lunes, 16 de marzo de 2015

MEDITACIONES: Sábado cuarto de Cuaresma


Meditación
Por el P. Alonso de Andrade
De la mujer adúltera

   Trajeron a Cristo los escribas una mujer adúltera para que la juzgase, inclinóse y escribió en la tierra, y levantándose dijo: el que se hallare sin pecado la apedree; fueron unos tras otros y quedó la mujer sola, a quien dijo Cristo: ya se han ido los que te acusaban; vete tú también y no peques más.

   Punto I.- Pon los ojos en esta mujer condenada por adúltera a ser apedreada de todo el pueblo, el cual se había convocado con los escribas y fariseos para ejecutar la sentencia. Considera la aflicción de su corazón, hallándose tan cercana a muerte tan penosa y afrentosa, la vergüenza con que estaría en medio de tanta gente, las lágrimas que correrían de sus ojos, y cuánto diera por no haber pecado, y el temblor de su alma esperando el remate de aquel juicio en que le iba vivir o morir acerbamente. Mira como en espejo lo que pasa al pecador en el tribunal de Cristo, y lo que te pasará a ti cuando te llame a juicio, y cuál estarás en medio de aquel senado, y las congojas de tu corazón temiendo el suceso de la sentencia, y cuánto quisieras no haber pecado, pues por deleite tan vil y momentáneo te hallarás a pique de morir con acerbísimos tormentos eternamente; y pide a Dios que te tenga de su mano para no caer en pecado.

   Punto II.- Considera a Cristo escribiendo en la tierra, según San Agustín, a los que la acusaban, porque no eran dignos de ser escritos en el cielo, sino en la tierra; y aprende a no acusar a tus prójimos ni perseguir a los miserables si cayeren en pecado, sino antes compadecerte de ellos y rogar e interceder para que sean perdonados y no castigados, como lo hicieron estos, para que tu nombre no sea escrito como el suyo en la tierra, sino como el de los apóstoles en el cielo.

   Punto III.-  Les dice Cristo que la apedree el que se hallare sin pecado, enseñando, como dice San Gregorio, que primero debemos juzgarnos a nosotros mismos que a nuestros prójimos, y meter la mano en nuestras conciencias para purificarlas de pecado, que condenemos a otros. Pon la mano en tu pecho y escudriña tu conciencia cuando vieres u oyeres algún defecto de tu prójimo, y no le juzgues ni condenes hasta juzgarte a ti mismo y purificarte de toda culpa. ¡Oh Señor! Dadme gracia para que mire siempre por la honra de mis prójimos y nunca los condene, más antes sus caídas me sirvan de ocasión para purificar mi alma de todo pecado.

   Punto IV.-  Considera la prudencia con que Cristo libró de las manos de aquellos lobos carniceros a esta pobre mujer, y cómo se fueron y la dejaron sola, pero mejor acompañada con el Salvador, quien la absolvió de su pecado, y la amonestó a no pecar, mostrando en lo primero su mansedumbre y en lo segundo su rectitud y verdad, como dice San Agustín. Mira cómo Dios es suave, benigno y misericordioso, también es recto y justiciero y ama la verdad. Ponte, pues, en el lugar de esta mujer, y oye como dichas a ti estas palabras: yo no te condeno; pero vete y no peques más. Esta merced te hace el Salvador, y esto te amonesta; medita despacio su sentencia y mira cómo la  has de cumplir.