lunes, 31 de marzo de 2014

LA CRUZADA POR LA LIBERTAD RELIGIOSA EN MEXICO: La guerra cristera (Ultima parte)

 La guerra Cristera



LOS ARREGLOS a) Modus vivendi 

Este episodio de la guerra cristera es sin duda uno de los más difíciles de comprender, si humanamente se le considera o se le juzga, pues el entendimiento no alcanza a comprender cómo los que estaban a punto de vencer en el campo de batalla fueron vencidos en el terreno "diplomático o político".


Los famosos arreglos entre la Iglesia y el Estado se presentaron, ante los entendimientos de los soldados de Cristo Rey, como una terrible pero verídica pesadilla. No hay palabras para definir el terrible desconcierto que esta noticia causó en los ánimos sufridos, sencillos y simples de estos hombres valientes.


Aun para los que no estuvimos en ese tiempo, se nos presenta este episodio como un período muy enmarañado o complicado porque escasea la información sobre este tan complicado tema. Con todo, como nosotros no somos autoridad para afirmar si Roma se equivocó o no y si fue imprudente o no, tan sólo expondremos lo que, sobre este asunto tan espinoso, hemos encontrado.


Los Estados Unidos de América seguían minuciosamente los entredichos de Roma y los Cristeros y se valían de eso para unir dos extremos irreconciliables que se suscitaron desde el principio de la guerra. ¿Cuáles eran estos extremos?     


Bravo Ugarte en su obra nos dice: "... Desde el comienzo de la lucha hubo dos posiciones irreductibles: La del Gobierno de la Casa Blanca que en absoluto no quería un cambio de régimen en México; y la del Gobierno Mexicano que en absoluto no quería la derogación de las leyes persecutorias. Si se quería arreglar la cuestión religiosa era del todo necesario buscar un camino intermedio que salvara los dos extremos y este camino intermedio era Roma”[1].


El P. Rafael Martínez del Campo afirmó que: "Después de haber juntado cuidadosamente información de ambas partes, acabó por exclamar delante de sus consejeros ’¡Tengo aquí este bloque de informes del lado de los combatientes y acá tengo otro de los que anhelan un arreglo y como se pueda! ¿A quiénes voy a dar la razón?’ Pero cuando en 1929 fue derrotado Escobar y dispersadas sus tropas, gracias a la ayuda militar de los Estados Unidos, a la Santa Sede le pareció ver con claridad la posibilidad de que, aun cuando triunfaran los católicos por las armas, la vecina nación del norte les anularía el triunfo de alguna manera. Este mismo pensamiento se sentía entre los combatientes que, debido al creciente desarrollo de sus actividades, tarde o temprano el Gobierno y los Estados Unidos acabarían por entrar en arreglos o transacciones. Así lo manifestó en una carta el General Gorostieta y también de la misma manera pensaba el General Degollado Guízar. Pero lo que más tarde sucederá hace ver que la Santa Sede no estuvo ni engañada ni ignorante. Además, en Roma impresionaba grandemente la división entre los prelados mexicanos; de manera que fue este el factor decisivo de la determinación de la Santa Sede"[2].


Por otro lado, M. Elizabeth Ann Rice aporta datos muy interesantes sobre la participación de los Estados Unidos en el conflicto religioso en México, para un arreglo, ya desde 1927. He aquí las palabras de M. Elizabeth: "Mr. Dwight W. Morrow, embajador de los Estados Unidos, que presentó sus credenciales ante el Presidente Plutarco Elías Calles el 29 de octubre de 1927, llevaba como instrucción esencial para su actuación extraoficial, el arreglo de la situación religiosa; de la que él mismo afirmaba, ya en diciembre de 1927, la necesidad de un pronto arreglo, por considerarlo no sólo como parte de la política oficial norteamericana; sino que mientras México no hiciera ningún arreglo o modus vivendi del problema religioso, había poca esperanza de llegar a soluciones permanentes en cualquier otro asunto, ya fuera doméstico o extranjero".


            Con este fin bien determinado, Morrow se entrevistó con el P. Burke, Secretario Ejecutivo de la N. C. W. C., sugiriéndole al Subsecretario Olds que el P. Burke fuera a hablar con Calles. De esta forma, Morrow concertó una primera entrevista entre el P. Burke y Calles, el 1º de febrero de 1928. En esta entrevista, el P. Burke le dijo a Calles que la Iglesia no aceptaba "condiciones que destruyeran su identidad" insistiéndole, además, en la ley del registro de los sacerdotes y el poder de los Estados para fijar el número de los que podían oficiar.            

