En la antigüedad
No podría decirse que los cristianos de los primeros tiempos tuvieran
obsesión por la acción de los demonios. Podríamos citar textos de San Pablo y
de San Pedro que permanecen siempre actuales y que deben ser considerados por
nosotros como la expresión de la:
Estricta
realidad. Tenemos que luchar contra el Demonio. La vida moral no es más que una
lucha. Hay otra cosa más que la carne y la sangre. El Dragón se halla
constantemente en acción. San Juan en el Apocalipsis ha dicho todo cuanto había
que decir sobre las vicisitudes de la historia cristiana. Pero es indudable que
el Dragón interpreta en ella un papel de primer plano. Los períodos de
persecución tan abundantes en la historia de la Iglesia son eminentemente
diabólicos. No cabe duda, por otra parte, que los primeros cristianos
consideraban diabólico al culto rendido a los ídolos bajo el paganismo. Los dioses paganos, para ellos, eran demonios.
Al hablar de todo esto, sin embargo, no se dirá que los Padres de la
Iglesia hayan exagerado jamás. Un San Agustín ha visto muy bien las dos Ciudades.
Las ha descrito con lucidez, con fuerza, con toda la amplitud de visión de un
genio espiritual.
A veces lo consideramos pesimista. Pero es por una razón muy distinta de
la teología demonológica. No relaciona solamente con el demonio todo lo que hay
de tenebroso en las acciones de los hombres. Nosotros tenemos en ello nuestra
parte. Él es quien afirma por el contrario —volveremos a hablar de esto— que "ese
perro está encadenado". El Diablo no puede nada contra nosotros sin
nosotros. De nuestro consentimiento es de donde extrae su fuerza y de nuestra
resistencia es de donde procede su debilidad.
Las historias más demoníacas llegadas hasta nosotros desde las
profundidades de la antigüedad cristiana son las de los Padres del desierto. Un San Antonio ha luchado frente a frente con el demonio.
Los ermitaños de la Tebaida y los monjes de todo origen y de toda época
han tenido que pelear con Satán. San Martín de Tours, en nuestro país, sabía
bastante de esto. Sin embargo, podemos atravesar rápidamente la Edad Media,
podemos hojear los infolios de los grandes teólogos escolásticos sin
enloquecernos con evocaciones demonológicas. Los autores que han hecho un estudio especial de la
literatura medieval que se refiere a la posesión demoníaca o la brujería,
opinan que los más grandes maestros —Alberto el Grande, Tomás de Aquino, Duns Scot — se inclinaban antes bien a rechazar los
pretendidos prodigios de las brujas. En el siglo xv todavía, Gerson y Gabriel
Biel, el último de los nominalistas, disentían porque el primero afirmaba y el
segundo negaba el poder de los demonios sobre el mundo terrestre.
Un viraje peligroso
Se estaba en esto cuando apareció, en 1486 una obra destinada a tener
una enorme repercusión, que iba a orientar todo un siglo hacia las
exageraciones más manifiestas y más deplorables. Se trata del Malleus maleficarum — El martillo de las brujas —de
dos dominicanos alemanes: Jacques Sprenger y Henri Institoris
El primero
profesor en la Universidad de Colonia, el segundo inquisidor en Alemania del
Norte. La obra se propagó en forma prodigiosa. Se conocen 2 8 ediciones en los
siglos XV y XVI. Fué el manual de la cacería de las brujas, y dio el
impulso a toda una literatura demonológica.
No terminaríamos nunca de citar los títulos publicados para uso de los
inquisidores o los confesores en el siglo XVI y en los cuales sólo se habla de
brujería o de pactos con el Diablo. El siglo XVII, en sus comienzos, vio
pulular este género de obras. Se hablaba en ellos de la "posesión"
con detalles rechazantes, de monstruos, vampiros, diablillos caseros, espíritus
familiares, etc. En 1603, un autor, Jourdain Guibelet, pública un "Discurso
filosófico", cuyo título "anzuelo" sólo recubre un tratado de
íncubos y súcubos, es decir, de relaciones carnales con los demonios.
