domingo, 13 de julio de 2014

ENCÍCLICAS QUE ADVIERTEN SOBRE EL PELIGRO Y MALDAD DE LA MASONERIA (2a Parte)



Pío VII: contra el sacrilegio

En ese momento León XII presenta un tercer documento:

«Nuestro predecesor Pío VII, de feliz memoria… publicó la Constitución del 13 de septiembre de 1821 que empieza: Ecclesiam a Jesu Christo »

Este documento trata de la condena de la secta de los Carbonarios con graves penas. Ya había pasado la Revolución Francesa y estaba materialmente pacificada, pero desde 1821 se podía ver que la actividad de las sectas no había hecho más que aumentar para propagar la revolución en toda Europa.

«La Iglesia que Nuestro Señor Jesucristo fundó sobre una piedra sólida, y contra la que el mismo Cristo dijo que no habían jamás de prevalecer las puertas del infierno, ha sido asaltada por tan gran número de enemigos que, si no lo hubiese prometido la palabra divina, que no puede faltar, se habría creído que, subyugada por su fuerza, por su astucia o malicia, iba ya a desaparecer».

Hay que suponer que Pío VII veía entonces todos los efectos de la Revolución Francesa: el asesinato del rey de Francia, el exterminio de sacerdotes y religiosos, la destrucción de iglesias, y ruinas y persecuciones en todas partes:

«Lo que sucedió en los tiempos antiguos ha sucedido también en nuestra deplorable edad y con síntomas parecidos a los que antes se observaron y que anunciaron los Apóstoles diciendo: Han de venir unos impostores que seguirán los caminos de impiedad (Jud. 18). Nadie ignora el prodigioso número de hombres culpables que se ha unido, en estos tiempos tan difíciles, contra el Señor y contra su Cristo, y han puesto todo lo necesario para engañar a los fieles por la sutilidad de una falsa y vana filosofía, y arrancarlos del seno de la Iglesia, con la loca esperanza de arruinar y dar vuelta a esta misma Iglesia.

Para alcanzar más fácilmente este fin, la mayor parte de ellos han formado las sociedades ocultas, las sectas clandestinas, jactándose por este medio de asociar más libremente a un mayor número para su conjuración y perversos designios.

Hace ya mucho tiempo que la Iglesia, habiendo descubierto estas sectas, se levantó contra ellas con fuerza y valor poniendo de manifiesto los tenebrosos designios que ellas formaban contra la religión y contra la sociedad civil. Hace ya tiempo que Ella llama la atención general sobre este punto y mueve a velar para que las sectas no puedan intentar la ejecución de sus culpables proyectos. Pe-ro es necesario lamentarse de que el celo de la Santa Sede no ha obtenido los efectos que Ella esperaba…»

Los mismos Papas reconocían que sus esfuerzos habían sido en vano. San Pío X solía decir: “Nos esforzamos por luchar contra el liberalismo, el modernismo, el progresismo… y no se nos escucha. Por eso vendrán las peores desgracias sobre la humanidad. Los hombres quieren que todo se les permita: libertad para todas las sectas, libertad de asociación, de prensa, de palabra… El mal no hará sino difundirse cada vez más y llegaremos a una sociedad en la que ya no se pueda vivir, como la del comunismo”.

Pío VII gime también porque ve:
«… que estos hombres perversos no han desistido de su empresa, de la que han resultado todos los males que hemos visto».

Está muy claro. Las desgracias de la Revolución Francesa se deben a estas sectas.
«Aún más —añade el Papa—, estos hombres se han atrevido a formar nuevas sociedades secretas. En este aspecto, es necesario señalar aquí una nueva sociedad formada recientemente y que se propaga a lo largo de toda Italia y de otros países, la cual, aunque dividida en diversas ramas y llevando diversos nombres, según las circunstancias, es sin embargo, una, tanto por la comunidad de opiniones y de puntos de vista, como por su constitución. La mayoría de las veces, aparece designada bajo el nombre de Carbonari. Aparenta un respeto singular y un celo maravilloso por la doctrina y la persona del Salvador Jesucristo que algunas veces tiene la audacia culpable de llamarlo el Gran Maestro y jefe de esa sociedad.
Pero este discurso, que parece más suave que el aceite, no es más que una trampa de la que se sirven estos pérfidos hombres para herir con mayor seguridad a aquellos que no están advertidos, a quienes se acercan con el exterior de las ovejas, mientras por dentro son lobos carniceros ».

Aquí se anuncian de nuevo los motivos de acusación contra esos grupos:
«Juran que en ningún tiempo y en ninguna circunstancia revelarán cualquier cosa que fuera de lo que concierne a su sociedad a hombres que no sean allí admitidos, o que no tratarán jamás con aquellos de los grados inferiores las cosas relativas a los grados superiores».

