sus apóstoles y sus sucesores fueran sacerdotes del nuevo testamento, instituyendo el sacramento del Orden, que imprime carácter sagrado e indeleble a esos sacerdotes de la Nueva Alianza.

Ese sacrificio visible se cumple sobre nuestros altares por una acción sacrificial por la cual Nuestro Señor, realmente presente bajo las especies del pan y del vino, se ofrece como Víctima a su Padre. Y al ingerir esa víctima comulgamos en la carne y la sangre de Nuestro Señor ofreciéndonos también en unión con Él.

Así pues, la Iglesia nos enseña que:

El sacerdocio de los ministros es esencialmente diferente del sacerdocio de los fieles, que no tienen sacerdocio pero que forman parte de una Iglesia que requiere absolutamente el celibato y una señal externa que lo distinga de los fieles, o sea, el hábito sacerdotal.

El acto esencial del culto realizado por el sacerdote es el Santo Sacrificio de la Misa, que difiere del sacrificio de la Cruz únicamente en que éste fue cruento y aquél es incruento. Se cumple por un acto sacrificial realizado por las palabras de la Consagración y no mediante un simple relato, memorial de la Pasión o de la Cena.

Por ese acto sublime y misterioso se aplican los beneficios de la Redención a cada alma y también a las ánimas del Purgatorio. Y eso se expresa admirablemente en el Ofertorio.

La presencia real de la víctima se hace, por tanto, necesaria y se opera por el cambio de la substancia del pan y del vino en la substancia del cuerpo y la sangre de Nuestro Señor. Por consiguiente, se debe adorar la Eucaristía y tener por ella un inmenso respeto: de ahí la tradición de reservar a los sacerdotes el encargarse de la Eucaristía.

La Misa del sacerdote solo en la cual él es el único que comulga es, pues, un acto público, un sacrificio del mismo valor que todo sacrificio de la Misa y soberanamente útil al sacerdote y a todas las almas. Por eso, la Misa privada es algo recomendado y deseado por la Iglesia.

Éstos son los principios que dan origen a las oraciones, a los cantos y a los ritos que han hecho de la Misa Latina una verdadera joya cuya piedra preciosa es el Canon. No puede leerse sin emoción lo que acerca de eso dijo el Concilio de Trento: "Como conviene tratar santamente las cosas santas y como ese Sacrificio es la más santa de todas, para que fuese ofrecido y recibido dignamente la Iglesia Católica instituyó muchos siglos atrás el santo Canon, de tanta pureza y tan libre de error que nada hay en él que no exhale santidad y piedad exterior y que no eleve hacia Dios a los espíritus de quienes se ofrecen. En efecto, se compone de las palabras mismas del Señor, de las tradiciones de los Apóstoles y de las piadosas instrucciones de los Santos Pontífices" (Sesión XXII, cap. 4).

Veamos ahora cómo Lutero realizó su Reforma, es decir, su misa evangélica, como él mismo la llama, y con qué espíritu. Para eso recurriremos a una obra de León Cristiani que data de 1910 y que, por tanto, está libre de que se sospeche alguna influencia de las reformas actuales. Esa obra se titula Del Luteranismo al Protestantismo. Nos interesa por las citas que trae de Lutero o de sus discípulos sobre el tema de la Reforma litúrgica.

Ese estudio es muy instructivo, ya que Lutero no vacila en manifestar el espíritu liberal que lo anima. "Ante todo —escribe—suplico amigablemente (...) a todos los que quieran examinar o seguir la presente ordenanza del servicio divino, no ver en ella una ley obligatoria que por ello esclavice a ninguna conciencia. Que cada uno la adopte cuando, donde y como le plazca. Así lo quiere la libertad cristiana" (p. 314).

"El culto se dirigía a Dios como homenaje; de ahora en adelante se dirigirá al hombre para consolarlo e iluminarlo. El sacrificio ocupaba el primer lugar; ahora lo suplantará el sermón" (p. 312).

¿Qué piensa Lutero del sacerdocio? En su obra sobre la misa privada busca demostrar que el sacerdocio católico es una invención del demonio. Para ello invoca un principio, en lo sucesivo fundamental: "Lo que no está en la Escritura es un agregado de Satanás. Ahora bien, la Escritura no conoce el sacerdocio visible. No conoce más que un sacerdote, un Pontífice, el único: Cristo. Con Cristo todos somos sacerdotes. El sacerdocio es a la vez único y universal. ¡Qué locura querer acapararlo para unos pocos! ... Toda distinción jerárquica entre los cristianos es digna del Anticristo. Por lo tanto, malditos sean los pretendidos sacerdotes" (p. 269).

