lunes, 31 de enero de 2022

ENGAÑO DE LOS CATOLICOS QUE DECIDEN CONTINUAR PERTENECIENDO A GRUPOS ACUERDISTAS

 


FUENTE

Aquí hay cinco razones:
1.- Temen dejar el grupo de compromiso porque no confían en Dios.

2.- Temen abandonar el grupo de compromiso por respeto humano (y temen ser condenados o criticados).

3.- Se sienten solos y extrañarán a sus amigos (y temen alejarse de ellos).

4.- Temen que si se van no podrán enviar a sus hijos a la escuela de ese grupo de compromiso.

5.- Los padres y familiares temen abandonar el grupo de compromiso cuando/si un miembro de la familia se une a su seminario o convento.


1. Temen dejar el grupo comprometido con el mal ya que no confían en Dios.
“Necesito mis sacramentos. Tengo que ir a algún lugar a misa los domingos”. En primer lugar, Dios nos puso en este tiempo de la historia, para que salváramos nuestras almas. No nacimos en los tumultuosos tiempos arrianos ni en ningún otro. Nacimos en el tiempo presente de gran apostasía porque Dios, en Su infinita sabiduría, sabía desde toda la eternidad que este tiempo presente es lo mejor para Su gloria y nuestra perfección.En cada época de la Iglesia, nuestro Señor ha esperado que Sus seguidores defiendan la verdad y eviten todo compromiso con el mal. Hay un millón de formas sutiles de equivocarse y debemos ser diligentes para evitar las trampas de Satanás. Una trampa grave es que un alma pierda la confianza en la Providencia de Dios, por orgullo.  Sin embargo, ¿estamos dispuestos a poner nuestra confianza completamente en Dios y quedarnos en casa el domingo y santificar nuestro domingo leyendo nuestras oraciones de Misa y los Propios de nuestros misales, rezando el rosario y haciendo una comunión espiritual?
Nota:En estos tiempos de gran apostasía, cuando los sacerdotes intransigentes son muy raros, Dios protege especialmente a aquellos sacerdotes y fieles que no hacen concesiones. Dios siempre se preocupa por Su Iglesia, Su rebaño. Incluso en Su Pasión, cuando Su Divinidad estaba muy escondida y Sus apóstoles huyeron, Él seguía siendo Dios y cuidaba de Sus apóstoles. Nuestro Señor prometió que cuidaría de su rebaño: “No os dejaré huérfanos”. Evangelio de San Juan, 14:18. Nuestro Señor incluso nos incluyó en Su oración por Sus apóstoles antes de que fuéramos creados. Evangelio de San Juan, 17:20. Un problema que enfrentamos los católicos especialmente ahora, cuando toda la moralidad se está desmoronando a nuestro alrededor en el mundo y en el elemento humano de la Iglesia, es que no pensamos ni reflexionamos lo suficiente sobre el cuidado providencial de Nuestro Señor por nosotros y la obra que Él hace en nuestras almas. Olvidamos que no hay nada virtuoso que podamos hacer sin Dios.En nuestro orgullo, tratamos de dirigir y sostener nuestra vida espiritual sin apoyarnos en Dios. Le decimos a Dios las condiciones que debemos tener para salvar nuestras almas. Queremos guiar a la Providencia en lugar de seguirla.Debido a esta actitud orgullosa, decidimos que sabemos mejor que no podemos vivir sin la Misa y los Sacramentos, incluso cuando ese es el plan de Dios para nosotros.Con falsa humildad, nos decimos a nosotros mismos que somos demasiado débiles para estar sin “nuestros sacramentos”, por lo que no defendemos la Fe como deberíamos porque eso resultaría en perder “nuestros sacramentos”. Pero esto está mal. En cambio, debemos defender la Fe y confiar en que Dios nos bendecirá por los medios que Él conoce mejor (y de la manera que es mucho mejor de lo que nuestras mentes insignificantes pueden imaginar).No temamos perder “nuestros sacramentos”. Imitemos la confianza en Dios demostrada por San Gregorio Nacianceno, Doctor de la Iglesia, que sólo temía al pecado:»¿Qué mal nos puede pasar después de todo esto? Ninguno, ciertamente, a menos que por nuestra propia culpa perdamos a Dios y la virtud. Que todas las demás cosas sucedan como agradará a Dios. Él es el Dueño de nuestra vida, y conoce la razón de todo lo que nos sucede. Sólo temamos hacer algo indigno de nuestra piedad.»


2. Temen dejar el grupo de compromiso por respeto humano (y temen ser condenados o criticados).
Junto con nuestro intento de salvar nuestras almas a nuestra manera (en lugar de a la manera de Dios), el respeto humano también se infiltra. Tememos que la gente diga mentiras sobre nosotros, por ejemplo, que digamos que somos sedevacantistas.Tememos que le den la peor interpretación a nuestros motivos para irnos. No queremos que nos acusen de ser orgullosos o se burlen de nosotros por “saber más que el Cura”, o que nos condenen por juzgarlos porque vemos algo mal y debemos irnos.En resumen, tememos que la gente piense que somos raros o extremos. Esto equivale a poner a las personas antes que a Dios y estar más preocupados por lo que piensan en lugar de estar preocupados solo por lo que Dios piensa y cómo servirle y agradarle.Nuestro Señor responde a estos temores y nos asegura que estas condenas son una bendición que nos debe alegrar. Aquí están sus palabras:»Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan, y hablen todo mal contra vosotros, injustamente, por causa de Mí: Gozaos y regocijaos, porque vuestra recompensa es muy grande en los cielos. Porque así persiguieron a los profetas que vinieron antes de vosotros.” (San Mateo, 5:11-12).


