martes, 27 de febrero de 2018

VIDA DE SAN BENITO POR SAN GREGORIO MAGNO (1a Parte)



Vida de San Benito


PRÓLOGO

Hubo un hombre de vida venerable, por gracia y por nombre Benito, que desde su infancia tuvo cordura de anciano. En efecto, adelantándose por sus costumbres a la edad, no entregó su espíritu a placer sensual alguno, sino que estando aún en esta tierra y pudiendo gozar libremente de las cosas temporales, despreció el mundo con sus flores, cual si estuviera marchito. Nació en el seno de una familia libre, en la región de Nursia, y fue enviado a Roma a cursar los estudios de las ciencias liberales. 

Pero al ver que muchos iban por los caminos escabrosos del vicio, retiró su pie, que apenas había pisado el umbral del mundo, temeroso de que por alcanzar algo del saber mundano, cayera también él en tan horrible precipicio. Despreció, pues, el estudio de las letras y abandonó la casa y los bienes de su padre. Y deseando agradar únicamente a Dios, buscó el hábito de la vida monástica. Retiróse, pues, sabiamente ignorante y prudentemente indocto.

No conozco todos los hechos de su vida, pero los que voy a narrar aquí los sé por referencias de cuatro de sus discípulos, a saber: Constantino, varón venerabilísimo, que le sucedió en el gobierno del monasterio; Valentiniano, que gobernó durante muchos años el monasterio de Letrán; Simplicio, que fue el tercer superior de su comunidad, después de él; y Honorato, que todavía hoy gobierna el cenobio donde vivió primero.

CAPÍTULO I

LA CRIBA ROTA Y REPARADA
Abandonado ya el estudio de las letras, hizo propósito de retirarse al desierto, acompañado únicamente de su nodriza, que le amaba tiernamente. Llegaron a un lugar llamado Effide, donde retenidos por la caridad de muchos hombres honrados, se quedaron a vivir junto a la iglesia de San Pedro.

La ya citada nodriza, pidió a las vecinas que le prestaran una criba para limpiar el trigo. Dejóla incautamente sobre la mesa y fortuitamente se quebró y quedó partida en dos trozos. Al regresar la nodriza, empezó a llorar desconsolada, viendo rota la criba que había recibido prestada. Pero Benito, joven piadoso y compasivo, al ver llorar a su nodriza, compadecido de su dolor, tomó consigo los trozos de la criba rota e hizo oración con lágrimas. Al acabar su oración encontró junto a sí la criba tan entera, que no podía hallarse en ella señal alguna de fractura. Al punto, consolando cariñosamente a su nodriza, le devolvió entera la criba que había tomado rota.

El hecho fue conocido de todos los del lugar. Y causó tanta admiración, que sus habitantes colgaron la criba a la entrada de la iglesia, para que presentes y venideros conocieran con cuánta perfección el joven Benito había dado comienzo a su vida monástica. Y durante años, todo el mundo pudo ver la criba allí, puesto que permaneció suspendida sobre la puerta de la iglesia hasta estos tiempos de la invasión lombarda.

Pero Benito, deseando más sufrir los desprecios del mundo que recibir sus alabanzas, y fatigarse con trabajos por Dios más que verse ensalzado con los favores de esta vida, huyó ocultamente de su nodriza y buscó el retiro de un lugar solitario, llamado Subíaco, distante de la ciudad de Roma unas cuarenta millas.

En este lugar manan aguas frescas y límpidas, cuya abundancia se recoge primero en un gran lago y luego sale formando un río.
Mientras iba huyendo hacia este lugar, un monje llamado Román le encontró en el camino y le preguntó adónde iba. Y cuando tuvo conocimiento de su propósito guardóle el secreto y le animó a llevarlo a cabo, dándole el hábito de la vida monástica y ayudándole en lo que pudo.

El hombre de Dios, al llegar a aquel lugar, se refugió en una cueva estrechísima, donde permaneció por espacio de tres años ignorado de todos, fuera del monje Román, que vivía no lejos de allí, en un monasterio puesto bajo la regla del abad Adeodato, y en determinados días, hurtando piadosamente algunas horas a la vigilancia de su abad, llevaba a Benito el pan que había podido sustraer, a hurtadillas, de su propia comida.

Desde el monasterio de Román no había camino para ir hasta la cueva, porque ésta caía debajo de una gran peña. Pero Román, desde la misma roca hacía descender el pan, sujeto a una cuerda muy larga, a la que ató una campanilla, para que el hombre de Dios, al oír su tintineo, supiera que le enviaba el pan y saliese a recogerlo.

Pero el antiguo enemigo que veía con malos ojos la caridad de uno y la refección del otro, un día, al ver bajar el pan, lanzó una piedra y rompió la campanilla. Pero no por eso dejó Román de ayudarle con otros medios oportunos. Mas queriendo Dios todopoderoso que Román descansara de su trabajo y dar a conocer la vida de Benito para que sirviera de ejemplo a los hombres, puso la luz sobre el candelero para que brillara e iluminara a todos los que estuvieran en la casa de Dios.

Bastante lejos de allí vivía un sacerdote que había preparado su comida para la fiesta de Pascua. El Señor se le apareció y le dijo: "Tú te preparas cosas deliciosas y mi siervo en tal lugar está pasando hambre".

Inmediatamente el sacerdote se levantó y en el mismo día de la solemnidad de la Pascua, con los alimentos que había preparado para sí, se dirigió al lugar indicado. Buscó al hombre de Dios a través de abruptos montes y profundos valles y por las hondonadas de aquella tierra, hasta que lo encontró escondido en su cueva. Oraron, alabaron a Dios todopoderoso y se sentaron. Después de haber tenido agradables coloquios espirituales, el sacerdote le dijo: "¡Vamos a comer! que hoy es Pascua". A lo que respondió el hombre de Dios: "Sí, para mí hoy es Pascua, porque he merecido verte". 
Es que estando como estaba alejado de los hombres, ignoraba efectivamente que aquel día fuese la solemnidad de la Pascua. Pero el buen sacerdote insistió diciendo: "Créeme: hoy es el día de Pascua de Resurrección del Señor. No debes ayunar, puesto que
he sido enviado para que juntos tomemos los dones del Señor". Bendijeron a Dios y comieron, y acabada la comida y conversación el sacerdote regresó a su iglesia.

También por aquel entonces le encontraron unos pastores oculto en su cueva. Viéndole, por entre la maleza, vestido de pieles, creyeron que era alguna fiera. Pero reconociendo luego que era un siervo de Dios, muchos de ellos trocaron sus instintos feroces por la dulzura de la piedad. Su nombre se dio a conocer por los lugares comarcanos y desde entonces fue visitado por muchos, que al llevarle el alimento para su cuerpo recibían a cambio, de su boca, el alimento espiritual para sus almas.

CAPÍTULO II

CÓMO VENCIÓ UNA TENTACIÓN DE LA CARNE

Un día, estando a solas, se presentó el tentador. Un ave pequeña y negra, llamada vulgarmente mirlo, empezó a revolotear alrededor de su rostro, de tal manera que hubiera podido atraparla con la mano si el santo varón hubiera querido apresarla. Pero hizo la señal de la cruz y el ave se alejó. No bien se hubo marchado el ave, le sobrevino una tentación carnal tan violenta, cual nunca la había experimentado el santo varón. El maligno espíritu representó ante los ojos de su alma cierta mujer que había visto antaño y el recuerdo de su hermosura inflamó de tal manera el ánimo del siervo de Dios, que apenas cabía en su pecho la llama del amor.

