martes, 31 de enero de 2023

LA IGLESIA OCUPADA Libro de Jacques Ploncard d’Assac (CAPITULO 2)

 


CAPITULO II - EL “ORBIS CHRISTIÁNUS”

Todo se miraba bajo SPECIAE AETERNITAS, desde el punto de vista eterno.

C. V. GHEORGHIU

La Edad Media duró mil años. Mil años durante los cuales se forja el ORBIS CHRISTIANUS, el Universo cristiano. Es el más formidable ensayo de imperio universal que jamás haya sido intentado, conseguido y mantenido.


“El esfuerzo principal de la clase dirigente —la clase eclesiástica— era unificar el planeta. La consigna era: REDUCERE AD UNUM. Un solo jefe: el representante de Dios en la tierra. Una sola lengua: el latín. Una sola ley: la ley de la Iglesia. El ideal era hacer depender de la Iglesia todas las formas de vida, con todos sus valores y todas sus virtudes, no negadas pero sí avasalladas”.


Al cabo de estos mil años, un fenómeno trastorna todo: la aparición del Capitalismo.

¿Cómo se produjo? Muy sencillamente, las finanzas y la economía consiguieron escapar de las normas de la Iglesia y comenzaron a desarrollarse según la ley de la ganancia. Esto sucede cuando Lutero fija sus tesis en la puerta de la catedral de Wittenberg, en octubre de 1517. El ORBIS CHRISTIANUS estalla. Se entra en el mundo moderno.

 

Este mundo moderno que, observa C. V. Gheorghiu, cesará “un mes de octubre — siempre octubre— de 1917. En el momento del estallido del mundo moderno y del advenimiento de la revolución rusa, a partir de la muerte de la sociedad moderna, todas las ramas de la actividad dejan de ser independientes. Están subordinadas a la idea central, absoluta y considerada como inviolable. En octubre de 1917, SE REANUDA LA FÓRMULA DE VIDA DE LA EDAD MEDIA. Karl Marx es el continuador de Santo Tomás de Aquino, en cuanto a la concepción de la organización social. Así como en la Edad Media no se concebía más que una filosofía cristiana, unas matemáticas cristianas, una medicina cristiana y un amor cristiano, allí donde son aplicadas las reglas de la nueva sociedad, en la mitad del planeta, no existe exclusivamente más que una filosofía marxista, una literatura marxista, una moral marxista y un ejército marxista (...) Así como antes no existía rama de la actividad humana sin la opinión y la aprobación de la religión, no existe en la sociedad marxista ninguna especie de actividad que no esté controlada y dirigida por la idea central marxista. La sociedad que ha surgido en octubre de 1917 es una continuación de la Edad Media EN LA QUE DIOS FALTA y el equipo técnico sobra. El resto es exactamente igual, idéntico”.

Así, la sociedad capitalista no habría sido más que un enorme paréntesis entre dos sociedades universalistas, SIN DIOS la segunda.

Karl Marx, escribe M. Trévor-Roper, vive en el protestantismo la ideología propia del capitalismo, el epifenómeno religioso de un fenómeno económico. Max Weber y Werner Sombart invierten la proposición.

“Considerando que el espíritu liberal precedía a la letra, lanzaron la hipótesis de un espíritu creador, el ESPÍRITU DEL CAPITALISMO. Weber y Sombart, como Marx, situaron el desarrollo del capitalismo moderno en el siglo XVI y, por consiguiente, ambos buscaron el origen de este nuevo ESPÍRITU DEL CAPITALISMO entre los acontecimientos de ese siglo. Weber, seguido en esto por Ernest Troeltsch, encontró este origen en la Reforma; el espíritu del capitalismo, dice, es una consecuencia directa de la nueva “ética protestante, tal como la enseñaba Calvino”.


Sombart fue más lejos que Weber y vio en los judíos sefardíes, que en el siglo XVI huyeron de Lisboa y de Sevilla y llegaron a Hamburgo y Amsterdam, a los verdaderos instauradores del capitalismo, cuyo ESPÍRITU denunciaba en la ética judía del TALMUD.


Las dos tesis no son inconciliables, incluso se complementan y forman una nueva tesis que se podría expresar así: el hundimiento de la ética cristiana en el siglo XVI, bajo los golpes del liberalismo erasmista, de la Reforma luterana y calvinista, de la ética judía, permitió el nacimiento de un capitalismo de especulación que tiende a la plutocracia.


H. R. Trévor-Roper demuestra que en el siglo XVI, en los países católicos y protestantes, los hombres de negocios son calvinistas. “Constituyen —escribe—, una fuerza internacional, la ¿élite económica de Europa. Es como si fuesen los únicos capaces de hacer fructificar el comercio y la industria y al hacerlo administran importantes sumas de dinero destinadas, bien a mantener ejércitos, bien a reinvertir en otras grandes empresas económicas”.


Se trata de una clase apátrida, no solamente formada por calvinistas: “Analizando la clase de empresarios de las nuevas ciudades ‘capitalistas’ del siglo XVI, se descubre que esta clase está esencialmente formada por emigrantes y que éstos, cualquiera que sea su religión, provienen esencialmente de cuatro regiones. Primeramente, vienen los flamencos calvinistas, lo que permite a Weber defender su tesis. Después vienen los judíos de Lisboa y de Sevilla a los que Sombart hizo rivales de los calvinistas de Weber. En tercer lugar, están los alemanes del Sur, en particular de Augsburgo. Por último, en cuarto lugar los italianos, sobre todo los de Como, Locarno, Milán y Lucca”.

Todos tienen un denominador común: HAN ROTO CON LA CRISTIANDAD.

¿Por qué aparece de repente esta clase capitalista apátrida? ¿Por razones económicas, como cree Karl Marx? Por eso no. Aparece porque la Iglesia de la Contrarreforma ha vuelto a tomar en sus manos la estructura social.

La creación de la Internacional capitalista que se forma en el Norte de Europa en el siglo XVI, se debe a las medidas religiosas, políticas y sociales de la Contrarreforma. El protestantismo ha engendrado un nuevo tipo de hombres que engendran a su vez el capitalismo apátrida, porque la Iglesia de la Contrarreforma rechazó el capitalismo liberal que se había introducido bajo el amparo del liberalismo erasmista.


Esta Internacional del Oro, esta Plutocracia “flor del mal del peor capitalismo”, se forma y se adhiere a las Corporaciones cuyo control conserva la Iglesia.


Dos tipos de sociedad se enfrentan: la sociedad corporativa cristiana, que busca proteger el empleo reglamentando los cambios de técnicas, y la sociedad capitalista, que busca acrecentar sin límite sus beneficios por la aceleración de los cambios técnicos. Es la sociedad del interés y de consumo.

 No hay pues, en absoluto, como lo ha creído Marx, una causa económica que engendra un estado de espíritu, sino al contrario, un estado de espíritu que, rechazando las reglas del ORBIS CHRISTIANUS milenario, tendió al provecho individual y engendró una economía capitalista.

 La resistencia a este empuje fue aplicada en el sitio debido por la Contrarreforma, pero la Reforma sirvió de refugio ideológico y territorial a la nueva internacional, la del Oro.

 Esta se funda, dirá C. V. Gheorghiu, “en un descubrimiento a primera vista pueril. La Iglesia, la autoridad suprema, única, de todas las actividades y de la vida humana en la tierra, enseña a los fieles que: PECUNIA PECUNIAM NON PARERE POTEST, lo cual quiere decir una moneda no puede tener hijos. Ahora bien, los hombres han visto con sus propios ojos de qué forma las monedas producen otras. A causa de este descubrimiento el ORBIS CHRISTIANUS y la organización social de la Edad Media se han derrumbado”. 

Pero esto se ha hecho en contra de la ley de la Iglesia.

 “El interés del capital es un robo”, había dicho San Bernardo. El ORBIS CHRISTIANUS consideraba que el derecho de propiedad “pertenecía en primer lugar al género humano considerado como unidad moral”. Edouard Drumont lo ha recordado en un capítulo muy notable de La Fin, d’un Monde: “Originariamente, escribe, nadie tiene derecho a sustraer de la comunidad una parte de los bienes terrestres y de apropiársela con exclusión de los demás. Según la ley natural, los bienes temporales serían más bien comunes. Si los hombres fuesen tales que la ley natural pudiese ser aplicada, pura y simplemente, es decir, si se encontrasen en la condición íntegra de su primera naturaleza, la comunidad de los bienes terrestres sería el mejor y el más preferible de los estados.