3. Se sienten solos y extrañarán a sus amigos (y temen alejarse de ellos).
“Ya me siento tan sólo siendo católico tradicional”; “No tengo personas de ideas afines con las que hablar (necesito convivio social)”; “Necesito ir a algún lado el domingo”; «Me siento como el ‘hombre extraño'»; “No estoy llamado a ser un ermitaño”.La verdadera amistad se basa en la virtud y no hay realmente una verdadera amistad cuando uno de los «amigos» está dispuesto a comprometer la Fe (o la virtud) de alguna manera.El hombre es una criatura social. Dios hizo al hombre así. Dios sabe que necesitamos amistades. Dios sabe que la verdadera amistad se basa en la virtud. Dios quiere que seamos santos que vayan directo al Cielo y espera que lo deseemos, y lo busquemos también. No deberíamos querer elegir compañeros que nos disuadan de nuestra meta del Cielo. Estos serían malos compañeros y nos harían más mal que bien. Dios no quiere que busquemos relaciones con personas que no están dispuestas a defender Su verdad. Él nos advierte:»Al que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos. No penséis que vine a traer paz a la tierra: no vine a traer paz, sino espada. Porque vine a poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, ya la nuera contra su suegra. … El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí.” (San Mateo, 10:32-37).Debemos desear estar unidos con Nuestro Señor, incluso si esto resulta en perder todos los lazos con la familia y los amigos. Dios siempre debe ser lo primero en nosotros. La amistad divina es incomparablemente más importante que la amistad humana.Muchas veces la Sagrada Escritura muestra a Cristo abandonado por el hombre a causa de la verdad, como muestran los siguientes ejemplos:»Busqué quien se entristeciera conmigo, pero no lo hubo; y quien me consolara, y no lo hallé». Salmo 68:21.»Despreciado y el más abyecto de los hombres, varón de dolores, y experimentado en sufrimientos: y su aspecto era como si estuviera escondido y despreciado, por lo cual no lo consideramos digno de estima». Isaías 53:3.»Mis amigos y mis vecinos se han acercado y se han levantado contra mí. Y los que estaban cerca de mí se quedaron lejos.» Salmo 37:12.»He llegado a ser extraño para mis hermanos, y extraño para los hijos de mi madre.» Salmo 68:9.»Soy… oprobio de los hombres, y desecho del pueblo». Salmo 21:7.“Los amigos y los vecinos los has alejado de mí: y también a mis conocidos, a causa de la miseria.» Salmo 87:19.Debemos unirnos con Nuestro Señor y Él nos dijo: «Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros”. San Juan, 15:20.Debemos estar dispuestos a imitar a Nuestro Señor cuando se quedó solo. Si nos vemos obligados a no tener amigos por el bien de Nuestro Señor, por conservar la fe, por ser fieles a Él, entonces Él nos está llamando a un estado superior de perfección y sabemos que esto sería para nuestro bien.San Juan de la Cruz, el Doctor Místico de la Iglesia Católica, en su libro «Subida al Monte Carmelo», 3-20,  enseña esta verdad de la siguiente manera:»Por cada alegría temporal a la que el alma renuncia por amor de Dios y por la perfección del Evangelio, Dios le dará cien alegrías también en esta vida.»También debemos recordar que Dios no se deja vencer en generosidad. Como nos dice San Pablo: “Estimo que los sufrimientos de este tiempo no son dignos de compararse con la gloria venidera”. Romanos, 8:18.Cuando Dios nos pide que nos sacrifiquemos por Él y por amor a Él, Él nos recompensa dulcemente incluso en esta vida. Él brinda apoyo moral cuando menos lo esperamos y, a menudo, de fuentes que no esperábamos (o de personas que no sabíamos que tenían ideas afines).
Cuando nos damos cuenta de que alguien tiene las mismas convicciones que nosotros, obtenemos un consuelo inmediato. Hemos encontrado un verdadero amigo católico y estamos agradecidos con Dios por habernos dado tanto apoyo moral.Deberíamos tomar el brillante ejemplo de San Basilio el Grande, Doctor de la Iglesia, quien con razón sostuvo que la fe católica era más importante que cualquier otra cosa. Así, rompió todo vínculo con un hombre porque ese hombre aceptó un credo que contenía una omisión importante: omitía la palabra “consustancial”.En nuestra debilidad, con qué frecuencia continuamos con nuestra parroquia y nuestros compañeros feligreses a pesar de sus omisiones: a saber, ellos omiten ponerse de pie y profesar la doctrina intransigente y antiliberal que deben sostener y profesar. Si pensamos que la Nueva-FSSPX y la falsa “Resistencia” no son liberales y comprometidas con el error y se cada vez se deslizan más lejos de la verdad, entonces no estamos prestando atención a lo que dicen y hacen, eso es ignorancia culpable. Tenemos que «vigilar y orar» a todo momento “para no caer en la tentación” y no ser engañados por el error.¿Quizás nos decimos a nosotros mismos que nos quedamos en nuestra capilla en compromiso con el error porque queremos “trabajar desde adentro” y ayudar a convertir a la gente de su liberalismo? Esta es una herramienta clásica del diablo (el fin no justifica los medios) que hizo que tantos feligreses se desviaran a finales de los 60 y en los 70.San Gregorio Nacianceno, Doctor de la Iglesia, advierte contra esta presuntuosa excusa con estas palabras:»Es una ilusión buscar la compañía de los pecadores con el pretexto de reformarlos o convertirlos: es mucho más de temer que nos comuniquen su veneno.»


4. TEMEN QUE SI SE VAN NO PODRÁN ENVIAR A SUS HIJOS A LA ESCUELA DE ESE GRUPO ACUERDISTA.

HAY CINCO RAZONES POR LAS QUE ESTA ES UNA EXCUSA FALSA QUE OFENDE A DIOS Y DAÑARÁ A NUESTRAS FAMILIAS:
“SI DEJO ESTE GRUPO (ACUERDISTA), NO TENDRÉ ESCUELA PARA MIS HIJOS”. ESTA ES LA MISMA VIEJA EXCUSA QUE FALLÓ A TANTAS FAMILIAS EN LA DÉCADA DE 1960. ESTA EXCUSA ES LA TÁCTICA DEL DIABLO DE INTRODUCIR UN COMPROMISO CON EL MAL BAJO LA APARIENCIA DE ALGO BUENO.REGLA PARA EL DISCERNIMIENTO DE ESPÍRITUS #4 DE SAN IGNACIO. LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA INCLUYÓ ESTA REGLA CUANDO LE DIO A SAN IGNACIO DE LOYOLA LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES.
ADEMÁS, NO ROMPER LOS LAZOS CON EL GRUPO ACUERDISTA PORQUE “NO TENGO OTRA OPCIÓN, PORQUE NECESITO UNA ESCUELA PARA MIS HIJOS” MUESTRA UNA FALTA DE CONFIANZA EN DIOS. UN BUEN HIJO DEBE CONFIAR EN SU BUEN PADRE.
LOS GRUPOS ACUERDISTAS TIENEN ESCUELAS COMPROMETIDAS CON EL ERROR Y DAÑARÁN A NUESTROS NIÑOS. NO DEBEMOS ENGAÑARNOS PENSANDO QUE PODEMOS SABER O PREVENIR TODO EL DAÑO QUE LE OCURRIRÁ A NUESTROS HIJOS.
LA FAMILIARIDAD CON UN GRUPO ACUERDISTA TIENDE A HACER QUE NUESTROS HIJOS CONFÍEN EN ELLOS. SON LAS FIGURAS DE AUTORIDAD QUE LES DARÍAMOS A NUESTROS HIJOS PARA QUE APRENDAN. ESTA RELACIÓN HARÍA QUE NUESTROS NIÑOS FUERAN ESPECIALMENTE SUSCEPTIBLES DE SER ENGAÑADOS POR SUS MAESTROS Y COMPAÑEROS DE CLASE.
PERMANECER CON EL GRUPO ACUERDISTA PARA PODER ENVIAR A NUESTROS HIJOS A ESA ESCUELA ENVÍA EL MENSAJE A NUESTROS HIJOS DE QUE LA FE CATÓLICA NO ES DE PRIMERA IMPORTANCIA, SINO QUE LA PUREZA DE LA FE DEBE SER “SOPESADA» O “INTERCAMBIADA” O “NEGOCIADA” FRENTE A CONSIDERACIONES PRÁCTICAS COMO UNA ESCUELA.

5. Los padres y familiares temen abandonar el grupo acuerdista cuando un miembro de la familia se ha unido a su seminario o convento.


“Somos una familia y debemos ser leales el uno al otro”. «La familia es primero.» “¿Qué pensaría la gente de nosotros si no apoyáramos a un familiar que tenía una vocación religiosa?” “Sin nuestro apoyo, el seminarista o el novicio podría abandonar su vocación”.Pero apoyar una vocación religiosa acuerdista con el error, es anteponer la lealtad familiar a la lealtad a Dios y a la fe católica tradicional. Mostrar apoyo a la formación y vida de un miembro de la familia en un grupo acuerdista y una fe comprometida con el error desagrada a Dios y puede ser lo que mantiene a ese familiar en el camino equivocado. Una vocación dentro de un grupo acuerdista no es una alegría. es un dolor No es una bendición. es una cruz. En nuestro Juicio, Dios nos preguntará si lo ponemos a Él primero y le mostramos a ese familiar el “amor duro” necesario para que él (ella) deje el grupo acuerdista por el bien de la Fe.¿Qué debemos hacer si nuestra familia sufre la tragedia de que un pariente entre en un grupo religioso acuerdista? Si el miembro de la familia todavía solo está considerando ingresar al seminario o convento acuerdistas, debemos dejar en claro cuál es nuestra posición. ¡Debemos decirle que nunca podremos apoyar o aprobar su vocación de compromiso con el error en ese grupo!Debemos decirle a este miembro de la familia que en lugar de entrar en el grupo malo, lo ayudaremos a investigar el mundo para encontrar un seminario o convento aceptable e intransigente. Si su vocación es genuina, ciertamente Dios proveerá lo que se necesita.Si el miembro de la familia ya se ha unido al grupo acuerdista, la próxima vez que lo visite, prepárese (con la ayuda de un sacerdote intransigente) para explicar por qué debe dejar su grupo por el bien de su salvación eterna. Estas discusiones deben ser lo suficientemente discretas para que sus superiores no reaccionen duplicando sus esfuerzos liberales de lavado de cerebro para evitar que el miembro de la familia vea la verdad.Eso sí, no olvide rezar mucho para que este familiar llegue a ver claro su deber de dejar su grupo liberal y todo compromiso, por el bien de la Fe Católica y de su alma.Incluso si no logramos un éxito inmediato, ¡debemos mantenernos firmes! ¡Tener cuidado! Si nos comprometemos aunque sea una vez, nuestro familiar albergará la esperanza de que si continúa más tiempo en su camino (de compromiso), entonces “nos convertiremos” haciendo el compromiso de aceptar su estado como algo que está bien.