Vencido por la pasión, estaba ya casi decidido a dejar la soledad. Pero tocado súbitamente por la gracia divina volvió en sí, y viendo un espeso matorral de zarzas y ortigas que allí cerca crecía, se despojó del vestido y desnudo se echó en aquellos aguijones de espinas y punzantes ortigas, y habiéndose revolcado en ellas durante largo rato, salió con todo el cuerpo herido. Pero de esta manera por las heridas de la piel del cuerpo curó la herida del alma, porque trocó el deleite en dolor, y el ardor que tan vivamente
sentía por fuera extinguió el fuego que ilícitamente le abrasaba por dentro. Así, venció el pecado, mudando el incendio.
Desde entonces, según él mismo solía contar a sus discípulos, la tentación voluptuosa quedó en él tan amortiguada, que nunca más volvió a sentir en sí mismo nada semejante.

Después de esto, muchos empezaron a dejar el mundo para ponerse bajo su dirección, puesto que, libre del engaño de la tentación, fue tenido ya con razón por maestro de virtudes. Por eso manda Moisés que los levitas sirvan en el templo a partir de los veinticinco años cumplidos, pero sólo a partir de los cincuenta les permite custodiar los vasos sagrados.

PEDRO.- Algo comprendo del sentido del pasaje que has aducido, sin embargo te ruego que me lo expongas con más claridad.

GREGORIO.- Es evidente, Pedro, que en la juventud arde con más fuerza la tentación de la carne, pero a partir de los cincuenta años el calor del cuerpo se enfría. Los vasos sagrados son las almas de los fieles. Por eso conviene que los elegidos, mientras son aún tentados, estén sometidos a un servicio y se fatiguen con trabajos, pero cuando ya el alma ha llegado a la edad tranquila y ha cesado el calor de la tentación, sean custodios de los vasos sagrados, porque entonces son constituidos maestros de las almas.

PEDRO.- Bien, estoy de acuerdo. Pero ya que me has manifestado el sentido oculto de este pasaje, te pido que sigas contándomela vida de este justo, que has comenzado a narrar.



continúa..

sábado, 24 de febrero de 2018

PAPA FRANCISCO ECUMENISTA: PECADO CONTRA EL PRIMER MANDAMIENTO


NdB: Francisco en su video de Enero 2018 promueve el Ecumenismo con las minorías religiosas de Asia. Contradiciendo así el Magisterio de la Santa Iglesia Católica.

El único medio de salvación es la Iglesia Católica y fuera de la Iglesia no hay salvación (como dice uno de nuestros dogmas católicos, éste definido por el Concilio IV de Letrán).

Asimismo contradice los errores 15-18 del Syllabus Errorum del papa Pío IX (Errores y perniciosas doctrinas reprobados y condenados por Su Santidad Pío IX en 1867):

15. Todo hombre es libre para abrazar y profesar la religión que juzgue verdadera guiado por la luz de su razón.
Letras apostólicas: “Multiples inter”, del 10 de junio de 1851. Aloc. “Maxima quidem”, del 9 de junio de 1862.

16. Los hombres pueden, dentro de cualquier culto religioso, encontrar el camino de su salvación y alcanzar la vida eterna.
Encícl. “Qui pluribus”, del 9 de noviembre de 1846.
Aloc. “Ubi primum”, del 17 de diciembre de 1847.
Encícl. “Singulari quidem”, del 17 de marzo de 1856.

17. Por lo menos debemos esperar con fundamento la eterna salvación de todos aquellos que no se encuentran dentro de la verdadera Iglesia de Cristo.
Aloc. “Singulari quiadam perfusi”, del 9 de diciembre de 1854.
Encícl. “Quanto conficiamur”, del 17 de agosto de 1863.

18. El protestantismo no es más que una forma distinta de la verdadera religión cristiana; y dentro de aquélla se puede agradar a Dios lo mismo que en la Iglesia católica.
Encícl. “Noscitis et Nobiscum”, del 8 de diciembre de 1849.

Los católicos PERPLEJOS de hoy, se preguntan dónde están los flamantes obispos (4) de la "resistencia" (falsa resistencia), o bien ¿dónde están los obispos (3) de la Nueva FSSPX para defender la Verdad Católica? ¿No es defender la Fe y Sana Doctrina una de sus obligaciones esenciales? Esperamos que cumplan para bien de la Iglesia y sus fieles las palabras de San Pablo (Tito I:9): "(El obispo) Debe atenerse a la palabra fiel, la cual es conforme a la enseñanza, a fin de que pueda instruir en la sana doctrina y refutar a los que contradicen". 

Francisco y sus huestes modernistas están desolando el rebaño precio de sangre de Nuestro Señor Jesucristo. ¿En dónde están los obispos "herederos" de Mons Lefebvre para defender la fe? Acuerdistas unos, otros falsos resistentes, se ostentan como antiliberales pero no elevan su voz en contra de los maquinadores de novedades.

Ojalá recordaran las palabras de San Pío X en Sacrorum Antistitum:  corresponde a todos los Obispos trabajar en la defensa de la fe y vigilar con suma diligencia para que la integridad del divino depósito no sufra detrimento.

San Pío X de nuevo:
Nos parece que a ningún Obispo se le oculta que esa clase de hombres, los modernistas, cuya personalidad fue descrita en la encíclica Pascendi dominici gregis (1), no han dejado de maquinar para perturbar la paz de la Iglesia. Tampoco han cesado de atraerse adeptos, formando un grupo clandestino; sirviéndose de ello inyectan en las venas de la sociedad cristiana el virus de su doctrina, a base de editar libros y publicar artículos anónimos o con nombres supuestos.
Nos ha parecido oportuno recordar literalmente las palabras y las prescripciones de Nuestro referido documento (Encíclica Pascendi):

«Os rogamos, pues, y os instamos para que en cosa de tanta importancia no falte vuestra vigilancia, vuestra diligencia, vuestra fortaleza, ni toleréis en ello lo más mínimo. Y lo que a vosotros os pedimos y de vosotros esperamos, lo pedimos y lo esperamos de todos los pastores de almas y de los que enseñan a los jóvenes clérigos, y de modo especial lo esperamos de los maestros superiores de las Ordenes Religiosas. 






SANTA REGLA DE SAN BENITO (1a PARTE)


LA REGLA DE SAN BENITO

 Introducción y Comentario por GARCÍA M. COLOMBÁS MONJE BENEDICTINO 
Traducción y notas por IÑAKI ARANGUREN MONJE CISTERCIENSE TERCERA EDICIÓN (reimpresión) 

BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS MADRID * MM PROLOGO 1 

Escucha, hijo, estos preceptos de un maestro, aguza el oído de tu corazón, acoge con gusto esta exhortación de un padre entrañable y ponla en práctica, 2 para que por tu obediencia laboriosa retornes a Dios, del que te habías alejado por tu indolente desobediencia. 3 A ti, pues, se dirigen estas mis palabras, quienquiera que seas, si es que te has decidido a renunciar a tus propias voluntades y esgrimes las potentísimas y gloriosas armas de la obediencia para servir al verdadero rey, Cristo el Señor.

 4 Ante todo, cuando te dispones a realizar cualquier obra buena, pídele con oración muy insistente y apremiante que él la lleve a término, 5 para que, por haberse dignado contarnos ya en el número de sus hijos, jamás se vea obligado a afligirse por nuestras malas acciones.
 6 Porque, efectivamente, en todo momento hemos de estar a punto para servirle en la obediencia con los dones que ha depositado en nosotros, de manera que no sólo no llegue a desheredarnos algún día como padre airado, a pesar de ser sus hijos, 7 sino que ni como señor temible, encolerizado por nuestras maldades, nos entregue al castigo eterno por ser unos siervos miserables empeñados en no seguirle a su gloria.