La bibliografía de Yves de Plessis, que sólo comprende las obras
francesas sobre la acción demoníaca, contiene alrededor de dos mil títulos, más
o menos. La opinión general tiende, a la sazón, a ver al demonio en todas las
enfermedades que atacan al cuerpo humano.
Emile Brouette en el Satán de los Estudios carmelitano (pág.
363), transcribe estas líneas del ilustre Ambroise Paré, autor de esta frase
citada con tanta frecuencia: "¡Yo lo curé, Dios lo sanó!". "Diré
con Hipócrates, padre y autor de la medicina, que en las enfermedades
hay algo de divino de lo cual el hombre no sabría dar razón . . . Hay brujas,
magos, envenenadores, seres maléficos, malvados, astutos, tramposos, que
construyen su destino mediante el pacto que han concertado con los demonios —
que son sus esclavos y vasallos — quizá por medios sutiles, diábolicos y
desconocidos, corrompiendo el cuerpo, el entendimiento, la vida y la salud de
los hombres y otras criaturas."
Imaginaciones malsanas
Podemos decir que en el siglo xvi va a producirse una orgía de
imaginaciones malsanas desde el punto de vista demonológico. Se verá al diablo
por todas partes. Se inventarán, del principio al fin, infestaciones
diabólicas. La polémica anticatólica del protestantismo naciente estará
dominada por el satanismo. La llamada Reforma protestante ha hecho causa común
desde el principio con la obsesión demoníaca. Si bien la persecución de las brujas
y los brujos había empezado mucho antes de Lutero y Calvino, éstos no sólo se
abstuvieron de hacer algo para detenerla, sino que se apoyaron sobre la Biblia,
el Antiguo y el Nuevo Testamento para autorizarla y promoverla.
"Lutero, Melancton, Calvino, escribe Brouette, creían en el
satanismo, y sus discípulos, predicadores fanáticos, no hicieron sino agravar
la credulidad natural de los pueblos convertidos al nuevo Evangelio."
El mismo autor proporciona cifras increíbles sobre el número de procesos
por brujería. Es cierto que las da "bajo la reserva más grande y con
beneficio de inventario". "N. Van Werveke —nos dice — estima en
30.000 el número de procesos presentados ante los tribunales del ducado de
Luxemburgo. L. Raiponce (Ensayo sobre la brujería, pág. 64) calcula para
Alemania, Bélgica y Francia, la cifra más moderada de 50.000 ejecuciones. A.
Louandre (La brujería,pág. 124) escribe que en el siglo xvi durante 15 años, en Lorena, en 1515,
900 brujos fueron enviados al suplicio, 5 00 en Ginebra en tres meses; 1.000 en
la diócesis de Come, en un año. En Estrasburgo, según J. Frangais, en tres años
se habrían encendido 2 5 hogueras por causa de la brujería. De acuerdo con G.
Save (La brujería en Saint- Dié), el total de procedimientos
antisatánicos para el distrito nombrado se eleva a 230, de 1530 a 1629. Para
toda la Lorena, C. E. Dumont (Justicia criminal de los ducados de Lorena, pág. 48
del tomo II) estima que hubo 740
procesos de 1 5 53 a 1669." Un catálogo completo de los procesos por
brujería sería, no cabe duda, una obra de largo aliento.
Contrariamente a la opinión corriente, acreditada por los mejores
historiadores, no es en las postrimerías del siglo xvi que culmina el furor de
la represión antisatánica. Los accesos de esta represión son raros en el siglo
xiv; más abundantes ya en el siglo xv, los procedimientos proliferan desde 153
0, es decir, en la primera mitad del siglo xvi. Esta primera mitad del siglo
será, en realidad, casi tan sangrienta como la segunda, es decir la de 1580 a
1620, que fué la más feroz.
Nos parece que no cometemos un grande error al atribuir en su mayor
parte a Lutero y al protestantismo, la profusión de literatura demonológicos que se manifiesta después de 153 0. Era ésta la opinión de
monseñor Janssen en su gran historia de La civilización en Alemania l."Vimos
entonces, escribe, desarrollarse una literatura satánica muy variada y muy
importante. En Alemania es casi exclusivamente de origen protestante y
concuerda en todo sentido con la enseñanza de Lutero y su imperio."