“Este estado de naturaleza ideal, soñado tan a menudo, no habiendo existido jamás y no pudiendo realizarse ni en el presente, ni en el futuro, desde la caída del hombre, la comunidad absoluta de bienes no ha podido ser aplicada nunca, ni lo será jamás fuera de las asociaciones religiosas cuyos miembros tienden a aproximarse a la entera perfección”.

Luego, la propiedad privada no se admite más que “como un orden, en la mayoría de los casos, más ventajoso para la colectividad que la comunidad de bienes”.


Pero aunque la Iglesia admita la propiedad privada, “no ha dejado menos de conservarle su carácter de usufructo, de simple delegación, unida a la obligación de no disfrutar de la propiedad más que dentro de muy estrictos límites, y de distribuir su parte a los que sufren”.


El ORBIS CHRISTIANUS fundado sobre esta concepción de la propiedad no podía admitir que “la moneda engendrase monedas”. San Gregorio Nacianceno había dicho que “el que llamase ROBO y PARRICIDIO a la inicua invención del interés del capital no estaría muy alejado de la verdad. En efecto ¡qué importa que te adueñes del bien ajeno escalando muros o matando a los caminantes o que adquieras lo que no te pertenece por los efectos despiadados del préstamo!”.

En el ORBIS CHRISTIANUS la moneda es sólo un instrumento de medida. Por lo demás se utiliza poco, el comercio es esencialmente un trueque.

Salvo a los judíos a quienes la Iglesia tolera en sus ghettos, el ORBIS CHRISTIANUS sólo abarca a los cristianos y “la Iglesia no es un ejemplo de verdades especulativas con las cuales la fe o la razón puedan estar de acuerdo o en conflicto. Se impone con el mismo derecho que una constitución política o que las leyes jurídicas”.

En esta sociedad, las relaciones sociales no se imponen por exigencias humanas, tales como las concebimos hoy en día, sino por exigencias divinas. El hombre forma parte del tiempo eterno, con las Estaciones, los Angeles, el Paraíso y el Infierno, “con unidades de medida tales como el Cielo y la Eternidad, la manera que tenía el hombre de mirar las cosas, los acontecimientos y la vida era totalmente diferente de la del hombre moderno. Todo se miraba bajo SPECIAE AETERNITAS, desde el punto de vista eterno”.


En esta sociedad todo se encadena con lógica: “El hombre medieval considera el universo como una máquina creada por Dios (...) El único camino por el que el hombre puede subir al Paraíso, son los peldaños de la Iglesia. EL QUE LOS ESCALA ENCONTRARÁ A DIOS. Con el fin de facilitar la obra de la salvación del planeta, “LA MÁQUINA PARA SALVAR A LAS ALMAS” ha dividido la población de la tierra en tres categorías... los BELLATORES o los que combaten, los ORATORES o los que rezan los LABORATORES o los que trabajan para alimentar, vestir y servir a las dos categorías primeras”.


Estas divisiones descansan a la vez en el empleo de las capacidades de cada uno. Ninguna discriminación de valor entre estas clases. “Por inferior que sea la función que el hombre ejerza, forma parte del cuerpo del universo (. . .). Gracias a esta doctrina, los contrastes que en el mundo moderno son considerados como antítesis irreconciliables, se presentan en el mundo medieval bajo el aspecto de una perfecta armonía”.


La conciencia del carácter efímero de la vida humana, la convicción de que no es más que un período de paso hacia la vida verdadera, un tiempo de prueba, son tan vivas en la sociedad del ORBIS CHRISTIANUS que los mismos comerciantes tienen buen cuidado en no ceder a la tentación de las posibilidades de ganancias que se les ofrecen.

 

“Nadie habría aceptado una transacción que le hubiese llevado —automáticamente— al Infierno o al Purgatorio, igual que hoy ningún hombre sensato aceptaría hacer un negocio que lo llevase automáticamente a la cárcel. Los hombres de negocios del ORBIS CHRISTIANUS tenían todos un consejero eclesiástico a quien consultar antes de cada operación, como los hombres de negocios de los tiempos modernos tienen un consejero jurídico a quien consultar para no acabar en la cárcel” .


Al primer gran capitalista del siglo XVI, Jacques Fugger, le vemos dudar todavía e inquietarse ante ciertos negocios. Por mediación de Johannes Eck, accede al Papa “con el fin de obtener licencia y absolución para ciertas operaciones que, normalmente, conducen al Infierno al que se dedica a ellas”.

 Pero desde que Fugger y sus semejantes han descubierto que la moneda se reproduce, la tentación es fuerte y todos ceden a ella, incluso los teólogos.

 Durante cierto tiempo, los “astutos” creyeron mantener dentro de ciertos límites el capitalismo naciente. Erasmo, por ejemplo, “no condena la riqueza en sí, ni la libertad de empresa que permite a los hábiles negociantes hacer fructificar su capital” (...). Su cristianismo liberal no se asombra de tal comportamiento. “Cristo —escribe en su Banquet religieux— no ha prohibido la habilidad para los negocios, sino la preocupación tiránica del lucro”.

 Erasmo es el comensal de los Fugger de Augsburgo y de los Welsers de Amberes pero, tan fuerte es el poder de las costumbres cristianas que todavía se estremece cuando descubre los procedimientos de los “acaparadores’ que hacen pasar hambre al pueblo, provocando alzas artificiales de productos coloniales tales como el azúcar. En su dedicatoria de las obras de San Juan Crisóstomo, vemos a Erasmo meterse con los monopolios que, a pesar del descubrimiento de las nuevas vías marítimas de las Indias, no hacen que se note un descenso del precio de los productos exóticos. Hubo incluso algunos problemas con la censura de Lisboa a propósito del monopolio arrendado a poderosos traficantes que no pensaban en absoluto bajar los precios, pues la disminución del precio de costo servía para enriquecerlos con más rapidez.

 Inquieto porque prevé las consecuencias del desarrollo del liberalismo económico, no contando ya con la fuerza moral que él ha contribuido a debilitar, Erasmo, para restablecer la igualdad de cargas, no ve más solución que los impuestos.

 “Deseaba un sistema fiscal que desgravase los artículos de primera necesidad de los que el pueblo hace o debería hacer gran consumo, tales como el trigo, el pan, el vino, la cerveza, las telas y que gravase con pesadas tasas los productos de lujo tales como el lino, la seda, las materias primas para tinturas, las especias, las piedras preciosas”.

 En este ORBIS CHRISTIANUS que se deshace, donde la autoridad de la Iglesia se debilita, Erasmo se vuelve hacia el Estado para pedirle que vigile el bien común.

 “Es al Estado al que corresponde estimular las actividades económicas en expansión y no alentar las formas de industria y de comercio que no enriquecen al país, sino que crean, por el contrario, necesidades ficticias y que no interesan más que a una minoría de privilegiados. Es el Estado el que debe decidir opciones fundamentales, como las de una economía agrícola mejor que industrial, la apertura o cierre de ciertos mercados, mirando sólo el interés común”.

Se adivina la inquietud que nace de la dislocación de un orden social cuyos frenos estaban en el INTERIOR DE LOS INDIVIDUOS, en su conciencia, y en la aparición de un mundo nuevo en el cual los frenos sólo podrán actuar desde el exterior.

Esos frenos, ¿en qué manos van a estar? ¿En las del Estado? Pero, ¿qué Estado?

Ya estamos tocando las consecuencias políticas de la Reforma. La Boétie, en su Discours sur 1a servitude volontaire, pone ya todas las condiciones de la democracia permisiva. Por lo demás el sofisma es hábil: “Ciertamente —escribe— no hay nada claro ni visible en la naturaleza en lo que no podamos hacernos los ciegos, así es como la naturaleza, este ministro de Dios y Gobernador de los hombres, ha hecho a todos de la misma forma y según parece de un mismo molde, a fin de que nos reconozcamos todos por compañeros o más bien HERMANOS.

 “Entonces, puesto que esta buena madre nos ha dado a todos la tierra como morada, nos ha albergado a todos un una misma casa, nos ha configurado a todos de la misma pasta, para que cada uno se pueda mirar y casi reconocer uno en otro; si ha mostrado en todas las cosas que nos quería unidos a todos, todos UNOS (es decir iguales), no hay que dudar de que todos seamos NATURALMENTE LIBRES”.

 La Iglesia y la Sociedad ya no van a dejar de verse turbadas por estas falsas concepciones de la igualdad y de la libertad.

Cuando la crisis alcance su punto culminante, a finales del siglo XIX, León XIII tendrá que recordar que la libertad es SOLAMENTE “la facultad de hacer el bien, sin trabas y siguiendo las normas impuestas por la eterna justicia”, es decir Dios, y que esta libertad “es la única digna del hombre y ÚTIL A LA SOCIEDAD”.

