miércoles, 19 de marzo de 2014

TRATADO DE LA CONFIANZA CRISTIANA CONTRA EL ESPIRITU DE PESIMISMO Y DESCONFIANZA Y CONTRA EL TEMOR EXCESIVO (4a)

TRATADO DE LA CONFIANZA CRISTIANA CONTRA EL ESPÍRITU DE  PESIMISMO Y DESCONFIANZA Y CONTRA EL TEMOR EXCESIVO



XI. El espíritu de pusilanimidad y desconfianza es injurioso a Dios, que nos lo ha prohibido expresamente.


   1. Nunca se podrá advertir lo suficiente a las almas devotas sobre el peligro y la importancia para estar alerta contra el espíritu de pusilanimidad, no abandonándose a la desconfianza y a la tristeza, sino conservando en todo tiempo y todas las circunstancias una viva confianza en la bondad de Dios, una paz y un gozo santo. No sin razón el Espíritu Santo sobre esto nos ha advertido como cien veces en las Sagradas Escrituras, para obligarlas a que en esto pongan una atención muy particular. A Dios no se le honra con la desconfianza, la turbación y el decaimiento del espíritu: todo esto ofende e injuria su bondad, nos aleja de Él y aleja de nosotros sus auxilios. Por estos temores y desconfianzas Dios permite que caigamos en aquellos males que tememos y no sería así teniendo una entera confianza en su misericordia.


2. San Pedro caminó con seguridad sobre las olas del mar agitado por una gran tempestad, mientras consideró la bondad y el poder de Jesucristo a quien quería llegar; y comenzó a hundirse en el agua, sino cuando, aterrado por la violencia de los vientos, empezó a temblar y a faltarle la confianza. Oh hombre de poca fe y confianza, ¿por qué has dudado? Desgraciados a aquellos a quienes les falta el ánimo, que no se fían de Dios y por tanto no les protege. Luego nuestra principal obligación es desterrar esta pusilanimidad y esta desconfianza, pues son la causa de nuestras caídas y nuestras desgracias: porque también son la causa que Dios nos deje de proteger, y afirmarnos cada vez más en la esperanza, manantial de la paz y el gozo del corazón y de todo genero de bienes. Vosotros los que teméis al Señor, esperad en Él, y os hará misericordia y su misericordia será vuestro gozo. El que adora y sirve a Dios con gozo, será bien recibido de Él y su oración subirá hasta las nubes. Regocijaos en el Señor, y Él os dará todo lo que vuestro corazón pidiere. La paz y el gozo del corazón es la vida del hombre y un tesoro inagotable de santidad. Al contrario, la tristeza del corazón es una llaga universal: porque derrama el tedio y la amargura sobre todas las acciones, cubre el entendimiento de pensamientos e imágenes oscuras, se opone a la confianza y amor de Dios, a la ternura, a la compasión y al sufrimiento del prójimo: ella excita la cólera, la impaciencia, el odio, la envidia destruye hasta la misma salud del cuerpo y, finalmente es una llaga universal, como se dijo más arriba. No abandones, pues, tu alma a la tristeza, y no te aflijas a ti mismo con la agitación de tus pensamientos. Ten compasión de tu alma haciéndote agradable a Dios, reúne tu corazón en la santidad de Dios arroja lejos de ti la tristeza, porque ella ha causado la muerte de muchas personas, y para nada es útil.


XII Jesucristo y sus apóstoles han tenido un cuidado muy particular para advertirnos sobre la desconfianza, la turbación y del temor excesivo y nos recomiendan la confianza, la paz y el gozo en los mayores males.


1. Debemos tener muy en cuenta que Jesucristo empleó sus últimos momentos en enseñar a sus discípulos, y en ellos a todos nosotros, estas importantes verdades; en el sermón de la última cena les dejó como herencia su gozo y su paz como por testamento; les mandó expresamente que desterraran de su corazón la turbación y el espanto y se las remarcó para que pusieran en ello más atención. Vuestro corazón no se turbe; vosotros creeís en Dios, creed también en mí.  Realmente nos es suficiente para calmar todas las turbaciones, creer que tenemos a Dios por Padre y a su Unigénito Hijo por mediador. Yo os dejo la paz, yo os doy mi paz: yo no os la doy como el mundo la da. Vuestro corazón no se turbe y no se deje abatir del temor. Os he dicho todas estas cosas para que mi gozo permanezca en vosotros. Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea lleno. Os he dicho estas cosas para que tengáis la paz en mí. Estaréis oprimidos en el mundo; pero tened confianza, yo he vencido al mundo. Hablando después con su Padre le dijo: Padre mío ahora vengo a ti: y digo esto estando aun en el mundo, para que tengan en sí mismos la plenitud de mi gozo. Los apóstoles, que recibieron tales instrucciones de Jesucristo, no se han cansado de inculcarlas a los fieles y todas sus epístolas están llenas de todas estas instrucciones.


