lunes, 9 de noviembre de 2015

NUESTRA MADRE LA SANTÍSIMA VIRGEN ES BELLÍSIMA



… Et luci comparata invenitur purior.
…Y comparada con la luz, es mucho más pura que ella.

 Queridos amigos: Quiera Dios que quienes colocaron la horrible imagen  de la Santísima Virgen María en España la retiren, le hagan un millón de retoques, la pinten blanca y resplandeciente, dibujen sus hermosos ojos y la vuelvan preciosa para que chicos y grandes, creyentes y no creyentes se sientan atraídos por esa belleza sin igual que nos invita a imaginar la gran hermosura de la Madre de Dios a quien esperamos con su ayuda ver un día cara a cara… ¡nunca es tarde! Es de sabios corregir. Y Dios que todo lo ve se pondrá muy  contento. ¿No decía Santa Teresita del Niño Jesús que su contento era hacer sonreír a Dios?

   Nadie ha podido elegir madre, todos hemos tenido la que Dios nos dio. Sin embargo, todos coincidirán que no hay hijo que vea fea a su madre.

   Será el amor que Dios imprime en el alma del hijo, pero todo hijo siempre verá a su madre hermosa. Pasarán los años, y la blancura de su pelo y las huellas del tiempo en su rostro no harán que el hijo cambie de opinión.

¿Qué podremos entonces decir de la belleza sin igual de nuestra Madre Santísima y Madre de Dios?
 Nuestro Señor Jesucristo sí se eligió y formó a su Madre como quiso. La formó bellísima, pura y santísima. “Pudo y quiso”, decía el pueblo cristiano hace muchos siglos.

   En todos sus misterios y advocaciones es María la misma, la Reina de la belleza y de la hermosura.
San Ambrosio escribe en el año 377 a su hermana, religiosa en Roma, lo que se ha llamado el Retrato de la Virgen.  “… ¿Quién más noble que la Madre de Dios? ¿Quién más casta que la Madre que ha traído a su Hijo al mundo permaneciendo Virgen? Ella era Virgen pura no sólo en el cuerpo sino también en el espíritu… su actitud exterior era la imagen de la santidad de su alma. “El rostro descubre lo que se lleva en el alma”. El rostro de la Virgen era el retrato de su alma santísima.

   El 27 de noviembre de 1830 la Virgen Santísima se apareció a Santa Catalina Labouret, humilde religiosa vicentina. La Virgen estaba hermosísima y venía vestida de blanco. Junto a Ella había un globo luciente sobre el cual estaba la Cruz. Nuestra Señora abrió sus manos y de sus dedos fulgentes salieron rayos luminosos.

   El 19 de septiembre de 1846 se apareció la Santísima Virgen en  la montaña de la Salette, relata Melania:   “… ví una bella luz, más brillante que el sol, y en esta luz una bellísima Señora. La bella Señora me cautivaba… La Santísima Virgen era muy bella y toda hecha de amor. En su atavío, como en su persona, todo respiraba la majestad, el esplendor la magnificencia de una Reina incomparable. Era bella, blanca, inmaculada, cristalina, resplandeciente, celestial, fresca, nueva como una virgen; parecía que la palabra amor se escapaba de sus labios, plateados y purísimos. Me parecía como una buena Madre, llena de bondad, de amabilidad, de amor para nosotros, de compasión, de misericordia.  La corona de rosas que tenía sobre la cabeza era tan bella, tan brillante que no nos podemos hacer una idea… Los ojos de la Santísima Virgen, nuestra tierna Madre, no pueden describirse con lenguaje humano. Parecían mil y mil veces más  bellos que los diamantes y las piedras preciosas. Brillaban como dos soles, eran dulces, la dulzura misma. Claros como un espejo…

   El 11 de febrero de 1858 una niña muy pobre, muy humilde y muy devota de la Santísima Virgen vio  una luz sobre la roca, como un relámpago y vio una señora hermosísima, muy joven, vestida de blanco. Era Bernardita quien vio a Nuestra Señora de Lourdes. La Inmaculada Concepción.