 Reprobará con energía la libertad “acordada indistintamente a la verdad y al error, al bien y al mal”. Condenará la idea de que la autoridad pueda residir en “la mayoría popular” y que pueda no estar “sometida a otras leyes más que a las que ella misma haya traído según su capricho”.

 En efecto, ¿cuáles serían las consecuencias de tal interpretación de la libertad? Sería admitir que el hombre tiene el derecho “de sustraerse a la voluntad de Dios” y, a partir de entonces, “ninguna ley podría moderar la libertad humana”.

 Todas las consecuencias a las que hemos llegado en este fin de siglo y cuyo daño comprobamos, han sido anunciadas por León XIII: “El juicio y la apreciación de las ideas y por ello naturalmente también de los actos puestos en manos de todo hombre hace que la autoridad pública de los gobernantes se encuentre disminuida y debilitada. Pues sería extraordinario que los que están persuadidos de esta opinión, la más perversa de todas, de que de ninguna manera están sujetos al gobierno y obediencia de Dios, reconozcan alguna autoridad humana y que se sometan a ella.

 “Así pues, habiendo derribado los fundamentos sobre los que se apoya toda autoridad, la sociedad civil se disuelve y se desvanece; ya no hay Estado y sólo queda el dominio de la fuerza y del crimen”

¿Asombrosa premonición de los tiempos actuales? No, sino apreciación lógica de las consecuencias de los principios planteados por la herejía del siglo XVI. En cuanto a la idea de igualdad, tal como la entendía La Boétie, León XIII nos muestra por el contrario que “la naturaleza ha puesto diferencias tan variadas como profundas entre los hombres: diferencias de inteligencia, de talento, de habilidad, de salud, de fuerza: DIFERENCIAS NECESARIAS de donde nace espontáneamente la desigualdad de condiciones”.

 Entonces, ¿es injusta la naturaleza? No, puesto que esta desigualdad “sirve al provecho de todos, tanto de la sociedad como de los individuos, pues la vida social requiere un organismo muy variado y con muy diversas funciones, y lo que precisamente lleva a los hombres a la distribución de estas funciones es sobre todo la diferencia de sus condiciones respectivas”.

 Lejos de haber armado a los hombres unos contra otros, la naturaleza ha dispuesto la sociedad como el cuerpo humano en el cual “los miembros, a pesar de su diversidad, se adaptan maravillosamente uno a otro, de manera que formen un todo exactamente proporcionado”.

 El huevo de Erasmo había estallado, incubado por Lutero, Rosseau, Lammenais y sus émulos. Hoy vemos qué asombroso gallinero ha creado.

 ¿De qué serviría analizar los efectos sin remontarse a las causas? Tal ha sido la ambición de este corto capítulo. Creo que he dicho lo bastante para suscitar al menos la curiosidad de conocer más sobre ello y sembrar la duda en el espíritu de los que creen en el “sentido de la historia” cuando, en realidad, nos encontramos ante la lógica de la historia.

 



miércoles, 25 de enero de 2023

EXHORTACIONES DE SAN PABLO PARA NUESTROS TIEMPOS

 


Segunda carta del apostol San Pablo a Timoteo.


Capítulo III

CORRUPCIÓN EN LOS ÚLTIMOS TIEMPOS. 

1 Has de saber que en los últimos días sobrevendrán

tiempos difíciles. Porque los hombres serán

amadores de sí mismos  y del dinero, jactanciosos,

soberbios, maldicientes, desobedientes

a sus padres, ingratos, impíos, inhumanos, desleales,

calumniadores, incontinentes, despiadados,

enemigos de todo lo bueno, traidores , temerarios,

hinchados, amadores de los placeres

más que de Dios. Tendrán ciertamente

apariencia de piedad mas negando lo que es

su fuerza. A esos apártalos de ti. Porque de

ellos son los que se infiltran en las casas y

se ganan mujerzuelas cargadas de pecados, juguetes

de las más diversas pasiones, que siempre

están aprendiendo y nunca serán capaces

de llegar al conocimiento de la verdad.


8 Así como Jannes y Jambres resistieron a

Moisés, de igual modo resisten éstos a la verdad;

hombres de entendimiento corrompido,

réprobos en la fe. 9Pero no adelantarán nada,

porque su insensatez se hará notoria a todos

como se hizo la de aquéllos.


EL EJEMPLO DEL APÓSTOL. 

10 Tú, empero, me has seguido de cerca en la enseñanza, en la

conducta, en el propósito, en la fe, la longanimidad,

la caridad, la paciencia;  en las persecuciones

y padecimientos, como los que me

sobrevinieron en Antioquía, en Iconio, en Listra;

persecuciones tan grandes como sufrí, y

de todas las cuales me libró el Señor. 12 Y en

verdad todos los que quieren vivir piadosamente

en Cristo Jesús serán perseguidos. 13 Por

su parte, los hombres malos y los embaucadores

irán de mal en peor, engañando y engañándose.


RECOMIENDA EL ESTUDIO DE LA SAGRADA ESCRITURA.

14Pero tú persevera en lo que has aprendido

y has sido confirmado, sabiendo de quienes

aprendiste, y que desde la niñez conoces

las santas Escrituras que pueden hacerte

sabio para la salud mediante la fe en Cristo

Jesús. 

16 Toda la Escritura es divinamente inspirada

y eficaz para enseñar, para convencer

(de culpa), para corregir y para instruir en

justicia, 17 a fin de que el hombre de Dios

sea perfecto, bien provisto para toda obra

buena.

CAPITULO 6. DEL ABANDONO EN LOS BIENES ESENCIALES ESPIRITUALES Artículo 3º.- La práctica de las virtudes

 


Artículo 3º.- La práctica de las virtudes 

Dios no deifica la sustancia de nuestra alma por la gracia santificante, y nuestras facultades por las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo, sino para hacernos producir actos sobrenaturales, como se planta un árbol frutal para que nos dé frutos. Si nuestro Señor nos ha dado el precepto y el ejemplo, si nos intima sus amenazas y sus promesas, si nos prodiga sus gracias exteriores e interiores, es tan sólo para hacernos practicar la virtud, que huyamos del pecado y consigamos la vida eterna. Porque la práctica de las virtudes es el único camino de salvación y de perfección para los adultos, es también el fin próximo de la vida espiritual, es un ejercicio esencial, que unas veces es obligatorio y otras voluntario, es, en fin, la tarea que Dios asigna a nuestra actividad y ha de ser también el trabajo de toda la vida, pues las virtudes son numerosas, complejas e indefinidamente perfectibles. 

Como la práctica de las virtudes pertenece, dice Bossuet, «a la voluntad significada, es decir, al expreso mandamiento de Dios, no hay en ella abandono ni indiferencia que practicar, y sería impiedad abandonarse a no adquirir virtudes o estar indiferente para tenerlas». Y San Francisco de Sales se expresa en idénticos términos: «Dios nos ha ordenado -dice- hacer cuanto podamos por adquirir las virtudes; así es que no olvidemos nada a fin de salir bien en esta santa empresa»; y añade en otra parte que podemos desearlas y pedirlas, y hasta es más, lo debemos hacer de un modo absoluto y sin condición alguna. 

Puesto que la práctica de las virtudes pertenece a la voluntad de Dios significada, debemos consagramos a ellas según los principios de la ascética cristiana, con la gracia desde luego, mas por propia determinación y sin esperar a que Dios, mediante las disposiciones de su Providencia, nos coloque en condiciones de hacerlo y nos declare de nuevo su voluntad, puesto que nos es ya suficientemente conocida, y esto basta. Labor nuestra es suscitar las ocasiones y utilizar las que nos ofrecen nuestras santas Reglas y los acontecimientos, pudiendo, además, multiplicar los actos de virtud sin ocasiones exteriores. No hay, pues, lugar al abandono en cuanto a la esencia de esta práctica, pero tendrá lugar en muchas cosas, como el grado, la manera y ciertos medios. 

1º.- El grado de virtud. «Este depende a la vez -dice el P. le Gaudier- del hombre y de la gracia. Podemos, pues, y hasta debemos hacer los mayores esfuerzos para aumentarlo sin cesar, contentándonos, sin embargo, con la medida que pluguiere a la divina Bondad. Por esto, si observamos que nuestros progresos disminuyen o se paralizan, si llegamos a omitir obras de virtud y aun a caer positivamente en algún defecto, hemos de afligimos de haber faltado a la gracia y por no haber correspondido a los deseos de Dios. Mas, ya que El juzgó oportuno permitir esta caída o poner este limite a nuestros progresos para procurar su gloria y nuestra humillación y para castigar también nuestra negligencia, es de todo punto necesario conformar nuestra voluntad a la suya.» Declaramos, sin embargo, con este piadoso autor, que «si no subimos más alto, es por lo regular debido a nuestra culpa: la gracia abunda en toda alma fiel, pero nosotros no tenemos un ideal bastante elevado, y nos falta el valor y la perseverancia».