 8 Levantémonos, pues, de una vez; que la Escritura nos espabila, diciendo: «Ya es hora de despertamos del sueño». 9 y, abriendo nuestros ojos a la luz de Dios, escuchemos atónitos lo que cada día nos advierte la voz divina que clama: 10 «Si hoy escucháis su voz, no endurezcáis vuestros corazones». 11 y también: «Quien tenga oídos, oiga lo que dice el Espíritu a las Iglesias». 12 ¿Y qué es lo que dice? «Venid, hijos; escuchadme; os instruiré en el temor del Señor». 13 «Daos prisa mientras tenéis aún la luz de la vida, antes que os sorprendan las tinieblas de la muerte».

 14 Y, buscándose el Señor un obrero entre la multitud a laque lanza su grito de llamamiento, vuelve a decir: 15 «¿Hay alguien que quiera vivir y desee pasar días prósperos?» 16 Si tú, al oírle, le respondes: «Yo», otra vez te dice Dios: 17 Si quieres gozar de una vida verdadera y perpetua, «guarda tu lengua del mal; tus labios, de la falsedad; obra el bien, busca la paz y corre tras ella». 18 Y, cuando cumpláis todo esto, tendré mis ojos fijos sobre vosotros, mis oídos atenderán a vuestras súplicas y antes de que me interroguéis os diré yo: «Aquí estoy». 19 Hermanos amadísimos, ¿puede haber algo más dulce para nosotros que esta voz del Señor, que nos invita? 20 Mirad cómo el Señor, en su bondad, nos indica el camino de la vida. 21 Ciñéndonos, pues, nuestra cintura con la fe y la observancia de las buenas obras, sigamos por sus caminos, llevando como guía el Evangelio, para que merezcamos ver a Aquel que nos llamó a su reino.

 22 Si deseamos habitar en el tabernáculo de este reino, hemos de saber que nunca podremos llegar allá a no ser que vayamos corriendo con las buenas obras. 23 Pero preguntemos al Señor como el profeta, diciéndole: «Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda y descansar en tu monte santo?» 24 Escuchemos, hermanos, lo que el Señor nos responde a esta pregunta y cómo nos muestra el camino hacia esta morada, diciéndonos: 25 «Aquél que anda sin pecado y practica la justicia; 26 el que habla con sinceridad en su corazón y no engaña con su lengua; 27 el que no le hace mal a su prójimo ni presta oídos a infamias contra su semejante». 28 Aquel que, cuando el malo, que es el diablo, le sugiere alguna cosa, inmediatamente le rechaza a él y a su sugerencia lejos de su corazón, «los reduce a la nada», y, agarrando sus pensamientos, los estrella contra Cristo. 29 Los que así proceden son los temerosos del Señor, y por eso no se inflan de soberbia por la rectitud de su comportamiento, antes bien, porque saben que no pueden realizar nada por sí mismos, sino por el Señor, 30 proclaman su grandeza, diciendo lo mismo que el profeta: «No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre, da la gloria», al igual que el apóstol Pablo, quien tampoco se atribuyó a sí mismo éxito alguno de su predicación cuando decía: «Por la gracia de Dios soy lo que soy». 32 Y también afirma en otra ocasión: «E1 que presume, que presuma del Señor». 33 Por eso dice el Señor en su evangelio: «Todo aquel que escucha estas palabras mías y las pone por obra, se parece al hombre sensato, que edificó su casa sobre la roca. 34 Cayó la lluvia, vino la riada, soplaron los vientos y arremetieron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada en la roca».

 35 Al terminar sus palabras, espera el Señor que cada día le respondamos con nuestras obras a sus santas exhortaciones. 36 Pues para eso se nos conceden como tregua los días de nuestra vida, para enmendarnos de nuestros males, 37 según nos dice el Apóstol: «¿No te das cuenta de que la paciencia de Dios te está empujando a la penitencia?» 38 Efectivamente, el Señor te dice con su inagotable benignidad: «No quiero la muerte del pecador, sino que cambie de conducta y viva». 39 Hemos preguntado al Señor, hermanos, quién es el que podrá hospedarse en su tienda y le hemos escuchado cuáles son las condiciones para poder morar en ella: cumplir los compromisos de todo morador de su casa. 40 Por tanto, debemos disponer nuestros corazones y nuestros cuerpos para militar en el servicio de la santa obediencia a sus preceptos. 41 Y como esto no es posible para nuestra naturaleza sola, hemos de pedirle al Señor que se digne concedernos la asistencia de su gracia. 42 Si, huyendo de las penas del infierno, deseamos llegar a la vida eterna, 43 mientras todavía estamos a tiempo y tenemos este cuerpo como domicilio y podemos cumplir todas estas a cosas a luz de la vida, 44 ahora es cuando hemos de apresurarnos y poner en práctica lo que en la eternidad redundará en nuestro bien.

 45 Vamos a instituir, pues, una escuela del servicio divino. 46 Y, al organizarla, no esperamos disponer nada que pueda ser duro, nada que pueda ser oneroso. 47 Pero si, no obstante, cuando lo exija la recta razón, se encuentra algo un poco más severo con el fin de corregir los vicios o mantener la caridad, 48 no abandones en seguida, sobrecogido de temor, el camino de la salvación, que forzosamente ha de iniciarse con un comienzo estrecho. 49 Mas, al progresar en la vida monástica y en la fe, ensanchado el corazón por la dulzura de un amor inefable, vuela el alma por el camino de los mandamientos de Dios. 50 De esta manera, si no nos desviamos jamás del magisterio divino y perseveramos en su doctrina y en el monasterio hasta la muerte, participaremos con nuestra paciencia en los sufrimientos de Cristo, para que podamos compartir con él también su reino. Amén.

 I . LAS CLASES DE MONJES

 1 Como todos sabemos, existen cuatro géneros de monjes. 2 El primero es el de los cenobitas, es decir, los que viven en un monasterio y sirven bajo una regla y un abad. 3 El segundo género es el de los anacoretas, o, dicho de otro modo, el de los ermitaños. Son aquellos que no por un fervor de novato en la vida monástica, sino tras larga prueba en el monasterio, 4 aprendieron a luchar contra el diablo ayudados por la compañía de otros, 5 y, bien formados en las filas de sus hermanos para el combate individual del desierto, se encuentran ya capacitados y seguros sin el socorro ajeno, porque se bastan con el auxilio de Dios para combatir, sólo con su brazo contra los vicios de la carne y de los pensamientos.

 6 El tercer género de monjes, y pésimo por cierto, es el de los sarabaítas. Estos se caracterizan, según nos lo enseña la experiencia, por no haber sido probados como el oro en el crisol, por regla alguna, pues, al contrario, se han quedado blandos como el plomo. 7 Dada su manera de proceder, siguen todavía fieles al espíritu del mundo, y manifiestan claramente que con su tonsura están mintiendo a Dios. 8 Se agrupan de dos en dos o de tres en tres, y a veces viven solos, encerrándose sin pastor no en los apriscos del Señor, sino en los propios, porque toda su ley se reduce a satisfacer sus deseos. 9 Cuanto ellos piensan o deciden, lo creen santo, y aquello que no les agrada, lo consideran ilícito. 

10 El cuarto género de monjes es el de los llamados giróvagos, porque su vida entera se la pasan viajando por diversos países, hospedándose durante tres o cuatro días en los monasterios. 11 Siempre errantes y nunca estables, se limitan a servir a sus propias voluntades y a los deleites de la gula; son peores en todo que los sarabaítas. 12 Será mucho mejor callamos y no hablar de la miserable vida que llevan todos éstos. 13 Haciendo, pues, caso omiso de ellos, pongámonos con la ayuda del Señor a organizar la vida del muy firme género de monjes que es el de los cenobitas. 