¡Hagamos ahora lo que en nuestro Juicio quisiéramos haber hecho! ¡Defendamos la fe y dejemos de trabajar con los que comprometen la fe!

viernes, 21 de enero de 2022

SAN EZEQUIEL MORENO DIJO:

 




Estad seguros, día llegará en que la misma revolución, sagaz como su jefe, se ría y menosprecie a los que la sirvieron o de alguna manera pidieron favor o gracia. Es un error, y error funesto a la Iglesia y a las almas, transigir con los enemigos de Jesucristo y andar blandos y complacientes con ellos. Mayores estragos ha hecho en la Iglesia de Dios la cobardía velada de prudencia y moderación, que los gritos y golpes furiosos de la impiedad. (…) ¿Qué bienes se han conseguido con las blanduras y coqueteos con los enemigos de Jesucristo? ¿Qué males se han evitado, pequeños ni grandes, por esos caminos? No se consigue otra cosa con esa conducta que afianzar el poder de los malos, calmando ¡oh dolor! el santo odio que se debe tener a la herejía y al error; acostumbrando a los fieles a ver esas situaciones de persecución religiosa con cierta indiferencia.

martes, 18 de enero de 2022

SAN PABLO EL ERMITAÑO

 



San Pablo, el Ermitaño

15 de Enero

La vida de este santo fue escrita por el gran sabio San Jerónimo, en el año 400.

Nació hacia el año 228, en Tebaida, una región que queda junto al río Nilo en Egipto y que tenía por capital a la ciudad de Tebas.

Fue bien educado por sus padres, aprendió griego y bastante cultura egipcia. Pero a los 14 años quedó huérfano. Era bondadoso y muy piadoso. Y amaba enormemente a su religión.

En el año 250 estalló la persecución de Decio, que trataba no tanto de que los cristianos llegaran a ser mártires, sino de hacerlos renegar de su religión. Pablo se vio ante estos dos peligros: o renegar de su fe y conservar sus fincas y casas, o ser atormentado con tan diabólica astucia que lo lograran acobardar y lo hicieran pasarse al paganismo con tal de no perder sus bienes y no tener que sufrir más torturas. Como veía que muchos cristianos renegaban por miedo, y él no se sentía con la suficiente fuerza de voluntad para ser capaz de sufrir toda clase de tormentos sin renunciar a sus creencias, dispuso más bien esconderse. Era prudente.

Pero un cuñado suyo que deseaba quedarse con sus bienes, fue y lo denunció ante las autoridades. Entonces Pablo huyó al desierto. Allá encontró unas cavernas donde varios siglos atrás los esclavos de la reina Cleopatra fabricaban monedas. Escogió por vivienda una de esas cuevas, cerca de la cual había una fuente de agua y una palmera. Las hojas de la palmera le proporcionaban vestido. Sus dátiles le servían de alimento. Y la fuente de agua le calmaba la sed.

Al principio el pensamiento de Pablo era quedarse por allí únicamente el tiempo que durará la persecución, pero luego se dio cuenta de que en la soledad del desierto podía hablar tranquilamente a Dios y escucharle tan claramente los mensajes que Él le enviaba desde el cielo, que decidió quedarse allí para siempre y no volver jamás a la ciudad donde tantos peligros había de ofender a Nuestro Señor. Se propuso ayudar al mundo no con negocios y palabras, sino con penitencias y oración por la conversión de los pecadores.

Dice San Jerónimo que cuando la palmera no tenía dátiles, cada día venía un cuervo y le traía medio pan, y con eso vivía nuestro santo ermitaño. (La Iglesia llama ermitaño al que para su vida en una "ermita", o sea en una habitación solitaria y retirada del mundo y de otras habitaciones).

Después de pasar allí en el desierto orando, ayunando, meditando, por más de setenta años seguidos, ya creía que moriría sin volver a ver rostro humano alguno, y sin ser conocido por nadie, cuando Dios dispuso cumplir aquella palabra que dijo Cristo: "Todo el que se humilla será engrandecido" y sucedió que en aquel desierto había otro ermitaño haciendo penitencia. Era San Antonio Abad. Y una vez a este santo le vino la tentación de creer que él era el ermitaño más antiguo que había en el mundo, y una noche oyó en sueños que le decían: "Hay otro penitente más antiguo que tú. Emprende el viaje y lo lograrás encontrar". Antonio madrugó a partir de viaje y después de caminar horas y horas llegó a la puerta de la cueva donde vivía Pablo. Este al oír ruido afuera creyó que era una fiera que se acercaba, y tapó la entrada con una piedra. Antonio llamó por muy largo rato suplicándole que moviera la piedra para poder saludarlo.

Al fin Pablo salió y los dos santos, sin haberse visto antes nunca, se saludaron cada uno por su respectivo nombre. Luego se arrodillaron y dieron gracias a Dios. Y en ese momento llegó el cuervo trayendo un pan entero. Entonces Pablo exclamó: "Mira cómo es Dios de bueno. Cada día me manda medio pan, pero como hoy has venido tú, el Señor me envía un pan entero."

Se pusieron a discutir quién debía partir el pan, porque este honor le correspondía al más digno. Y cada uno se creía más indigno que el otro. Al fin decidieron que lo partirían tirando cada uno de un extremo del pan. Después bajaron a la fuente y bebieron agua cristalina. Era todo el alimento que tomaban en 24 horas. Medio pan y un poco de agua. Y después de charlar de cosas espirituales, pasaron toda la noche en oración.

A la mañana siguiente Pablo anunció a Antonio que sentía que se iba a morir y le dijo: "Vete a tu monasterio y me traes el manto que San Atanasio, el gran obispo, te regaló. Quiero que me amortajen con ese manto". San Antonio se admiró de que Pablo supiera que San Atanasio le había regalado ese manto, y se fue a traerlo. Pero temía que al volver lo pudiera encontrar ya muerto.

Cuando ya venía de vuelta, contempló en una visión que el alma de Pablo subía al cielo rodeado de apóstoles y de ángeles. Y exclamó: "Pablo, Pablo, ¿por qué te fuiste sin decirme adiós?". (Después Antonio dirá a sus monjes: "Yo soy un pobre pecador, pero en el desierto conocí a uno que era tan santo como un Juan Bautista: era Pablo el ermitaño").

Cuando llegó a la cueva encontró el cadáver del santo, arrodillado, con los ojos mirando al cielo y los brazos en cruz. Parecía que estuviera rezando, pero al no oírle ni siquiera respirar, se acercó y vio que estaba muerto. Murió en la ocupación a la cual había dedicado la mayor parte de las horas de su vida: orar al Señor.

Antonio se preguntaba cómo haría para cavar una sepultura allí, si no tenía herramientas. Pero de pronto oyó que se acercaban dos leones, como con muestras de tristeza y respeto, y ellos, con sus garras cavaron una tumba entre la arena y se fueron. Y allí depositó San Antonio el cadáver de su amigo Pablo.

San Pablo murió el año 342 cuando tenía 113 años de edad y cuando llevaba 90 años orando y haciendo penitencia en el desierto por la salvación del mundo. Se le llama el primer ermitaño, por haber sido el primero que se fue a un desierto a vivir totalmente retirado del mundo, dedicado a la oración y a la meditación.