En la Masonería no sólo hay un secreto, sino también grados, y a los miembros de un grado superior se les impone el juramento de no revelar nada a los de los grados inferiores, así que todo inspira desconfianza:

«También esas reuniones clandestinas que ellos tienen a ejemplo de muchos otros heresiarcas, y la agregación de hombres de todas las sectas y religiones, muestran suficientemente, aunque no se agreguen otros elementos, que es necesario no prestar ninguna confianza en sus discursos».
Poco a poco los Papas fueron recopilando informaciones, sobre todo de los que se convertían. Pío VII conocía algunos libros en los que se revelaban algunas cosas:
«Sus libros impresos, en los que se encuentra lo que se observa en sus reuniones, y sobre todo en aquellas de los grados superiores, sus catecismos, sus estatutos, todo prueba que los Carbonarios tienen por fin principalmente propagar el indiferentismo en materia religiosa, el más peligroso de todos los sistemas, concediendo a todos la libertad absoluta de hacerse una religión según su propia inclinación e ideas, y de profanar y manchar la Pasión del Salvador con algunos de sus ritos culpables».

Todas las cosas que se relatan no pueden ser inventos. Se habla, por ejemplo, de las misas negras —que son sacrilegios espantosos— para las cuales los Masones necesitan Hostias, y Hostias consagradas. No las van a buscar en cualquier lugar, porque quieren estar seguros de que están consagra-das, y si es necesario, destruyen un sagrario. Su intención es la de cometer un sacrilegio realmente abominable.

No estoy inventando nada. Las misas negras se dicen incluso en diferentes lugares de Roma. En Ginebra, según una encuesta publicada en la prensa, hay más de 50 sociedades secretas, con más de 2000 miembros; lo mismo se puede decir de Basilea y Zurich. No hay que hacerse ilusiones; Suiza está particularmente atacada por la Masonería, incluso en los lugares católicos como el Valais. Muchos cantones suizos son como verdadero terreno suyo. Se han introducido en el gobierno federal de Berna. Por eso, Suiza es uno de los primeros países que cierra los ojos ante el aborto y que atrae a las mujeres de los países vecinos para que puedan abortar.
Son cosas que suceden realmente y que revelan una voluntad muy determinada de profanar la Pasión del Salvador y, como decía también Pío VII, de:

«...despreciar los Sacramentos de la Iglesia, a los que parecen sustituir, por un horrible sacrilegio, unos que ellos mismos han inventado».

Tuve la oportunidad de ver unos folletos publicados por la Masonería. Estaban muy bien hechos; había uno sobre la Santísima Virgen; blasfemos desde la primera a la última página, llegando incluso a compararla con todas las divinidades paganas femeninas y obscenas de la antigüedad.
Su ceremonia de iniciación se parece a la del bautismo, porque ridiculizan en todo a la Iglesia católica, lo cual es una señal patente de Satanás. Tienen su culto, santuarios… hay un verdadero altar, pero despojado de todo, sin ni siquiera un mantel, y detrás, un sillón para el presidente. El nuevo diseño de las iglesias desde el Concilio se parece mucho a éste: ¡altares en los que ya no hay ni siquiera un crucifijo! ¡Los sacerdotes, que se llaman a sí mismos presidentes, de cara a los fieles, exponiéndoles sus discursos! Hay una auténtica semejanza, por lo menos en lo exterior.

Los Masones, dice Pío VII:
«Desprecian los Sacramentos de la Iglesia… para destruir la Sede Apostólica contra la cual, animados de un odio muy particular a causa de esta Cátedra, traman las conjuraciones más negras y detestables».

Eso sucedía en 1821. Unos 50 años después, como resultado de las conjuraciones de las sociedades secretas, la Santa Sede iba a ser despojada de sus Estados.

«Los preceptos de moral dados por la sociedad de los Carbonarios no son menos culpables, como lo prueban esos mismos documentos, aunque ella altivamente se jacte de exigir de sus sectarios que amen y practiquen la caridad y las otras virtudes, y se abstengan de todo vicio. Así, ella favorece abiertamente el placer de los sentidos; así, enseña que está permitido matar a aquéllos que revelen el secreto del que Nos hemos hablado más arriba».

El Papa se atreve a afirmarlo. Hay asesinatos que no se acaban de explicar. Pensemos en la muerte de un ministro francés (Roberto Boulin, muerto el 30 de octubre de 1979.) se habló de suicidio. Luego los periódicos insinuaron que podría tratarse de un asesinato y de que la Masonería estará quizás de por medio. No sería la primera vez. De repente desaparecen personas sencillas, masones sin mucha influencia, porque han revelado un secreto o simplemente actuado de manera incorrecta.