II. CÓMO DEBE SER EL ABAD 

1 El abad que es digno de regir un monasterio debe acordarse siempre del título que se le da y cumplir con sus propias obras su nombre de superior. 2 Porque, en efecto, la fe nos dice que hace las veces de Cristo en el monasterio, ya que es designado con su sobrenombre, 3 según lo que dice el Apóstol: «Habéis recibido el espíritu de adopción filial que nos permite gritar: Abba! ¡Padre!» 4 Por tanto, el abad no ha de enseñar, establecer o mandar cosa alguna que se desvíe de los preceptos del Señor, 5 sino que tanto sus mandatos como su doctrina deben penetrar en los corazones como si fuera una levadura de la justicia divina, 6 Siempre tendrá presente el abad que su magisterio y la obediencia de sus discípulos, ambas cosas a la vez, serán objeto de examen en el tremendo juicio de Dios. 7 Y sepa el abad que el pastor será plenamente responsable de todas las deficiencias que el padre de familia encuentre en sus ovejas. 8 Pero, a su vez, puede tener igualmente por cierto que, si ha agotado todo su celo de pastor con su rebaño inquieto y desobediente y ha aplicado toda suerte de remedios para sus enfermedades, 9 en ese juicio de Dios será absuelto como pastor, porque podrá decirle al Señor como el profeta: «No me he guardado tu justicia en mi corazón, he manifestado tu verdad y tu salvación. Pero ellos, despreciándome, me desecharon». 10 Y entonces las ovejas rebeldes a sus cuidados verán por fin cómo triunfa la muerte sobre ellas como castigo.

 11 Por tanto, cuando alguien acepta el título de abad, debe enseñar a sus discípulos de dos maneras; 12 queremos decir que mostrará todo lo que es recto y santo mas a través de su manera personal de proceder que con sus palabras. De modo que a los discípulos capaces les propondrá los preceptos del Señor con sus palabras, pero a los duros de corazón y a los simples les hará descubrir los mandamientos divinos en lo conducta del mismo abad. 13 Y a la inversa, cuanto indique a sus discípulos que es nocivo para sus almas, muéstrelo con su conducta que no deben hacerlo, «no sea que, después de haber predicado a otros, resulte que el mismo se condene». 14 Y que, asimismo, un día Dios tenga que decirle s causa de sus pecados «¿Por qué recitas mis preceptos y tienes siempre en lo boca mi alianza, tú que detestas mi corrección y te echas, a lo espalda mis mandatos?» 15 Y también: «¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?». 

16 No haga en el monasterio discriminación de personas. 17 No amará más a uno que a otro, de no ser al que hallare mejor en las buenas obras y en la obediencia. 18 Si uno que ha sido esclavo entra en el monasterio, no sea pospuesto ante el que ha sido libre, de no mediar otra causa razonable. 19 Mas cuando, por exigirlo así la justicia, crea el abad que debe proceder de otra manera, aplique el mismo criterio con cualquier otra clase de rango. Pero, si no, conserven todos la precedencia que les corresponde, 20 porque «tanto esclavos como libres, todos somos en Cristo una sola cosa» y bajo un mismo Señor todos cumplimos un mismo servicio, «pues Dios no tiene favoritismos». 21 Lo único que ante él nos diferencia es que nos encuentre mejores que los demás en buenas obras y en humildad. 22 Tenga, por tanto, igual caridad para con todos y a todos aplique la misma norma según los méritos de cada cual.

 23 El abad debe imitar en su pastoral el modelo del Apóstol cuando dice: «Reprende, exhorta, amonesta». 24 Es decir, que, adoptando diversas actitudes, según las circunstancias, amable unas veces y rígido otras, se mostrará exigente, como un maestro inexorable, y entrañable, con el afecto de un padre bondadoso. 25 En concreto: que a los indisciplinados y turbulentos debe corregirlos más duramente; en cambio, a los obedientes, sumisos y pacientes debe estimularles a que avancen más y mas. Pero le amonestamos a que reprenda y castigue a los negligentes y a los despectivos. 

26 Y no encubra los pecados de los delincuentes, sino que tan pronto como empiecen a brotar, arránquelos de raíz con toda su habilidad, acordándose de la condenación de Helí, sacerdote de Silo. 27 A los más virtuosos y sensatos corríjales de palabra, amonestándoles una o dos veces; 28 pero a los audaces, insolentes, orgullosos y desobedientes reprímales en cuanto se manifieste el vicio, consciente de estas palabras de la Escritura: «Sólo con palabras no escarmienta el necio». 29 Y también: «Da unos palos a tu hijo, y lo librarás de la muerte». 

30 Siempre debe tener muy presente el abad lo que es y recordar el nombre con que le llaman, sin olvidar que a quien mayor responsabilidad se le confía, más se le exige. 

31 Sepa también cuan difícil y ardua es la tarea que emprende, pues se trata de almas a quienes debe dirigir y son muy diversos los temperamentos a los que debe servir. Por eso tendrá que halagar a unos, reprender a otros y a otros convencerles; 32 y conforme al modo de ser de cada uno y según su grado de inteligencia, deberá amoldarse a todos y lo dispondrá todo de tal manera que, además de no perjudicar al rebaño que se le ha confiado, pueda también alegrarse de su crecimiento. 33 Es muy importante, sobre todo, que, por desatender o no valorar suficientemente la salvación de las almas, no se vuelque con más intenso afán sobre las realidades transitorias, materiales y caducas, 34 sino que tendrá muy presente siempre en su espíritu que su misión es la de dirigir almas de las que tendrá que rendir cuentas. 35 Y, para que no se le ocurra poner como pretexto su posible escasez de bienes materiales, recuerde lo que está escrito: «Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura». 36 Y en otra parte: «Nada les falta a los que le temen». 

37 Sepa, una vez más, que ha tomado sobre sí la responsabilidad de dirigir almas, y, por lo mismo, debe estar preparado para dar razón de ellas. 38 Y tenga también por cierto que en el día del juicio deberá dar cuenta al Señor de todos y cada uno de los hermanos que ha tenido bajo su cuidado; además, por supuesto, de su propia alma. 39 Y así, al mismo tiempo, que teme sin cesar el futuro examen del pastor sobre las ovejas a él confiadas y se preocupa de la cuenta ajena, se cuidará también de la suya propia; 40 y mientras con sus exhortaciones da ocasión a los otros para enmendarse, él mismo va corrigiéndose de sus propios defectos.

II. COMO SE HAN DE CONVOCAR LOS HERMANOS A CONSEJO 

1 Siempre que en el monasterio hayan de tratarse asuntos de importancia, el abad convocará toda la comunidad y expondrá él personalmente de qué se trata. 2 Una vez oído el consejo de los hermanos, reflexione a solas y haga lo que juzgue más conveniente. 3 Y hemos dicho intencionadamente que sean todos convocados a consejo, porque muchas veces el Señor revela al mis joven lo que es mejor. 
4 Por lo demás, expongan los hermanos su criterio con toda sumisión, y humildad y no tengan la osadía de defender con arrogancia su propio parecer, 5 sino que, por quedar reservada la cuestión a la decisión del abad, todos le obedecerán en lo que él disponga como más conveniente. 6 Sin embargo, así como lo que corresponde a los discípulos es obedecer al maestro, de la misma manera conviene que éste decida todas las cosas con prudencia y sentido de la justicia. 
7 Por tanto, sigan todos la regla como maestra en todo y nadie se desvíe de ella temerariamente. 8 Nadie se deje conducir en el monasterio por la voluntad de su propio corazón, 9 ni nadie se atreva a discutir con su abad desvergonzadamente o fuera del monasterio. 10 Y, si alguien se tomara esa libertad, sea sometido a la disciplina regular. 11 El abad, por su parte, actuará siempre movido por el temor de Dios y ateniéndose a la observancia de la regla, con una conciencia muy clara de que deberá rendir cuentas a Dios, juez rectísimo, de todas sus determinaciones. 
12 Pero, cuando se trate de asuntos menos transcendentes, será suficiente que consulte solamente a los monjes más ancianos, 13 conforme está escrito: «Hazlo todo con consejo, y, después de hecho, no te arrepentirás». 

