En
estos días este artículo es muy especial porque desde Concilio Vaticano II, se
ha tratado de exonerar a los judíos de la muerte de Nuestro Señor Jesucristo,
yendo en contra del Antiguo Testamento, sobre todo de los profetas Jeremías e
Isaías quienes, vivamente nos narran la pasión del Señor, he aquí sus
testimonios y la colaboración de los judíos en ella, dicha no de manera
explícita sino implícita: ”Ellos dijeron:
“Venid, tomemos vamos a herirle con la
lengua, y no demos oído a ninguna de sus palabras” Atiéndeme ¡oh Yave!, y oye
la voz de mis adversarios. ¿Se paga por ventura mal por bien? Pues me cavan una
hoya” (Jer. 18, 18,19). E Isaías narra con dramáticas palabras los
efectos de esas palabras de Jeremías:
“¿Quién creerá lo que hemos oído? ¿A quién
fue revelado el brazo de Yave? Sube ante él como un retoño no hay en él
parecer, no hay hermosura para que le miremos, ni apariencia para que en él nos
complazcamos. Despreciado y abandonado por los hombres, varón de dolores y
familiarizado con el sufrimiento, y como ante el cual se oculta el rostro sin
que le tengamos en cuenta”.
Entre los Evangelistas San Juan es el que
mejor describe esta participación de los judíos en el Deicidio poco antes de su
sentencia, la descarada negación de su reinado sobre ellos, la petición de homicida
por el justo hasta proferir la maldición sobre sus sobre sí mismos y sobre sus
hijos:
“Convocaron entonces los príncipes de los sacerdotes y los fariseos una
reunión, y dijeron: “¿Qué hacemos pues que este hombre hace muchos milagros? Si
lo dejamos así, todos creerán el Él, y
vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación. Uno de
ellos, Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo: Vosotros no sabéis
nada; ¿no comprendéis que conviene que
muera un hombre por todo el pueblo y no que perezca todo el pueblo?”
San Mateo sin duda alguna recoge uno de los
testimonios más significativo y muy explicito sobre el tema que nos ocupa
cuando después de haberse lavado las manos y dicho: “Inocente soy de la sangre
de este justo, haya vosotros” a lo que contestaron:
“Caiga su sangre sobre nosotros
y sobre nuestros hijos” LA
MALDICION consecuencia del DEICIDIO, finalmente contra el sentir de la
tradición milenaria que enseñó, enseña y enseñará la participación activa de la
muerte de nuestro Salvador por parte de los judíos. He aquí lo que dice el
Angélico en la teología católica sobre este tema.
En artículo
5, 3. q 47 Santo Tomás plantea una cuestión muy interesante para establecer la
concordia entre diversos pasajes del Nuevo Testamento. Efectivamente, de una
parte habla Jesús de los judíos diciendo que, “si no hubiera venido y no les
hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa de su
pecado…Si no hubiera hecho entre ellos obras como ningún otro hizo, no tendrían
pecado, pero ahora no solo han visto, sino que me aborrecen a mí y a mi Padre”.
(Io. 15,22-24)
Estas palabras se ven confirmadas en la conducta de los judíos
con Jesús. Ahora bien, si tienen pecado, como lo dice el Salvador, luego tienen
conocimiento de quien es Él. La parábola de los viñadores parece confirmar esto
mismo. Pero enfrente de estos textos tenemos otros que arguyen ignorancia entre
los judíos. Empecemos por las palabras del Señor en la cruz:
“Padre, perdónalos; porque no
saben lo que hacen (Lc. 23,34). Y las otras de San Pedro: “Ahora
bien hermanos, yo sé que por ignorancia habéis hecho esto, como también
vuestros príncipes (Act. 3,17). Más expresivas son las palabras de San
Pablo que los príncipes de este siglo no conocieron la sabiduría del Evangelio,
“pues,
si la hubieran conocido nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria”
(1Cor. 2,8).