En 1520 escribe su Manifiesto a la nobleza cristiana de Alemania en el cual ataca a los "Romanistas" y pide un Concilio libre.

"La primera muralla alzada por los Romanistas" es la distinción entre clérigos y laicos. "Se ha descubierto —dice— que el papa, los obispos, los sacerdotes y los monjes componen el estado eclesiástico, en tanto que los príncipes, los señores, los artesanos y los campesinos forman el estado secular. Eso es una pura invención y una mentira. En verdad, todos los cristianos son el estado eclesiástico, entre ellos no hay más diferencia que la de la función... Si el papa o un obispo da la unción, hace tonsuras, ordena, consagra, se viste de distinta forma que los laicos, puede hacer que tramposos o ídolos sean ungidos, pero no puede hacer un cristiano ni un eclesiástico... todo lo que sale del bautismo puede jactarse de ser consagrado sacerdote, obispo y papa, aunque no convenga a todos ejercer esa función" (pp. 148-149).

De esa doctrina Lutero saca consecuencias contra el hábito eclesiástico y contra el celibato. Él mismo y sus discípulos dan el ejemplo: abandonan el celibato y se casan.

¡Cuántos hechos derivados de las Reformas del Vaticano II se asemejan a las conclusiones de Lutero!: el abandono del hábito religioso y eclesiástico, los numerosos matrimonios aprobados por la Santa Sede, o sea la ausencia de todo carácter distintivo entre el sacerdote y el laico. Ese igualitarismo se manifestará en la atribución de funciones litúrgicas hasta ahora reservadas a los sacerdotes.

La supresión de las órdenes menores y del subdiaconado, el matrimonio de los diáconos, contribuyen al concepto puramente administrativo del sacerdote y a la negación del carácter sacerdotal: la ordenación se orienta hacia el servicio de la comunidad y ya no hacia el sacrificio, que es lo único que justifica la concepción católica del sacerdocio.

Los sacerdotes obreros, sindicalistas, o que buscan un empleo remunerado por el Estado, contribuyen también a hacer desaparecer toda distinción. Van más lejos que Lutero.

El segundo error doctrinal grave de Lutero será consecuencia del primero y estará fundado también en su primer principio: la fe o la confianza es lo que salva, y no las obras, así como niega el acto sacrificial que es esencialmente la Misa católica.

Para Lutero la misa puede ser un sacrificio de alabanza, es decir, un acto de alabanza, de acción de gracias, pero para nada un sacrificio expiatorio en el que se renueva y se aplica el sacrificio de la Cruz.

Al hablar de las perversiones del culto en los conventos, decía: "El elemento principal de su culto, la misa, sobrepasa toda impiedad y toda abominación, hacen de eso un sacrificio y una obra buena. Aunque no hubiese otro motivo para dejar el hábito, para salir del convento, para romper los votos, ése solo bastaría ampliamente" (p. 258).

La misa es una "sinaxis", una comunión. La Eucaristía ha estado sometida a una triple y lamentable cautividad: se ha retaceado a los laicos el uso del Cáliz, se ha impuesto como dogma la opinión inventada por los tomistas de la transubstanciación, se ha hecho de la misa un sacrificio.

Lutero toca aquí un punto capital. Pero no vacila. "Por lo tanto, es un error evidente e impío —escribe— ofrecer o aplicar la misa por pecados, por satisfacciones, por los difuntos... La misa es ofrecida por Dios al hombre, y no por el hombre a Dios...".

En cuanto a la Eucaristía, como ante todo debe excitar la fe, debería ser celebrada en lengua vulgar, para que todos pudiesen comprender bien la grandeza de la promesa que se les recuerda (p. 176).

Lutero decidirá, como consecuencia de esa herejía, la supresión del ofertorio, que expresa claramente el fin propiciatorio y expiatorio del sacrificio; suprimirá la mayor parte del Canon, conservará los textos esenciales pero como relato de la Cena. Con el fin de estar más cerca de lo que se realiza en la Cena, agregará en la consagración del pan "quod pro vobis tradetur", suprimirá las palabras "mysterium fidei" y las palabras "pro multis". Considerará como palabras esenciales del relato las que preceden a la consagración del pan y del vino y las frases que siguen.