   2. No obstante esto, los primeros cristianos a quienes los apóstoles recomendaron incesantemente la paz y el gozo, estaban expuestos a trabajos y tentaciones mucho más grandes que las nuestras (1856); porque las persecuciones eran mucho mas horribles (hoy 2003 las persecuciones morales también son terribles y más angustiantes causando una muerte lenta y dolorosísima); las amenazas de la muerte y de una muerte cruel y sangrienta casi continuas. Más no por esto se debe creer que aquellos fieles todos eran perfectos y poseían fortaleza heroica; pues vemos por las mismas epístolas de los apóstoles, que también había muchos débiles e imperfectos que se veían, con frecuencia, en peligro de perder la fe y la salvación eterna, a no ser que Dios les concediera la gracia del martirio, gracia que se concede aún a los más fuertes y perfectos. Además de lo dicho estaban expuestos a terribles tentaciones y los apóstoles les prohibían la turbación y la agitación mandándoles arrojar en el seno de Dios todas sus inquietudes, que creyesen con firmeza sobre el cuidado de Dios sobre nuestras almas, que jamás permitiría fuésemos tentados más allá de nuestras fuerzas, que se fortalecieran en su virtud omnipotente; que afianzaran su corazón en la gracia, que puede hacer en nosotros más de lo que pedimos, y todo lo que no pensamos; y que se regocijasen en todo tiempo en el Señor. Con aquella confianza que los había llamado a la compañía de su Hijo y a su eterna gloria, los afirmaría y fortificaría y que habiendo comenzado por sí mismo la obra de la salvación, la perfeccionaría hasta la venida del Señor.

XIII Las almas piadosas no se deben dejar llevar por la turbación y desconfianza, aunque no experimenten en sí esta paz y este gozo.

   1. Aunque este gozo y esta paz en el Espíritu Santo estén tan unidas con la justicia cristiana, es preciso, para los que viven piadosamente no dejarse abatir y desanimar con el pretexto que no sienten en sí esta paz y este gozo, sino al contrario se ven muchas veces turbados y agitados; ni se dejen persuadir, por el demonio, que no participan de la justicia cristiana. En aquel pasmoso sermón de la última cena en cual Jesucristo recomendó repetidas veces el gozo y la paz, como legados preciosos que quería dejar a todos sus verdaderos discípulos. Conforme a esto Jesucristo expresó contundentemente: Vuestro corazón no se turbe, y no de deje abatir por el temor. Sólo prohibe aquella turbación que proviene de la poca confianza en su poder y en su bondad: pero no aquella turbación que procede de los sentidos y la imaginación de los cuales el alma no es siempre dueña; porque mientras la parte inferior del alma está agitada, la superior puede y debe conservarse en paz.

   2. Jesucristo mismo que experimentó por voluntad propia el tedio, la tristeza y el temor hasta caer en una terrible agonía debido a la cual, por prodigio inaudito, salió de todas las partes de su purísimo cuerpo un sudor de sangre que corrió hasta el suelo; también en la Cruz mientras sacrifica su vida por la gloria de su Padre, se queja del abandono de su Padre quien deja caer sobre su alma todo el peso de su divina justicia y santidad, sepultándola en un mar de dolores, amargura y desolación; privándole de todo gusto, de todo gozo, de todo consuelo. Hasta esto lo llevó su caridad infinita, para consolar a los más débiles de su cuerpo místico en los disgustos, temores, tristezas, privación de todo gozo y consuelo sensible que se experimentan en el transcurso de la vida cristiana; enseñando con esto, a los perfectos como a los flacos, que todo lo deben sacrificar por Dios y sufrir por su amor la privación de todo consuelo y de todo gozo sabiendo que con eso cumplen su santísima voluntad costare lo que costare.