    Recordemos el detalle tan hermoso que sucedió cuando Tomasso Lorenzone, pintor turinés, (1823-1902) estaba pintando el cuadro de María Auxiliadora que le había encargado San Juan Bosco. El pintor confesó que al llegar al rostro de María le parecía que una mano misteriosa guiaba sus pinceladas.

   El 13 de mayo de 1917, tres niños pobres, Jacinta Francisco y Lucía estando rezando vieron que sobre el árbol cercano aparecía una Señora muy bella, vestida de blanco.



   Se cuenta que un día un pequeño niño que vivía en París entró a la iglesia. El chico parecía desorientado, miraba a todas partes. El sacerdote se dirigió hacia él. Tenía su gorra en la mano y una mirada triste. ¿Vas a la escuela? ¿Has oído hablar del buen Dios? Silencio. Gesto vago e indiferente.  ¿Y de la Santísima Virgen? El pequeño alzó la frente y su rostro se animó.  ¡Sí! He oído decir que los niños del catecismo tienen una madre, la Santísima Virgen, y por eso he venido. Gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas y añadía: ¡Cuánta necesidad tengo de una madre!

   Ven, le dije, te llevo a donde tu Madre. En cuanto descubrió el pequeño la santa imagen exclamó juntando las manos: “¡Oh, ahí está! ¡Qué hermosa! ¿Cree usted que se dignará aceptarme como hijo suyo? Mire usted, tiene otro entre sus brazos, y quién sabe si no necesita de mí; yo en cambio, ¡no lo sabe usted bien!, tengo gran necesidad de una madre… sobre todo desde que estoy enfermo. 

Tocó el costado izquierdo, diciendo: Me duele aquí, aunque poquito; sólo que no puedo jugar o correr como los demás, y por eso prohíbe el médico que se me mande a la escuela.  Soy desgraciado, solito, en casa. Papá me quiere mucho, pero siempre está fuera. Me han dicho que los niños que viven aquí,  encuentran  una madre buenísima y todopoderosa. Por eso he venido aquí.

   ¿Cree usted que la Santísima Virgen me aceptará? No hay duda, pero hay que imitar a los niños que vienen aquí, y aprender el catecismo. ¡Lo he de aprender!

   Lo aprendió. Pero la enfermedad seguía avanzando. Poco tiempo después de su Primera Comunión, murió como un santo y se fue al cielo a reunirse con su madre.  (1911).

   ¡Qué maravillas obró en el corazón de este pequeño una hermosa imagen de Nuestra Madre Santísima!
   Y para aquellos que aún no creen que sea importante que una imagen de María sea lo más hermosa posible lean el siguiente milagro, que pueden consultar en la vida de San Jacinto el día 16 de Agosto.

   Habiendo fundado San Jacinto en Kiova un hermosísimo convento y una magnífica Iglesia, sitiaron los tártaros la ciudad. La tomaron por asalto, y todo lo entraron a sangre y fuego. Acababa San Jacinto de decir Misa, cuando tuvo esta triste noticia. Tomó el Santísimo Sacramento en las manos, y mandó a todos los religiosos que le siguiesen. Pasaba por delante de una estatua de la Santísima Virgen, delante de la cual solía hacer oración,  y oyó una milagrosa voz que le dijo: “¿Pues qué, hijo mío Jacinto, aquí me dejas a merced de los bárbaros? Deshaciéndose en lágrimas el Santo, respondió: Señora y Madre mía, ¿cómo podré yo llevar una imagen de tanto peso? La imagen respondió: Haz la prueba, y verás que no es superior a tus fuerzas. Tomó entonces el Santo la corpulenta imagen, la que se hizo tan ligera, que la llevó en una sola mano; y, saliendo por la puerta de que todavía no se habían apoderado los Tártaros, tomó el camino de Cracovia…

   Una imagen es… algo más que sólo una imagen.

Johan of Arc. Oblata OSB