 2º.- Las maneras defectuosas de practicar la virtud. Un orgullo secreto, la necesidad de gozar, el miedo de sufrir, pueden en efecto mezclarse en ella. Pertenece a la mortificación cristiana poner orden, mas la Providencia nos proveerá gustosa de los medios para conseguirlo. Citemos algunos ejemplos: Existe ante todo la manera egoísta de buscarnos a nosotros mismos en las diversas consolaciones, en nuestros ejercicios de devoción y hasta en el progreso de nuestras virtudes. Dios nos gobernará en forma tal que nos quite poco a poco estos apegos, a fin de que con mayor pureza y simplicidad no ansiemos sino el beneplácito de su divina Majestad, y cultivemos en adelante las virtudes; «no ya porque ellas nos son agradables, honrosas y a propósito para contentar el amor que nos tenemos a nosotros mismos, sino porque son agradables a Dios, útiles a su honor y destinadas a su gloria». De ahí el que aun las almas más selectas sientan la aridez, atormentadas por mil repugnancias y dificultades, quebrantadas y aniquiladas por el sentimiento de su impotencia y de sus miserias. Dios quiere despojarlas del orgullo y de la sensualidad, para que aprendan a no servirle sino a El sólo y por puro espíritu de fe. 

Existe también la manera inquieta y apresurada. Muchas, luego que se han decidido a perfeccionarse por la adquisición de las virtudes, querrían poseerlas todas de un golpe; como si aspirar a la perfección bastara para poseerlas sin trabajo. Dios exige que hagamos cuanto está de nuestra parte por la fidelidad en conservar cada virtud según nuestra condición y vocación. Nos quiere así acostumbrar a tender a la perfección por grados con un corazón tranquilo. Por lo que mira a llegar a ella más pronto o más tarde, pide que lo dejemos a su Providencia; y suavemente nos conducirá, de suerte que moderemos la impaciencia de nuestros deseos y nos conservemos en la humildad. 

3º.- Algunos medios de practicar la virtud. Dios se reserva el intervenir a su tiempo y como le plazca, para allanar los obstáculos, suscitar las ocasiones y facilitar el trabajo. Lo hace por cada acontecimiento de su beneplácito, empleando a todos los hombres en los intereses de su gloria, «pero a unos en la acción más que en el sufrimiento, a otros por el martirio, las persecuciones, la mortificación voluntaria, la enfermedad, etc. Nuestro papel consiste en hacernos indiferentes a todas estas cosas y esperar el divino beneplácito, y después, en abrazar su santa voluntad y estrecharla con amor así que aparezca claramente». ¿Acaso no es ella soberanamente sabia, paternal y saludable? Por otra parte, nadie tiene derecho a pedir cuenta a Dios de por qué nos pone aquí o por qué no nos conduce de otra manera. Mucho menos podemos exigir de El algunas de esas intervenciones especiales, en que su acción singularmente poderosa ilumina, abrasa, transforma las almas, o al menos las hace realizar un sensible progreso en poco tiempo y como sin esfuerzo de su parte. 

Santa Teresa en varios lugares de su Vida señala casos de este género. Cuenta en particular cómo el primer rapto con que el Señor la favoreció despególa súbitamente de ciertas amistades muy inocentes, pero a las que estaba muy apegada, y cómo después le era imposible entablar otras de las que no fuere Dios el único lazo. Mas estas ascensiones rápidas, estas iluminaciones súbitas, estas transformaciones sorprendentes no son sino muy raras excepciones. Dios, habiéndonos dotado de inteligencia y de voluntad libre, poniendo su gracia a nuestra disposición, «nos ha dejado en manos de nuestro consejo»; y así a nuestra actividad espiritual es a la que debemos exigir la práctica de las virtudes. Sería harto temerario y hasta insensato quien, contando con intervenciones extraordinarias de Dios, descuidase la iniciativa personal y se durmiera en la pereza.



martes, 24 de enero de 2023

CAPITULO 6. DEL ABANDONO EN LOS BIENES ESENCIALES ESPIRITUALES (Art. 1 Y 2)

 


Consideremos aquí la vida espiritual en su parte esencial: 

1º Su fin esencial, que es la vida de la gloria. 

2º Su esencia aquí abajo, que es la vida de la gracia. 

3º Su ejercicio esencial en este mundo, es decir, la práctica de sus virtudes y la huida del pecado. 

4º Sus medios esenciales, que son la observancia de los preceptos, de nuestros votos y de nuestras Reglas, etc. Todas estas cosas son necesarias a los adultos, religiosos o seglares, cualquiera que sea la condición en que Dios los ponga o el camino por donde los lleve. Son ellas el objeto propio de la voluntad de Dios, significada, y, por tanto, son del dominio de la obediencia y no del abandono. El abandono, sin embargo, hallará ocasiones de ejercitarse aun en estas cosas. 

Artículo 1º.- La vida de la gloria 

«Dios nos ha significado de tantos modos y por tantos medios su voluntad de que todos fuésemos salvos, que nadie puede ignorarlo. Pues aunque no todos se salven, no deja, sin embargo, esta voluntad de ser una voluntad verdadera, que obra en nosotros según la condición de su naturaleza y de la nuestra; porque la bondad de Dios le lleva a comunicarnos liberalmente los auxilios de su gracia, pero nos deja la libertad de valernos de estos medios y salvarnos, o de despreciarlos y perdernos. Debemos, pues, querer nuestra salud como Dios la quiere, para lo cual hemos de abrazar y querer las gracias que Dios a tal fin nos dispensa, porque es necesario que nuestra voluntad corresponda a la suya.» Así se expresa San Francisco de Sales, al que nos complacemos en citar, para vindicar su doctrina del abuso que de ella han hecho los quietistas. 

De este pasaje toma pie Bossuet para establecer con mil pruebas en su apoyo, que comprendida como está la salvación en primer término en la voluntad de Dios significada, el piadoso Doctor de Ginebra no la hacía materia del abandono y que, «si él extiende la santa indiferencia a todas las cosas», ha de entenderse con esto los acontecimientos que caen bajo el beneplácito divino. Además, sería impiedad contra Dios y crueldad para nosotros mismos hacernos indiferentes para la salvación o la condenación. 

Esta monstruosa indiferencia era con todo muy querida de los quietistas, y condenaban el deseo del cielo y despreciaban la esperanza: unos, porque este deseo es un acto; otros, porque la perfección exige que se obre únicamente por puro amor, y el puro amor excluye el temor, la esperanza y todo interés propio. Tantos errores hay en esta doctrina como palabras contiene. Para dejar obrar a Dios y tornarse dócil a la gracia, es preciso suprimir lo que hubiera de defectuoso en nuestra actividad, mas no la actividad misma, ya que ella es necesaria para corresponder a la gracia: A Dios rogando y con el mazo dando, reza el refrán. El motivo del amor es el más perfecto, pero los demás motivos sobrenaturales son buenos y Dios mismo se complace en suscitarlos a las almas. La caridad anima las virtudes, las gobierna y ennoblece, mas no las suprime; y como reina que es, no va nunca sin todo su cortejo, ocupando ella el primer puesto y siguiéndola la esperanza, pues ambas son necesarias y, lejos de excluirse, viven en perfecta armonía. ¿Acaso no es propio del amor tender a la unión? Y así, cuanto más se enciende el amor, más intenso es el deseo de la unión, se piensa en el Amado, deséase su presencia, su amistad, su intimidad y no acertamos a separarnos de él. Cuando un alma fervorosa consiente de grado en no ir al cielo sino algún tanto más tarde, es por el sólo deseo de agradar a Dios abrazando su santa voluntad y de verle mejor, de poseerle más perfectamente durante toda la eternidad. En definitiva, ¿no es la salvación el amor puro, siempre actual, invariable y perfecto, mientras que la condenación es su extinción total y definitiva? 

