Por Don Vital
Lehodey
Para ponernos en la presencia
de Dios, podemos servirnos de varios métodos.
Por
medio de la Fe.-
1.- La
presencia de Dios, de que todo el mundo está lleno. “Está en todas partes, no
hay lugar, ni cosa de la tierra en donde no esté presente; de suerte que así
como los pájaros al volar encuentran
siempre aire, así nosotros encontramos a Dios donde quiera que vamos … Realmente “no está Dios lejos de nosotros,
puesto que de Él recibimos el ser”. Nos rodea y
nos envuelve, y estamos en El metidos como el pez en el agua.
2.- Su presencia en nosotros. “Dios nos
penetra y permanece en cada parte de nuestro ser, dándonos la vida y el
movimiento. Y así como el alma reside particularmente en el corazón, así Dios
con particular presencia está en vuestro corazón y en el fondo de vuestro
espíritu, vivificándolo y animándolo, siendo el corazón de vuestro corazón y el
espíritu de vuestro espíritu”. San
Francisco de Sales
Si estamos en estado de gracia, nuestra alma es
un santuario donde habita la Santísima Trinidad, comunicándonos la vida divina,
el poder de hacer obras divinas y las luces e impulsos para obrar de modo
divino. No hay pues que buscar a Dios lejos, porque con su presencia santa
llena nuestro cuerpo y nuestra alma.
3.- La tercera consideración es figurarnos a
nuestro Salvador que con sus ojos mira desde el cielo a todos los hombres, pero
particularmente a los cristianos, que son sus hijos, y más especialmente a los que están orando,
fijándose en todas y cada una de sus acciones. Esto no es pura imaginación sino
una verdad muy real; porque, aunque nosotros no le veamos, Él sí nos ve desde
los cielos. En tal actitud le vio San Esteban en el momento de ser martirizado.
Por
medio de los ojos y de la imaginación.-
“El cuarto modo de presencia de Dios
consiste en servirse de la imaginación representándonos al Salvador en su
Humanidad santísima, cual si estuviera cerca de nosotros, tal como
acostumbramos a figurarnos a nuestros amigos”. San Francisco de Sales
Podemos verle en el pesebre, en su infancia, en su vida privada o
pública, en la cruz o entre los esplendores de su gloria, según más nos
aproveche; pero procurarlo hacerlo sin tensión ni violencia, y no confundiendo
las creaciones de nuestra fantasía con las realidades de la fe. También podemos
tener delante una imagen o estampa devota, para arrancar nuestra alma de la
tierra y fijarla en Dios.
Pero cuando hagamos la oración ante el Santísimo Sacramento, el medio
más acomodado será mirar al Tabernáculo. Esto bastará aún a los más adelantados
para considerar amorosamente a Aquel “que está tras la pared, mirando por las
ventanas y atisbando por las celosías”. Cant. Cant, II El
es su Dios, su amado, su todo. En cuanto
a los que comienzan, o van progresando, necesitan reanimar la fe con algunas piadosas consideraciones. “Ahí está
Dios, y aunque no lo veo, estoy más seguro que si lo viera, porque la fe me lo enseña.
Ve todos los movimientos de mi alma y todas las disposiciones de mi corazón. Ve
si mi actitud es modesta, y si mi
espíritu está recogido y mi voluntad devota. Mejor que yo mismo me conoce, y
nada puedo ocultarle”. Y ¿quién es este Dios? Para los que comienzan será el
Dueño de su vida y de su eternidad, el Juez soberano que odia el mal, que ha
creado el infierno, el purgatorio y los otros castigos del pecado;
consideraciones todas, de las cuales resulta un temor saludable, resorte de la
vía purgativa. Los adelantados le miran como divino Modelo a quien deben imitar,
como fuente de luz y fortaleza, como bienaventuranza que ha de coronar sus
esfuerzos y virtudes; estos pensamientos reanimarán la esperanza que los
sostiene. El Sagrario habla a todos, y a todos sirve para fijar la atención,
pero su lenguaje se adapta a todas las necesidades y exigencias. Si en el
decurso de la oración el pensamiento se distrae, bastará para recogerlo una
mirada dirigida a “Aquel que está en medio de nosotros”.