Entraba
en los planes de Dios que Jesús se revelase como Mesías e Hijo de Dios con
palabras y obras, de suerte que los hombres de buena voluntad le pudieran
reconocer; mas también debía cumplirse el misterio de la cruz, del cual
dependía la salud del mundo, cooperando a ello los hombres con su ignorancia y
con la PREVERSION DE SU VOLUNTAD incrédula. Misterio grande de la providencia
de Dios que los judíos rechacen al Mesías, por quien tanto habían suspirado.
La
solución de Santo Tomás empieza a distinguir entre el pueblo indocto, que al
principio se entusiasmaba con la doctrina y los milagros de Jesús, y las clases
directoras, los sacerdotes, fariseos y escribas, que creían poseer las llaves de la sabiduría. La
responsabilidad de los primeros es escasa comparada con la de los segundos. A
aquellos conviene plenamente la excusa del Señor y las de San Pedro arriba
citadas.
Cuanto
a las clases directoras del pueblo, que estaban más capacitadas para juzgar, es
preciso distinguir en Jesús la mesianidad, la filiación divina per excellentiam
gratiae singularis y la filiación divina per naturam. De todos estos puntos
había dado Jesús argumentos eficaces sobre cada uno de los tres aspectos de su
personalidad; que no es igual el ministerio de su mesianidad que el de una
justicia excelente, que el de la divinidad. La lumbre sobrenatural, que sería
suficiente para hacer ver lo primero, no lo era para manifestar lo segundo y
menos lo tercero.
Pero en los tres casos esa lumbre divina exige aquella
buena voluntad de que nos habla el coro angélico, y esa es la que los
escribas y doctores les faltaba y por la que fueron GRAVISIMAMENTE RESPONSABLES
de la muerte de Jesús. Era su IGNORANCIA AFECTADA, que no excusa de la culpa.
De manera
que los judíos pecaran al pedir la crucifixión de Jesucristo, Hijo del hombre,
y también Hijo de Dios. Y esto nos dice de la gravedad d este pecado. Para
sellar este comentario, y a la vez, aclararlo más, citamos a continuación las
palabras de Santo Tomás:
“Hay que distinguir en los judíos los
mayores y los menores. Son los mayores los que se decían sus “príncipes”, de
estos, como de los demonios, se dice en el libro “Cuestiones del Nuevo y
Antiguo Testamento” que “conocieron ser Jesús el Mesías prometido en la ley,
pues veían en El cuantas señales habían predicho los profetas”; pero el
misterio de su divinidad lo ignoraron, por lo cual dice el Apóstol: “Si lo
hubieran conocido, nunca lo hubieran crucificado al Señor de la gloria”.
Hemos,
sin embargo, de tener en cuenta que su ignorancia no les excusaba de crimen,
pues era ignorancia afectada. Veían las señales evidentes de su divinidad, mas,
por odio o por envidia de Cristo, las pervertían, y rehusaban dar fe a las
palabras con que se declaraba ser Hijo de Dios. Por esto el mismo Señor dice de
ellos: “Si no hubiera venido y no les hubiera hablado, no tendrían pecado; mas
ahora no tienen excusa de su pecado”. Y luego añade: “Si no hubiera hecho entre
ellos obras que ningún otro hizo, no tendrían pecado”. Bien puede considerarse
como dichas en la persona de ellos mismos las palabras de Job: “Dijeron a Dios;
retírate de nosotros, no queremos la ciencia de tus caminos”.
En
cuanto a los menores, es decir, al pueblo, que ignoraba los misterios de la
Sagrada Escritura, no alcanzaron un pleno conocimiento de que El fuera el Mesías
ni el Hijo de Dios; y aunque algunos de ellos creyeron en Cristo, pero la masa
del pueblo no creyó. Y, si alguna vez llegaron a sospechar que El era el Mesías,
por los milagros y por la eficacia de su doctrina, como consta por San Juan,
luego fueron engañados por los príncipes para que no creyeran ser el Mesías y
el Hijo de Dios. Por esto San Pedro les dice: “Yo sé que por ignorancia habéis
hecho esto, igual que vuestros príncipes”, porque habían sido engañados por
estos.