Dos hechos muy importantes suceden en abril de 1928: una segunda entrevista del P. Burke y Montavon, del departamento legal de la N. C. W. C., en San Juan de Ulúa y la muerte de Monseñor de la Mora y del Arzobispo de México y Presidente del Comité Episcopal, siendo nombrado, en su lugar, monseñor Ruiz y Flores. Dado que monseñor Díaz y Barreto ocupaba la secretaría de dicho Comité Episcopal, los arreglos ante el gobierno quedaron en manos de ellos.


El 17 de mayo de 1928, monseñor Ruiz y Flores junto con el P. Burke y Montavon llegaron a Tacuba a la casa de Lewis B. McBride, agregado militar naval de los E. U. A., donde permanecieron como secuestrados sin hablar con nadie, hasta el 19 del mismo mes, poco antes de la entrevista con Calles. Tiempo que aprovechó muy bien Morrow para instruirlos en lo que debían de decir ante Calles. El resultado, según los representantes de Roma, fue "satisfactorio”.


Como se dará cuenta quien esto lea, ya son varios los nombres que se ven desfilar en estos dichosos arreglos. No se extrañe que, hasta la última entrevista, se sigan sumando nombres como el del señor Miguel Cruchaga, antiguo embajador chileno en Washington y entonces miembro de las comisiones de reclamación México-Alemania y México-España, el del P. Walsh de la Universidad de Georgetown, Agustín Legarreta y el ministro británico en el Vaticano, Henry Gotty Chilton y Sir Esmond Ovey, Ministro británico en México.    Uno se pregunta: ¿Hay algún representante de los soldados cristeros entre estos nombres?La respuesta es obvia: NO.  El 1º de diciembre de 1928, Emilio Portes Gil es nombrado Presidente interino de México y, hasta ese momento, nada habían adelantado los “arreglos”. Pero el mes de mayo, Portes Gil dijo: "Si el Arzobispo Ruiz deseara discutir conmigo el modo de asegurar la cooperación en un esfuerzo moral para el mejoramiento del pueblo mexicano, yo no tendré objeción para conferenciar con él acerca de la materia".


La primera entrevista de los Prelados y Portes Gil se tuvo el 12 de junio de 1929, después de los tejes y manejes de Morrow. En ella no se llegó a ningún acuerdo porque Portes Gil defendió a capa y espada la posición de Calles ante el P. Búnker, pero se dejó una puerta abierta para seguir negociando.

Como era de esperarse, la reacción de los soldados cristeros fue oponerse a todo arreglo sin la participación de alguna comitiva que los representara, según se desprende de la carta que el general Enrique Gorostieta enviara para esas fechas a los señores obispos: "No en verdad los obispos los que puedan con justicia ostentar esa representación. Si ellos hubieran vivido entre los fieles, si hubieran sentido en unión de sus compatriotas la constante amenaza de su muerte por sólo confesar su fe, si hubieran corrido, como buenos pastores, la suerte de sus ovejas, si siquiera hubieran adoptado una actitud firme, decidida y franca en cada caso, para estas fechas fueran en verdad dignísimos representantes de nuestro pueblo. Pero no fue así o porque no debió ser o porque no quisieron que así fuera. Ahora nos sera difícil, más bien imposible, que el Episcopado tome sin faltar a su deber una representación que no le corresponde, que nadie le confiere".


Esta carta jamás llegó a las manos de los señores obispos Ruiz y Flores y Pascual Díaz y Barreto, quienes tuvieron su última entrevista con Portes Gil el 21 de Junio de 1929.


Roma acudió, representada por estos señores obispos, con los siguientes puntos a tratar en esa reunión:


            "1. El Santo Padre está muy dispuesto a una solución pacífica y laica. 2. Amnistía completa para Obispos, sacerdotes y fieles. 3. Devolución de propiedades de la Iglesia, de Obispos y casas de sacerdotes y seminarios. 4. Relaciones sin restriccciones entre el Vaticano y la Iglesia mexicana. Unicamente con estas condiciones podrá usted ultimar, si lo piensa decoroso ante Dios".