San Antonio conservó siempre con enorme respeto la vestidura de San Pablo hecha de hojas de palmera, y él mismo se revestía con ella en las grandes festividades.

San Jerónimo decía: "Si el Señor me pusiera a escoger, yo preferiría la pobre túnica de hojas de palmera con la cual se cubría Pablo el ermitaño, porque él era un santo, y no el lujoso manto con el cual se visten los reyes tan llenos de orgullo".

San Pablo el ermitaño con su vida de silencio, oración y meditación en medio del desierto, ha movido a muchos a apartarse del mundo y dedicarse con más seriedad en la soledad a buscar la eterna salvación de las almas.

viernes, 14 de enero de 2022

Testimonio impresionante de un alma condenada, acerca de lo que la llevó al Infierno. (PARTE FINAL)

 


En este ínterin, me había fabricado mi propia religión. Me gustó la opinión generalizada en la oficina, de que después de la muerte el alma volvería a este mundo en otro ser, reencarnándose sucesivamente, sin llegar nunca al fin.

Con esto, estaba resuelto el angustiante problema del más allá. Imaginé haberlo hecho inofensivo. ¿Por qué no me recordaste la parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro, en la que el narrador, ¿Cristo, envió después de la muerte a uno al infierno y al otro al Cielo? Pero, ¿qué habrías conseguido? No mucho más de lo que conseguiste con todos tus otros discursos beatos. Poco a poco me fui fabricando un dios: con atributos suficientes para ser llamado así. Bastante lejos de mí, como para que no me obligara a tener relaciones con él. Suficientemente confuso, como para poder transformarlo a mi antojo. De este modo, sin cambiar de religión, yo podía imaginarlo como el dios panteísta del mundo o pensarlo, poéticamente, como un dios solitario.

Este "dios" no tenía Cielo para premiarme, ni infierno para asustarme. Yo lo dejaba en paz. En esto consistía mi culto de adoración. Es fácil creer en lo que agrada. Con el transcurso de los años, estaba bastante persuadida de mi religión. Se vivía bien así, sin molestias. Sólo una cosa podría haber roto mi suficiencia: un dolor profundo y prolongado. Pero este sufrimiento no llegó. ¿Comprendes ahora el significado de "Dios castiga a aquellos que ama"? Durante un domingo de julio, la Asociación de Jóvenes organizaba un paseo de A. Me gustaban las excursiones, pero no los discursos insípidos y demás beaterías. Otra imagen, muy diferente de la de Nuestra Señora de las Gracias de A., estaba desde hacía poco en el altar de mi corazón. Era el distinguido Max, del almacén de al lado. Ya habíamos conversado entretenidos, varias veces. Justamente ese domingo me invitó a pasear. La otra, con la que acostumbraba a salir, estaba enferma en el hospital.

El había comprendido que lo miraba mucho. Pero yo no pensaba en casarme todavía. Su posición económica era muy buena, pero también demasiado amable con todas las otras jovencitas. En aquel entonces yo quería un hombre que me perteneciera exclusivamente, como única mujer. Siempre conservé una cierta educación natural. (Eso es verdad. A pesar de su indiferencia religiosa, Ani tenía algo noble en su persona. Me desconcierta que también las personas "honestas" puedan caer en el infierno, si son deshonestas al huir del encuentro con Dios).

En ese paseo, Max me colmó de amabilidades. Nuestras conversaciones, es claro, no eran sobre la vida de los santos, como las de ustedes. Al día siguiente, en la oficina, me reprendiste por no haber ido al paseo de la Asociación. Cuando te conté mi diversión del domingo, tu primera pregunta fue: "¿Escuchaste Misa?". ¡Tonta! ¿Cómo podríamos ir a Misa si salimos a las 6 de la mañana? Me acuerdo que, muy exaltada, te dije: "El buen Dios no es tan mezquino como lo son los curas". Ahora debo confesar que Dios, a pesar de su infinita bondad, considera todo con más seriedad que todos los sacerdotes juntos. Después de este primer paseo con Max, fui solamente una vez más a la Asociación, en las fiestas de Navidad. Algunas cosas me atraían. Pero en mi interior, ya me había separado de todas ustedes.

Los bailes, el cine, los paseos, continuaban. A veces peleábamos con Max, pero yo sabía cómo retenerlo. Odié mucho a mi rival que, al salir del hospital, se puso furiosa. En realidad, eso me favoreció. La calma distinguida que yo mostraba produjo una gran impresión en Max, que se inclinó definitivamente por mí. Conseguí encontrar la forma de denigrarla. Me expresaba con calma: por fuera, realidades objetivas, por dentro, vomitando hiel. Estos sentimientos y actitudes conducen rápidamente al infierno. Son diabólicos, en el sentido estricto del término. ¿Por qué te cuento todo esto? Para explicarte que así me aparté definitivamente de Dios. En realidad, Max y yo no llegamos muchas veces al extremo de la familiaridad. Me daba cuenta que me rebajaría a sus ojos si le concedía toda la libertad antes de tiempo. Por eso, supe controlarme. Realmente, yo estaba siempre dispuesta para todo lo que consideraba útil. Tenía que conquistar a Max. Para eso, ningún precio era demasiado alto.

Nos fuimos amando poco a poco, porque ambos teníamos valiosas cualidades que podíamos apreciar mutuamente. Yo era habilidosa, eficiente, de trato agradable. Retuve a Max con firmeza y conseguí, al menos durante los últimos meses antes del casamiento, ser la única que lo poseía. En eso consistió mi apostasía, en hacer mi dios con una criatura. En ninguna otra cosa puede realizarse más plenamente la apostasía como en el amor a una persona del otro sexo, cuando ese amor se ahoga en la materia. Esto es su encanto, su aguijón y su veneno. La "adoración" que tenía por Max se convirtió en mi religión. En ese tiempo, en la oficina, yo arremetía virulentamente contra los curas, los fieles, las indulgencias, los rosarios y demás estupideces.

Trataste de defender con una cierta inteligencia todo lo que yo atacada, aunque quizás sin sospechar que en realidad el problema no estaba en esas cosas. Lo que yo buscaba era un punto de apoyo. Todavía lo necesitaba para justificar racionalmente mi apostasía. Estaba sublevada contra Dios. No te dabas cuenta. Creías que todavía era católica. Por otra parte, yo quería ser llamada así; inclusive pagaba la contribución para el culto. Porque un cierto "reaseguro" nunca viene mal. Es posible que tus respuestas a veces dieran en el blanco. Pero no me alcanzaban, porque no te concedía razón. A raíz de estas relaciones sobre bases falsas, fue pequeño el dolor de nuestra separación, con motivo de mi casamiento.

Antes de casarme, me confesé y comulgué una vez más. Era una formalidad. Mi marido pensaba igual. Si era una formalidad, ¿por qué no cumplirla? Ustedes dicen que una comunión así es "indigna". Bien, después de esa comunión "indigna", logré un cierto sosiego en mi conciencia. Esa comunión fue la última. Nuestra vida conyugal transcurría, en general, en armonía. En casi todos los puntos teníamos la misma opinión. También en esto: no queríamos cargar con hijos. En realidad, mi marido quería tener uno, uno solo, naturalmente. Finalmente conseguí que él renunciara a ese deseo. Lo que más me gustaba eran los vestidos, los muebles lujosos, las reuniones mundanas, los paseos en automóvil y otras distracciones. Fue un año de placer el que medió entre mi casamiento y mi muerte repentina.

Todos los domingos íbamos a pasear en auto o visitábamos a los parientes de mi marido. Me avergonzaba de mi madre. Esos parientes se destacaban en la vida social, igual que nosotros. Pero en mi interior, sin embargo, nunca fui feliz. Había algo indeterminado que me corroía. Mi deseo era que, al llegar la muerte - la que sin duda demoraría mucho todavía - todo acabara. Ocurría tal como yo lo había escuchado de niña, durante una plática: Dios recompensa en este mundo toda obra buena que se haga. Si no puede premiarla en la otra vida, lo hace en la tierra. Inesperadamente, recibí una herencia de la tía Lote. Mi marido tuvo la suerte de ver sus ingresos notablemente aumentados. Así pude instalar, confortablemente, una casa nueva.