Es verdad que Moisés pide ser borrado del libro de la vida, si Dios no perdona a su pueblo; San Pablo desea ser anatema por sus hermanos; San Francisco de Sales asegura que un alma heroicamente indiferente «preferiría el infierno con la voluntad de Dios al Paraíso sin su divina voluntad; y si, suponiendo lo imposible, supiera que su condenación seria más agradable a Dios que su salvación, correría a su condenación». En estos supuestos imposibles, los santos muestran la grandeza, la vehemencia, los transportes de su caridad, que están, sin embargo, a infinita distancia de una cruel indiferencia de poseer a Dios o perderlo, de amarle u odiarle eternamente. Tan sólo quieren decir que sufrirían con gusto, si el cumplimiento de la voluntad divina lo precisara, todos los males del mundo y hasta los tormentos del infierno, pero no el pecado; en todo lo cual demuestran lo que aman a Dios, y cuán deseosos se hallan de agradarle haciendo todo lo que El quiere, y glorificarle convirtiéndole almas. Santa Teresa del Niño Jesús era el eco fiel de estos sentimientos cuando, «no sabiendo cómo decir a Jesús que le amaba, que le quería ver por todas partes servido y glorificado, exclamaba que gustosa consentiría en verse sepultada en los abismos del infierno, porque El fuese amado eternamente. Esto no podía glorificarle, ya que no desea sino nuestra felicidad; pero cuando se ama, se experimenta la necesidad de decir mil locuras». Tales protestas son muy verdaderas en San Pablo, en Moisés y otros grandes santos; en las almas menos perfectas corren el riesgo de ser una presuntuosa ilusión, un vano alimento de su amor propio. 

En resumen, es necesario querer positivamente lo que Dios manda; y como nada desea tan ardientemente como nuestra dicha eterna, es necesario querer nuestra salvación de un modo absoluto y por encima de todo. Aquí no cabe el abandono sino en cuanto al tiempo más cercano o más lejano, como hemos dicho tratando de la vida o de la muerte, y también en cuanto a los grados de gracia y gloria que ahora vamos a explicar.

 Artículo 2º.- La vida de la gracia 

La vida de la gracia es el germen cuya expansión es la vida de la gloria. La una pasa luchando en la prueba, la otra triunfa en la felicidad; mas en realidad, es una sola y misma vida sobrenatural y divina la que comienza aquí abajo y se consuma en el cielo. Por otra parte, la vida de la gracia es la condición indispensable de la vida de la gloria. y es la que determina su medida. En consecuencia, hemos de desear tanto la una como la otra. Dios quiere ante todo que aspiremos a ellas como a fin supremo de la existencia, ya que trabaja exclusivamente por hacérnoslas alcanzar, y el demonio por hacérnoslas perder. 

Las almas que plenamente han entendido la importancia de su destino, no tienen otro objetivo en medio de los trabajos y vicisitudes de esta vida, que conservar la vida de la gracia tan preciosa y tan disputada, y de llevarla a su perfecto desenvolvimiento. Tocante, pues, a la esencia de esta vida, no hay lugar al santo abandono, por ser la voluntad claramente significada que las almas «tengan la vida y que la tengan en abundancia». 

Pero el abandono hallará su puesto en lo que concierne al grado de la gracia, y por ende al grado de las virtudes y al grado de la gloria eterna; pues, según el Concilio de Trento, «recibimos la justicia en nosotros en la medida que place al Espíritu Santo otorgárnosla, y en la proporción que cada uno coopera a ella». La gracia, las virtudes y la gloria dependen, por tanto, de Dios que da como El quiere, y del hombre en cuanto que se prepara y corresponde. 

Puesto que todo esto depende de la generosidad individual, es preciso orar, orar más, orar mejor, corresponder a la acción divina con ánimo y perseverancia, no omitir esfuerzo alguno para no quedar por debajo del grado de virtud y de gloria que la Providencia nos ha destinado. ¿Cuál es la causa de que no seamos más santos? ¿Quién tiene la culpa de que tan sólo vegetemos como plantas marchitas, en lugar de tener sobreabundancia de vida espiritual? La gracia afluye a las almas generosas, se nos prodiga en el claustro, y más aún se nos prodigaría y frutos más copiosos produciría si supiéramos obtenerla mejor por la oración y no contrariaría por nuestras infidelidades. No, no es la gracia la que nos falta, nosotros somos los que faltamos a la gracia. No acusemos a Dios de paliar nuestra negligencia, pues tenemos muy merecida esta reflexión de San Francisco de Sales: «Jesús, el Amado de nuestras almas, viene a nosotros y halla nuestros corazones llenos de deseos, de afectos y de pequeños gustos. No es esto lo que El busca, sino que querría hallarlos vacíos para hacerse dueño y guía suyo. Verdad es que nos hemos apartado del pecado mortal y de todo afecto pecaminoso, pero los pliegues de nuestro corazón están llenos de mil bagatelas que le atan las manos, y le impiden distribuimos las gracias que nos quiere otorgar. Hagamos, pues, lo que de nosotros depende, y abandonémonos a la divina Providencia.» 

A pesar de todo, Dios permanece dueño de sus dones, y a nadie niega las gracias necesarias para alcanzar el fin que se ha dignado asignarnos. Pero a unos concede más, a otros menos, y con mucha frecuencia su mano abre con sobreabundancia y profusión cuando El quiere y como a El le place. Por eso Nuestro Señor, «con corazón verdaderamente filial, previniendo a su Madre con las bendiciones de su dulzura la ha preservado de todo pecado», y de tal suerte la ha santificado, que Ella es su «única paloma, su toda perfecta sin igual». Con certeza se afirma de San Juan Bautista y con probabilidad de Jeremías y de San José, que la divina Providencia veló por ellos desde el seno de su madre y los estableció en la perpetuidad de su amor. Los Apóstoles elegidos para ser las columnas de la Iglesia fueron confirmados en gracia el día de Pentecostés. Entre la multitud de los santos no hay quizá dos que sean iguales, pues la Liturgia nos hace decir en la fiesta de cada Confesor Pontífice: «No se halló otro semejante a él.» La misma diversidad reina entre los fieles, y ¿quién no ve que entre los cristianos los medios de salvación son más numerosos y eficaces que entre los infieles, y que entre los mismos cristianos hay pueblos y ciudades donde los ministros de la Religión son de mayor capacidad y el ambiente más ventajoso? La gracia riega el claustro más que el mundo, y con frecuencia un monasterio mucho más que otro. Pero es preciso guardarse bien de inquirir jamás por qué la Suprema Sabiduría ha concedido tal gracia a uno con preferencia a otro, ni por qué. 

Ella hace abundar sus favores más en una parte que en otra. «No, Teótimo, nunca tengas esta curiosidad, porque contando todos con lo suficiente y hasta con lo abundante para la salvación, ¿qué razón puede nadie tener para lamentarse, si a Dios place distribuir sus gracias con mayor abundancia a unos que a otros...? Es, pues, una impertinencia el empeñarse en inquirir por qué San Pablo no ha tenido la gracia de San Pedro, ni San Pedro la de San Pablo; por qué San Antonio no ha sido San Atanasio, ni San Atanasio San Jerónimo. 

La Iglesia es un jardín matizado de infinidad de flores; y así, conviene que las haya de diversa extensión, de variados colores, de distintos olores y, en suma, de diferentes perfecciones. Cada cual tiene su valor, su gracia y su esmalte, y todas en conjunto forman una agradabilísima perfección de hermosura. Además, no creamos jamás hallar una razón más plausible de la voluntad de Dios que su misma voluntad, la que es sobradamente razonable y aun la razón de todas las razones, la regla de toda bondad, la ley de toda equidad.»

En consecuencia, un alma que practica bien el santo abandono, deja a Dios la determinación del grado de santidad que ha de alcanzar en la tierra, de las gracias extraordinarias de que esta santidad pueda estar acompañada aquí abajo y de la gloria con que ha de ser coronada en el cielo. Si Nuestro Señor eleva en poco tiempo a alguno de sus amigos a la más alta perfección, si les prodiga señalados favores, luces sorprendentes, sentimientos elevadísimos de devoción, no por esto siente celos, sino que, muy al contrario, se regocija de todo esto por Dios y por las almas. En lugar de dar cabida a la tristeza malsana o a los deseos vanos, mantiénese firme en el abandono; y con esto, el grado de gloria a que aspira es precisamente el que Dios le ha destinado. Mas hace cuanto de sí depende con ánimo y perseverancia, a fin de no quedarse en plano inferior a ese grado de santidad, que es el objeto de todos sus deseos.



 

lunes, 23 de enero de 2023

LA IGLESIA OCUPADA Libro de Jacques Ploncard d’Assac

 


Sinopsis: "La Iglesia Ocupada" es un libro de JACQUES PLONCARD D’ASSAC que demuestra como la Iglesia Católica está siendo ocupada por el enemigo así como un país puede estar ocupado por un ejército enemigo.

El demonio nunca ha parado de atacar a la Iglesia de Jesucristo. Tales intentos cada vez se acrecientan más comenzando por la Revolución protestante (mal llamada reforma protestante), seguida de la Revolución francesa y la Revolución comunista o bolchevique.