            Se firmaron los acuerdos, acuerdos que nunca vio el pueblo católico, terminándose esta fase de la controversia religiosa. Portes Gil, vagamente anunció que: "Se ofrecería amnistía a los rebeldes católicos armados que se rendirán y entregaran las armas...; lo mismo que los individuos encarcelados por faltas contra las leyes religiosas", dando instrucciones al Subsecretario de Gobernación para facilitar el regreso del clero a las iglesias, lo más pronto posible. Volvemos a insistir: todo lo ordenado por Portes Gil sólo fue de palabra y las palabras se las lleva el viento, como se demostró después. b) Modus moriendi             Éste es uno de los capítulos más tristes de la guerra cristera que, si se mira desde el punto de vista humano, no tiene explicación. Si Dios permitió esto, Él sabe por qué.


            Portes Gil no cumplió con lo pactado en los arreglos, pues no bien los cristeros entregaron las armas y recibieron el famoso  "salvoconducto", empezó la más horrible persecución. En la misma, murieron los jefes cristeros durante los primeros meses. La persecución duró cerca de diez años. El número de muertos fue mayor que durante los tres años de batalla.


            La situación entre la Iglesia y los cristeros se complicó demasiado. Esto lo habían previsto algunos obispos como Monseñor de la Mora y Monseñor Orozco y Jiménez, quienes dijeron: 

"Un desengaño sería de terribles consecuencias para la Iglesia: a) porque el pueblo perdería la confianza en sus pastores que lo guían a los cuales hasta ahora se ha mostrado siempre sumiso y obediente; b) porque perdería el animo para seguir luchando, al ver que, al obtener el triunfo, éste se le escapaba, haciendo vanos todos sus sacrificios. Tal es el sentir de la parte más sana de nuestro pueblo; c) porque difícilmente podrá contarse más adelante con la cooperación de ese mismo pueblo, para las obras sociales y de todo orden que en adelante se emprendieren". 

Cuanta razón tuvieron estos prelados pues se ve confirmada y más ampliada por Monseñor González Valencia, cuando Roma le pidió que describiera a situación religiosa en el año de 1932. Éstas son sus palabras y con ellas damos por terminado este modesto trabajo sobre "Roma y los Cristeros":
             "Juzgo que se ha perdido por completo entre los católicos mexicanos la tradicional estima de los obispos, más aun el simple respeto. Y esto no es de maravillar, si se atiende al cambio absoluto del dignísimo modo de obrar que tuvo el Episcopado al principio del conflicto para venir al actual modo de comportarse, que según todos parece totalmente opuesto al primero, no obstante las explicaciones dadas. Hace poco corrió impreso en la ciudad de México un opúsculo titulado se nos dijo, en el cual, con documentos de los obispos y de la Santa Sede, aparece lógicamente condenada la actual conducta. Peligra además la fama del Episcopado, por la penosa comparación que frecuentemente hacen los perseguidores y la no menos inexplicable severidad, para no decir más, hacia los sinceros defensores de la Iglesia católica; 2) Observo y aviso con gran dolor que las murmuraciones y quejas se extienden ya a la misma Santa Sede, fenómeno gravísimo y hasta ahora nuevo y desacostumbrado entre nosotros; 3) Confieso que no veo cómo no procedamos ilícitamente los obispos, cómo no sometemos totalmente la Iglesia al Estado... Por la inmensa bondad de Dios, todavía no me encuentro personalmente en estas angustias, porque las autoridades locales hasta ahora no han querido perseguir... Con gran reverencia y dolor, pero con gran persuasión, afirmo que no entiendo lo que está pasando en la Arquidiócesis de Michoacán, lo cual puede servir de ejemplo... no veo cómo puede hablarse de tolerancia y cómo no se trata de complicidad en cosas intrínsecamente malas... 4) Pero aunque no se tratara de cosas intrínsecamente malas, no veo, sin embargo, la utilidad del modo actual de proceder. El gobierno tiene pésima voluntad y quiere la ruina de la Iglesia; 5) Al menos, el escándalo entre el clero y el pueblo es grave y puede temerse con seriedad que sobrevenga un cisma o que muchos pierdan la fe". 





[1] BRAVO UGARTE: México Independiente. México 1959, pág. 430.
[2] Declaración hecha al autor del libro México Independiente.