Mi religión estaba muriendo, como un resplandor crepuscular en un firmamento lejano. Los bares de la ciudad, los hoteles y los restaurantes por los que pasábamos en nuestros viajes, no nos acercaban a Dios. Todos los que los frecuentaban vivían como nosotros: de fuera hacia adentro, no de dentro hacia afuera. Si durante los viajes de vacaciones visitábamos una célebre catedral, tratábamos de divertirnos con el valor artístico de sus obras primas. Los sentimientos religiosos que irradiaban - especialmente las iglesias medievales - yo los neutralizaba criticando circunstancias accesorias de un hermano lego que nos guiaba, criticaba su negligencia en el aseo, criticaba el comercio de los piadosos monjes que fabricaban y vendían licor, criticaba el eterno repique de campanas llamando a los sagrados oficios, diciendo que el único fin era ganar dinero...

Así era como conseguía apartar a la gracia, cada vez que me llamaba. Especialmente descargaba mi mal humor frente a algunas pinturas de la Edad Media representando al Infierno en libros, cementerios y otros lugares. Allí el demonio asaba a las almas sobre fuego rojo o amarillo, mientras sus compañeros, con largas colas, le traen más víctimas. ¡Clara, el infierno puede ser dibujado, pero nunca exagerado! Siempre me burlaba del fuego del infierno. Acuérdate de una conversación durante la cual te puse un fósforo encendido bajo la nariz, preguntándote: "¿Así huele?"

Apagaste en seguida la llama. Aquí nadie consigue hacerlo. Te digo más: el fuego del que habla la Biblia no es el tormento de la consciencia. ¡Fuego es fuego! Debe ser interpretado al pie de la letra cuando Aquel dijo: "Apartáos de mí, malditos, id al fuego eterno". ¡Al pie de la letra! ¿Y cómo puede ser tocado un espíritu por el fuego material? Preguntarás. ¿Y cómo puede sufrir tu alma, en la tierra, si pones el dedo sobre una llama? Tampoco tu alma se quema, mientras tanto el dolor lo sufre todo el individuo. Del mismo modo, nosotros estamos aquí espiritualmente presos al fuego de nuestro ser y de nuestras facultades. Nuestra alma carece de la agilidad que le sería natural; no podemos pensar ni querer lo que querríamos.

 

No te sorprendas de mis palabras. Es un misterio contrario a las leyes de la naturaleza material: el fuego del infierno quema sin consumir. Nuestro mayor tormento consiste en saber que nunca veremos a Dios. ¿Cómo puede atormentarnos tanto esto, si en la tierra nos era indiferente? Mientras el cuchillo está sobre la mesa, no te impresiona. Le ves el filo, pero no lo sientes. Pero si el cuchillo entra en tus carnes, gritarás de dolor. Ahora, sentimos la pérdida de Dios. Antes, sólo pensábamos en ella.

No todas las almas sufren igual. Cuanto mayor fue la maldad, cuanto más frívolo y decidido, tanto más le pesa al condenado la pérdida de Dios, tanto más lo sofoca la criatura de que abusó. Los católicos que se condenan sufren más que los de otras religiones, porque recibieron y desaprovecharon, por lo general, más luces y mayores gracias. Los que tuvieron mayores conocimientos sufren más duramente que los que tuvieron menos. El que pecó por maldad sufre más que el que cayó por debilidad. Pero ninguno sufre más de lo que mereció. ¡Oh, si esto no fuera verdad, tendría un motivo para odiar!

Un día me dijiste: nadie va al infierno sin saberlo. Eso le habría sido revelado a una santa. Yo me reía, mientras me atrincheraba en esta reflexión: "siendo así, siempre tendré tiempos suficiente para volver atrás". Esta revelación es exacta. Antes de mi muerte repentina, es verdad, no conocía al infierno tal como es. Ningún ser humano lo conoce. Pero estaba perfectamente enterada de algo: "Si mueres, me decía, entrarás en la eternidad como una flecha, directamente contra Dios; habrá que aguantar las consecuencias". Como te dije, no volví atrás. Perseveré en la misma dirección, arrastrada por la costumbre, con la que los hombres actúan cuanto más envejecen.

Mi muerte ocurrió así: Hace una semana - digo según las cuentas que llevan ustedes, porque si calculara por mis dolores, podría estar ardiendo en el infierno desde hace diez años - mi marido y yo salimos en otra excursión dominguera, que fue la última para mí. El día estaba radiante de sol. Me sentía muy bien, como pocas veces. Sin embargo, me traspasaba un presentimiento siniestro. Inesperadamente, en el viaje de regreso, mi marido y yo fuimos enceguecidos por los faros de un automóvil que venía en sentido contrario, a gran velocidad. Max perdió el control del vehículo. Jesús! Se escapó de mis labios, no como oración sino como grito. Sentí un dolor aplastante: comparado con el tormento actual, una bagatela. Después perdí el sentido.

¡Qué extraño! Aquella misma mañana, sin explicación, había surgido en mi mente este pensamiento. "Por una vez, podrías ir a Misa". Era como una súplica. Un "¡no!" claro y decidido cortó el curso de la idea. "Con esas cosas tengo que terminar definitivamente". Es decir, asumí todas las consecuencias. Ahora las soporto.

Lo que ocurrió después de mi muerte lo sabes. La suerte de mi marido, de mi madre, lo que ocurrió con mi cadáver, mi entierro, lo sé por una intuición natural que tenemos todos los que estamos aquí. Del resto de lo que ocurre en el mundo poseemos un conocimiento confuso. Sabemos lo que se refiere a nosotros. De este modo veo el lugar donde vives. Desperté de improviso en el momento de mi muerte. Me encontré inundada por una luz ofuscante. Era el mismo sitio donde había caído mi cadáver. Sucedió como en el teatro, cuando se apagan las luces de la sala, sube el telón y aparece una escena trágicamente iluminada. La escena de mi vida. Como en un espejo, mi alma se mostró a sí misma. Vi las gracias despreciadas y pisoteadas, desde mi juventud hasta el último "no" frente a Dios.

Me sentí como un asesino, al que llevan ante el tribunal para ver a la víctima exánime. ¿Arrepentirme? ¡Nunca! ¿Avergonzarme? ¡Jamás!

Mientras tanto, no conseguía permanecer bajo la mirada de Dios, a quien rechazaba. Sólo tenía una salida: la fuga. Así como Caín huyó del cadáver de Abel, así mi alma se proyectó lejos de esta visión de horror.

Este era el Juicio particular.

Habló el invisible juez: "APÁRTATE DE MI". De inmediato mi alma, como una sombra amarilla de azufre, se despeñó al lugar del eterno tormento.

Epílogo de Clara:

Así terminó la carta de Anita sobre el Infierno. Las últimas palabras eran casi ilegibles, tan torcidas estaban las letras. Cuando terminé de leer la última línea, la carta se convirtió en cenizas. ¿Qué es lo que escucho? En medio de los duros términos de las palabras que imaginaba haber leído, resonó el dulce tañido de una campana. Me desperté de inmediato. Estaba acostada en mi cuarto. La luz matinal entraba por la ventana. Las campanadas de las Avemarías llegaban de la iglesia parroquial. ¿Todo había sido un sueño?

Nunca había sentido antes en el Ángelus tanto consuelo como después de ese sueño. Lentamente, fui rezando las oraciones. Entonces comprendí: la bendita Madre del Señor quiere defenderte. Venera a María filialmente, si no quieres tener el destino que te contó - aunque fuera en sueños - un alma que jamás verá a Dios. Temblando todavía por la visión nocturna, me levanté, me vestí con prisa y huí a la capilla de la casa. Mi corazón palpitaba con violencia. Los huéspedes que estaban más cerca me miraban con preocupación. Quizás pensaban que estaba agitada por correr escaleras abajo.