Pensemos en todos los atentados que suceden hoy.
Los encargados de la seguridad de los Estados, o no lo saben o no lo quieren decir, pero es muy probable que haya una mano que mande o guíe a distancia sus acciones y que puede muy bien encontrarse en las sociedades secretas.
Volvamos a las condenaciones que recuerda y reitera Pío VII:

«Esos son los dogmas y los preceptos de esta sociedad, y tantos otros de igual tenor. De allí los atentados ocurridos últimamente en Italia por los Carbonarios, atentados que han afligido a los hombres honestos y piadosos…

En consecuencia, Nos que estamos constituidos centinela de la casa de Israel, que es la Santa Iglesia; Nos, que en virtud de nuestro ministerio pastoral, tenemos obligación de impedir que padezca pérdida alguna la grey del Señor que por divina disposición Nos ha sido confiada, juzgamos que en una causa tan grave nos está prescrito reprimir los impuros esfuerzos de esos perversos».
El Papa reitera finalmente la sentencia: excomunión.
León XII: el infame proyecto de las sociedades secretas
Sacando las conclusiones de estos tres documentos, el Papa León XII declara su pensamiento respecto a estas sociedades e incluso cita otra nueva:

«Hacía poco tiempo que esta Bula había sido publicada por Pío VII, cuando fuimos llamados… a sucederle en el cargo de la Sede Apostólica. Entonces, también Nos hemos aplicado a examinar el estado, el número y las fuerzas de esas asociaciones secretas, y hemos comprobado fácilmente que su audacia se ha acrecentado con las nuevas sectas que se les han incorporado. Particularmente es aquella designada bajo el nombre de Universitaria sobre la que Nos ponemos nuestra atención; ella se ha instalado en numerosas Universidades donde los jóvenes, en lugar de ser instruidos, son per-vertidos y moldeados en todos los crímenes por algunos profesores, iniciados no sólo en estos misterios que podríamos llamar misterios de iniquidad, sino también en todo género de maldades.

De ahí que las sectas secretas, desde que fueron toleradas, han encendido la antorcha de la rebelión. Se esperaba que al cabo de tantas victorias alcanzadas en Europa por príncipes poderosos serían reprimidos los esfuerzos de los malvados, mas no lo fueron; antes por el contrario, en las regiones donde se calmaron las primeras tempestades, ¡cuánto no se temen ya nuevos disturbios y sediciones, que estas sectas provocan con su audacia o su astucia! ¡Qué espanto no inspiran esos impíos puñales que se clavan en el pecho de los que están destinados a la muerte y caen sin saber quién les ha herido!»

El Papa reitera lo que ya había visto su predecesor:
«De ahí los atroces males que carcomen a la Iglesia… Se ataca a los dogmas y preceptos más santos; se le quita su dignidad, y se perturba y destruye la poca calma y tranquilidad que tendría la Iglesia tanto derecho a gozar.
Y no se crea que todos estos males, y otros que no mencionamos, se imputan sin razón y calumniosamente a esas sectas secretas. Los libros que esos sectarios han tenido la osadía de escribir sobre la Religión y los gobiernos, mofándose de la autoridad, blasfemando de la majestad, diciendo que Cristo es un escándalo o una necedad; enseñando frecuentemente que no hay Dios, y que el alma del hombre se acaba juntamente con su cuerpo; las reglas y los estatutos con que explican sus designios e instituciones declaran sin embozos que debemos atribuir a ellos los delitos ya mencionados y cuantos tienden a derribar las soberanías legítimas y destruir la Iglesia casi en sus cimientos. Se ha de tener también por cierto e indudable que, aunque diversas estas sectas en el nombre, se hallan no obstante unidas entre sí por un vínculo culpable de los más impuros designios».

Existe, pues, una organización real, tal como lo recuerda el Papa:
«Nos pensamos que es obligación nuestra volver a condenar estas sociedades secretas».

Obligación de los jefes de Estado
León XII da aquí la cuarta condenación en menos de un siglo. Antes de concluir, se dirige a los príncipes católicos:

«Príncipes católicos, muy queridos hijos en Jesucristo, a quienes tenemos un particular afecto. Os pedimos con insistencia que acudáis en nuestra ayuda. Nos os recordamos las palabras de San León Magno, nuestro predecesor, cuyo nombre tenemos, aunque siendo indigno de serle comparado: Tenéis que recordar siempre que el poder real no os ha sido conferido sólo para gobernar el mundo sino también para, y principalmente para ayudar con mano fuerte a la Iglesia, reprimiendo a los malos con valor, protegiendo las buenas leyes, y restableciendo el orden y todo lo que ha sido alterado ».

Es algo que hoy mucha gente no comprende: el poder no se les ha concedido a los príncipes para ejercerlo sólo para lo temporal sino también para defender a la Iglesia. Los príncipes tienen que ayudar a la propagación del bien que la Iglesia difunde en la sociedad, reprimiendo con valor a los malos.
Hoy en día se escucha el grito de: “¡Libertad, libertad!” Cuando un jefe de Estado limita, por ejemplo, la libertad de la religión protestante, se levantan gritos y abucheos en todo el mundo progresista. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la doctrina de la libertad que predica el protestantismo, muy pronto se convierte en una doctrina revolucionaria (la misma moral se disuelve), contraria a la moral católica.

Si a los musulmanes, por ejemplo, se les concediese todas las libertades, en los Estados habría que admitir incluso la poligamia. La religión musulmana no consiste únicamente en postrarse como lo hacen en todas las calles en el momento de la oración, sino también en la amenaza de la esclavitud, es decir, en “dhimmi” para todos los que no son como ellos.

¿Se puede admitir esto en Estados católicos? ¿Se puede admitir que los Estados no se defiendan contra todo esto?