Lutero estima que la misa es, en primer lugar, la liturgia de la Palabra, y en segundo lugar una comunión. No se puede menos que quedar estupefacto al comprobar que la nueva Reforma ha aplicado las mismas modificaciones y que, en verdad, los textos modernos puestos en manos de los fieles ya no hablan de sacrificio sino de la "liturgia de la Palabra", del relato de la Cena y del reparto del pan o de la Eucaristía.

El artículo VII de la Instrucción que introducía el nuevo rito era significativo de una mentalidad ya protestante. La corrección que luego se agregó no satisface en absoluto.

La supresión de la piedra del altar, la introducción de la mesa revestida de un solo mantel, el sacerdote vuelto hacia el pueblo, la hostia colocada siempre sobre la patena y no sobre el corporal, la autorización del pan común, de vasos hechos de cualquier metal, incluso los menos nobles, y muchos otos detalles contribuyen a inculcar en los asistentes las nociones protestantes opuestas esencial y gravemente a la doctrina católica.

Nada más necesario para la supervivencia de la Iglesia Católica que el Santo Sacrificio de la Misa; echar sombras sobre él equivale a sacudir los cimientos de la Iglesia. Toda la vida cristiana, religiosa, sacerdotal, se funda sobre la Cruz, sobre el Santo Sacrificio de la Cruz renovado sobre el altar.

Lutero concluye con la negación de la transubstanciación y de la presencia real, tal como fue enseñada por la Iglesia Católica. Para él, el pan sigue siendo pan. En consecuencia, como lo dice su discípulo Melanchton, que se alza con fuerza contra la adoración del Santísimo Sacramento: "Cristo instituyó la Eucaristía como un recuerdo de su Pasión. Es una idolatría adorarlo" (p. 262).

De ahí la comunión en la mano y bajo las dos especies: efectivamente, al negar la presencia del cuerpo y la sangre de Nuestro Señor bajo cada una de las dos especies, es normal que la Eucaristía sea considerada como incompetente bajo una sola especie.

Ahí se puede medir la extraña similitud de la Reforma actual con la de Lutero. Todas las nuevas autorizaciones referentes al uso de la Eucaristía van en sentido de menos respeto, del olvido de la adoración: comunión en la mano y su distribución por laicos, incluso por mujeres; reducción de las genuflexiones, lo cual ha llevado a que numerosos sacerdotes las omitan; uso de pan común y de vasos comunes, todas reformas que contribuyen a la negación de la presencia real tal como se enseña en la Iglesia Católica.

No se puede menos que sacar como conclusión que, por estar los principios íntimamente unidos con la práctica según el adagio "lex orandi, lex credendi", el hecho de imitar en la liturgia de la Misa la Reforma de Lutero lleva infaliblemente a adoptar poco a poco las propias ideas de Lutero. La experiencia de los últimos seis años, a partir de la publicación del nuevo Ordo, lo prueba con creces. Las consecuencias de ese modo de proceder, presuntamente ecuménico, son catastróficas, primeramente en el terreno de la fe, y sobre todo en la corrupción del sacerdocio y la escasez de vocaciones, en la unidad de los católicos, desunidos en todas partes por causa de esa cuestión que los toca tan de cerca, y en las relaciones con los protestantes y los ortodoxos.

La concepción protestante sobre ese tema vital y esencial de la Iglesia —Sacerdocio-Sacrificio-Eucaristía— es totalmente opuesta a la de la Iglesia Católica. No por nada se celebró el Concilio de Trento y se produjeron todos los documentos del Magisterio vinculados con él desde hace cuatro siglos.

Resulta imposible, desde el punto de vista psicológico, pastoral, y teológico, que los católicos abandonen una liturgia que constituye verdaderamente la expresión y el sostén de su fe para adoptar nuevos ritos que fueron concebidos por herejes, sin someter con ello su fe a un enorme peligro. No se puede imitar constantemente a los protestantes sin convertirse en uno de ellos.

¡Cuántos fieles, cuántos sacerdotes jóvenes, cuántos obispos, han perdido la fe desde la adopción de esas reformas! No se puede contrariar a la naturaleza y a la fe sin que ellas se tomen su venganza.

Os resultará de provecho leer el relato de las primeras misas evangélicas y sus consecuencias para convencernos de ese extraño parentesco entre las dos Reformas.