Pero el Golpe Maestro de Satanás fue la revolución de la Iglesia más grande de la historia: EL CONCILIO VATICANO II. Donde el “Humo de Satanás ha entrado en la Iglesia”, contaminado a sus miembros con principios modernistas, haciendo que los ataques ya no fueran desde afuera sino más bien desde dentro de la misma.**


La mayoría de los errores de los hombres proceden menos de que éstos razonen mal partiendo de principios verdaderos, que de que razonen bien

partiendo de juicios inexactos o de principios falsos.


Sainte-Beuve, Causerie du Lundi, t.X,p.36

 


Si se llega a demostrar que todas las “novedades” que confunden hoy a la Iglesia no son más que antiguos errores, constantemente condenados por Roma, se podrá sacar la conclusión que la Iglesia en este final del siglo XX está ocupada por una secta extranjera, de la misma forma que un país puede estarocupado por un ejército enemigo.

 

El fin de esta obra es llevar a cabo esta demostración para la tranquilidad de las almas inquietas y para llegar a una más justa apreciación de los hombres de las cosas.

 

J. P. d’A


La perfección de una idea falsa es llegar al absurdo.

LOUIS VEUILLOT

 

Que Dios nos conceda aplastar los huevos y matar a los polluelos.

UN MONJE DE COLONIA (s. XVI)

 

Si se hubiese envenenado a Lutero y a Calvino cuando aparecieron, se habrían ahorrado grandes males a la religión y mucha sangre a Europa.

CARDENAL DE RICHELIEU

 

¡Ay! de los luteranos, es muy mala la causa, pero muy bien la defienden; y por fatal desgracia, la nuestra es buena y mal la defendemos.

RONSARD



CAPITULO I - EL HUEVO DE ERASMO


Ya hace cuatro siglos, Erasmo profesaba que “cada hombre posee la teología verdadera”, que está “inspirado y guiado por el espíritu de Cristo, ya sea picapedrero o tejedor”. Cuando Erasmo habla así, todavía no se conoce a Lutero, el “protestantismo” no existe, aunque ya la insidiosa herejía va deslizándose en la Iglesia del siglo XVI. El mensaje de Erasmo “apareció como un mensaje nuevo y fecundo, susceptible de llevar una renovación a la Iglesia, desde el interior”.


Erasmo encontró un terreno particularmente favorable en España “donde las clases superiores estaban profundamente influenciadas por la levadura de los judíos conversos” . Su doctrina se extiende en el siglo XVI, igual que la filosofía masónica se extenderá en el siglo XVIII mediante la conquista de los soberanos y de sus consejeros. El mismo Erasmo era consejero del archiduque Carlos, gobernador de los Países Bajos, y a este príncipe dedica su tratado De la educación de un príncipe cristiano. En 1520, Carlos se ha convertido en el monarca más poderoso de la época.

Reina en Alemania y en España. Su camarilla está llena de “erasmistas”. Mercurio Gattinara, su canciller piamontés, es un discípulo del filósofo flamenco, lo mismo que su inseparable secretario, Alonso de Valdés. Pero el acontecimiento capital sobreviene en 1521, cuando Adriano de Utrecht, un flamenco “erasmista” es elegido Papa. Adriano VI lleva consigo a Roma “un grupo de gente de su país” ganado a las nuevas ideas.


Los “innovadores” arremetieron primeramente contra las órdenes monásticas.


Se reconoce el espíritu del error en que ataca más a las Instituciones que a los hombres. En lugar de reformar, suprime. Ahora bien, las instituciones, fruto de la experiencia y de la historia, tienen siempre una razón de ser y es malo destruirlas. Llevado por el espíritu innovador, vemos que el futuro Papa Paulo IV preconiza la supresión paulatina de las órdenes monásticas en toda la cristiandad.


Los monjes se defendieron:


“La sabiduría cristiana —dijeron— es lo perfecto para los hombres instruidos, para los obispos y el alto clero, para los príncipes, los altos funcionarios, los negociantes cultivados, los juristas, los eruditos, toda esta burguesía instruida donde Erasmo reclutaba a sus discípulos. Pero ¿qué pasaba con el pobre y el ignorante que no podían comprender un mensaje tan intelectual? Para esas gentes, las imágenes visibles, las ‘devociones mecánicas’, las peregrinaciones, las reliquias, las ceremonias religiosas, constituían otras tantas representaciones de la Iglesia. Las imágenes tan criticadas por los reformadores eran la Biblia del iletrado”.

 

Evidentemente, los monjes se burlaban de los “cultivados burgueses”, quienes no debieron percibir la ironía. Les faltaba la sencillez de corazón.

 

Fue necesario que llegase Lutero atacando ahora de frente a la Iglesia, para darse cuenta del peligro. Y entonces sucedió lo que acontece siempre en casos semejantes: los protestantes buscaron la alianza de Erasmo, quien tan bien les había abierto el camino y Roma se volvió hacia el mismo Erasmo como hacia una “tercera fuerza” que impediría a la herejía ir demasiado lejos.

Pero Erasmo, consciente de las potencias de destrucción que ha desencadenado, no osa pronunciarse. Prefiere conservar su confort y su tranquilidad espiritual; el liberal se calla. Ya sólo quedan frente a frente la Revolución y la Contrarrevolución, la Reforma y la Contrarreforma.

Un monje de Colonia resume con humor y sentido común las responsabilidades del liberal Erasmo en la Reforma: “Erasmo ha puesto el huevo; Lutero hará salir el pollo”.


Y, belicoso, concluía:

“Que Dios nos conceda aplastar los huevos y matar a los polluelos”.

No hay que ir muy lejos para encontrar en Erasmo al demócrata-cristiano de nuestros días:


“Han hecho bien —escribe— en elegir el águila como símbolo de la realeza, puesto que ni es hermosa, ni canta bien, ni es comestible; pero es carnívora, rapaz, todo el mundo la detesta. Es una verdadera plaga: puede y quiere hacer más daño que nadie”.


Estas palabras se habrían esperado de un convencional de 1793. Las ideas son siempre mucho más antiguas de lo que parecen.

Erasmo murió en 1536, en Basilea, en tierra protestante. El Papa “erasmista” le había ofrecido el capelo cardenalicio. Lo rechazó. Sabía que estaba vencido por Lutero quien había llevado sus principios hasta las últimas consecuencias.


“ Qué buen defensor de la libertad evangélica es Lutero! —escribe—, gracias a él, el yugo que soportamos va a hacerse el doble de pesado. Simples opiniones van a convertirse en dogmas”.


H. R. Trévor-Roper, que recoge estas citas, concluye su ensayo sobre Erasmo con estas palabras que conviene meditar: “La historia de esa generación está llena de interés, pues se parece bastante a la nuestra. Estaba constituida por liberales que se vieron obligados a elegir entre dos ortodoxias rivales” .


Pero el asunto no quedó ahí.


Todos los libros de Erasmo fueron puestos en el Indice. Sólo fueron reeditados en países protestantes, donde se sabía por experiencia que el liberalismo es el camino hacia la contestación, el libre examen y la rebelión.


Y hay que retener esta observación. Veremos que el “erasmismo” vuelve a apoderarse de los Países Bajos, esta tierra donde siempre parece que renace alguna herejía. De ahí llegará a la Sorbona, contaminará a los jansenistas, pasará por la Revolución, alcanzará a Lamennais y nos alcanzará a nosotros en la segunda mitad del siglo XIX.


Nunca comienza nada, ni termina. Las ideas fluyen como esos arroyos que desaparecen bruscamente, corren bajo tierra y reaparecen más lejos.


Louis Veuillot usaba una bella imagen para explicar los comienzos de los errores humanos. Eso, decía, venía desde el día en que Adán y Eva “comieron el fruto prohibido para hacerse semejantes a Dios y hacer la primera revolución democrática, que consistiría en reducir a Dios a la condición de simple habitante del Paraíso, sin perjuicio de expulsarle más tarde”.

Lutero repite el pecado de Adán.


Sigamos con Veuillot el desarrollo de la idea protestante, sus prolongaciones filosóficas y políticas:


“Al pretender liberar la razón humana — observa Veuillot—, Lutero ha sido para sus adeptos una causa inmediata de hundimiento intelectual y moral; asimismo, la razón humana ‘emancipada’ se ha convertido en el principio de las aberraciones filosóficas y políticas de lo tiempos modernos y de los desórdenes sociales”.


Veuillot ha demostrado admirablemente cómo la esencia del cristianismo es “la unión de Dios y del hombre”. “Al tener el hombre por todas partes y siempre con él el elemento divino (. . .) sólo puede errar y caer por un abuso del más bello atributo que ha recibido de Dios: la libertad”. Dentro del orden es invencible; si quiere salir del orden, puede hacerlo fácilmente, pero está perdido.