   3. Mientras una parte inferior de nuestra alma está atediada, tímida y triste, puede haber en la parte superior de ella cierto gozo y cierta paz; y ser muy verdadero este gozo y paz, aunque no se sientan a causa del temor y tristeza que ocupan la imaginación y lo sentidos; porque escrito está: "Que el justo vive por la fe", pero no por lo que siente. Cuando los ministros de la Iglesia bautizan, absuelven o consagran el cuerpo de Jesucristo, sacan (por decirlo así) las almas del infierno y les abren las puertas del cielo con la remisión de los pecados que comunican los sacramentos del Bautismo y la Penitencia: ni tampoco los que reciben estos sacramentos sienten en sí mismos estos admirables efectos; y no obstante ni los unos ni los otros lo dudan. ¿Por qué? porque unos y otros juzgan por la fe, no por lo que sienten. Pues del mismo modo se ha de juzgar de aquella paz y de aquel gozo que Dios recomienda tan fuertemente en las Escrituras del Nuevo y Antiguo Testamento, no gobernados por lo que sentimos sino por los principios de la fe que profesamos. Es verdad que esta paz y este gozo es algunas veces sensibles, es decir, se experimenta una cierta dulzura, una suave afección, cierto gusto, que Dios da muchas veces al principio de la conversión más que en lo sucesivo. Entonces debe recibirse esta gracia con humildad; pero sin apegarse demasiado a ella: porque acostumbra el Señor retirarla cuando las almas se hallan fortificadas y arraigadas en las virtudes cristianas. Les conviene mucho que este gozo no dure siempre; y que en su lugar lo sustituya, como lo hace, un gozo puramente espiritual: un gozo que, a pesar de la turbación misma de los sentidos y de la parte inferior del alma, se mantenga oculto en lo íntimo del corazón y de la voluntad. Y este gozo no es otra cosa sino un cierto vigor, una cierta fortaleza toda interior y espiritual, que sostiene al alma contra las tentaciones; que la hace cumplir todas sus obligaciones, por lo menos en las cosas esenciales; que la tiene sumisa a Dios y a su santa voluntad, aún en medio de las mayores agitaciones; que la hace superior a todos los falsos gozos y mortales dulzuras del pecado; y la hace preferir el placer y la felicidad de vivir en castidad, en humildad, en caridad, en templanza y en las virtudes cristianas, a aquel gusto que podría buscar (como lo hacen otros) en los deleites opuestos a estas virtudes.

   4. Esta paz y este gozo es inseparable de la justicia cristiana, y siempre permanece en lo íntimo del corazón de todos los justos, aunque muchas veces la turbación y el temor que se elevan en la parte inferior, les incline a creer que no lo tienen. Así lo asegura San Bernardo: "Hay muchos que se quejan de que raras veces experimentan esta afección sensible y más dulce que la más excelente miel, como dice la Escritura. Estos no consideran, que proviene que Dios los ejercita en la tentación y en los combates, mientras dura esto; y que manifiesta mucha más firmeza y valor cuando así se abrazan con las virtudes, no por el gusto que en ellas se encuentra, sino por ellas mismas, con solo el deseo de agradar a Dios, practicándolas con una entera satisfacción. Y es indubitable que el que obra de este modo obedece perfectamente a aquel consejo saludable del profeta: regocijaos en el Señor; porque no habla el profeta tanto del gozo sensible que nace de la afección, cuanto del gozo efectivo que produce la acción : porque aquella afección propiamente pertenece a la bienaventuranza que esperamos en el cielo; y la acción es propia de la virtud que debemos practicar en esta vida."

   5. En sentido se cumplen en todos los verdaderos cristianos aquellas palabras tan notables de S. Pablo: "Haced reinar y triunfar en vuestros corazones la paz de Jesucristo, a la cual habéis sido llamados" Estos encuentran la paz de Jesucristo en las turbaciones, en las contradicciones, en los males, en las adversidades, en la vida y en la muerte: porque en todo esto encuentran la voluntad de Dios y ponen su descanso en la sumisión a esta divina voluntad. Aún encuentran esta paz de Jesucristo en sus miserias y enfermedades espirituales, en la guerra y contradicción de sus pasiones, en la agitación de sus pensamientos, en la turbación y espanto de su entendimiento, de su imaginación y de sus sentidos y hasta en sus mismos defectos y faltas, como se explicara más extensamente en su momento. Ellos (los cristianos) remedian cuanto pueden todos sus deslices voluntarios; se humillan por sus defectos y flaquezas, aunque involuntarias, por la agitación de sus pasiones, y por los pensamientos que no pueden impedir. Porque la voluntad de Dios es que se humillen y giman por estas cosas; pero las sufren con una humilde paciencia, y sin perder la paz del corazon: y pues Dios quiere que vivan en este mundo con estas contradicciones, se someten humildemente a sus órdenes, esperando en su bondad una perfecta curación, cuando quiera hacerlo. Si la paz de Jesucristo reina siempre con superioridad en el corazón y se hace vencedora de la turbación. Hablaremos pues otras veces más de una materia que es tan importante en la vida espiritual.