Una bondadosa señora de Budapest, un alma sacrificada, pequeña como una niña, miope, aún fervorosa en el servicio de Dios, de gran penetración espiritual, me dijo por la tarde en el jardín: "Señorita, Nuestro Señor no quiere ser servido con excitación". Pero ella advertía que otra cosa me había excitado y aún me preocupaba. Agregó, bondadosamente: "Nada te turbe - conoces el aviso de Santa Teresa - nada te espante. Todo pasa. Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta". Mientras susurraba esto, sin adoptar un aire magisterial, parecía estar leyendo mi alma.

"Sólo Dios basta". Sí, El ha de bastarme, en éste o en el otro mundo. Quiero poseerlo allí un día, por más sacrificios que tenga que hacer aquí para vencer. No quiero caer en el infierno.

Conclusión:

Quizás no como objeción, pero no puede eludirse una pregunta: ¿Cómo puede haber recordado Clara con tal precisión todas las palabras de la carta de la condenada? Respondemos: quien hace lo más, puede hacer lo menos. Quien comienza una obra, puede también concluirla. Si la manifestación de ultratumba es un hecho preternatural, Clara debe haber tenido también una asistencia preternatural para escribir con exactitud todas las palabras leídas durante la visión.

La eternidad de las penas del infierno es un dogma. Seguramente, el más terrible de todos. Tiene su fundamento en las Sagradas Escrituras.

De la conveniencia de ilustrar este dogma con un caso particular, nos da ejemplo Nuestro Señor Jesucristo en la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro. Allí se encuentra una descripción del infierno y del peligro de caer en él. No es otra la intención de este trabajo. Expresa también nuestra finalidad el siguiente consejo: "Vayamos al infierno mientras estemos vivos, para no caer allí después de la muerte".

 



Testimonio impresionante de un alma condenada, acerca de lo que la llevó al Infierno. (PARTE SEGUNDA)

 

¿Te acuerdas que yo pensaba así cuando estaba en la tierra? Vuelvo a mi padre. Peleaba mucho con mamá. Pocas veces te lo dije, porque me avergonzaba. Qué cosa ridícula la vergüenza! Aquí, todo es lo mismo. Mis padres ya no dormían en el mismo cuarto. Yo dormía con mamá, papá lo hacía en el cuarto contiguo, donde podía volver a cualquier hora de la noche. Bebía mucho y se gastó nuestra fortuna. Mis hermanas estaban empleadas, decían que necesitaban su propio dinero. Mamá comenzó a trabajar. Durante el último año de su vida, papá la golpeó muchas veces, cuando ella no quería darle dinero. Conmigo, él siempre fue amable. Un día te conté un capricho del que quedaste escandalizada. ¿Y de qué no te escandalizaste de mí? Cuando devolví dos veces un par de zapatos nuevos, porque la forma de los tacos no era bastante moderna.

En la noche en que papá murió, víctima de una apoplejía, ocurrió algo que nunca te conté, por temor a una interpretación desagradable. Hoy, sin embargo, debes saberlo. Es un hecho memorable: por primera vez, el espíritu que me atormenta se acercó a mí. Yo dormía en el cuarto de mamá. Su respiración regular revelaba un sueño profundo. Entonces, escuché pronunciar mi nombre. Una voz desconocida murmuró: "¿Qué ocurrirá si muere tu padre?"

Ya no lo quería a papá, desde que había empezado a maltratar a mi madre. En realidad, no amaba absolutamente a nadie: sólo tenía gratitud hacia algunas personas que eran bondadosas conmigo. El amor sin esperanza de retribución en esta tierra solamente se encuentra en las almas que viven en estado de gracia. No era ése mi caso. "Ciertamente, él no morirá", le respondí al misterioso interlocutor. Tras una breve pausa, escuché la misma pregunta. "El no va a morir!", repliqué con brusquedad. Por tercera vez, me preguntaron: "Qué ocurrirá si muere tu padre?". Me representé en ese momento en la imaginación el modo como mi padre volvía muchas veces: medio ebrio, gritando, maltratando a mamá, avergonzándonos frente a los vecinos. Entonces, respondí con rabia: "Bien, es lo que se merece. ¡Que muera!". Después, todo quedó en silencio.

A la mañana siguiente, cuando mamá fue a ordenar el cuarto de papá, encontró la puerta cerrada. Al mediodía, la abrieron por la fuerza. Papá, semidesnudo, estaba muerto sobre la cama. Al ir a buscar cerveza al sótano, debió sufrir una crisis mortal. Desde hacía tiempo que estaba enfermo. (¿Habrá hecho depender Dios de la voluntad de su hija, con la que el hombre fue bondadoso, la obtención de más tiempo y ocasión de convertirse?).

Marta K. y tú me hicieron ingresar en la asociación de jóvenes. Nunca te oculté que consideraba demasiado "parroquiales" las instrucciones de las dos directoras, las señoritas X. Los juegos eran bastante divertidos. Como sabes, llegué en poco tiempo a tener allí un papel preponderante. Eso era lo que me gustaba. También me gustaban las excursiones. Llegué a dejarme llegar algunas veces a confesar y comulgar. Para decir la verdad, no tenía nada para confesar. Los pensamientos y las palabras no significaban nada para mí. Y para acciones más groseras todavía no estaba madura.

Un día me llamaste la atención: "Ana, si no rezas más, te perderás". Realmente, yo rezaba muy poco, y ese poco siempre a disgusto, de mala voluntad. Sin duda tenías razón. Los que arden en el infierno o no rezaron, o rezaron poco. La oración es el primer paso para llegar a Dios. Es el paso decisivo. Especialmente la oración a Aquella que es la madre de Cristo, cuyo nombre no nos es lícito pronunciar. La devoción a Ella arranca innumerables almas al demonio, almas a las que sus pecados las habrían lanzado infaliblemente en sus manos.

Furiosa continúo, porque estoy obligada a hacerlo, aunque no aguanto más de tanta rabia. Rezar es lo más fácil que se puede hacer en la tierra. Y justamente de esto, que es facilísimo, Dios hace depender nuestra salvación. Al que reza con perseverancia, paulatinamente Dios le da tanta luz, y lo fortalece de tal modo, que hasta el más empedernido pecador puede recuperarse, aunque se encuentre hundido en un pantano hasta el cuello. Durante los últimos años de mi vida ya no rezaba más, privándome así de las gracias, sin las que nadie se puede salvar.

Aquí, no recibimos ningún tipo de gracia. Aunque la recibiéramos, la rechazaríamos con escarnio. Todas las vacilaciones de la existencia terrenal terminaron en esta otra vida. En la tierra, el hombre puede pasar del estado de pecado al estado de gracia. De la gracia, se puede caer al pecado. Muchas veces caí por debilidad; pocas, por maldad. Con la muerte, cada uno entra en un estado final, fijo e inalterable. A medida que se avanza en edad, los cambios se hacen más difíciles. Es cierto que uno tiene tiempo hasta la muerte para unirse a Dios o para darle las espaldas. Sin embargo, como si estuviera arrastrado por una correntada, antes del tránsito final, con los últimos restos de su voluntad debilitada, el hombre se comporta según las costumbres de toda su vida.

El hábito, bueno o malo, se convierte en una segunda naturaleza. Es ésta la que lo arrastra en el momento supremo. Así ocurrió conmigo. Viví año entero apartado de Dios. En consecuencia, en el último llamado de la gracia, me decidí contra Dios. La fatalidad no fue haber pecado con frecuencia, sino que no quise levantarme más. Muchas veces me invitaste para que asistiera a las predicaciones o que leyera libros de piedad. Mis excusas habituales eran la falta de tiempo. ¿Acaso podría querer aumentar mis dudas interiores? Finalmente, tengo que dejar constancia de lo siguiente: al llegar a este punto crítico, poco antes de salir de la "Asociación de Jóvenes", me habría sido muy difícil cambiar de rumbo. Me sentía insegura y desdichada. Pero frente a la conversión se levantaba una muralla.