IV. CUÁLES SON LOS INSTRUMENTOS DE LAS BUENAS OBRAS 

1 Ante todo, «amar al Señor Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas», 2 y además «al prójimo como a sí mismo». 3 Y no matar. 4 No cometer adulterio. 5 No hurtar. 6 No codiciar. 7 No levantar falso testimonio, 8 Honrar a todos los hombres 9 y «no hacer a otro lo que uno no desea para sí mismo». 

10 Negarse sí mismo para seguir a Cristo. 11 Castigar el cuerpo. 12 No darse a los placeres, 13 amar el ayuno. 14 Aliviar a los pobres, 15 vestir al desnudo, 16 visitar a los enfermos, 17 dar sepultura a los muertos, 18 ayudar al atribulado, 19 consolar al afligido. 

20 Hacerse ajeno a la conducta del mundo, 21 no anteponer nada al amor de Cristo. 22 No consumar los impulsos de la ira 23 ni guardar resentimiento alguno. 24 No abrigar en el corazón doblez alguna, 25 no dar paz fingida, 26 no cejar en la caridad. 27 No jurar, por temor a hacerlo en falso; 28 decir la verdad con el corazón y con los labios. 

29 No devolver mal por mal, 30 no inferir injuria a otro e incluso sobrellevar con paciencia las que a uno mismo le hagan, 31 amar a los enemigos, 32 no maldecir a los que le maldicen, antes bien bendecirles; 33 soportar la persecución por causa de la justicia. 

34 No ser orgulloso, 35 ni dado al vino, 36 ni glotón, 37 ni dormilón, 38 ni perezoso, 39 ni murmurador, 40 ni detractor. 

41 Poner la esperanza en Dios. 42 Cuando se viera en sí mismo algo bueno, atribuirlo a Dios y no a uno mismo; 43 el mal, en cambio, imputárselo a sí mismo, sabiendo que siempre es una obra personal. 

44 Temer el día del juicio, 45 sentir terror del infierno, 46 anhelar la vida eterna con toda la codicia espiritual, 47 tener cada día presente ante los ojos a la muerte. 48 Vigilar a todas horas la propia conducta, 49 estar cierto de que Dios nos está mirando en todo lugar. 50 Cuando sobrevengan al corazón los malos pensamientos, estrellarlos inmediatamente contra Cristo y descubrirlos al anciano espiritual. 51 Abstenerse de palabras malas y deshonestas, 52 no ser amigo de hablar mucho, 53 no decir necedades o cosas que exciten la risa, 54 no gustar de reír mucho o estrepitosamente. 

55 Escuchar con gusto las lecturas santas, 56 postrarse con frecuencia para orar, 57 confesar cada día a Dios en la oración con lágrimas y gemidos las culpas pasadas, 58 y de esas mismas culpas corregirse en adelante. 

59 No poner por obra los deseos de la carne, 60 aborrecer la propia voluntad, 61 obedecer en todo los preceptos del abad, aun en el caso de que él obrase de otro modo, lo cual Dios quiera que no suceda, acordándose de aquel precepto del Señor: «Haced todo lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen». 

62 No desear que le tengan a uno por santo sin serlo, sino llegar a serlo efectivamente, para ser así llamado con verdad. 63 Practicar con los hechos de cada día los preceptos del Señor; 64 amar la castidad, 65 no aborrecer a nadie, 66 no tener celos, 67 no obrar por envidia, 68 no ser pendenciero, 69 evitar toda altivez. 70 Venerar a los ancianos, 71 amar a los jóvenes. 72 Orar por los enemigos en el amor de Cristo, 73 hacer las paces antes de acabar el día con quien se haya tenido alguna discordia. 

74 Y jamás desesperar de la misericordia de Dios. 
75 Estos son los instrumentos del arte espiritual. 76 Si los manejamos incesantemente día y noche y los devolvemos en el día del juicio, recibiremos del Señor la recompensa que tiene prometida: 77 «Ni ojo alguno vio, ni oreja oyó, ni pasó a hombre por pensamiento las cosas que Dios tiene preparadas para aquellos que le aman». 

78 Pero el taller donde hemos de trabajar incansablemente en todo esto es el recinto del monasterio y la estabilidad en la comunidad. 

V. LA OBEDIENCIA 

1 El primer grado de humildad es la obediencia sin demora. 2 Exactamente la que corresponde a quienes nada conciben más amable que Cristo. 3 Estos, por razón del santo servicio que han profesado, o por temor del infierno, o por el deseo de la vida eterna en la gloria, 4 son incapaces de diferir la realización inmediata de una orden tan pronto como ésta emana del superior, igual que si se lo mandara el mismo Dios. 5 De ellos dice el Señor: «Nada más escucharme con sus oídos, me obedeció». 6 Y dirigiéndose a los maestros espirituales: «Quien os escucha a vosotros, me escucha a mí». 

7 Los que tienen esta disposición prescinden al punto de sus intereses particulares, renuncian a su propia voluntad 8 y, desocupando sus manos, dejan sin acabar lo que están haciendo por caminar con las obras tras la voz del que manda con pasos tan ágiles como su obediencia. 9 Y como en un momento, con la rapidez que imprime el temor de Dios, hacen coincidir ambas cosas a la vez: el mandato del maestro y su total ejecución por parte del discípulo.

10 Es que les consume el anhelo de caminar hacia la vida eterna, 11 y por eso eligen con toda su decisión el camino estrecho al que se refiere el Señor: «Estrecha es la senda que conduce a la vida». 12 Por esta razón no viven a su antojo ni obedecen a sus deseos y apetencias, sino que, dejándose llevar por el juicio y la voluntad de otro, pasan su vida en los cenobios y desean que les gobierne un abad. 13 Ellos son, los que indudablemente imitan al Señor, que dijo de sí mismo: «No he venido para hacer mi voluntad, sino la de Aquel que me envió». 

14 Pero incluso este tipo de obediencia sólo será grata a Dios y dulce para los hombres cuando se ejecute lo mandado sin miedo, sin tardanza, sin frialdad, sin murmuración y sin protesta. 15 Porque la obediencia que se tributa a los superiores, al mismo Dios se tributa, como él mismo lo dijo: «El que a vosotros escucha, a mí me escucha». 16 Y los discípulos deben ofrecerla de buen grado, porque «Dios ama al que da con alegría». 17 Efectivamente, el discípulo que obedece de mala gana y murmura, no ya con la boca, sino sólo con el corazón, 18 aunque cumpla materialmente lo preceptuado, ya no será agradable a Dios, pues ve su corazón que murmura, 19 y no conseguirá premio alguno de esa obediencia. Es más, cae en el castigo correspondiente a los murmuradores, si no se corrige y hace satisfacción. 

VI. LA TACITURNIDAD 

1 Cumplamos nosotros lo que dijo el profeta: «Yo me dije: vigilaré mi proceder para no pecar con la lengua. Pondré una mordaza a mi boca. Enmudecí, me humillé y me abstuve de hablar aun de cosas buenas». 2 Enseña aquí el profeta que, si hay ocasiones en las cuales debemos renunciar a las conversaciones buenas por exigirlo así la misma taciturnidad, cuánto más deberemos abstenernos de las malas conversaciones por el castigo que merece el pecado. 3 Por lo tanto, dada la importancia que tiene la taciturnidad, raras veces recibirán los discípulos perfectos licencia para hablar, incluso cuando se trate de conversaciones honestas, santas y de edificación, para que guarden un silencio lleno de gravedad. 4 Porque escrito está: «En mucho charlar no faltará pecado». 5 Y en otro lugar: «Muerte y vida están en poder de la lengua». 6 Además, hablar y enseñar incumbe al maestro; pero al discípulo le corresponde callar y escuchar. 

