A propósito de la Fiesta de la Transfiguración de Nuestro Señor leemos en el Evangelio según San Mateo en el
Capítulo XVII:
Seis días después, Jesús tomó a
Pedro, Santiago y Juan su hermano, y los llevó aparte, sobre un alto monte. Y
se transfiguró delante de ellos: resplandeció su rostro como el sol, y sus
vestidos se hicieron blancos como la luz. Y he ahí que se les aparecieron
Moisés y Elías, que hablaban con Él. Entonces, Pedro habló y dijo a Jesús:
“Señor, bueno es que nos quedemos aquí. Si quieres, levantaré aquí tres tiendas,
una para Ti, una para Moisés, y otra para Elías”. No había terminado de hablar
cuando una nube luminosa vino a cubrirlos y una voz se hizo oír desde la nube
que dijo: “Este es mi Hijo, el Amado, en
quien me complazco; escuchadlo a Él”. Y los discípulos, al oírla, se
prosternaron, rostro en tierra, poseídos de temor grande. Mas Jesús se aproximó
a ellos, los tocó y les dijo: “Levantaos; no tengáis miedo”. Y ellos, alzando
los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo.
Y el comentario de la Biblia comentada de Mons. Straubinger
dice:
“Si a cualquier
pueblo, culto o salvaje, se dijera que la voz de un dios había sido escuchada
en el espacio, o que se había descubierto un trozo de pergamino con palabras enviadas
desde otro planeta… imaginemos la conmoción y el grado de curiosidad que esto
produciría, tanto en cada uno como en la colectividad. Pero Dios Padre habló
para decirnos que un hombre era su Hijo, y luego nos habló por medio de ese
Hijo y enviado suyo (Hebr. 1, 1ss.) diciendo que sus palabras eran nuestra vida.
¿Dónde están, pues, esas palabras? Y ¡cómo las devorarán todos! Están en un
librito que se vende a pocos céntimos y que casi nadie lee.
¿Qué distancia hay
de esto al tiempo anunciado por Cristo para su segunda venida, en que no habrá
fe en la tierra?”
(P. d’Aubigny)