“Recordemos el caso de un niño de 5 años el cual, habiendo oído una
explicación sobre las palabras de Jesús relativas al Espíritu Santo, dijo días
más tarde: El Espíritu Santo es la
fuerza para ser bueno. Y hay que pedirlo a Dios porque si no, no podemos ser
buenos.
Imposible sintetizar con mayor profundidad y sencillez la más alta
doctrina de la vida espiritual. El Divino Padre le hizo comprender a ese
pequeño lo que esconde como dijo Jesús, a muchos tenidos por sabios y
prudentes”.
¡Oh Divino Amor, oh Lazo sagrado que unís al Padre y al Hijo, Espíritu Todopoderoso, fiel consolador de los afligidos, penetrad en los abismos de mi corazón!
Haced brillar en él
vuestra esplendorosa luz. Esparcid ahí vuestro dulce rocío a fin de hacer cesar
su grande aridez.
Enviad los rayos
celestiales de vuestro amor hasta el santuario de mi alma, para que penetrando
en ella, enciendan llamas ardientes que consuman todas mis debilidades, mis
negligencias y mis languideces.
Venid, pues, venid,
dulce Consolador de las almas desoladas, refugio en los
peligros y protector en la miseria.
Venid Vos que laváis
a las almas de sus manchas y que curáis sus llagas.
Venid, Fuerza del
débil, Apoyo del que cae.
Venid, Doctor de los
humildes y vencedor de los orgullosos. Venid, Padre de los
huérfanos, Esperanza de los pobres, Tesoro de los que están en la indigencia.
Venid, Estrella de
los navegantes, Puerto seguro de los que naufragan.
Venid, Fuerza de los
vivientes, y salud de los que van a
morir.Venid, Oh Espíritu
Santo, venid y tened piedad de mí.
Haced a mi alma
sencilla, dócil y fiel, y compadeceos de
mi debilidad con tanta bondad, que mi pequeñez encuentre gracia ante
vuestra grandeza infinita, mi impotencia la encuentre ante vuestra fuerza, y
mis ofensas la encuentren ante la multitud de vuestras misericordias.
Por Nuestro Señor
Jesucristo mi Salvador. Así sea.