7 Por eso, cuando sea necesario preguntar algo al superior, debe hacerse con toda humildad y respetuosa sumisión. 8 Pero las chocarrerías, las palabras ociosas y las que provocan la risa, las condenamos en todo lugar a reclusión perpetua. Y no consentimos que el discípulo abra su boca para semejantes expresiones. 

VII. LA HUMILDAD 

1 La divina escritura, hermanos, nos dice a gritos: «Todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado». 2 Con estas palabras nos muestra que toda exaltación de sí mismo es una forma de soberbia. 3 El profeta nos indica que él la evitaba cuando nos dice: «Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros; no pretendo grandezas que superan mi capacidad». 4 Pero ¿qué pasará «si no he sentido humildemente de mí mismo, si se ha ensoberbecido mi alma? Tratarás a mi alma como al niño recién destetado, que está penando en los brazos de su madre». 

5 Por tanto, hermanos, si es que deseamos ascender velozmente a la cumbre de la más alta humildad y queremos llegar a la exaltación celestial a la que se sube a través de la humildad en la vida presente, 6 hemos de levantar con los escalones de nuestras obras aquella misma escala que se le apareció en sueños a Jacob, sobre la cual contempló a los ángeles que bajaban y subían. 7 Indudablemente, a nuestro entender, no significa otra cosa ese bajar y subir sino que por la altivez se baja y por la humildad se sube. 8 La escala erigida representa nuestra vida en este mundo. Pues, cuando el corazón se abaja, el Señor lo levanta hasta el cielo. 9 Los dos largueros de esta escala son nuestro cuerpo y nuestra alma, en los cuales la vocación divina ha hecho encajar los diversos peldaños de la humildad y de la observancia para subir por ellos. 

10 Y así, el primer grado de humildad es que el monje mantenga siempre ante sus ojos el temor de Dios y evite por todos los medios echarlo en olvido; 11 que recuerde siempre todo lo que Dios ha mandado y medite constantemente en su espíritu cómo el infierno abrasa por sus pecados a los que menosprecian a Dios y que la vida eterna está ya preparada para los que le temen. 12 Y, absteniéndose en todo momento de pecados y vicios, esto es, en los pensamientos, en la lengua, en las manos, en los pies y en la voluntad propia, y también en los deseos de la carne, 13 tenga el hombre por cierto que Dios le está mirando a todas horas desde el cielo, que esa mirada de la divinidad ve en todo lugar sus acciones y que los ángeles le dan cuenta de ellas a cada instante. 

14 Esto es lo que el profeta quiere inculcarnos cuando nos presenta a Dios dentro de nuestros mismos pensamientos al decirnos: «Tú sondeas, ¡oh Dios!, el corazón y las entrañas». 15 Y también: «El Señor conoce los pensamientos de los hombres». 16 Y vuelve a decirnos: «De lejos conoces mis pensamientos». 17 Y en otro lugar dice: «El pensamiento del hombre se te hará manifiesto». 18 Y para vigilar alerta todos sus pensamientos perversos, el hermano fiel a su vocación repite siempre dentro de su corazón: «Solamente seré puro en su presencia si sé mantenerme en guardia contra mi iniquidad». 

19 En cuanto a la propia voluntad, se nos prohíbe hacerla cuando nos dice la Escritura: «Refrena tus deseos». 20 También pedimos a Dios en la oración «que se haga en nosotros su voluntad». 21 Pero que no hagamos nuestra propia voluntad se nos avisa con toda la razón, pues así nos libramos de aquello que dice la Escritura santa: «Hay caminos que les parecen derechos a los hombres, pero al fin van a parar a la profundidad del infierno». 22 Y también por temor a que se diga de nosotros lo que se afirma de los negligentes: «Se corrompen y se hacen abominables en sus apetitos». 

23 Cuando surgen los deseos de la carne, creemos también que Dios está presente en cada instante, como dice el profeta al Señor: «Todas mis ansias están en tu presencia». 24 Por eso mismo, hemos de precavernos de todo mal deseo, porque la muerte está apostada al umbral mismo del deleite. 25 Así que nos dice la Escritura: «No vayas tras tus concupiscencias». 

26 Luego si «los ojos del Señor observan a buenos y malos», si «el Señor mira incesantemente a todos los hombres para ver si queda algún sensato que busque a Dios» 28 y si los ángeles que se nos han asignado anuncian siempre día y noche nuestras obras al Señor, 29 hemos de vigilar, hermanos, en todo momento, como dice el profeta en el salmo, para que Dios no nos descubra cómo «nos inclinamos del lado del mal y nos hacemos unos malvados»; 30 y, aunque en esta vida nos perdone, porque es bueno, esperando a que nos convirtamos a una vida más digna, tenga que decirnos en la otra: «Esto hiciste, y callé». 

31 El segundo grado de humildad es que el monje, al no amar su propia voluntad, no se complace en satisfacer sus deseos, 32 sino que cumple con sus obras aquellas palabras del Señor: «No he venido para hacer mi voluntad, sino la del que me ha enviado». 33 Y dice también la Escritura: «La voluntad lleva su castigo y la sumisión reporta una corona». 

34 El tercer grado de humildad es que el monje se someta al superior con toda obediencia por amor a Dios, imitando al Señor, de quien dice el Apóstol: «Se hizo obediente hasta la muerte». 

35 El cuarto grado de humildad consiste en que el monje se abrace calladamente con la paciencia en su interior en el ejercicio de la obediencia, en las dificultades y en las mayores contrariedades, e incluso ante cualquier clase de injurias que se le infieran, 36 y lo soporte todo sin cansarse ni echarse para atrás, pues ya lo dice la Escritura: «Quien resiste hasta el final se salvará». 37 Y también: «Cobre aliento tu corazón y espera con, paciencia al Señor».

38 Y cuando quiere mostrarnos cómo el que desea ser fiel debe soportarlo todo por el Señor aun en las adversidades, dice de las personas que saben sufrir: «Por ti estamos a la muerte todo el día, nos tienen por ovejas de matanza». 39 Mas con la seguridad que les da la esperanza de la recompensa divina, añaden estas palabras: «Pero todo esto lo superamos de sobra gracias al que nos amó». 40 Y en otra parte dice también la Escritura: «¡Oh Dios!; nos pusiste a prueba, nos refinaste en el fuego como refinan la plata, nos empujaste a la trampa, nos echaste a cuestas la tribulación». 41 Y para convencernos de que debemos vivir bajo un superior, nos dice: «Nos has puesto hombres que cabalgan encima de nuestras espaldas». 42 Además cumplen con su paciencia el precepto del Señor en las contrariedades e injurias, porque, cuando les golpean en una mejilla, presentan también la otra; al que les quita la túnica, le dejan también la capa; si le requieren para andar una milla, le acompañan otras dos; 43 como el apóstol Pablo, soportan la persecución de los falsos hermanos y bendicen a los que les maldicen. 

44 El quinto grado de humildad es que el monje con una humilde confesión manifieste a su abad los malos pensamientos que le vienen al corazón y las malas obras realizadas ocultamente. 45 La Escritura nos exhorta a ello cuando nos dice: «Manifiesta al Señor tus pasos y confía en él». 46 Y también dice el profeta: «Confesaos al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia». 47 Y en otro lugar dice: «Te manifesté mi delito y dejé de ocultar mi injusticia. 48 Confesaré, dije yo, contra mí mismo al Señor mi propia injusticia, y tú perdonaste la malicia de mi pecado». 49 El sexto grado de humildad es que el monje se sienta contento con todo lo que es más vil y abyecto y que se considere a sí mismo como un obrero malo e indigno para todo cuanto se le manda, 50 diciéndose interiormente con el profeta: «Fui reducido a la nada sin saber por qué; he venido a ser como un jumento en tu presencia, pero yo siempre estaré contigo». 