No sospechaste que fuera tan grave. Creías que la solución era tan simple, que un día me dijiste: "Tienes que hacer una buena confesión, Ani, todo volverá a ser normal". Me daba cuenta que sería así. Pero el mundo, el demonio y la carne, me retenían demasiado firme entre sus garras. Nunca creí en la influencia del demonio. Ahora, doy testimonio de que el demonio actúa poderosamente sobre las personas que están en las condiciones en que yo me encontraba entonces. Sólo muchas oraciones, propias y ajenas, junto con sacrificios y sufrimientos, podrían haberme rescatado. Y aún esto, poco a poco.

Si bien hay pocos posesos corporales, son innumerables los que están poseídos internamente por el demonio. El demonio no puede arrebatar el libre albedrío de los que se abandonan a su influencia. Pero, como castigo por su casi total apostasía, Dios permite que el "maligno" se anide en ellos. Yo también odio al demonio. Sin embargo, me gusta, porque trata de arruinarlos a todos ustedes: él y sus secuaces, los ángeles que cayeron con él desde el principio de los tiempos. Son millones, vagando por la tierra. Innumerables como enjambres de moscas; ustedes no los perciben. A los réprobos no nos incumbe tentar: eso les corresponde a los espíritus caídos.

Cada vez que arrastran una nueva alma al fondo del infierno, aumentan aún más sus tormentos. Pero, ¡de qué no es capaz el odio! Aunque andaba por caminos tortuosos, Dios me buscaba. Yo preparaba el camino para la gracia, con actos de caridad natural, que hacía muchas veces por una inclinación de mi temperamento. A veces, Dios me atraía a una Iglesia. Allí, sentía una cierta nostalgia. Cuando cuidaba a mi madre enferma, a pesar de mi trabajo en la oficina durante el día, haciendo un sacrificio de verdad, los atractivos de Dios actuaban poderosamente. Una vez fue en la capilla del hospital, adonde me llevaste durante el descanso del mediodía. Quedé tan impresionada, que estuve sólo a un paso de mi conversión. Lloraba. Pero, en seguida, llegaba el placer del mundo, derramándose como un torrente sobre la gracia. Las espinas ahogaron el trigo. Con la explicación de que la religión es sentimentalismo, como siempre se decía en la oficina, rechacé también esta gracia, como todas las otras.

En otra ocasión, me llamaste la atención porque, en lugar de una genuflexión hasta el piso, hice solamente una ligera inclinación con la cabeza. Pensaste que eso lo hacía por pereza, sin sospechar que, ya entonces, había dejado de creer en la presencia de Cristo en el Sacramento. Ahora creo, aunque sólo materialmente, tal como se cree en la tempestad, cuyas señales y efectos se perciben.


CONTINUARÁ

Testimonio impresionante de un alma condenada, acerca de lo que la llevó al Infierno.

 



 Presentación:

Este tema es muy incómodo y desagradable. Les gustaría muchísimo más que les hablara, por ejemplo, de la infinita misericordia de Dios para con el pecador arrepentido. Esta tan grande la sensibilidad y el clima intelectual moderno que no resiste el tema del infierno, tan incómodo y molesto; que es preferible hablar de la caridad, de la justicia social, del amor y compenetración de los unos con los otros, y otros temas semejantes. Dios se comunica con los hombres de muchas maneras. Las Sagradas Escrituras se refieren a muchas comunicaciones divinas hechas a través de visiones y aún de sueños. Los sueños, no siempre son sólo sueños.

Recordemos al profeta Daniel que vivía 200 años después de Isaías dice hablando de la resurrección final y del juicio y la muchedumbre de los que duermen en el polvo se despertara unos para la vida eterna y otros para un oprobio que no acabara nunca.

Existe igual testimonio de los demás profetas hasta San Juan Bautista, el cual habla también al pueblo de Jerusalén del fuego eterno del infierno como de una verdad por todos conocida y de la que jamás nadie ha dudado. He aquí el Cristo que se aproxima y exclama, El recogerá el grano, es decir a los escogidos en los graneros y la paja es decir los pecadores, la arrojara al fuego inextinguible.

La antigüedad pagana, griega y latina nos habla igualmente del infierno y de sus terribles castigos que no tendrán fin. Contiene formas más o menos exactas según que los pueblos se alejaban de sus tradiciones primitivas y de las enseñanzas de los patriarcas y profetas. Se encuentra también siempre la creencia de un infierno de fuego y de tinieblas. Tal es el tártaro de los griegos y de los latinos, los impíos dice que han precipitado sus leyes son precipitados en el tártaro para no salir jamás, para sufrir allí horribles y eternos tormentos.

La "carta del más allá" que se transcribe seguidamente se refiere a la condenación eterna de una joven. A primera vista parece una historia novelada. Pero considerando las circunstancias se llega a la conclusión de que no deja de tener su fondo histórico, a partir de su sentido moral y su alcance trascendental.

El original de esta carta fue encontrado entre los papeles de una religiosa fallecida, amiga de la joven condenada. Allí cuenta la monja los acontecimientos de la vida de su compañera como si fueran hechos conocidos y verificados, así como su condenación eterna comunicada en un sueño. La Curia diocesana de Treves (Alemania) autorizó su publicación como lectura sumamente instructiva.

La "carta del más allá" apareció por primera vez en un libro de revelaciones y profecías, junto con otras narraciones. Fue el Rvdo. Padre Bernhardin Krempel C.P., doctor en teología, quien la publicó por separado y le confirió mayor autoridad al encargarse de probar, en las notas, la absoluta concordancia de la misma con la doctrina católica.

Entre los manuscritos dejados en su convento por una religiosa, que en el mundo se llamó Clara, se encontró el siguiente testimonio:

El relato de Clara

Tuve una amiga, Anita. Es decir, éramos muy próximas por ser vecinas y compañeras de trabajo en la misma oficina M. Más tarde, Ani se casó y no volví a verla. Desde que nos conocimos, había entre nosotras, en el fondo, más amabilidad que propiamente amistad. Por eso, sentí muy poco su ausencia cuando, después de su casamiento, ella fue a vivir al barrio elegante de las villas, lejos del mío.

Durante mis vacaciones en el Lago de Garda (Italia), en septiembre de 1937, recibí una carta de mi madre en la que me decía: "Anita N murió en un accidente automovilístico. La sepultaron ayer en Wald Friendhof". Me impresioné mucho con la noticia. Sabía que mi amiga no había sido propiamente religiosa. ¿Estaría preparada para presentarse ante Dios? ¿En qué estado la habría encontrado su muerte súbita? Al día siguiente escuché misa, comulgué por la intención de Anita, en la casa del pensionado de las hermanas, donde estaba viviendo. Rezaba fervorosamente por su eterno descanso, y por esta misma intención ofrecí la Santa Comunión.

Durante todo el día percibí un cierto malestar, que fue aumentando por la tarde. Dormí inquieta. Me desperté de improviso, escuchando algo así como una sacudida en la puerta del cuarto. Encendí la luz. El reloj indicaba las doce y diez minutos. Nada. Tampoco ruidos. Tan solo las olas del Lago de Garda golpeando monótonas contra el muro del jardín del pensionado. No había viento. Yo conservaba la impresión de que al despertar encontraría, además de los golpes de la puerta, un ruido de brisa o viento, parecido al que producía mi jefe de la oficina, cuando de mal humor tiraba sobre mi escritorio una carta que lo molestaba. Reflexioné un instante si debía levantarme. ¡No! Todo no es más que sugestión, me dije. Mi fantasía está sobresaltada por la noticia de la muerte. Me di vuelta en la cama, recé algunos Padrenuestros por las ánimas y me dormí de nuevo.

Soñé entonces que me levantaba de mañana, a las 6, yendo a la capilla. Al abrir la puerta del cuarto, me encontré con una cantidad de hojas de carta. Levantarlas, reconocer la letra de Anita y dar un grito, fue cosa de un segundo. Temblando, las sostuve en mis manos. Confieso que quedé tan aterrorizada que no pude rezar. Apenas respiraba. Nada mejor que huir de allí, salir al aire libre. Me arreglé rápidamente, puse la carta dentro de mi cartera y salí en seguida. Subí por el tortuoso camino, entre olivos, laureles y quintas de la villa, más allá del conocido camino gardesano.