“Para pervertir al hombre bastaba con separarle del elemento divino, es decir, REDUCIRLE A SUS PROPIAS FUERZAS.”

Lo más difícil era “aislar al hombre y separarle de Dios, AÚN EN EL SENO DE LA RELIGIÓN; crear un cristiano que en presencia de la Iglesia, depositaria e intérprete de la verdad de Dios, proclamase la soberanía de su propia razón. Este horrible prodigio lo ha obrado Lutero”.

La razón “emancipada”, ¿cómo va a comportarse? “Súbitamente —escribe Veuillot— hela aquí vagando a través de las opiniones religiosas, sin encontrar un motivo suficiente para detenerse en ninguna. De una sumisión ciega a la palabra de los innovadores, pasa directamente a la independencia absoluta y esta independencia se inclina con una indiferencia vergonzosa, bajo cualquier dictadura. Se ha abandonado la fe de la Iglesia y se reciben los dogmas imperiosos de Lutero, de Calvino, de Isabel, de Gustavo Adolfo. Ya no se está con el Papa, pero se está con los Cuáqueros, con los hermanos Moravos, con Stork, con Knox, con Ronge y con mil más que no demuestran más que impotencia para encontrar la verdad”.


Ya tenemos el principio de Lutero volviéndose contra Lutero:


“Lutero emplea inútilmente la espada de los príncipes para apoyar su doctrina y protegerla contra el espíritu innovador del cual ella es, a la vez, resultado y causa: de cada pueblo sale un teólogo dispuesto a reformar al reformador”.

 

Las consecuencias del principio de Lutero no se limitan a las cuestiones religiosas y una vez más conviene que sigamos con Veuillot el encadenamiento lógico de las cosas:


“Era imposible que la razón individual habiendo sido proclamada soberana, limitase su plenitud de poder a escoger una religión y una filosofía y volviese a entrar después dócilmente en el orden social, respetando en la autoridad temporal el carácter divino que rechazaba en toda otra autoridad. Pero, ¿qué sería de la libertad de pensar sin la libertad de hablar? ¿Y la libertad de expresión sin la libertad de acción? ¿Y la libertad de acción si hubiese cualquier ley que jamás pudiese ser atacada? Tal es la constancia inexorable con la que los principios admitidos engendran iguales consecuencias en todo lo que se refiere a la humanidad”.

 

“La razón individual, soberana en religión, soberana en filosofía, se vuelve soberana también en política. Después de haberse hecho a su gusto una religión y una filosofía, el individuo quiere hacerse de nuevo un gobierno que siga las ideas y los gustos que le han guiado en la elección de lo demás. . .“. De ahora en adelante el campo está libre para los combates “de los intereses individuales, armados unos contra otros con toda la fuerza y la terquedad del egoísmo”.


Sigamos la admirable demostración de Veuillot:


“Dios —prosigue—, habiendo misericordiosamente creado al hombre demasiado débil para que pueda hacer prevalecer su voluntad personal, cada individuo busca fortalecerse asociándose a los que comparten o se aproximan a sus opiniones; así se conserva siempre alguna forma de autoridad (...), pero el hombre cae inmediatamente bajo el yugo del hombre.

“En esta fragmentación y en esta imitación de la autoridad, la sociedad que era una familia, degenera en una mezcolanza de tribus cuyo más ardiente deseo es el de aniquilarse recíprocamente. ¡ Cuán viva imagen de las sectas del protestantismo y de las escuelas filosóficas! Los mismos principios, el mismo resultado, igual derecho.

Suprimamos la idea del deber, que no viene más que de Dios, puesto que el hombre no puede imponer nada al hombre, y DIGAMOS DESPUÉS QUIÉN TIENE RAZÓN”.


JUAN CALVINO


Conviene recoger aquí la poderosa demostración de Louis Veuillot. Ni ha envejecido ni ha perdido su fuerza. Los acontecimientos que se han desarrollado desde el tiempo en que fue escrita, hace más de un siglo, la han. confirmado aún más. El interés de las grandes páginas de verdades religiosas, sociales y políticas es que no envejecen nunca. Como siempre es el mismo error el que reaparece a lo largo del tiempo, las refutaciones que fueron hechas entonces conservan toda su fuerza. De ahí el interés de lo que León Daudet llamaba la ‘‘Biblioteca del Orden’’, la que recomendaba se opusiese a la ‘‘Biblioteca del Desorden’’.

¿Dónde han llevado, históricamente, las ideas que el monje de Colonia, en el siglo XVI, descubría ya en ‘‘el huevo de Erasmo’’?

Abramos otra vez la obra de Veuillot, puesto que en ella todo está magníficamente dicho:


“Desde que la Filosofía se ha divorciado de la Revelación, como el Protestantismo se había divorciado de la Iglesia, la Razón, errando al azar por el desierto del pensamiento poblado de fantasmas y lleno de espejismos, y no encontrando en ninguna parte un jalón para reconocer su camino, sucesivamente ha sometido todo a sus investigaciones, ha afirmado todo, ha puesto en duda todo, ha negado todo: de extravagancia en extravagancia, SE HA NEGADO A SI MISMA, pero ¡ay!, no para confesar su impotencia, sino por un último exceso de orgullo y, como para castigarse por el instinto que la empuja a volver a Dios, a la verdad” .


No habiendo podido fundar nada estable, ni en religión, ni en filosofía, ni en política, puesto que es la DUDA, sólo encuentra cierta verdad en su lucha contra la Verdad, pues es el objeto de su combate, el que unifica sus tropas y sus argumentos.


“La razón emancipada, es decir, incrédula, desde su victoria, no ha hecho otra cosa más que trabajar para destruir lo que la razón sometida, es decir, creyente, había edificado tras largos siglos e ingentes trabajos”. Pero no ha terminado, pues “por un lado, era tal la grandeza y la solidez de la obra, que ciertas partes resisten todavía y, por otro lado, es tal el frenesí de destrucción que nada entorpece su camino, ni lo detiene”, así pues, concluía Veuillot, “el trabajo continúa”.


Ante nuestros ojos lo vemos continuar y vemos caer partes que aún resistían. Lo importante no es enumerar los bastiones que ceden, sino comprender POR QUÉ ceden.


Veuillot había captado muy bien el mecanismo, lo que tiene de fuerte y también lo que tiene de frágil, si se sabe desarticularlo en el sitio exacto:


“La política de la Razón soberana —decía— SE REDUCE AL MANEJO DE LAS MASAS”, ahora bien, “a las masas se las excita por la pasión, por el error, por el temor y de esta fermentación se desprende una fuerza que lo puede todo, pero que pasa pronto y que NO CREA NADA POR SI MISMA; irresistible como el vapor, tan sutil y estéril como él”.

He aquí el punto débil del error: no crea nada. Desorganiza, siembra la duda, trastorna la sociedad pero es impotente para reconstruirla. Ahora bien, la sociedad no puede vivir de dudas, de desorden, de ausencia de estructuras duraderas.


Es el punto exacto a donde debemos llegar con nuestra “Biblioteca del Orden”.


La Cristiandad experimentó ante la herejía de Lutero un violento sobresalto. Cuando no se le condena, se intenta disculparle y disculparnos de ello. Pero Veuillot, veía las cosas de otra manera.

“Nuestros antecesores —decía— creían que el heresiarca era más peligroso que el ladrón y tenían razón. Su doctrina herética era una doctrina revolucionaria. De ella salían confusiones, sediciones, robos, asesinatos, toda clase de crímenes contra los particulares y contra el Estado; se caía en la guerra civil, se hacían alianzas con el extranjero y estaba amenazada la nacionalidad, así como la vida y la fortuna de los individuos. La herejía, que es un mal religioso muy grande, era también un crimen político muy grande. Esto no necesita demostrarse a las personas Instruidas y de buena fe; a los demás... no se les demuestra nada. La pronta represión de los discípulos de Lutero, una cruzada contra el protestantismo, habría ahorrado a Europa tres siglos de discordias y de catástrofes en los que pudieron perecer Francia y la civilización”


Esta era la opinión de Richelieu cuando escribía a su sobrina la duquesa d’Aiguillon: “Si se hubiese envenenado a Lutero y a Calvino cuando aparecieron, se habrían ahorrado grandes males a la religión y mucha sangre a Europa”


Erasmo mismo, el hombre del HUEVO, al regresar de su visita a Calvino en Basilea, decía aterrado:


“Veo que una gran peste va a nacer en la Iglesia contra la Iglesia” .


La mayor demostración del error de los Reformadores se encuentra en el hecho de que no podían mantenerse más que contraviniendo sus propios principios.