51 El séptimo grado de humildad es que, no contento con reconocerse de palabra como el último y más despreciable de todos, lo crea también así en el fondo de su corazón, 52 humillándose y diciendo como el profeta: «Yo soy un gusano, no un hombre; la vergüenza de la gente, el desprecio del pueblo». 53 «Me he ensalzado, y por eso me veo humillado y abatido». 54 Y también: «Bien me está que me hayas humillado, para que aprenda tus justísimos preceptos». 

55 El octavo grado de humildad es que el monje en nada se salga de la regla común del monasterio, ni se aparte del ejemplo de los mayores. 

56 El noveno grado de humildad es que el monje domine su lengua y, manteniéndose en la taciturnidad, espere a que se le pregunte algo para hablar, 57 ya que la Escritura nos enseña que «en el mucho hablar no faltará pecado» 58 y que «el deslenguado no prospera en la tierra». 

59 El décimo grado de humildad es que el monje no se ría fácilmente y en seguida, porque está escrito: «El necio se ríe estrepitosamente». 

60 El undécimo grado de humildad es que el monje hable reposadamente y con seriedad, humildad y gravedad, en pocas palabras y juiciosamente, sin levantar la voz, 61 tal como está escrito: «Al sensato se le conoce por su parquedad de palabras». 

62 El duodécimo grado de humildad es que el monje, además de ser humilde en su interior, lo manifieste siempre con su porte exterior a cuantos le vean; 63 es decir, que durante la obra de Dios, en el oratorio, dentro del monasterio, en el huerto, cuando sale de viaje, en el campo y en todo lugar, sentado, de pie o al andar, esté siempre con la cabeza baja y los ojos fijos en el suelo. 64 Y, creyéndose en todo momento reo de sus propios pecados, piensa que se encuentra ya en el tremendo juicio de Dios, 65 diciendo sin cesar en la intimidad de su corazón lo mismo que aquel recaudador de arbitrios decía con la mirada clavada en tierra: «Señor, soy tan pecador, que no soy digno de levantar mis ojos hacia el cielo». 66 Y también aquello del profeta: «He sido totalmente abatido y humillado». 

67 Cuando el monje haya remontado todos estos grados de humildad, llegará pronto a ese grado de «amor a Dios que, por ser perfecto, echa fuera todo temor»; 68 gracias al cual, cuanto cumplía antes no sin recelo, ahora comenzará a realizarlo sin esfuerzo, como instintivamente y por costumbre; 69 no ya por temor al infierno, sino por amor a Cristo, por cierta santa connaturaleza y por la satisfacción que las virtudes producen por sí mismas. 70 Y el Señor se complacerá en manifestar todo esto por el Espíritu Santo en su obrero, purificado ya de sus vicios y pecados. 

VIII. EL OFICIO DIVINO POR LA NOCHE 

1 Durante el invierno, esto es, desde las calendas de noviembre hasta Pascua, se levantarán a la octava hora de la no che conforme al cómputo correspondiente, 2 para que reposen hasta algo más de la media noche y puedan levantarse ya descansados. 3 El tiempo que resta después de acabadas las vigilias, lo emplearán los hermanos que así lo necesiten en el estudio de los salmos y de las lecturas. 

4 Pero desde Pascua hasta las calendas de noviembre ha de regularse el horario de tal manera, que el oficio de las vigilias, tras un cortísimo intervalo en el que los monjes puedan salir por sus necesidades naturales, se comiencen inmediatamente los laudes, que deberán celebrarse al rayar el alba. 

IX. CUÁNTOS SALMOS SE HAN DE DECIR POR LA NOCHE 

1 En el mencionado tiempo de invierno se comenzará diciendo en primer lugar y por tres veces este verso: «Señor, ábreme los labios, y mi boca proclamará tu alabanza». 2 Al cual se añade el salmo 3 con el gloria. 3 Seguidamente, el salmo 94 con su antífona, o al menos cantado. 4 Luego seguirá el himno ambrosiano, y a continuación seis salmos con antífonas. 5 Acabados los salmos y dicho el verso, el abad da la bendición. Y, sentándose todos en los escaños, leerán los hermanos, por su turno, tres lecturas del libro que está en el atril, entre las cuales se cantarán tres responsorios. 6 Dos de estos responsorios se cantan sin gloria, y en el que sigue a la tercera lectura, el que canta dice gloria. 7 Todos se levantarán inmediatamente cuando el cantor comienza el gloria, en señal de honor y reverencia a la Santísima Trinidad. 8 En el oficio de las vigilias se leerán los libros divinamente inspirados, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, así como los comentarios que sobre ellos han escrito los Padres católicos más célebres y reconocidos como ortodoxos. 

9 Después de estas tres lecciones con sus responsorios seguirán otros seis salmos, que se han de cantar con aleluya. 10 Y luego viene una lectura del Apóstol, que se dirá de memoria; el verso, la invocación de la letanía, o sea, el Kyrie eleison, 11 y así se terminan las vigilias de la noche. 

X. CÓMO HA DE CELEBRARSE LA ALABANZA NOCTURNA EN VERANO 

1 Desde Pascua hasta las calendas de noviembre se mantendrá el número de salmos indicado anteriormente, 2 y sólo se dejarán de leer las lecturas del libro, porque las noches son cortas. Y en su lugar se dirá solamente una, de memoria, tomada del Antiguo Testamento, seguida de un responsorio breve. 3 Todo lo demás se hará tal como hemos dicho; esto es, que nunca se digan menos de doce salmos en las vigilias de la noche, sin contar el 3 y el 94. 

XI. CÓMO HAN DE CELEBRARSE LAS VIGILIAS LOS DOMINGOS 

1 Los domingos levántense más temprano para las vigilias. 2 En estas vigilias se mantendrá íntegramente la misma medida; es decir, cantados seis salmos y el verso, tal como quedó dispuesto, sentados todos convenientemente y por orden en los escaños, se leen en el libro, como ya está dicho, cuatro lecciones con sus responsorios. 3 Pero solamente en el cuarto responsorio dirá gloria el que lo cante; y cuando lo comience se levantarán todos con reverencia. 

4 Después de las lecturas seguirán por orden otros seis salmos con antífonas, como los anteriores, y el verso. 5 A continuación se leen de nuevo otras cuatro lecciones con sus responsorios, de la manera como hemos dicho. 6 Después se dirán tres cánticos de los libros proféticos, los que el abad determine, salmodiándose con aleluya. 7 Dicho también el verso, y después de la bendición del abad, léanse otras cuatro lecturas del Nuevo Testamento de la manera ya establecida. 8 Acabado el cuarto responsorio, el abad entona el himno Te Deum laudamus. 9 Y, al terminarse, lea el mismo abad una lectura del libro de los evangelios, estando todos de pie con respeto y reverencia. 10 Cuando la concluye, respondan todos «Amén», e inmediatamente entonará el abad el himno Te decet laus. Y, una vez dada la bendición, comienzan el oficio de laudes. 11 Esta distribución de las vigilias del domingo debe mantenerse en todo tiempo, sea de invierno o de verano, 12 a no ser que, ¡ojalá no ocurra!, se levanten más tarde, y en ese caso se acortarán algo las lecturas o los responsorios. 13 Pero se pondrá sumo cuidado en que esto no suceda. Y, cuando así fuere, el causante de esta negligencia dará digna satisfacción a Dios en el oratorio. 

XII. CÓMO SE HA DE CELEBRAR EL OFICIO DE LAUDES 

1 En los laudes del domingo se ha de decir, en primer lugar, el salmo 66, sin antífona y todo seguido. 2 Después, el salmo 50 con aleluya. 3 A continuación, el 117 y el 62; 4 luego, el Benedicite y los Laudate, una lectura del Apocalipsis, de memoria, y el responsorio, el himno ambrosiano, el verso, el cántico evangélico, las preces litánicas, y de esta manera se concluye. 