 

La mañana aparecía radiante. En los días anteriores, yo me detenía cada cien pasos, maravillada por la vista que ofrecían el lago y la Isla de Garda. El suavísimo azul del agua me refrescaba; como una niña que mira admirada a su abuelo, así contemplaba, extasiada, al ceniciento monte Baldo, que se levanta en la orilla opuesta del lago, hasta los 2.200 metros de altura. Ese día no tenía ojos para todo eso. Después de caminar un cuarto de hora, me dejé caer maquinalmente sobre un banco ubicado entre dos cipreses, donde la víspera había leído con placer "La doncella Teresa". Por primera vez veía en los cipreses el símbolo de la muerte, algo en lo que antes no había pensado.

Tomé la carta. No tenía firma. Sin la menor duda, estaba escrita por Ani. No faltaba la gran "s", ni la "t" francesa, a la que se había acostumbrado en la oficina, para irritar al Sr. G. No era su estilo. Por lo menos, no era así como hablaba de costumbre. Lo habitual en ella era la conversación amable, la risa, subrayada por los ojos azules y su graciosa nariz...Sólo cuando discutíamos asuntos religiosos se volvía mordaz y caía en el tono rudo de la carta. Yo misma me siento envuelta por su excitada cadencia. Hela aquí, la Carta del Más Allá de Anita N., palabra por palabra, tal como la leí en el sueño.

La Carta

CLARA, NO RECES POR MÍ, ESTOY CONDENADA. Si te doy este aviso - es más, voy a hablarte largamente sobre esto - no creas que lo hago por amistad. Quienes estamos aquí ya no amamos a nadie. Lo hago como obligada. Es parte de la obra "de esa potencia que siempre quiere el mal y realiza el bien". En realidad, me gustaría verte aquí, adonde llegué para siempre. No te extrañes de mis intenciones. Aquí, todos pensamos así. Nuestra voluntad está petrificada en el mal, es decir, en aquello que ustedes consideran "mal". Aún cuando pueda hacer algo "bien" (como yo lo hago ahora, abriéndote los ojos ante el infierno), no lo hago con recta intención.

¿Recuerdas? Hace cuatro años que nos conocimos, en M. Tenías 23 años y ya trabajabas en el escritorio desde seis meses antes, cuando yo ingresé. Varias veces me sacaste de apuros. Con frecuencia me dabas buenos avisos que a mí, principiante, me venían muy bien. Pero, ¿Qué es "bueno"? Yo ponderaba, en aquel entonces, tu "caridad". Ridículo... Tus ayudas eran pura ostentación, algo que desde entonces sospechaba.

Aquí, no reconocemos bien alguno en absolutamente nadie. Pero ya que conociste mi juventud, es el momento de llenar algunas lagunas. De acuerdo con los planes de mis padres, yo nunca tendría que haber existido. Por un descuido se produjo la desgracia de mi concepción. Mis hermanas tenían 14 y 16 años cuando vine al mundo. ¡Ojalá no hubiera nacido! ¡Ojalá pudiera ahora aniquilarme, huir de estos tormentos! No hay placer comparable al de acabar mi existencia, así como se reduce a cenizas un vestido, sin dejar vestigios. Pero es necesario que exista. Es preciso que yo sea tal como me he hecho: con el fracaso total de la finalidad de mi existencia.

Cuando mis padres, entonces solteros, se mudaron del campo a la ciudad, perdieron el contacto con la Iglesia. Era mejor así. Mantenían relaciones con personas desvinculadas de la religión. Se conocieron en un baile, y se vieron "obligados" a casarse seis meses después. En la ceremonia nupcial, recibieron solo unas gotas de agua bendita, las suficientes para atraer a mamá a la misa dominical unas pocas veces al año. Ella nunca me enseñó verdaderamente a rezar. Todo su esfuerzo se agotaba en los trabajos cotidianos de la casa, aunque nuestra situación no era mala. Palabras como rezar, misa, agua bendita, iglesia, sólo puedo escribirlas con íntima repugnancia, con incomparable repulsión. Detesto profundamente a quienes van a la Iglesia y, en general, a todos los hombres y a todas las cosas. Todo es tormento. Cada conocimiento recibido, cada recuerdo de la vida y de lo que sabemos, se convierte en una llama incandescente.

Y todos estos recuerdos nos muestran las oportunidades en que despreciamos una gracia. Cómo me atormenta esto! No comemos, no dormimos, no andamos sobre nuestros pies. Espiritualmente encadenados, los réprobos contemplamos desesperados nuestra vida fracasada, aullando y rechinando los dientes, atormentados y llenos de odio. ¿Entiendes? Aquí bebemos el odio como si fuera agua. Nos odiamos unos a otros. Más que a nada, odiamos a Dios. Quiero que lo comprendas. Los bienaventurados en el cielo deben amar a Dios, porque lo ven sin velos, en su deslumbrante belleza. Esto los hace indescriptiblemente felices. Nosotros lo sabemos, y este conocimiento nos enfurece. Los hombres, en la tierra, que conocen a Dios por la Creación y por la Revelación, pueden amarlo. Pero no están obligados a hacerlo.

El creyente - te lo digo furiosa - que contempla, meditando, a Cristo con los brazos abiertos sobre la cruz, terminará por amarlo. Pero el alma a la que Dios se acerca fulminante, como vengador y justiciero porque un día fue repudiado, como ocurrió con nosotros, ésta no podrá sino odiarlo, como nosotros lo odiamos. Lo odia con todo el ímpetu de su mala voluntad. Lo odia eternamente, a causa de la deliberada resolución de apartarse de Dios con la que terminó su vida terrenal. Nosotros no podemos revocar esta perversa voluntad, ni jamás querríamos hacerlo.

¿Comprendes ahora por qué el infierno dura eternamente? Porque nuestra obstinación nunca se derrite, nunca termina. Y contra mi voluntad agrego que Dios es misericordioso, aún con nosotros. Digo "contra mi voluntad" porque, aunque diga estas cosas voluntariamente, no se me permite mentir, que es lo que querría. Dejo muchas informaciones en el papel contra mis deseos. Debo también estrangular la avalancha de palabrotas que querría vomitar. Dios fue misericordioso con nosotros porque no permitió que derramáramos sobre la tierra el mal que hubiéramos querido hacer. Si nos lo hubiera permitido, habríamos aumentado mucho nuestra culpa y castigo. Nos hizo morir antes de tiempo, como hizo conmigo, o hizo que intervinieran causas atenuantes.

Dios es misericordioso, porque no nos obliga a aproximarnos a El más de lo que estamos, en este remoto lugar infernal. Eso disminuye el tormento. Cada paso más cerca de Dios me causaría una aflicción mayor que la que te produciría un paso más rumbo a una hoguera.

Te desagradé un día al contarte, durante un paseo, lo que dijo mi padre pocos días antes de mi comunión: "Alégrate, Anita, por el vestido nuevo; el resto no es más que una burla". Casi me avergüenzo de tu desagrado. Ahora me río. Lo único razonable de toda aquella comedia era que se permitiera comulgar a los niños a los doce años. Yo ya estaba, en aquel entonces, bastante poseída por el placer del mundo. Sin escrúpulos, dejaba a un lado las cosas religiosas. No tome en serio la comunión. La nueva costumbre de permitir a los niños que reciban su primera comunión a los 7 años nos produce furor (esta sana costumbre la introdujo San Pío X). Empleamos todos los medios para burlarnos de esto, haciendo creer que para comulgar debe haber comprensión. Es necesario que los niños hayan cometido algunos pecados mortales. La blanca Hostia será menos perjudicial entonces, que si la recibe cuando la fe, la esperanza y el amor, frutos del bautismo, todavía están vivos en el corazón del niño.

Continuará