Lutero y el Diablo
No cabe duda que en todo el conjunto de su doctrina Lutero atribuye al
Demonio una acción mucho más importante que la que se le acordaba antes. Pretendía
tener pruebas personales de esta. Lutero, había visto a Satán, naturalmente. Y lo afirmaba a todo el que quería
oírlo.
"Satán, escribía, se presenta con frecuencia bajo un disfraz: lo he
visto con mis ojos bajo la forma de un cerdo, de un manojo de paja en llamas,
etc." Contaba a su amigo Myconius que en la Wartburg, en 1521, el diablo
había ido a buscarlo con la intención de matarlo y que lo había encontrado a
menudo en el jardín bajo la forma de un jabalí negro. En Coburgo, en 153 0, lo
había reconocido una noche en una estrella.
"Se pasea conmigo en el dormitorio — escribe —, y encarga a los
demonios que me vigilen; son demonios inquisidores." Relata en detalle sus
conversaciones con el Diablo. Cita casos "muy verídicos" de atentados
satánicos que le eran contados por sus amigos. En Sessen tres sirvientes habían sido raptados por el demonio; en la Marche, Satán había extrangulado a un posadero y llevado por los aires a
un lansquenete; en Mühlberg, un flautista ebrio había corrido la misma suerte; en Eisenach, otro flautista había sido raptado por el diablo, por más que el pastor Justus
Menius y varios otros ministros vigilaron constantemente para cuidar las
puertas y ventanas de la casa donde se encontraba. El cadáver del primer
flautista había sido hallado en un arroyo y el del segundo en un bosquecillo de
avellanos.
Y Lutero da testimonio de estos hechos con una especie de
solemnidad: "No son —dice— cuentos en el aire, inventados para inspirar
miedo, sino hechos reales, verdaderamente aterradores y no chiquilinadas como
lo pretenden muchos que quieren pasar por sabios." Dice también: "Los
diablos vencidos, humillados y golpeados se convierten en duendes y en
diablillos caseros, porque hay demonios degenerados y me inclino a creer que
los monos no son otra cosa."
Esta última conjetura le agrada porque insiste: "Las serpientes y
los monos están sometidos al demonio más que los otros animales.
Satán está dentro de ellos: los posee y se sirve de ellos para engañar a
los hombres y hacerles mucho daño. Los demonios viven en muchos países, pero
más particularmente en Prusia. También los hay en gran número en Laponia;
demonios y magos. En Suiza, no lejos de Lucerna, sobre una altísima montaña
existe un lago que se llama «el estanque de Pilatos»; allí el Diablo se libra
de toda suerte de actos infames. En mi país, en una elevada montaña llamada
Polsterberg, montaña de los duendes, hay un estanque; cuando se arroja dentro
de él una piedra se desata en seguida una tormenta y todos los alrededores son
devastados. Este estanque se halla lleno de demonios: Satán los tiene
prisioneros allí. . . “1
Pero no era solamente en sus cartas privadas o sus charlas durante las
comidas que Lutero hablaba así. La demonología ocupaba un lugar muy grande en
su doctrina misma. En 1520, cuando todavía no estaba completamente separado de
la tradición católica, había declarado que era un pecado contra el primer
mandamiento atribuir al demonio o a los malvados los fracasos en las empresas o
las desgracias del destino. Pero más tarde veía los designios del demonio por
todas partes. En su Gran Catecismo, que data de 1529 y contiene las
ideas que le son más caras, enseña expresamente que son los demonios quienes
suscitan las querellas, los asesinatos, las sediciones, las guerras, lo cual
puede, como lo diremos más adelante, sostenerse, pero ¡que sea él también la
causa de los truenos, las tormentas, la piedra que destruye la cosecha, y que
mata los animales y reparte veneno en el aire! ¡Qué hubiera dicho de los
automóviles cuyas exhalaciones infectan nuestras ciudades!
"El Demonio — escribe — amenaza sin cesar la vida de los
cristianos; satisface su ira haciendo llover sobre ellos toda clase de males y
de calamidades. De ahí que tantos desgraciados mueran, los unos estrangulados,
los otros atacados de demencia; él es quien arroja a los niños a los ríos, él
es quien prepara las caídas mortales."