XIII. CÓMO HAN DE CELEBRARSE LOS LAUDES EN LOS DIAS FERIALES 

1 Los días de entre semana, en cambio, el oficio de laudes se celebra de la siguiente manera: 2 se dice sin antífona, como los domingos, el salmo 66, a ritmo un poco lento con el fin de que lleguen todos para el salmo 50, que se dirá con antífona. 3 Y después otros dos salmos, según costumbre; esto es, 4 el lunes, el 5 y el 35; 5 el martes, el 42 y el 56; 6 el miércoles, el 63 y el 64; 7 el jueves, el 87 y el 89; 8 el viernes, el 75 y el 91; 9 el sábado, el 142 y el cántico del Deuteronomio, que se partirá con dos glorias. 10 Y los demás días de la semana debe decirse un cántico de los profetas, en cada día el suyo, como salmodia la Iglesia romana. 11 A continuación se dicen los Laudate; luego, de memoria, una lectura del Apóstol, el responsorio, el himno ambrosiano, el verso, el cántico evangélico, la letanía, y así termina el oficio. 12 Nunca deben terminarse las celebraciones de laudes y vísperas sin que al final recite el superior íntegramente la oración que nos enseñó el Señor, en voz alta, para que todos la puedan oír, a causa de las espinas de las discordias que suelen surgir, 13 con el fin de que, amonestados por el compromiso a que obliga esta oración cuando decimos: «Perdónanos así como nosotros perdonamos», se purifiquen de ese vicio. 14 Pero en las demás celebraciones solamente se dirá en alta voz la última parte de la oración, para que todos respondan: «Mas líbranos del mal». 

XIV. CÓMO HAN DE CELEBRARSE LAS VIGILIAS EN LAS FIESTAS DE LOS SANTOS 

1 En las fiestas de los santos y en todas las solemnidades, el oficio debe celebrarse tal como hemos dicho que se haga en el oficio dominical, 2 sólo que los salmos, antífonas y lecturas serán los correspondientes al propio del día. Pero se mantendrá la cantidad de salmos indicada anteriormente. 

miércoles, 21 de febrero de 2018

PRIMER DOMINGO DE CUARESMA: Meditación



Meditación
Por el P. Alonso de Andrade
De la tentación de Cristo en el desierto.

   Retiróse Cristo al desierto, ayunó cuarenta días, y fue tentado de Satanás con gula y con apetitos de honras y oferta de riquezas, todas las cuales tentaciones venció con su virtud; y habiendo lanzado de su presencia al demonio, se llegaron los ángeles a servirle.

   Punto I.- En esta batalla que tuvo Cristo con el demonio y en la victoria que alcanzó de él, tienes mucho que meditar. Lo primero considera cómo se atrevió el demonio a tentar al Salvador del mundo, para que no te desconsueles si te hallares tentado, mas anímate con su ejemplo a sufrir y guerrear hasta vencer, pidiéndole su favor contra tan astuto enemigo; mira las prevenciones que hizo Cristo para entrar en la batalla, retirándose al desierto, ayunando con tan grande rigor, dándose al silencio, mortificación y oración, que son las armas con que se alcanza la victoria de este enemigo. Considera las usas tú, mirándolas una por una, y pídelas al Señor, porque sin ellas no podrás ser vencedor.

   Punto II.- Considera que en mostrando Cristo hambre, le acometió Satanás con la tentación  de gula, como el capitán que bate la fortaleza por la parte que ve flaquear el muro; y mostrando tú hambre de los bienes temporales y flaqueza en la virtud, te acometerá Satanás. Pon la mano en tu pecho y mira si flaquea de alguna parte, y pídele al Señor que te fortalezca para  que no seas vencido.  Advierte cómo guerrea el demonio con Cristo, tentándole como al primer Adán con  la gula; y cómo Cristo le vence con la confianza en Dios, que empeñó su palabra de  no desamparar a los suyos en las necesidades; confía en su bondad que no te dejará en las tuyas.

   Punto III.- Considera cómo llevó el demonio a Cristo al pináculo del templo y allí le persuadió que se arrojase al suelo, confiando en la providencia divina con vana presunción de que enviaría a sus ángeles para que le llevasen en palmas para que no se hiciese mal. Aprende las astucias del demonio y no te dejes engañar de sus lazos, huye como Cristo la vanagloria y presunción con verdadera humildad si quieres salir vencedor.


   Punto IV.- Considera cómo desde el templo llevó el demonio a Cristo a un monte levantado y le ofreció porque le adorase todas las honras y riquezas del mundo, las cuales despreció el Salvador, y venciendo al demonio llegaron los ángeles a coronarle como a vencedor. Contempla la importunidad del demonio en tentar a Cristo, pues vencido dos veces no desistió de su intento, y le acometió la tercera con mayor furia, para que estés sobre aviso de que nunca se da por vencido, y que siempre debes estar pronto para resistirle. Considera cuán fuerte arma es la codicia de los bienes temporales, pues confía en ellos el demonio de poderle vencer no habiendo podido con las otras tentaciones, y guarda tu corazón libre de su afición para que no caigas en sus lazos. Mira cómo las despreció Cristo todas con tan grande valor, y llora tu flaqueza y tu malicia, que tantas veces has hincado la rodilla al demonio por intereses humanos de ninguna estimación. Mira cómo huyó el demonio corrido, porque huye de quien le vence: resístele con valor y huirá de ti. Gózate de ver a tu capitán coronado, alégrate de su dicha y aprende a vencer si quieres alcanzar la corona que el Salvador alcanzó.

sábado, 17 de febrero de 2018

MEDITACIONES: Sábado primero de Cuaresma


Meditación
Por el P. Alonso de Andrade
De la doctrina del Evangelio

   Padeciendo los discípulos tempestad una noche en el mar, vino a ellos Cristo sobre las aguas, entró en su nave y cesó el viento; llegaron a tierra, y sanó a muchos enfermos que vinieron a pedirle salud.

   Punto I.- Considera la tempestad que padecieron los discípulos que se embarcaron sin su maestro en el mar; porque a donde falta el Señor, luego se mueven tempestades. Aprende a no perderle de vista; más ruégale afectuosamente que no se aparte de ti, ni te deje apartar de su lado.

   Punto II.- Considera la vigilancia y cuidado con que vivía el Salvador de los suyos, y la que deben tener los prelados y superiores de quienes les ha encomendado. Mira cómo entra en el mismo peligro con ellos y cómo los visita en sus mayores aflicciones, y aprende a visitar y consolar a los tuyos y a tener firme esperanza en la piedad de este Señor. Piensa el cuidado que tiene de ti y cómo nunca te olvida y sabe y atiende a dónde estás, y los trabajos que te cercan para consolarte en ellos y librarte de cualquier peligro en que te hallares. Gózate de tener tan buen maestro y Señor, y clama en tus necesidades suplicándole que venga y te favorezca, como lo hizo con sus discípulos.

   Punto III.- Considera cómo los discípulos al principio no conocieron a su Maestro, hasta que se acercó a ellos y entró en su nave. Llégate a Dios si quieres conocerle, que por esto le ignoras y no le  sirves como debes, porque andas retirado de su presencia, embarcado en el mar de este mundo. Retírate de las criaturas y hallarás al Creador. Conversa con Él en la oración, y alcanzarás luz para conocerle, y espíritu para amarle y servirle.

   Punto IV.- Considera cómo en llegando a tierra le llevaron los enfermos y todos cobraron salud con solo tocar su vestidura. Pondera cuántas veces le has tocado tú, no sólo su vestidura sino su Santísimo Cuerpo, y recibiéndole en el tuyo, y sigues enfermo, porque no tienes la Fe que aquellos tuvieron. Llora tu negligencia, y pídele al Señor que te sane pues tienes tantas enfermedades; cuéntaselas una a una, y pídele que te sane de todas, y que te dé su gracia para que no vuelvas a recaer en los pecados.