Hay que leer lo que Veuillot cuenta sobre Calvino en su obra Pelerinages de Suisse. Demasiado lo olvidamos cuando nos paseamos en Ginebra por el apacible parque de los Reformadores“la vida estaba en juego en Ginebra cuando se hacía uso demasiado libremente del derecho del libre examen. Calvino que no aguantaba ni la contradicción ni la competencia, quemaba a cualquiera que se atreviese a dogmatizar a su lado y en sus libros acribillaba de atroces injurias a los que no podía alcanzar de otra manera”.


Pasemos las hojas de la historia:


“Epifanio, obispo apóstata de Nevers, consultado a menudo por los magistrados, fue decapitado; la misma suerte alcanzó a Gruet, culpable de haber escrito contra el reformador. Un pobre tintorero metido en teología tuvo que pedir perdón de rodillas por haber dicho que Calvino bien podía haberse confundido y no debería avergonzarse de reconocer su error, como hizo San Agustín en una ocasión semejante.


SERVET


“Servet, médico español, había sostenido contra Calvino una polémica al estilo de la época; Calvino supo atraerle pérfidamente a Ginebra, le acusó de herejía, le mandó procesar sin concederle siquiera un abogado, y le hizo condenar.


“Servet,, dice Allwardin, fue atado de pie a un poste clavado en el suelo, una cadena de hierro ligaba su cuerpo y cuatro o cinco vueltas de gruesa soga sujetaban su cuello. Su libro estaba colgado a su lado, una corona de paja o de follaje untada de azufre cubría su cabeza. El verdugo, a quien rogaba abreviase su suplicio, prendió el fuego ante sus ojos y después, acercó las llamas en círculo a su alrededor. Servet al verlo, lanzó un grito tan horrible que los asistentes se estremecieron de horror y hubo hombres que viéndole durar mucho tiempo se apresuraron a arrojar haces de leña a la pira. Al fin, después de media hora de tormentos, entregó su alma gritando con voz lastimera: ¡ Jesús, Hijo de Dios eterno, ten piedad de !“. Calvino tuvo miedo de que Servet pasase por un mártir y reanudó sus ultrajes. “Para que los miserables a quienes ha conmovido su suplicio, escribió, no se vanaglorien de la terquedad de este hombre como de la perseverancia de un mártir, tengo que señalar que en el momento de su muerte mostró una estupidez completamente animal; cuando se le comunicó la sentencia, unas veces permanecía en la actitud de una persona estúpida, otras veces lanzaba profundos suspiros, o bien gritos furiosos y esta última manía le duró tanto, que no se le oía más que mugir como las vacas de su país: ¡ Misericordia! ¡ misericordia !“


He ahí a dónde llevaba la emancipación de la razón, el derecho al libre examen, la promesa de la libertad. Miremos ahora las revoluciones nacidas de estos principios: en 1789, 1830, 1848, 1871, 1944, todas ellas nos ofrecen escenas semejantes y los regímenes que instauran se fundan en la sangre y la opresión de aquellos cuyo “libre examen” no se doblega a las ideas de los demócratas del día. Luego el error, tiene que estar en el principio mismo que es su base.


No hay que creer que los contemporáneos de Lutero y de Calvino no fueran conscientes de la formidable batalla de ideas que iba a entablarse. Ronsard, en el momento más duro de la Reforma, denunciaba “la insuficiencia de la defensa intelectual y moral del catolicismo respecto a la propaganda protestante”.


En 1560, en su Elégie á Guillaume des Autels, proponía un plan, no ya de discusión defensiva, sino de réplica ofensiva en el terreno que era el suyo, el de las letras. No es con las armas como hay que responder al adversario, sino CON LA RAZÓN, CON LA RAZÓN VIVA:


Así como el enemigo ha seducido con libros al pueblo descarriado que falsamente le sigue, hay que, discutiendo, con libros responderle, con libros asaltarle, con libros confundirle.

Se quejaba de no ver “a nadie que empuje desde lo alto de la brecha y rechace al enemigo”,...nadie toma la pluma y por escrito, defiende nuestra ley.


A M. Henri Longnon le había llamado la atención esta queja de Ronsard:

“En efecto, observaba, cuanto más ardiente, pronta, inalcanzable era la propaganda protestante, que se hace a carretadas bien camufladas de vivos libelos y de alegres panfletos firmados por mentes activas, instruidas, mordaces y hechas para la disputa, tanto más la réplica católica era pesada, pedante, o bien blanda, desmayada y sin alcance (...) era como para creer que todo vigor intelectual se hubiese retirado de la Iglesia Católica”, ¡Ay!, rabiaba Ronsard, ¡ ay! de los luteranos; es muy mala la causa y la defienden bien; mas, por desgracia fatal, la nuestra es buena y santa y la defendemos mal.


Ronsard no se contentaba con lamentarse:


“Tomó sobre sí la improvisación de esta defensa necesaria. Había que golpear a los enemigos con rapidez y energía, atacar al adversario en sus propias líneas y puesto que aquél multiplicaba los panfletos en francés, responderle con panfletos en francés que el pueblo leería igual que leía los de los hugonotes. Llamó al orden a la Brigade , despertó a Baïf, despertó a Belleau, despertó a des Autels y a Daurat, y él fue el primero en tomar la ofensiva (...) Pues, ¿ no estaba todo el talento del lado de la Reforma?... Los católicos atemorizados volvieron a tener confianza en sí mismos.

Tenían a Ronsard a la cabeza”.

Si bien Ronsard no tenía gran estima de la Opinión, cuya verdadera esencia conocía: Se dice, contaba el poeta,

se dice que Júpiter, enojado contra la raza

de los hombres, que quería por curiosa osadía hacer llegar sus razones hasta el cielo, para saber los altos secretos divinos que el hombre no debe ver un día, sintiéndose alegre, escogió por amiga a la Presunción, la vidente dormida

al pie del monto Olimpo y besándola de repente concibió a la Opinión, peste del género humano creer fue su nodriza y fue llevada a la escuela de Orgullo, Fantasía y Loca Juventud.


Pero, por muy desdeñoso que fuese con la Opinión, Ronsard sabía, tenía presente que el enemigo la manipulaba y él no quería consentir que se corrompiera. Tanto más cuanto que los “reformadores” eran muy hábiles. 


Jacques Maritain nos narra en Trois Réformateurs, con qué procedimientos se impuso la Reforma:

“El pueblo quería permanecer fiel a su religión, un cambio brutal habría provocado sublevaciones. ¿Qué se hizo, entonces? Por una serie de medidas hábilmente calculadas, SE GRADUARON LAS NOVEDADES EN LA DOCTRINA Y EN EL CULTO, de

manera que no se percibieran; se separó al pueblo de la comunión con la Iglesia SIN QUE SE DIESE CUENTA DE ELLO. Lutero escribía en 1545: ‘Porque entonces (poco después de su apostasía) nuestra doctrina era nueva y ESCANDALIZABA A LAS MASAS en el mundo entero, tuve que avanzar con precaución y, a causa de los débiles, dejar de lado muchos puntos, cosa que ya no he hecho después’ “.


Por ejemplo, según palabras de Mélanchton, “el mundo estaba tan unido a la misa, que parecía que nadie podría arrancarla del corazón de los hombres”. Por eso, LUTERO HABIA CONSERVADO LA MISA en los formularios oficiales de 1527 y de 1528, en Sajonia. La elevación de la hostia y del cáliz se mantenían. PERO LUTERO HABIA SUPRIMIDO EL CANON SIN ADVERTIR AL PÚBLICO. “El sacerdote, decía, puede arreglárselas muy bien, de manera que el hombre del pueblo ignore siempre el cambio efectuado y pueda asistir a misa sin encontrar de qué escandalizarse…”


En su opúsculo sobre LA CELEBRACIÓN DE LA MISA EN ALEMÁN decía también: “Los sacerdotes saben las razones que les obligan a suprimir el canon” (Lutero negaba EL SACRIFICIO de la misa); respecto a los laicos, es inútil tratar con ellos sobre este punto”.

¿No nos recuerda nada todo esto?

Qué mejor manera de terminar este capítulo que con una página de Bossuet que dice todo, resume todo y aclara todo: “Dios —escribía el obispo de Meaux— ha querido que la verdad llegase a nosotros de transmisor en transmisor y de mano en mano, sin que nunca se percibiese innovación alguna. En esto se reconoce lo que se ha creído siempre y por consiguiente lo que debe ser creído siempre. Y es, por así decirlo, en este SIEMPRE donde aparece la fuerza de la verdad y de la promesa y se pierde totalmente cuando hallamos que se interrumpe en un solo lugar”.