De acuerdo con Lutero los poderes del Demonio son inmensos:
"El Diablo — dice — es tan poderoso que con una hoja de árbol puede
ocasionarnos la muerte. Posee más drogas, más redomas llenas de veneno que
todos los boticarios del universo. El Diablo amenaza la vida humana con medios
que le son propios, él es quien envenena el aire."
Y no son éstos textos aislados y raros en las obras de Lutero.
Encontramos en sus escritos las aseveraciones más increíbles. No duda,
por ejemplo, que Satán abusa algunas veces de las niñas, que éstas quedan
embarazadas por su acción y que los niños nacidos de esta unión atroz son hijos
del Diablo y que no tienen alma. No son más que un "montón" de carne,
según él, y nos da esta razón perentoria: "El Diablo puede hacer un cuerpo
pero no sabría crear un espíritu: ¡Satán es, pues, el alma de sus
criaturas!" Y nos da esta conclusión dogmática: "¿No es horrible y
aterrador pensar que Satán pueda torturar de este modo a los seres y que tenga
el poder de engendrar hijos?"
Después de Lutero
No es menester señalar que tales afirmaciones, tan repetidas, tan
impresionantes y que provenían de un hombre como él, no se perdieron para las
iglesias protestantes y para los escritores luteranos.
En casi todos los sermones de los ministros luteranos el diablo
desempeña un papel de primer orden. La literatura popular se halla invadida por
una multitud de demonios.
Un polemista católico alemán, Jean Ñas, se indignaba ante esta
proliferación de libros satánicos.
"En el espacio de pocos años —escribió en 1588 — se han publicado
y propagado cantidades de libros sobre el demonio, libros escritos en
nombre del demonio, impresos en nombre del demonio, comprados y leídos
ávidamente en nombre del demonio: ¡se les hace muchísimo caso y sus autores son
célebres entre los pretendidos servidores del Verbo! "Antaño — añade — los
cristianos devotos prohibían a sus hijos que nombraran al espíritu del mal y
hasta que lo designaran por alguno de sus horribles apodos; estaba prohibido
jurar por el demonio, de acuerdo con estas palabras de Salomón: «Cuando el
pecador maldice en nombre del demonio, maldice su propia alma». Pero ahora se
predica sobre el diablo, se escribe en nombre del diablo y esto pasa por justo
y laudable. Puedo muy bien deciros la razón: es porque el abuelo de nuestros
«evangélicos», el «santo patriarca» Martín Lutero, dio el primer ejemplo."
En 1595, un "superintendente", es decir un obispo luterano, Andrés Celichius, quiso llenar una laguna publicando un tratado completo
sobre la Posesión diabólica. Y en los siguientes términos declaró que
consideraba indispensable su libro: "Casi por doquier, cerca de nosotros
tanto como lejos, el número de poseídos es tan considerable que uno se
sorprende y se aflige y tal vez sea ésa la verdadera llaga por la cual nuestro
Egipto y todo el mundo caduco que lo habita está condenado a morir."
En su país, Mecklemburgo, estimaba que el número de "poseídos"
que sembraba por todas partes el miedo y el terror se elevaba por lo menos a
treinta.
"Las criaturas frágiles y débiles — escribió —, las mujeres y las
niñas se perturban enormemente por todo lo que están obligadas a oír y ver.
Muchas han renunciado a la fe y a la caridad, puesto que han oído los consejos
de los demonios, lo cual constituye una práctica anticristiana e idólatra. .
." Y describe largamente los estragos de la demonología en su época.
Pero detengamos aquí estos lamentables recuerdos. En nuestros tiempos
actuales tales exageraciones no son, indudablemente, posibles ya. Es hora de
buscar los síntomas de la presencia de Satán en nuestro mundo moderno y pasamos
por lo tanto, inmediatamente, a nuestro siglo XIX francés.
¿Podemos aún citar seriamente "diabluras" en una época tan
próxima a la nuestra? Trataremos de contestar esta pregunta mediante certidumbres,
evitando toda exageración.
Continuará..