"En la noche del 24 al 25 de diciembre de 1521, la muchedumbre invadió la Iglesia parroquial... La «misa evangélica» iba a comenzar. Karlstadt sube a la cátedra, predica sobre la Eucaristía, presenta la comunión bajo las dos especies como obligación y la confesión previa como inútil. Basta solamente con la fe. Karlstadt se presenta en el altar con traje seglar, recita el Confiteor, empieza la misa como siempre hasta el evangelio. El ofertorio, la elevación, en una palabra, todo lo que recuerda la idea de sacrificio, se suprime. Después de la consagración viene la comunión. Entre los asistentes muchos no se han confesado, muchos han comido y bebido y hasta tomado aguardiente, pero se acercan igual que los otros. Karlstadt distribuye las hostias y presenta el cáliz. Los comulgantes toman con la mano el pan consagrado y beben a su gusto. Una de las hostias se escapa y cae sobre la ropa de un asistente, un sacerdote la levanta. Otra hostia cae al suelo. Karlstadt dice a los laicos que la levanten y, como se niegan a ello por respeto o por superstición, se contenta con decir: que se quede donde está, siempre que no le pasen por encima".

El mismo día un sacerdote de los alrededores daba la comunión bajo las dos especies a unas cincuenta personas, de las cuales solamente cinco se habían confesado. El resto había recibido la absolución en masa y como penitencia se les había recomendado simplemente no recaer en el pecado.

Al día siguiente Karlstadt celebraba sus esponsales con Anna de Mochau. Muchos sacerdotes imitaron su ejemplo y se casaron.

Durante ese tiempo, Zwilling, escapado de su convento, predicaba en Eilemburgo. Se había quitado el hábito de monje y usaba barba. Con traje de seglar, tronaba contra la misa privada. En Año Nuevo distribuyó la comunión bajo las dos especies. Las hostias se distribuyeron de mano en mano. Muchos se las guardaron en el bolsillo y se las llevaron. Una mujer, al consumir la hostia, dejó caer unos trozos al suelo. Nadie hizo caso. Los fieles tomaron ellos mismos el cáliz y apuraron grandes tragos.

El 29 de febrero de 1522 Zwilling se casó con Catherine Falki. Hubo entonces una verdadera epidemia de casamientos de sacerdotes y de monjes. Los monasterios comenzaron a vaciarse. Los monjes que quedaban en los conventos arrasaron los altares con excepción de uno solo, quemaron las imágenes de los santos, y hasta el óleo de los enfermos.

Entre los sacerdotes reinaba la mayor anarquía. Cada uno decía la misa a su gusto. El consejo, desbordado, resolvió fijar una liturgia nueva destinada a poner orden, aprobando las reformas.

Por ese medio se reguló la manera de decir misa. El introito, el Gloria, la epístola, el evangelio y el Sanctus se conservaban, seguidos por una predicación. El ofertorio y el canon se suprimieron. El sacerdote recitaría simplemente la institución de la Cena, se dirían en alta voz y en alemán las palabras de la Consagración, y se daría la comunión bajo las dos especies. El canto del Agnus Dei de la comunión y del Benedicamus Dominus terminaba el servicio (pp. 281-285).

Lutero se preocupa por crear nuevos cánticos. Busca poetas y los encuentra, no sin dificultades. Las fiestas de los santos desaparecen. Lutero dispone las transiciones. Conserva el mayor número posible de ceremonias antiguas, limitándose a cambiar su sentido. La misa conserva gran parte de su aparato exterior. El pueblo vuelve a encontrar en las iglesias la misma decoración, los mismos ritos, con retoques hechos para agradarle, porque ahora se le tienen muchas más contemplaciones que antes. Tiene conciencia de que se lo toma más en cuenta en el culto. Toma parte más activa por el canto y la oración en alta voz. Poco a poco el latín da paso definitivamente al alemán.

La consagración será cantada en alemán y se concibe en estos términos: "Nuestro Señor, la noche en que fue traicionado, tomó pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: Tomad y comed, éste es mi cuerpo que fue entregado por vosotros. Haced esto, todas las veces que lo hagáis, en memoria mía. De la misma manera tomó el cáliz después de la cena y dijo: Tomad y bebed todos, éste es el cáliz, un nuevo testamento, en mi sangre que fue vertida por vosotros y por la remisión de los pecados. Haced esto, todas las veces que lo hagáis, en memoria mía" (p. 317).

De esa manera se ve el agregado de las palabras "quod pro vobis tradctur" (que fue entregado por vosotros) y la supresión de "mysterium fidei" y de "pro multis" en la consagración del vino.

Estos relatos acerca de la misa evangélica, ¿no expresan los sentimientos que tenemos en cuanto a la liturgia reformada a partir del Concilio?

Todos esos cambios del nuevo rito son verdaderamente peligrosos porque poco a poco, sobre todo los sacerdotes jóvenes, que ya no tienen idea del Sacrificio, de la presencia real, de la transubstanciación y para los cuales todo eso ya no significa nada, repito, los sacerdotes jóvenes pierden la intención de hacer lo que hace la Iglesia, y ya no dicen misas válidas.

Ciertamente, los sacerdotes de edad, cuando celebran según el nuevo rito, tienen todavía la fe de siempre. Han dicho Misa durante tantos años que conservan sus mismas intenciones y se puede creer que sus misas son válidas. Pero en la medida en que esas intenciones se alejan, desaparecen; en tal medida, sus misas ya no serán válidas.

Han querido aproximarse a los protestantes, pero son los católicos los que se han vuelto protestantes, y no los protestantes los que se han vuelto católicos. Eso es evidente.

Cuando cinco cardenales y quince obispos asistieron al "Concilio de jóvenes" en Taizé, ¿cómo pueden esos jóvenes saber qué es el catolicismo y qué es el protestantismo? Algunos tomaron la Comunión entre los protestantes, y otros entre los católicos.

Cuando el cardenal Willebrands fue al Consejo Ecuménico de Iglesias, en Ginebra, declaró:"Debemos rehabilitar a Lutero". ¡Y lo dijo como enviado de la Santa Sede!

Veamos la Confesión. ¿En qué se ha convertido el Sacramento de la Penitencia con esa absolución colectiva? Esa manera de decir a los fieles: "Os hemos dado la absolución colectiva, podéis comulgar, y cuando tengáis ocasión, si tenéis pecados graves, iréis a confesaros en los próximos seis meses, o dentro de un año...", ¿quién puede decir que esa manera de obrar sea pastoral? ¿Qué idea podremos forjarnos del pecado mortal?

El sacramento de la Confirmación también se encuentra en análoga situación. Ahora hay una fórmula corriente: "Te signo con la Cruz y recibe el Espíritu Santo". Deben aclarar cuál es la gracia especial del Sacramento por el cual se da el Espíritu Santo. Si no se dice: "Ego te confirmo in nomine Patris...", ¡no hay Sacramento! También lo dije a los cardenales porque me afirmaron: "¡Dais la Confirmación en donde no tenéis derecho a hacerlo!". Lo hago porque los fieles tienen miedo de que sus hijos ya no tengan la gracia de la Confirmación, porque tienen dudas sobre la validez del Sacramento que se da ahora en las iglesias. Para tener al menos la seguridad de recibir verdaderamente la gracia, me piden dar la Confirmación. Lo hago porque me parece que no puedo rehusarme a los que me piden la Confirmación válida, aun cuando no sea lícita. Porque estamos en una época en la que el derecho divino natural y sobrenatural se impone al derecho positivo eclesiástico cuando éste se le opone en lugar de ser su canalización.

Nos encontramos en una crisis extraordinaria. No podemos seguir esas reformas. ¿Dónde están los buenos frutos que han dado? ¡Eso es lo que me pregunto, en verdad! La reforma litúrgica, la reforma de los seminarios, la reforma de las congregaciones religiosas... ¡Todos esos capítulos generales! ¿Dónde han puesto ahora a esas pobres congregaciones? Todo desaparece... ¡Ya no hay novicios, ya no hay vocaciones! .

El Cardenal-Arzobispo de Cincinatti lo reconoció asimismo en el Sínodo de Obispos en Roma: "En nuestros países —representaba a todos los países de habla inglesa—ya no hay vocaciones porque ya no se sabe qué es el sacerdote". Por lo tanto, debemos permanecer en la Tradición. Sólo la Tradición nos da verdaderamente la gracia, nos da verdaderamente la continuidad en la Iglesia. Si abandonamos la Tradición, contribuiremos a la demolición de la Iglesia.

También le dije a los cardenales: "¿No veis en el Concilio que el esquema sobre la libertad religiosa es un esquema contradictorio? En su primera parte se dice: "Nada ha cambiado en la Tradición" y en el contenido de ese esquema todo es contrario a la Tradición. Es contrario a lo que dijeron Gregorio XVI, Pío IX y León XIII".

"Entonces, ¡hay que elegir! O estamos de acuerdo con la libertad religiosa del Concilio y en ese caso nos oponemos a lo que dijeron esos Papas; o estamos de acuerdo con esos Papas y en ese caso no estamos de acuerdo con lo que se dice en el esquema de la libertad religiosa. Es imposible estar de acuerdo con las dos cosas. Y agregué: Opto por la Tradición, estoy por la Tradición y no por esas novedades, que son el liberalismo.

Nada menos que ese liberalismo que fue condenado por todos los Pontífices durante un siglo y medio. Ese liberalismo ha entrado en la Iglesia a través del Concilio: la libertad, la igualdad y la fraternidad".

La libertad: la libertad religiosa; la fraternidad: el ecumenismo; la igualdad: la colegialidad. Y ésos son los tres principios del liberalismo, que provino de los filósofos del siglo del siglo XVI y desembocó en la Revolución francesa.

Ésas son las ideas que han entrado en el Concilio por medio de palabras equívocas. Y ahora vamos a la ruina, la ruina de la Iglesia, porque esas ideas son absolutamente contra natura y contra la fe. No hay igualdad entre nosotros, no hay verdadera igualdad. Ya lo dijo muy bien y con toda claridad el Papa León XIII en su encíclica sobre la libertad.

Después, la fraternidad. Si no hay un padre, ¿adónde iremos a buscar la fraternidad? Si no hay Padre, si no hay Dios, ¿cómo vamos a ser hermanos? ¿Cómo podemos ser hermanos sin un padre común? ¡Imposible! ¿Tenemos que abrazar a todos los enemigos de la Iglesia, a los comunistas, a los budistas, a todos los que están contra la Iglesia?, ¿a los masones?

Y ese decreto fechado hace una semana que dice que ahora ya no hay excomunión para un católico que entra en la masonería. ¿La masonería que destruyó a Portugal?, ¿que estuvo en Chile con Allende, y ahora en Vietnam del Sur? Hay que destruir a los Estados católicos: Austria durante la Primera Guerra mundial, Hungría, Polonia... ¡Los masones quieren la destrucción de los países católicos! ¿Qué pasará dentro de un año en España, en Italia, etcétera? ¿Por qué la Iglesia abre los brazos a toda esa gente que son enemigos de la Iglesia?

¡Ah, cuánto debemos rezar, rezar! Presenciamos un ataque del demonio contra la Iglesia como jamás se vio. Debemos rezar a Nuestra Señora la Santísima Virgen María; para que venga en nuestra ayuda, porque verdaderamente no sabemos qué ocurrirá mañana. ¡Es imposible que Dios tolere todas esas blasfemias, esos sacrilegios, que se hacen a Su gloria, a Su majestad! Pensemos en las leyes del aborto, que vemos en tantos países, en el divorcio en Italia, toda esa ruina de la ley moral, esa ruina de la verdad. ¡Resulta difícil creer que todo eso pueda ocurrir sin que un día Dios hable y castigue al mundo con penas terribles!

Por eso debemos pedir a Dios misericordia para nosotros y para nuestros hermanos; perodebemos luchar, combatir. Combatir para mantener la Tradición y no tener miedo. Mantener, por sobre todo, el rito de nuestra Santa Misa, porque es el fundamento de la Iglesia y de la civilización cristiana. Si ya no hubiera una verdadera Misa en la Iglesia, la Iglesia desaparecería.

Debemos, pues, conservar ese rito, ese Sacrificio. Todas nuestras iglesias se construyeron para esa Misa, no para otra: para el Sacrificio de la Misa, no para una Cena, para una Comida, para un Memorial, para una Comunión. ¡No! ¡Fue para el Sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo que continúa sobre nuestros altares! ¡Por eso nuestros antepasados construyeron esas iglesias hermosas, no para una Cena ni para un memorial, no!

Confío en vuestras oraciones para mis seminaristas, para hacer de ellos verdaderos sacerdotes, que posean la fe y que así puedan dar los verdaderos sacramentos y el verdadero Santo Sacrificio de la Misa. Muchas gracias.

(Conferencia pronunciada en Florencia el 15 de febrero de 1975).


LA MISA NUEVA
Mons. Marcel Lefebvre